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domingo, 30 de abril de 2023

Sobrevolando las nubes

Cúmulos, cúmulonimbos, nimboestratos y estratocúmulos. Sigo en las nubes, un lugar que, a pesar de las alturas, me resulta muy relajante. Las hay pequeñas y grandes, de esas que llegan a pesar mil toneladas y alcanzar los trescientos mil litros de agua. Blancas como el algodón o grises como la ceniza, son las encargadas de reflejar la luz del sol o atrapar el calor que emana la tierra. Pero lo que mejor hacen es dibujar alba y ocaso. El anuncio del tiempo, la voz del cielo.

¡Vendo nubes de colores:
las redondas, coloradas,
para endulzar los calores!

¡Vendo cirros morados
y rosas, las alboradas,
los crepúsculos dorados!

¡El amarillo lucero,
cogido a la verde rama
del celeste duraznero!

¡Vendo la nieve, la llama
y el canto del pregonero!

Rafael Alberti.
Pregón.
En: 12 poemas de Rafael Alberti.
Ilustraciones de Elena Ferrándiz.
2023. Vigo: Kalandraka.


miércoles, 26 de abril de 2023

Un hambre voraz


Con esto de la inflación, ir a comer por ahí se ha convertido en todo un despropósito. En primer lugar, porque los precios están por las nubes. Las materias primas, la mano de obra o el coste de la energía se han convertido en la coartada perfecta para desplumarte por un menú del día tirando a normalito.
En segundo lugar, tenemos la calidad. Si antes te cobraban lo más grande por un sabroso tomate acompañado de un poco de ventresca y un chorreón de aceite virgen extra, ahora hay que extrapolar la realidad a un tomate insípido, caballa tiesa y aceite de orujo. No sé si mis vísceras están preparadas.
Y, para terminar, la cantidad. Si hay algo que me saque de mis casillas, es gastarme treinta lereles y quedarme con el estómago vacío. Y no es que yo acostumbre a hinchar el buche a base de gamba roja o caviar iraní, no. Arroz con conejo, judías con perdiz o gazpachos manchegos son los platos de los que me alimento. ¿Qué coste supondrá añadir un puñado más al perol?


Me niego a quedarme con hambre en España. Si algunos están empeñados en la dieta keto, el ayuno intermitente o las recomendaciones nutricionales de la OMS, es su problema. En este país siempre nos hemos puesto finos y es una pena que, desde ciertos sectores, se contribuya a un despropósito parecido al que sucede en Dinamarca, Holanda o Bélgica.


Y con esta crítica voraz, llegamos al Niño caníbal de Fran Pintadera y Guridi, un álbum que acaba de editar Takatuka y que es toda una oda al apetito. Es la historia de un crío que pertenece a una tribu que devora a todo el que pilla. A las mascotas, a sus propios congéneres, e incluso a la maestra cuando manda demasiados deberes. Todo gira en torno a hincarle el diente a la carne humana, hasta el amor…


Con mucho juego verbal, una caracterización de personajes estupenda y un tema muy sugerente (Esto de comerse a los congéneres siempre ha sido un punto de partida sin igual para desarrollar todo tipo de conjeturas), es de esos libros que arrancan una carcajada y te invitan a desarrollar la inventiva.
Basado en una canción del cantautor cubano Virilo, esta canción que ha sido versionada por multitud de autores como por ejemplo Luis Pescetti, se transforma en álbum de la mano de Pintadera, que adapta la rima de un texto con montones de posibilidades, y Guridi, que con su inconfundible estilo le aporta más comicidad si cabe.

martes, 25 de abril de 2023

Con h de hogar


Hay vocablos tan poco concretos, que no me extraña que muchos literatos de tres al cuarto los utilicen constantemente para dar pie a subjetividades que ensalcen el discurso y salir triunfantes. Pueblo, guerra, hermano, patria… De entre todas ellas, una que me gusta sobremanera es “hogar”.


