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viernes, 28 de junio de 2024

La casa sin barrer...


En este Día del Orgullo las redes están que arden gracias a las polémicas suscitadas en diversos consistorios de nuestro país a la hora de exhibir o no la bandera arcoíris (que por cierto, cada vez cuenta con más colores y terminará siendo un trapo negro con muy poco que decir).
Lejos de dimes y diretes, soflamas electorales y dardos envenenados que, desde todas las facciones, se lanzan en una suerte virtual de patio de vecinos, me gustaría llamar la atención sobre su apropiación indebida. Y es que parece ser que esta señera puede ser utilizada por ciertos partidos políticos para lo que quieran, mientras que otros tienen prohibido acercarse a ella pase lo que pase. Si la exhiben, malo, si la omiten, peor.


No es que yo tenga demasiado interés en las cuitas de poder que fachas y progres se traen entre manos a costa de la llamada “comunidad LGTBIQ+”, pero con tanta efervescencia, unos y otros se delatan en sus intenciones mientras gran parte de la sociedad empieza a tomar nota de los intereses creados y la falta de tolerancia que se respira desde cualquier frente.
Lo peor de todo es que en mitad del meollo tenemos al currito del pueblo que no sale del armario por miedo al qué dirán, la niña trans que recibe todo tipo de insultos en el patio del colegio o esa futbolista que oculta su orientación sexual para medrar en un deporte donde mandan los hombres. A mí, sinceramente, lo que me produce es pena a pesar de toda esa psicología afirmativa que atesta las redes sociales.


Lo de intentar ganar votos a costa de la libertad sexual es sencillamente asqueroso. Que si pink washing, que si cultura de la cancelación, que si damnatio memoriae, que si lobbies ¡Qué aburrimiento! ¡Entre unos y otros, la casa sin barrer! Prefiero los mensajes que habitan libros como los de hoy. Y es que La historia de Julia, la niña que tenía sombra de niño, un álbum con texto de Christian Bruel y Anne Galland, e ilustraciones de Anne Bozellec, es uno de esos libros que exploran la disforia sexual desde una perspectiva elegante y más que acertada.


Recuperado por la editorial entreDos en un nuevo formato (podemos encontrar el antiguo en El jinete azul), narra la historia de una niña un poco trasto, con una forma de ser un tanto diferente al resto y a la que sus padres están empeñados en cambiar. Quieren que se peine correctamente, que se vista con bonitos vestidos y que juegue con muñecas. Pero nada, su hija aduce constantemente que ella es como es. Le gusta jugar a los indios y vaqueros, se desliza por la barandilla de la escalera y prefiere disfrutar de ropa cómoda y un aspecto muy desenfadado.


Conforme pasamos las páginas nos damos cuenta de que la sombra proyectada por Julia se parece más a la silueta de un niño que a la de una niña, un secreto compartido con ese amigo de correrías que, en el fondo, la acepta tal y cómo es. Del mismo modo, la conjunción entre un texto sutil y delicado y unas ilustraciones realistas a plumilla, nos invitan a descubrir el problema complejo que se esconde en los deseos de la niña.

martes, 25 de junio de 2024

Aprovechar el verano


Por fin hemos cerrado el chiringuito y los nenes se han ido a su casa a pasar el estío. Yo no sé qué es peor, si la rutina escolar o el periodo vacacional. Al menos en los centros educativos, además de estar recogíos, aprenden a hacer cosas, quizá no demasiado útiles para la vida, pero al menos se entretienen, que cuando el perro no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas.
Y es que imagínense el percal… La mayoría de los padres trabajando. Los bien avenidos, intentarán cogerse las vacaciones al unísono, quince días a lo sumo. Los que estén divorciados, cada uno por su lado. El teenager que sea un poco inquieto, se buscará algún quehacer, actividades de todo tipo, echar una mano en el negocio familiar o incluso sacar una pelillas con algún trabajo de poca monta. Pero no sueñen, la inmensa mayoría de esta España despreocupada andará sin control alguno, acostándose a las tantas de la mañana y despertándose al mediodía. Puede que a alguno le dé por bajar un rato a la playa, visitar la piscina comunitaria o coger la bicicleta y perderse por algún camino, pero lo más factible es que se pasen el día en sus cuevas dándole al joystick o las redes sociales. Y así, día tras día, durante dos meses. Desolador.


