La imaginación es muy poderosa. Tanto es así que sin ella no podríamos sobrevivir a este mundo. Y no porque esté lleno de miserias, aburrimiento e ignonimia (que siempre estamos muy negativos), sino porque necesitamos evadirnos de la realidad, darle vuelo a todo lo bueno que habita en él, y llenarlo de ideas nuevas que lo desborden y enriquezcan.
Ese es mi santo y seña: “Imagina, beibi. Que la vida nunca se te quede corta.” Me paso el día con la cabeza llena de pájaros. A unos les doy forma y con otros alimento el paso de los años. Unos me dan vértigo y para otros ya no tengo tiempo. Lo que sí procuro es que dejarlos a todos dentro ya que todos ellos forman parte de ese yo inquieto.
No obstante hay que tener cuidado, sobre todo si el castillo de naipes se derrumba en nuestras propias narices y sabemos que la frustración va a adueñarse de nosotros. Si sabemos que no vamos a soportar el bofetón de realidad, lo mejor es contenerse. No mucho, solo lo justo, pero hay que considerarlo. Que las ideas pueden ser contraproducentes, pues más de uno ha salido loco o muerto de pena por culpa de una imaginación volandera.
Hay científicos que de tanto imaginar se han inventado la bomba nuclear, hay parejas que de tanto imaginar se han olvidado de mirarse a los ojos, hay escritores que de tanto imaginar todavía no han escrito ni un libro, hay políticos que de tanto imaginar han perdido las elecciones, y hay personas que de tanto imaginar acaban rodeándose de sí mismas.
Tampoco es que yo esté muy a favor de rodearse de cenizos, esas personas que viven amargadas por diferentes razones. Le quitan la ilusión a cualquiera con sus pensamientos empobrecidos, sus limitaciones, su falta de arrojo y esas desilusiones cotidianas que parecen encantarles. Grises, insulsos y crudos, solo hay que hacerles caso cuando tenemos mucho que perder con nuestras fantasías. Para todo lo demás, denle a la manivela.
Y como es sábado y me hallo con ganas de recomendarles un libro bonito, aquí traigo La búsqueda de Albert, un álbum de Isabelle Arsenault editado por La casita roja esta primavera. Perteneciente a una serie protagonizada por ocho niños que viven en Mile End y que empezó con La búsqueda de Colette, este título se centra en Albert, un niño que es capaz de transportarse a otro escenario con solo mirarlo. Él quiere un sitio tranquilo en el que leer que resulta ser una hermosa puesta de sol a la orilla del mar que está enmarcada en un cuadro que se ha encontrado en la basura. Pero la paz dura poco por culpa de sus amigos que no paran de interrumpir.
Una vez más la autora canadiense logra una fábula más que poética en la que se entremezclan diferentes temas y miradas que sobre la calma y el ruido, la fantasía y lo mundano, la compañía y la soledad, o la lectura silenciosa van y vienen entre sus páginas.
Con una paleta de color muy limitada (esta vez el color azul turquesa y el naranja son los elegidos), unos personajes muy bien caracterizados, recursos propios del cómic, la economía del lenguaje y un formato rítmico (la realidad se representa con viñetas mientas que la imaginación se desborda en la doble página), establece un diálogo con el lector muy ameno y aparentemente sencillo.
Lo dicho: imaginen y compartan, que merece la pena
Imaginación... me chifla este tema. Visualmente este album me llama muchísimo y tu reseña le hace más que apetecible.
ResponderEliminarCoincido contigo: imagina y vivirás mil veces. Pero hay que saber hacerlo sin frustración.
Ya tú sabes, beibi, que me encanta esta temática. Échale un ojo, verás que bonito y simpático es. ¡Un abrazo!
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