Aunque la etimología deja claro que esta palabra tiene mucha relación con el lugar donde se hace fuego, toca prestar atención al resto de connotaciones. Casa, vivienda, asilo, e incluso familia. Hay un montón de conceptos que relacionamos con ese lugar donde nos calentamos, hacemos la comida o compartimos historias reales o imaginadas.


En mi caso el hogar es un espacio en el que convivir, en el que compartir momentos. Quizá muchos prefieran relacionarlo con el sitio que han elegido para vivir, oasis de paz vitales, el lugar en el que se ha crecido o donde atesoran todas sus pertenencias. A mí, personalmente, todo eso me da igual. ¿De qué me sirven cuatro paredes si no tengo a nadie cerca para compartir un vino, unas risas o un beso? Prácticamente, de nada. La clave de un hogar está en dar y recibir.


Esto no quiere decir que quienes vivamos solos no podamos tener un hogar. Siempre hay momentos para compartir con los demás. Ser generoso, recibir a las visitas con alegría, disfrutar de las virtudes y minimizar los defectos. Cocinar y comer y cocinar, ensuciar y limpiar, reír y llorar, dormir y bailar, hablar y reír. Todo eso y mucho más es el hogar.


Y en este día que empieza con “h”, les he traído un par de libros que hablan de hogares especiales. El primero es Una casa gigante de la israelita Maya Shleifer (Lóguez). En esta historia un gigante que vive en una casa diminuta, se la carga por culpa de un estornudo y decide buscar otra. No encuentra nada acorde a sus dimensiones y está triste. Cansado, se echa a dormir en mitad del invierno y la araña que lo acompaña decide tejer su tela sobre él para protegerlo de las inclemencias del tiempo. La sorpresa viene cuando el gigante despierta en mitad de la primavera…


Con una sutil metáfora, la autora construye un relato breve pero muy potente en el que interpela al lector sobre el concepto que ya he subrayado en la introducción. ¿Qué es el hogar? ¿El espacio que habitamos o nosotros mismos?


Construido sobre ilustraciones a base de trazos desdibujados y una gama de color que se columpia entre verdes y ocres, este libro es un canto a las sinergias y sus resultados. Un cuento que recordando a otros como El gigante egoísta de Wilde, utiliza el alejamiento del hogar, una función de Propp, y el amigo-ayudante tan típico de las novelas de aprendizaje para transformar lo natural en mágico.


En segundo término, encontramos La casita del ratón, un álbum de Jonathan Stutzman e Isabelle Arsenault, recién publicado por Ekaré. En esta historia un ratón que viaja con su casa a cuestas, decide hacer un alto en el camino y resguardarse en ella. Poco a poco aparecen diferentes animales que buscan descanso, alimento y cobijo ante las inclemencias del tiempo, y él les ofrece su hogar como refugio porque, aunque parezca pequeña, en su casa caben todos.


Aparentemente sencillo, el libro bebe de toda una suerte de recursos narrativos que ensalzan un discurso realmente hermoso. Troqueles, páginas desplegables, frases que recuerdan a las retahílas (Vicente era un ratón con botas en los pies, un sombrero en la cabeza y una casa en la espalda), juegos de descubrimiento (¡Esto de pasar la página es magia!) y cierta repetitividad en el desarrollo de la acción, ahondan en el sentido de esta fábula que alcanza su cénit en el momento que aparece el oso, pausa dramática que tiene en vilo a cualquier lector.


Mención aparte merecen las ilustraciones de la Arsenault. Colores tranquilos y vigorosos, elementos vegetales, una ciudad que crece y ahonda en el sentimiento de comunidad, y esas botas con forma de corazón que me tienen loco, redondean este álbum en el que caben múltiples interpretaciones. Así que ¡no me sean básicos!

lunes, 24 de abril de 2023

El futuro de los libros


El otro día, mientras regresaba de participar como miembro del jurado en cierto concurso de álbum ilustrado, me puse a pensar a ritmo de cantaditas en el libro y sus maldades, en ese producto cultural tan soberano, que ni la digitalización ha logrado exterminar.
Si bien es cierto que el libro de texto, la prensa y todo tipo de revistas están migrando a nuevos formatos, no sucede lo mismo con novelas, álbumes ilustrados o ensayos. Esto puede deberse a tres razones. La primera es la materialidad. Nadie concibe un álbum en formato digital, máxime cuando contiene elementos emergentes, texturas o proporciones que añaden elementos narrativos y forman parte de la obra en sí misma.