En mis años de juventud, las vacaciones eran un periodo muy activo, y eso que mis padres no iban a la playa por cuestiones logísticas y me pasaba julio y agosto al solano manchego. Eso no era problema porque me apuntaba a un bombardeo. Cursillos de natación, talleres del centro joven, campamentos de verano, viajes cortitos o incluso alguna incursión lingüística. Mi madre nos animaba a hacer de todo e intentábamos llevar una rutina vacacional dentro de la lógica.
Nunca entenderé la dejadez veraniega a la española. Ni calor, ni leches. Se pueden hacer muchas cosas en los meses de verano. Desde jugar al voleibol hasta volar cometas, aprender chino mandarín o hacer un programa de radio. Y por qué no hablar de las tareas domésticas, las grandes olvidadas y que tanta falta hacen. Planchar, tender la ropa (se sorprenderían de la cantidad de gente que no sabe), freír un huevo, coser un botón o cambiar una bombilla son cuestiones muy necesarias en la vida cotidiana y ya va siendo hora de que las aprendamos y valoremos convenientemente. Para ello aquí les traigo Yo lo sé hacer. 1000 pasos para ser autónomo.


En este manual dirigido a niños entre 4 y 12 años, se nos plantean 155 tareas diarias que todo el mundo debería saber, una serie de conocimientos imprescindibles que se nos detallan paso a paso y vienen acompañados por fotos de Alain Laboile e ilustraciones de Hifumiyo.
Hacer una trenza, elegir la ropa que debemos ponernos en invierno o en verano, cómo montar en bicicleta, curarnos una herida, hacer la cama, envolver un regalo, lavar los platos o pelar la fruta. Un sinfín de actividades que están clasificadas en diferentes lugares como el cuarto de baño, la habitación, la cocina o el mundo exterior, para guiar a los más pequeños y sus padres (manda huevos que algunos sean tan inútiles).


Mientras lo leía, me he acordado de aquellos manuales fascistas de la Sección Femenina. He sonreído, pues es curioso el paralelismo de los distintos regímenes (cada época tiene los suyos) y las necesidades sociales.
Pues eso, que estoy esperando como agua de mayo el siguiente volumen, que espero que esté dedicado a los temas del decoro diario… Como sentarse en la mesa, cómo masticar la comida, cómo saludar correctamente, cómo dejar el móvil en silencio, cómo apagar los altavoces portátiles y una largo etcétera de normas comportamentales que parecen pasar desapercibidas por todas las generaciones actuales.

viernes, 21 de junio de 2024

Hogares que son bosques


Se aventura el final de curso y toca darle una vuelta a la casa. Después del recogimiento de esos meses que han quedado atrás, empezamos a aventar nuestros hogares. Lavamos las cortinas y los edredones, quitamos el polvo, cambiamos la ropa de los armarios, sacamos brillo a los azulejos, guardamos los abrigos, limpiamos ventanas y persianas, abonamos las plantas y le damos una mano de pintura a manchas y desconchones. Una suerte de ritual que se repite cada año y nos prepara para el estiaje desde la frescura que se respira en una casa limpia y ordenada. Un espacio que, a modo de bosque umbroso, nos acoge en ese largo paréntesis que es el verano.


Ya llegará el otoño y caerán las hojas. Ya llegará el invierno con su manto blanco. Respiremos ahora en mitad de la calma, cojamos aliento para lo venidero. Detengámonos a escuchar el susurro de lo acontecido. Démonos un respiro. Reposemos sin recelo. Siempre tranquilos.

La flor de la maceta
dentro de casa, muy quieta.
Sueña cada mañana
con volver a ser montaña.

***

La partitura del verano
la teje la araña,
la interpretan chicharras,
los sapos y ranas,
la voz de los grillos
e intensas urracas.

Yo solo cierro los ojos
y escucho desde mi ventana:
teje la araña, teje
y la vida canta, canta.

