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miércoles, 28 de mayo de 2025

El superpoder del aguacate


El aguacate está de moda. Con su textura mantecosa y su sabor entre dulce y salado lo han convertido en un imprescindible de los desayunos, almuerzos y cenas de medio planeta. ¡Y eso que no es barato! Yo diría que es una de las frutas más rentables hoy en día.
Es el fruto de un arbolito de unos 10-15 metros que los biólogos bautizamos como Persea americana, pues tiene su origen en el continente transatlántico. La palta o el avocado, que así lo llaman por aquellos lares, es una baya con su cáscara, su pulpa carnosa y su pipa (¿No les recuerda a la uva, el arándano o la calabaza? Pues son lo mismo).


Como decía aquella, además de contener “potatsio”, “potatsio”, mucho “potatsio”, el aguacate se considera un superalimento (inventos nutricionales, tú sabes…) por ser una fuente de fibra y grasa vegetal que, además de calorías en forma de ácidos grasos monoinsaturados, aporta vitaminas E, A, B1, B2 y B3. En menor proporción, también contiene proteínas, magnesio y vitamina C.
Aunque en España los consumimos sobre las tostadas, en las ensaladas o en forma de guacamole, el Sudamérica se lo comen de montones de formas. Rellenos de vegetales y pescado, acompañando asados, mezclados con leche o acompañados de azúcar. El caso es que es un ingrediente muy conocido en la gastronomía del Nuevo Mundo.


Con más de una veintena de variedades, el aguacate viven en altitudes medias y altas con un clima tropical o subtropical (inviernos suaves, por favor. Si las heladas abundan en su zona, ni se les ocurra plantarlo). En nuestras latitudes es famosa la comarca de la Axarquía, en Málaga, la mayor productora de aguacate de Europa.
No se alegren, pues en él, no todo son bondades. El elevado consumo de aguacate durante los últimos años ha provocado su plantación masiva en zonas inapropiadas. Esto ha tenido como consecuencia crisis hídricas en zonas con recursos limitados como California y Chile (tomemos nota) o la deforestación de sierras fértiles en México. También hay que añadir su impacto sobre la atmósfera debido a las exportaciones masivas (el transporte y sus hidrocarburos…).


Y con mucho sabor, llegamos a Bebeguacate, un clásico de John Burningham que acaba de publicar en nuestra lengua la editorial Galimatazo. Publicado originalmente hace más de cuarenta años, este álbum nos cuenta las miserias de los Hargraves, una familia de enclenques que espera con ansia que su quinto miembro nazca más grande y fuerte que sus padres y hermanos. Pero como de tal palo, tal astilla, la criatura es bastante pequeñajo y no traga como ellos esperan. Su madre, preocupada, encuentra un aguacate en el frutero y decide dárselo para ver si la criatura come un poco. Tras zampárselo, todo cambia y, sorprendentemente, el bebé desarrolla una fuerza sobrehumana. ¿Qué pasará entonces?


Como en otras de sus historias, el genio inglés del álbum ilustrado incluye elementos mágicos que funcionan a modo de resorte, interruptores de un universo lleno de fantasía y surrealismo que descontextualiza lo esperado y lo transforma en aventura. Probablemente la idea surgió en un tiempo en el que los aguacates no eran nada comunes en los supermercados del Reino Unido, una fruta exótica con propiedades desconocidas que había que explorar. Sería la pitahaya de nuestros días.
Sobre la técnica empleada, además de las tradicionales plumilla y acuarela, podemos apuntar al collage de las guardas (esas laminas botánicas antiguas intervenidas me parecen maravillosas) o destacar recursos narrativos como las viñetas seriadas propias del cómic que imprimen dinamismo a la historia.


Seguramente muchos padres verán en este libro una alegato a la comida sana (ya saben… dichoso utilitarismo…), pero yo prefiero perderme en esa metáfora sobre la infancia poderosa que se erige salvadora de un universo adulto insulso y asustadizo. Una especie de redención que, aderezada con mucho humor, busca colocar a los niños en un punto estratégico desde el que divisar las miserias familiares. Una buena excusa para hincharse a guacamole, ¿no creen?

lunes, 26 de mayo de 2025

La suerte de la fea...


"La suerte de la fea, la guapa la desea". Una frase que viene al pelo teniendo en cuenta cómo está el patio. Tanto es así, que el otro día, haciendo scrolling en Instagram, me apareció uno de esos entrenadores emocionales que defendía a un buenorro metido a llorón. El guaperas estaba siendo linchado por sus followers a cuenta de unas declaraciones en las que confesaba el descontento con su físico, pues a pesar de encuadrarse dentro de lo normativo, no se reconocía a sí mismo como el it-boy que era.