En segundo lugar, está la comodidad. Si uno se va a leer una novela de seiscientas páginas, más le vale hacerlo en papel, porque, sinceramente, como tengas que pasar cuatro horas mirando fijamente una bombilla, lo llevas claro. Y el tercero es el romanticismo. Tiene tantos adeptos el libro de papel, que hoy por hoy es impensable desterrar el libro físico de un panorama donde lo sentimental y lo propio priman sobre otras muchas cosas.


¿Y esto? ¿Tiene vises de cambiar? Personalmente, y teniendo en cuenta que me encanta todo lo apocalíptico, observo cierta deriva, no desde una industria editorial que sigue con su negocio, sino desde la esfera institucional. Fíjense en el empeño por la digitalización de absolutamente todo. Colegios, hospitales, bancos y ayuntamientos están llenos de pantallas. Se ha empezado a criminalizar el consumo de papel echando mano del ecologismo y, si no fuera poco, las grandes empresas, valedoras de los regímenes imperantes, se han apuntado al carro.
Si a todo esto unimos que la esfera cultural vive centrada en el contenido y sus posibilidades, es posible que dentro de unos años librerías y bibliotecas pasen a ser meros recuerdos de otra época en el que ideas y palabras estaban al alcance de todos.


Mientras tanto, vamos a ensalzar su figura con El libro azul, un álbum de Germano Zullo y Albertine que llega a las librerías gracias a Libros del Zorro Rojo. Este título, que ya he añadido a la selección de Libros en los libros, nos cuenta la historia de Serafina, una niña que se va a la cama acompañada por un libro muy especial que leerá junto a sus padres. Serpientes, flores, volcanes, ranas, vallas y jirafas. Todo cabe en este viaje tan especial a través de las páginas.


Además de ostentar el color que le da nombre, algo que favorece lo metaliterario desde la perspectiva del espectador (¿Quieres un libro como la de la protagonista? ¡Pues lo tienes en las manos!), el título en cuestión se convierte en una suerte de oda poética al objeto-libro y su contenido, uno que en muchas ocasiones depende de las propias decisiones del lector.


Preguntas y respuestas, elementos inverosímiles, vueltas de tuerca y mucha imaginación se combinan en un libro que a priori podría pertenecer al nonsense, pero sin embargo tiene una lógica aplastante, la del libre albedrío con el que disfruta una niña que, lejos de amedrentarse frente a la incertidumbre de viaje, nos sumerge en una historia muy especial.

sábado, 22 de abril de 2023

El idioma de las nubes


Ni una nube en el horizonte. Pasan los días y el cielo sigue sin el menor resquicio de ellas. Ni humedad relativa ni absoluta. El vapor de agua parece haber desaparecido de la atmósfera. Ya no tapan el sol, tampoco se adivinan sus formas, ni siquiera aparecen en el ocaso. Las nubes parecen haberse extinguido de golpe y porrazo.


Yo miro el horizonte y las llamo. Grito. Rezo. Susurro. ¿No me escuchan o no me entienden? Será que el viento no me enseño la cadencia adecuada, que la lengua se pierde en la gama de los grises, que mi voz se confunde con el ruido del trueno. Seguiré probando. A veces todo es cuestión de tiempo. Volverán las nubes riendo. Volverán las nubes silbando. 

Para conversar con una nube que pasa,
me hamaco hasta el cielo.
Llego y la encuentra:
nube nave
Que viaja a través del tiempo.
Para conversar con una nube que viaja,
aprendo el idioma de las lluvias,
las tempestades y los
vientos.
¿Qué pasa si no la entiendo?
El idioma de las nubes
está lleno de cantos y
secretos.
Para conversar con una nube que canta,
escucho su gorjeo.
Si está apurada
-o llena de agua-
Tal vez estalle de lluvia
al llegar a la plaza.