Mar Benegas.
En: Para decir un bosque.
Fotografías de Ima Garmendia.
Ilustraciones de Laura Borràs.
2024. Barcelona: Yekibud.


martes, 18 de junio de 2024

Excusas y más excusas


Cuando el final del curso se acerca, muchos empiezan con las prisas… “¿Te puedo entregar mañana los ejercicios de la recuperación?” “¿De qué iba ese trabajo opcional para subir nota?” “¿Mañana en el recreo puedo hacer el examen del herbario?” “Profe, mi padre quiere hablar contigo para justificarte unas faltas de hace dos meses.”
Yo, que me gusta ponerlos contra las cuerdas, les aprieto un poco las tuercas y no doy mi brazo a torcer a la primera de cambio. Si no, todo sería demasiado fácil… “Podías entregármelos hasta hoy, ¿qué te ha pasado?” “Lo dejé muy bien explicado en ese guión que os entregué hace un mes y medio, ¿es que no lo tienes?” “Mañana justamente tengo otro examen en el recreo, ¿por qué no lo haces hoy? Si total, de hoy a mañana, lo que no te sepas ya…” “Sin ningún problema, pero dile a tu padre que las faltas deben justificarse con la mayor brevedad posible.”


Al instante, toda una lluvia de excusas empiezan a pulular por el aula. Que si una marabunta de termitas gigantes ha devastado todo mi escritorio, que aquel guión fue interceptado por los servicios secretos de Mozambique al pensar que se trataba de un documento de espionaje, que mi madre creyó que los ejemplares de su herbario eran un precioso ramo de flores secas y se lo ha regalado a la vecina del segundo o que el ordenador de mi padre fue devorado por un caimán durante un viaje de negocios a Uruguay.
Tanta inventiva me alegra doblemente. Primero, porque da buena cuenta de que los chavales siguen utilizando el cerebro, y segundo porque tienen el descaro suficiente para enfrentarse a esta vida. Así que, en loor a todos ellos, hoy les regalo un libro que ya tiene unos meses, pero que bien merece salir a la palestra.


Es que me crucé con…, es un libro escrito por Agnès de Lestrade, ilustrado por Joao Vaz de Carvalho y publicado en nuestro país por Petaletras que nos cuenta la conversación entre un padre y su hijo en la que el segundo le propina todo tipo de excusas inverosímiles al primero por haber llegado tarde a una cita. Y es que en el camino, el crío se ha topado con una mariquita que levantaba pesas, una hormiga sobre un orinal, una trucha corriendo o un tucán que se lavaba los dientes.


Con mucho humor, un buen puñado de animales y sencillos pareados, los autores siguen la estela de otros libros de pretextos infantiles (véase el ya clásico No he hecho los deberes porque…) para sumergirse en la subversión infantil y el mundo surrealista. Tomen nota y regálenlo a padres incautos que siempre tienen (o no) ingenio para salirse con la suya.

viernes, 14 de junio de 2024

Cuando todo se hace nada


La esperanza se desinfla cuando todo se hace nada. Y piensas, y piensas. Que ya nada sirve para aventar lo bueno. Que ya nada tiene un ápice de sentido. Ni las chanzas absurdas, ni las palabras sinceras, ni las lágrimas baldías. Cuando la vida te colma de bofetadas, todo se hace nada.


Momentos inertes, instantes baldíos, muchos duelos y más quebrantos. El tiempo se ha ido y no hay quien lo atrape. Recuperarlo ya es inútil por mucho que mi mano aferre tu mano. Nos queda el silencio. Nos quedan los reflejos. Nos queda tan poco, que ojalá fueran sueños.

Yo no tengo brisas
ni robles ni nada.

Vengo de la noche
sin las madrugadas,
vengo, vengo, vengo
de tierras cansadas.

Yo no tengo, tengo,
yo no tengo nada
y duermo mis sueños
en arenas blancas.

***

Y soñé, soñé…
Yo soñé que yo soñaba
con un mundo de colores
y hasta soñé que era cierto,
porque el mundo en que vivía
era un mundo en blanco y negro.

Antonio García Teijeiro.
Yo no tengo brisas / Y soñé, soñé…
En: Y los sueños, sueños son.
Ilustraciones de Susana Rosique.
2022. Valencia: Iglú.


jueves, 13 de junio de 2024

Ahondar en las semejanzas


El vómito se me viene al gaznate cuando los medios de comunicación hacen públicos todo tipo de estudios que miden el nivel de modernidad que ostenta el ciudadano medio. Votaciones, series televisivas, podcasts, programas de acogida… Todo nos hace creer lo bien educados y solidarios que somos gracias a ese empeño institucional que llega a todos los hogares subvencionado por BlackRock y Vanguard. ¡Tururú! Habría que poner cámaras ocultas en algunos patios de vecinos y constatar la hipocresía que llena la boca del lumpen…