Fabiana Margolis.
Nubes.
En: Fleco de nube.
Ganador Premio de poesía infantil Ciudad de Orihuela 2022.
Ilustraciones de Concha Pasamar.
2023. Pontevedra: Kalandraka.


viernes, 21 de abril de 2023

Naturaleza vs. Homo sapiens


El ser humano vive empeñado en dominarlo todo. Las enfermedades, el clima, el agua, los animales, las plantas y hasta el paso del tiempo. Nuestro afán por el control natural no tiene límites. La medicina, la industria farmacéutica, la nanotecnología, la ingeniería civil, los modelos predictivos, la fertilización asistida y hasta la cirugía estética son pruebas de ello.
Ansiamos cambiar el mundo desde nuestra perspectiva antropocéntrica, una que nace, paradójicamente, de ese instinto tan natural de la supervivencia que aflora, como en cualquier otro ser vivo, del miedo innato a la muerte. Vemos como el avance del desierto, la vejez, el cáncer o la falta de alimento amenazan nuestra vida y nos ponemos manos a la obra para hacerle una carambola al destino.


Esto nos lleva al tecno-optimismo, esa nueva religión a la que casi todos rezamos cuando el peligro nos acecha. Pensamos que nuestra especie siempre tiene una solución ante cualquier problema, que saldremos a flote gracias a los últimos avances y que vamos a seguir dando la murga en este mundo, aunque la naturaleza se plante ante nosotros.


Si bien es cierto que esta postura es muy lícita, sobre todo desde una perspectiva occidental y capitalista, jamás nos planteamos que la solución a la supervivencia futura esté precisamente en cruzarnos de brazos y dejar que el medio obre a su antojo. Desertificación, perdida de biodiversidad, pandemias y epidemias, enfermedades cardiovasculares, autoinmunes y neurodegenerativas, bombas nucleares y anomalías climáticas son producto de ese afán por dominar absolutamente todo.
Y no es que yo esté a favor de la Agenda 20-30, un invento asqueroso del que ya hablaré en otra ocasión, sino más bien de concienciarnos sobre lo efímero de la existencia. Convivir con lo que toque, relajarnos, disfrutar del momento lo más y mejor que se pueda, y dejar a un lado esa ansia por dirigirlo todo.


Y con este “briconsejo” llegamos a ¿Malezas?, un álbum de Marie Dorléans que acaba de publicar la editorial Pípala en nuestro país. Está protagonizado por la familia Puntaenblanco que, como su propio nombre indica, tiene una obsesión enfermiza por el orden. Tanto es así que el jardín parece el de la Marie Kondo. El césped esta cortado al milímetro, las copas de los árboles tienen idéntica curvatura y plantan los tulipanes con escuadra y cartabón. Niquelao. Pero un día, Florencio, el jardinero, acaba hasta las narices de tanto trabajo y se despide, dejando que el jardín crezca a su libre albedrío.


Con un formato vertical (a esta autora le encanta jugar con el tamaño y la forma del papel), unas guardas lisas pero con encanto, imágenes a doble página, y un lenguaje directo y descriptivo, este libro tiene algo encantador y primaveral.
Si bien es cierto que muchos podrían encontrar una oda al ecologismo en él, yo me dejo de modas y simplificaciones para echar mano de los grandes contrastes que ofrecen las ilustraciones (blanco y negro versus color, formas angulosas versus sinuosas) y afirmar que todo el libro es un canto a la dicotomía orden-caos. Una que todos debemos tener en cuenta cuando hablamos de los caprichos de la entropía a la hora de aparcar la tecnología.

jueves, 20 de abril de 2023

Miserias familiares


En todas las familias rezuma la mierda. Solo que en algunas se tapa y en otras, rebosa.
Contrarios que meten baza, montones de hermanos, suegros y consuegros, enfermedades varias, envidias infundadas, comparaciones odiosas, susceptibilidades, dinero y herencias, rencillas del pasado, nefasta convivencia, favores y sacrificios, intereses, traumas y vergüenzas. El que no haya sufrido nada de esto en el seno familiar que levante la mano.
Nadie dijo que las familias fuesen fáciles, ni que todas fuesen felices de la misma manera, como apuntaba Tolstoi. Por ello hay que aprender a gestionarlo y no pasarse el día rumiando, que, echando mano de otro grande, “el dolor que no habla, gime en el corazón hasta romperlo”.


Lo más típico es liarse a voces y descargarse a gusto, aunque ahora con el guasap y la impostura, todo es más críptico y educado (no sé qué es peor, si escuchar ciertas cosas una vez o recrearse en ellas). Hay gente que pasa de todo y lo lleva como puede, otros que parece que pasan, pero siguen con su tole-tole, y los de allá se buscan un mal psicólogo para que empercuda y no solucione. Los más, lloran en un rincón de vez en cuando, y los menos se refugian en su familia putativa, o incluso forman una pensando que se van a librar de la que antecede. Caso aparte merecen quienes deciden dar la vuelta al mundo, enrolarse en una tribu sioux o dedicarse al hedonismo avanzado.


Pero nada. Al final todo sigue igual por mucho empeño que pongamos. Nada cambia y todo fluye hacia la incompetencia familiar, una que en España duele más si cabe.
No es que yo lo diga. Es un hecho constatado que, en los países mediterráneos, tan matriarcales, tan revueltos y tan viscerales, la familia constituye el pilar de las relaciones y emociones. Dependemos de las familias. Nos las llevamos puestas a cualquier parte. A las bodas y los cumpleaños, a la puerta del colegio y a los parques, a los bares y al cementerio, al banco y al notario. Omnipresentes aunque no queramos, vale más sufrirlas de tanto en cuanto, que intentar soterrarlas bajo toneladas de reproches.


Y como colofón a esta perorata que les habrá robado alguna sonrisa (lágrimas no, por favor), les traigo La pequeña familia, un libro de Sesyle Joslin y el genial John Alcorn que acaba de publicar en nuestro país la editorial Kalandraka.
Aunque cabría esperar un tratado sobre familias, este álbum está compuesto por cuatro episodios independientes. La primera historia, la que da título al libro, habla de una pequeña familia que ve tambaleada su existencia por culpa de una visita inesperada. La segunda lleva por título El banquete y nos invita a disfrutar de la comida. La número tres se llama El payaso y cuenta la historia de un payaso que se atreve con todo tipo de malabarismos hasta que... El libro termina con La bella dama, un relato sobre una señorita muy misteriosa.


En la misma línea que La fiesta, otro álbum descatalogado hace mil años, utiliza el recurso de las historias acumulativas, unas en las se van añadiendo elementos conforme pasamos las páginas. Además de detalles narrativos fabulosos (el uso del espejo en la última historia es una verdadera delicia), todas tienen una estructura de sketch que, además de breves, enfatizan el final efectista de cada una. 


 Si a ello añadimos el apartado bilingüe final donde se recogen todos los elementos que han participado en las cuatro historias, el resultado es un libro estupendo para prelectores y primeros lectores que los merecen.

miércoles, 19 de abril de 2023

El lápiz, ¡qué invento!


Me encantan los lápices. De grafito o de colores, para escribir o dibujar. Diferentes durezas, acuarelables, redondos, triangulares o hexagonales, con goma o sin ella. Nuevos o muy desgastados. Todos me valen mientras pueda escribir o dibujar con ellos. Cada lápiz tiene un alma única e irrepetible.
Si además tenemos en cuenta que en torno a ellos se desarrolla todo un elenco de ingenios que colaboran en la tarea, más todavía. Gomas de borrar (mis favoritas son las clásicas cuadradas y las de miga de pan), sacapuntas (ninguno como los “Puntax” de toda la vida) y “apuralápices” (el otro día me dijeron que los ergonómicos son una maravilla).