- Ay, nena… Tendrías que ver a mi Jesus… ¡Qué buen chico! Es tan majo que tiene un amigo negro, otro moro y otro chino. No hay quien le gane en tolerancia y respeto…
- ¡Qué bien, Chari! Pos mi Yoni ahora se junta con el maricón de la clase y la orientadora ha decidido que le va a dar la medallica al alumno del mes. ¡Qué bien educao lo tengo…!
- ¡No nos falta de na’! ¡Qué afortunadas somos! Y esperemos que por mucho tiempo. Ojalá esa gentuza no les quite el trabajo a nuestros nenes…


Lo verdaderamente triste de un sentimiento que se generaliza entre la ingente masa, es que es ficticio. Porque, créanme, todavía no estamos preparados para hacer frente a esa sociedad plural que todos los progres del globo nos quieren vender, más que nada porque la envidia prima en este planeta y la solidaridad se vende como un reclamo más del capitalismo abyecto que nos consume.
El rechazo a lo diferente, a lo minoritario, es el pan de cada día. En la cola del supermercado, en el aula de 1º A y en las reuniones de trabajo, toparse con alguien extraño, siempre, en un primer instante, despierta un cierto recelo… Mientras tanto, las matrículas en los centros concertados suben como la espuma, los seguros en materia sanitaria aumentan exponencialmente y las diferencias entre centro y periferia se hacen más notables. Y quien diga que no, es sencillamente necio.
Si lo pensamos bien, muchos libros que tratan esta problemática, son demasiado explícitos y, en parte, también nos empujan a ahondar en las propias diferencias humanas (he aquí las paradojas de muchas lavativas cerebrales que nos ofrezcan en esa llamada esfera cultural). No obstante, a veces uno encuentra libritos multikulti (así los llaman los alemanes, pioneros en eso de lavarse los pecados tras cargarse a más de cinco millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial) que tienen un puntito de elegancia, se centran en las semejanzas y abordan este tema sin esa vis política que tanto gusta en estos círculos buenistas. Véanse aquí tres ejemplos.


Empezamos esta pequeña retahíla. Con estos pelos, un libro de Julia Talaga y Agata Krolak, la editorial Tutifruti se adentra en el universo del cabello para, de una manera ligeramente encubierta, proponernos un juego de observación en el que el pelaje de diferentes personas es la excusa perfecta para hablarnos de diferentes formas de ser y parecer.


Irene, Jeremías, Montse, Rebeca o Pedro son algunos de los personajes que protagonizan las pequeñas historias que se suceden en cada doble página y que nos presentan diferentes situaciones cotidianas en las que un pequeño microcosmos queda articulado por diferentes líneas discursivas que se compenetran en un álbum coral. Peinarse antes de ir al colegio, usar un gorro para nadar, un moño para bailar, imaginarse una cresta o lavarlo antes de irse a la cama son gestos y acciones que muchas personas pueden llevar a cabo independientemente de su procedencia o credo.


Como ya he dicho en otras ocasiones, yo hubiera prescindido del subtítulo y la perorata final de Aga Nuckowski. Me entusiasma la idea de que el lector se haga su propia composición de lugar utilizando las imágenes, un mosaico mental en el que conviven diferentes fisionomías y formas de ser y parecer. No obstante, también entiendo que la editorial haya tenido a bien respetar la edición primigenia. De todos modos, no pasa nada, pues el lector siempre puede hacer caso omiso de esta última doble página y disfrutar con sus apreciaciones con este gran libro.


Soledad Romero Mariño y Mariona Cabassa firman Somos, el segundo álbum de esta tanda y publicado por Juventud. En él y siguiendo la misma línea que el resto, se ahonda en la idea de que todos, independientemente de nuestro origen, compartimos un acervo común de circunstancias. Todos venimos de la unión de un óvulo y un espermatozoide, tenemos un cuerpo similar o nuestra fisiología es más o menos la misma. 


Acompañado de unas imágenes coloristas y muy simbólicas, el texto se articula con un juego tipográfico donde mayúsculas y minúsculas, negritas y letras normales nos van presentando una característica común a todos los seres humanos para desarrollarla más tarde gracias a ejemplos cercanos y sencillos.


Poético y simbólico, no solo se adentra en lo material, sino también lo que no vemos. Emociones, sentimientos, miedos y deseos también tienen su espacio en un libro positivista que con poca moralina (cosa que se agradece) nos habla de la especie humana en sus facetas más genéricas.


El penúltimo título de esta pequeña selección es un álbum de la editorial Gato Sueco que encontré por casualidad en una librería. Todo el mundo alguna vez... escrito e ilustrado por la finlandesa Liisa Kallio, se adentra en esas pequeñas cosas que compartimos los seres humanos y, a modo de hilo invisible, nos acercan los unos a los otros.


Adultos, ancianos y muchos niños llenan las páginas de este álbum con situaciones muy cercanas donde el juego, el estudio y los quehaceres cotidianos establecen escenarios para hablar de la soledad, la alegría, la frustración o la tristeza. Emociones y actividades que todos hemos experimentado y realizado en mayor o menor grado y que también nos permiten acercarnos a los que sienten como nosotros. 


Ilustraciones con mucho desenfado que utilizan ceras y lápices de colores para crear un buen puñado de personajes que son el vehículo (y el reflejo... ya saben que los libros son espejos... y también ventanas) de esa diversidad de sensaciones y estares que nos laceran a todos sin excepción. Y si no, vamos poniéndonos en situación para cuando nos toque, que seguro que nos llega la hora tarde o temprano.


Termino con Lo que nos hace humanos, el libro escrito por Víctor D. O. Santos e ilustrado por Anna Forlati que ha publicado La Maleta en colaboración con la Unesco y que sirve de portada a este pequeño post. De excelente factura, este libro que va en la línea de los anteriores, va paso a paso, desvelando poco a poco qué es eso que tan diferentes, pero tan iguales nos hace.


Con una mirada poética de gran calidad, el escritor de origen brasileño y la ilustradora italiana recurren al simbolismo y las metáforas para hilvanar, gracias a motivos como la torre de Babel, alusiones a las nuevas tecnologías y, sobre todo, las palabras, una defensa del lenguaje como elemento de unión entre razas y pueblos terrícolas. 


Si bien es cierto que en otros libros prescindiría de las consideraciones más o menos institucionales, en este caso pongo en valor el pequeño epílogo que aporta unas notas expositivas sobre la temática del libro, los autores y el fin de una publicación de este tipo, ya que, además de hacer de él un libro a caballo entre la ficción y la no ficción, da pie a una continuidad en otros contextos, sean estos académicos o no.

P.S.: ¡Se me olvidaba! Estos cuatro títulos pueden enlazar perfectamente con otros dos que ya reseñé AQUÍ ¡Échales un ojo porque merecen mucho la pena!

miércoles, 12 de junio de 2024

Ausencias paternas


Nadie puede decirme que las familias desestructuradas no son el comodín del público. Que has violado a tropecientas chicas. Familia desestructurada. Que sufres de alcoholismo o eres un ludópata. Familia desestructurada. Que tus calificaciones son paupérrimas. Familia desestructurada. Que eres alérgico al huevo y la lactosa. ¿Familia desestructurada?
Si bien es cierto que estamos en una época socialmente convulsa en la que divorcios, padres solteros, adultos super-ocupados y abundancia de caprichos son las bases de la vida familiar, también hay que apuntar a la deriva victimista que ha tomado esa denominación, toda una coartada para dar explicación a cualquier diatriba infanto-juvenil que se precie.


Si los niños no tienen ninguna responsabilidad en su comportamiento, son seres inocentes e inconscientes y actúan desde la más absoluta impunidad, los padres no se quedan atrás. A base de ansiolíticos, terapeutas y meditación ayurvédica, nos han colado esa de que ser padre es más complicado que ejercer de CEO en una auditora internacional y que los hijos son piezas de ingeniería extraterrestre. 
Menos mal que los que nos dedicamos a las criaturas sabemos de sobra cómo funciona el cotarro y confiamos en la capacidad de los chiquillos para sobrevivir ante tanto despropósito. Al final va a llevar razón un compañero con aquello de que da igual los que tengas, porque se crían solos o, al menos, se acostumbran a todo. Prueba de ello es el libro de hoy.


El hijo del astronauta es un álbum de Elena Val recién publicado por la editorial Ekaré en el que se nos cuenta la historia de un chaval al que conoce todo el barrio. Su padre es astronauta y hace mucho tiempo que no lo ve. Por eso se dedica a fantasear con su vuelta y con todo lo que harían juntos, como jugar con un balón enorme o sumergirse en mitad del océano.