Hace años aprendí que el lápiz es el mejor aliado de cualquiera que se preste a la experimentación y la creatividad. Básicamente porque el agua no hace nada contra él (¿Se imaginan recopilando datos en mitad de la lluvia?), no mancha (si el grafito es duro), es ligero y su trazo ayuda a las correcciones.
Cuando eres pequeño y empiezas a utilizarlos, crea una extraña sensación, una casi dependencia que con el paso de los años se transforma en ritual. Coge un lápiz, elige el tamaño adecuado, afila la punta, observas como se riza la viruta, brota el aroma a madera, lo acercas al papel y esperas que brote ese sonido áspero y seco.


Si bien es cierto que últimamente están siendo desbancados por los medios digitales, todavía muchos optamos por el romanticismo de un objeto que nació en la Inglaterra del siglo XVI para que los pastores marcaran las ovejas con barras de grafito envainadas en piel.
Más tarde los Bernacotti, una pareja de fabricantes italianos, desarrollaron la técnica de la carcasa de madera. De esta manera, el lápiz se fabricó hasta el siglo XVIII con grafito y un cilindro de madera de cedro constituido por dos partes que se unían.
A partir del siglo XVIII, y gracias a las innovaciones del militar francés Conté, la mina interior empezó a ser sustituida por una mezcla de grafito y arcilla, un procedimiento que abarataría costes y daría lugar a los lápices de colores añadiendo pigmentos. Más tarde este sistema sería perfeccionado por Hardtmuth a principios del XIX, dando lugar a la escala de dureza que hoy se conoce y va desde el 9H (muy duro) al 9B (muy blando).
En el siglo XX, el lápiz fue desbancado por el portaminas, una revolución que desterró el sacapuntas de los estuches escolares, pero ayudó al ahorro de materia prima. Tanto fue así, que hoy en día la madera es sustituida por plásticos y diferentes polímeros muy parecidos a ella.


Faber-Castell, Caran d’Ache, Derwent, Staedler, Bruynzeel, Cretacolor, Koh-i-noor… Hay tantas marcas de calidad en el mercado que no sé cuál habrá elegido Hyeeun Kim para desarrollar su ópera prima. Titulada El lápiz y publicada por Libros del Zorro Rojo en nuestro país, este libro sin palabras o “silent book” explora la idea del origen y fin de las cosas, concretamente la de algo tan, aparentemente, insignificante como un lápiz.


Todo empieza con las virutas de un lápiz. Caen al suelo y se transforman en una suerte de vegetación que crece exuberante. Un bosque lleno de todo tipo de animales. Las aves vuelan formando composiciones sinuosas. Pero de repente, alguien llega y tala los árboles y se los lleva a una fábrica. ¿Cuál será el destino de su madera?


En este libro casi circular elaborado íntegramente a lápiz, la autora nos propone una doble lectura en la que la relación entre nuestras manufacturas y el desarrollo sostenible tiene mucho que decir. Una muy buena secuenciación, elementos evocadores, y lo limitado de su paleta son algunos puntos que ensalzan la calidad de un álbum honesto y sin demasiadas pretensiones que funciona perfectamente ante cualquier tipo de espectador.

martes, 18 de abril de 2023

Monstruos culinarios


Nadie hace el cocido como mi madre. Ni las lentejas, ni las croquetas, ni las albóndigas, ni el arroz caldoso. Supongo que todos pensarán lo mismo de la suya. “Mi madre guisa estupendamente”. Eso es porque le pone mucho amor, dedicación y parsimonia. Es meticulosa, no abusa de la grasa ni los aceites, tampoco de la sal ni de las especias. Algo que tiene como resultado una comida ligera, pero sabrosa.
Yo le he dado alcance en ciertas ocasiones. Con el guisado de costillas y el asado de cordero, el sabor ha estado muy igualado, pero con otros platos es casi imposible rozar su perfección. Lo de la bechamel es toda una incógnita. Mira que observo, utilizo las mismas cantidades, idénticos productos y técnicas similares, pero nada, no hay manera de conseguir un resultado parecido. Espero cogerle el punto pronto y transformarme en un monstruo de la cocina. Como los que nos traen Mar Benegas y Ana G. Lartitegui en un libro simpático y alocado que se basa en el recurso de las solapas móviles.
Montones de monstruos que divierten, inspiran y abren el apetito (¡Vaya platos más jugosos se han marcado!). Mientras que la ilustradora juega con el bodegón y la pareidolia para marcarse un claro homenaje a Giuseppe Arcimboldo, la poeta nos descubre las enormes posibilidades de alimentos, vajillas, cuberterías y electrodomésticos a golpe de rima.
Casi 200.000 engendros diferentes que, a golpe de dedo, pueden habitar cualquier fogón pero, sobre todo, nuestra imaginación.