Con una puesta en escena muy colorista y nocturna (la luna, la luna, siempre la luna) este álbum tiene un punto muy enigmático, ya que no sabríamos decir muy bien donde esta ese padre. Me despista su narrativa. Por un lado busco el detalle que me revele su paradero, pero por otro, pienso que no hay ni trampa ni cartón y realmente está en la estación espacial internacional prestando sus servicios durante una larga temporada.


Al mismo tiempo encontramos montones de detalles hermosos. La superficie de nuestro satélite se dibuja en la sopa que llena el plato, los columpios adoptan la forma de  un cohete, fotografías de astronautas que cubren las paredes y el pez, ese pez que el niño abraza en la portadilla… Todo un sinfín de referencias que nos hacen alunizar junto a su protagonista y nos trasladan a universo tan onírico como metafórico.


Un libro que indaga en los deseos de un hijo cuya figura paterna está ausente. ¿Habrá muerto? ¿Trabajará lejos? ¿Existirá? ¿Nos da igual? Simplemente es el interruptor que desata un discurso que ahonda en el poder de la imaginación, en esa capacidad homeostática de los niños, de darle la vuelta a una realidad que la mayor parte de las veces es dolorosa. O bueno... quizá el niño vive tan en la luna que el astronauta es él mismo. Todo es posible. Y eso me gusta.

lunes, 10 de junio de 2024

Depresión y esperanza


Generalmente asociamos las depresiones a momentos duros de la vida. Situaciones estresantes o traumas son asumidos como causas tradicionales de este trastorno mental caracterizado por un bajo estado anímico en el que la tristeza y los vaivenes comportamentales son sus principales síntomas.
Si bien es cierto que en muchos casos esto sucede así, estudios más recientes también apuntan a factores genéticos, biológicos y sociales. Y no es de extrañar, pues siempre hemos constatado que las mujeres o los miembros de la misma familia se han visto abocados a esta patología. Sin embargo, lo más peliagudo del asunto llega con el desarrollo de las sociedades posmodernas.
Divorcios, familias monoparentales, hijos descontrolados, compromisos laborales, avances médicos y tecnológicos, redes sociales… Nuestras vidas han dado un vuelco de trescientos sesenta grados y la brújula ha salido loca buscando el norte. Aspiraciones, deseos y frustraciones se nutren de una amalgama conceptual que nada tiene que ver con esa de antaño en la que todo era más lineal y fácil. El ser humano es el mismo, pero su forma de ver la realidad ha quedado distorsionada por una serie de teclas mucho más incontrolables.
¿Qué podemos hacer ante eso? Poner orden, mucho orden. ¿Cómo? Entender lo que sucede a nuestro alrededor es una tarea casi imposible, así que lo más fácil es tener claro el camino, priorizar, actuar con determinación y, sobre todo, hacer lo que más nos plazca. Está comprobado que bregar con la ingente cantidad de posibilidades que nos ofrece este sistema, es poco productivo y embrolla la vida más todavía.


Y tomando la directa, llego a uno de los álbumes más exquisitos de esta primavera gracias al buen hacer de la editorial Galimatazo. Bucear en verano, de Sara Stridsberg y Sara Lundberg, es uno de esos álbumes complejos que exploran lo intrincado de las relaciones humanas desde una perspectiva infantil muy sugerente. Colores vibrantes, personajes muy potentes y una narración en primera persona articulan una idea tan hermosa como extraña donde la familia, la amistad y los trastornos mentales son el hilo conductor.


El padre de Zoe se ha marchado y el tiempo trascurre hasta que ella y su madre van a visitarlo al psiquiátrico. Su padre no tiene ganas de vivir. Durante una partida de ajedrez conoce a Sabina, una mujer que padece un tipo de esquizofrenia. Un día, su padre les comunica que no quiere más visitas, pero Zoe, desoyendo sus palabras continua yendo a aquel lugar y entabla amistad con Sabina. Es verano y quiere cruzar el océano Pacífico a nado, así que juntas comienzan a entrenar…


Todo en este libro es cautivador, desde el texto a las ilustraciones. Aguadas que recuerdan al agua marina, un collar de perlas azules con gran simbología, guiños a ¿Escher?, a ¿Jimmy Liao?, una alternancia de planos que imprime acción y una portada sublime (es imposible no caer rendido a esas dos miradas) son algunos de los recursos narrativos que enriquecen una historia cruda pero llena de esperanza.

viernes, 7 de junio de 2024

Profundo


Jondo procede de hondo. A veces me pierdo en lo jondo y otras en lo hondo. Quizá en la una encuentre más poesía, quizá en la otra me precipite de manera súbita. Una palabra que siempre acompaña al flamenco, ese arte que llevo disfrutando toda la vida gracias a mi padre. Quizá pueda hacerse extensivo a más parcelas de la vida, pues no todo habita la superficialidad y, en esa amalgama extraña de sentidos y sinsentidos, de palabras que pronunciamos y que quedan por pronunciar, de repente hallamos en la profundidad del abismo nuestro lado más monstruoso, más humano.

Lo hondo será mañana la zanja,
el hoyo, el barranco, el surco.

Será donde beban las raíces
en la tierra vieja.

Será la espesura del bosque,
la pisada en la nube.

Será donde perder pie en el río,
hundirse en la nieve recién caída.

Será el vértigo de lo negro.
Será una garganta.

Será un pozo donde mirarse a los ojos la luna
y las estrellas.

Isabel Cobo.
Lo hondo.
En: Mañana.
Ilustraciones de Raquel Marín.
2024. Pontevedra: Kalandraka.


jueves, 6 de junio de 2024

Aprender, transformar y crear


Algunos nos pasamos la vida aprendiendo. De esto, de aquello y de lo de más allá. Invertimos nuestro tiempo y dinero en recibir cursos, leemos con voracidad manuales y artículos y debatimos con otros compañeros en pro de un ejercicio articulado y completo. Sin embargo, llega un momento en esa vida formativa en el que, por mucho que nos empeñemos, ya no conseguimos empaparnos de grandes conocimientos.
¿Acaso lo sabremos todo? ¿Hemos llegado a la cumbre de la sabiduría? Ni mucho menos. El aprendizaje experimenta una curva logarítmica en la que se observan tres fases, una inicial en la que los conocimientos se adquieren muy rápidamente, otra intermedia en la que nuestra capacidad para añadir elementos novedosos disminuye, y una última en la que alcanzamos el límite y donde las nuevas aportaciones son testimoniales.


Ese es el momento de recurrir a los grandes. Vivos o muertos, quienes han contribuido de un modo superlativo a una determinada disciplina son los únicos con cierta capacidad para hacernos reflexionar sobre lo que podemos aportar a esa parcela concreta llamada ilustración, astrofísica o neurociencia.
Sumergirse en su obra, darles vueltas y experimentar sobre ellos es un plan más que apetecible en ese afán constructivo por el que muchos nos pirramos. Cajal nunca hubiera descubierto la neurona si no hubiera mejorado las tinciones de Camilo Golgi, ni James Joyce podría haber hilvanado su Ulysses sin la Odisea de Homero. Revisitar el canon, los clásicos, nos ayuda a repensar todo aquello que hemos aprendido.


Este debe ser el motivo por el que Imapla (sobrenombre de Inma Pla) se ha atrevido con un proyecto basado en dos grandes autores de LIJ como Hans Christian Andersen y Leo Lionni. La patita fea, un álbum publicado por Océano Travesía, surge del empeño de la autora y la compañía de Daniel Goldin, uno de los grandes en la edición infantil y juvenil.
Tomando como punto de partida el clásico de Andersen pero cambiando el género de su protagonista, Imapla nos cuenta la historia de una pata que pone uno, dos, tres, cuatro y cinco huevos, los empolla y tiene ¿seis? Patitos, de los cuales, la última es grande y desgarbada. Como no se siente a gusto en su familia, la patita decide marcharse y descubrir el mundo exterior.


Si bien es cierto que en el inicio reverbera en cuento de Andersen, conforme empezamos a pasar las páginas, observamos los giros típicos de una autora que juega con nosotros a golpe de unos recursos narrativos muy gráficos que suenan a Lionni. Manchas de colores circulares que recuerdan a Pequeño azul y pequeño amarillo se funden en una algarabía que rompe el marco de lectura y nos ofrece con surrealismo nuevos puntos de vista con los que interpretar al pato que se transformó en cisne.


Metáforas visuales, composiciones estudiadas y mucho minimalismo se articulan para crear un divertimento que a un mismo tiempo nos confunde y nos abre nuevas puertas con las que desbordar el discurso sin ese punto constructivista que tanto gusta en el ámbito de la LIJ. Transformar y crear. Dos verbos fundamentales para hablar de un álbum que probablemente pasará desapercibido para el gran público pero que bien merece un aplauso.