De sopa bien calentita
su cabeza es un puchero.
Tiene nariz de tortilla
y sus dientes son de fuego.
Un cuerpo de kiwi y piña
y de yogures enteros.
Barriga de col y endivia
con seis picantes pimientos.
Dos panes sus pantorrillas
de semillas y centeno.
Usa unas botas alpinas
en sus pies de caramelo.


Cabeza de artillería,
lo ralla todo sin peros:
espaguetis, tinta china,
tomates o chubasqueros.
Los brazos son golosinas
con dedos de caramelo.
Cintura de lata fina
donde comen los jilgueros.
Con piernas de mandarina
que huelen a limonero,
echa raíces finitas
que se enredan en tu pelo.

Mar Benegas.
En: Monstruos de cocina.
Ilustraciones de Ana G. Lartitegui.
2023. Barcelona: Combel.



viernes, 14 de abril de 2023

Elogio a la estupidez


La vida es tan absurda que roza la estupidez. O mejor dicho, las personas llegan a ser tan estúpidas que hacen de la vida un sinsentido. Y no solo me refiero a los payasos, los borrachos o los niños. No. También a los delincuentes, los ignorantes y los enfermos. Son capaces de girar tanto sobre sí mismos, que al final cambian el momento de inercia de su propia órbita.


La estupidez tiene muchas caras, pero es fácil distinguirla entre la multitud. A saber:
La gente estúpida vive más y mejor.
Siempre que algo no te interesa, puedes ponerle un poquito de estupidez.
Cuando quieras salirte con la tuya, hazte el estúpido. La estupidez es la mejor de las excusas.
Siempre puedes culpar a los demás de tus errores. La estupidez es así.
Nadie discute contigo. Saben que solo estás capacitado para hablar de ti mismo.
Ignoras las emociones y problemas de los demás, pero nadie te lo tiene en cuenta.
Y sobre todo, te autocompadeces constantemente y piensas que eres el ombligo del mundo.


Yo siempre he pensado que, a pesar de la estupidez que seamos capaces de aglutinar, lo más importante es saber procesarla. Si no, estamos perdidos. Perdidos en las calles, en los bares, en las casas, en familia y en nosotros mismos. Independientemente de nuestra procedencia, estado civil, condición física y cacao emocional, hay que resumirlo todo a una misma regla: la de la ligereza.
Eso sí. No todo es negativo. A veces la estupidez se desvanece con los primeros rayos de sol, te saca una sonrisa, se transfigura en belleza o ensalza la inteligencia. Entonces, y solo entonces, la estupidez merece la pena.


Como elogio a la estupidez, hoy les traigo El conejo Sato, un libro encantador de Yuki Ainoya que acaba de publicar la editorial Pastel de Luna. Es uno de esos libros que encandila en la primera lectura. Por su tono amable y poético. Por esa voz que resuena en nuestro interior y ese anhelo de ser Haneru Sato, el niño disfrazado de conejo (¿O es un conejo disfrazado de niño?) que lo protagoniza.


Siguiendo la fórmula de otros libros infantiles, se articula en siete pequeñas historias donde Sato riega las plantas, tiende la ropa, come sandía y nueces o pasea entre los charcos. Haga lo que haga, Sato deja fluir su imaginación y crea un universo muy sugerente donde el sinsentido busca su propio significado.


Textos directos y descriptivos que, al compás de las ilustraciones, refuerzan unas ideas bucólicas y llenas de magia en las que podemos bucear con mucha tranquilidad. Un discurso apto para cualquier lector que busca un refugio a la realidad, pero sobre todo donde la estupidez se arma de valor para ensalzar lo humano.