La fantasía no era pequeña y la encontré realmente sugerente, pues estas paradojas de la vida moderna me mantienen boquiabierto día tras día. La banalidad inunda las redes sociales y se desborda entre una chusma cada día más estúpida. Gente que rellena su vida inerte con fuegos de artificio y mucho confeti buscando la aprobación de sus iguales para no pegarse un tiro, mientras alardean de vulnerabilidad y falsa modestia. ¿En serio?
No me extraña que un tío del montón, pero con la cabeza bien amueblada se coma con patatas a este tipo de elementos cuya máxima es inspirar en los demás pena y admiración a partes iguales. Ante algo así es inevitable salir corriendo. Y quien no lo haga, que dios le pille confesado, porque acabar con un ególatra metido a donnadie puede causar una muerte lenta y agónica.


¿La legona o la fregona? Elige. Cualquiera podrá quitarte la tontería. Y si no, te la quito yo a golpe de lanzallamas, que eso de quemaros a lo bonzo da mucho gustirrinín. Además, yo soy más partidario de la gente que me hace reír. Normalitos, con alegría y buena conversación.  Me podrían encuadrar en diversexual o demisexual, que las amebas y las esponjas me inspiran más bien poco. Yo necesito charlar en igualdad. Y si lo que quieres son palmeros, practica el cante jondo, que yo no estoy dispuesto a acompañarte a ningún tablao.


Hablando de guapos de cara, llegamos a La bella Griselda de Isol, un librito que acaba de ser reeditado por la editorial Takatuka y hay que reseñarlo como merece. Para quien no conozca esta historia le diré que tiene como protagonista a Griselda, la doncella más guapa del reino. Su belleza no tiene parangón y hombre que la mira, hombre que acaba decapitado. Ella, orgullosa y divertida, cuelga de las paredes la testa de todos ellos a modo de ¿trofeo? Como ninguno le dura un asalto y lo que ella quiere es enamorarse, encuentra la forma: engatusar al chico más miope del lugar. Tras un breve noviazgo, el gachó tiene la misma suerte que el resto, pero la deja embarazada y…


Además de construir una alegoría evidente sobre los daños colaterales de la belleza, la importancia de la humildad o el poder de lo insignificante, la autora argentina crea un relato complejo donde caben otras interpretaciones, léanse la escala de prioridades que establece cada individuo, la incesante búsqueda de la maternidad y las consecuencias de esta. Un discurso con muchos rincones en los que hurgar, encontrar sorpresas y, sobre todo, simpatía, esa misma que triunfa ante tanta vanidad.


Pasiones extremas y amores imposibles en un álbum teñido de cobalto, oro y estampados digitales en el que luces y sombras, estampas diurnas y nocturnas, interiores palaciegos y exteriores medievales enmarcan una historia con guiños a Cenicienta o el jinete sin cabeza de la mitología irlandesa.


Sí. Isol le da una vuelta de tuerca a muchos cuentos tradicionales empezando por la portada, una en la que aparece la protagonista mirándose en un espejo… ¿Acaso no les recuerda a la malvada madrastra de Blancanieves? ¿La misma que pugnaba por el trono de la belleza con su hijastra? Es un buen punto de partida, pues, como veremos más tarde, Griselda quedará destronada por quien menos se lo espera. ¿Le importa? ¿Se enfurece? Fíjense bien en la expresión de su rostro. A mi juicio, parece más que satisfecha...

viernes, 16 de mayo de 2025

Juegos lingüísticos


El que no juega es porque no quiere. Y muchos dirán que no siempre, pues hay mucha gente que no tiene acceso a balones, videoconsolas o fichas de ajedrez. Y yo replicaré que el juego, como bien indica Stern en su libro Jugar (Litera), “el juego es la única interfaz entre el mundo real y el mundo imaginario”. Esto quiere decir que el juego es una mera conexión entre dos ámbitos cualesquiera. Y no necesariamente se refiere a lo material, a los objetos, sino que lo inmaterial también bebe del juego. 


Fíjense en las palabras y sus juegos retóricos. El calambur, el malapropismo, el oxímoron o el palíndromo. Diferentes formas de girar, remover y liar consonantes y vocales para que nuestro universo reaccione con una sonrisa porque el juego nos ha provisto de su sorprendente magia. Como toda la que encierra el libro de hoy, un poemario inspirado en el oulipo, un movimiento literario francés que usó en la década de los 60 las matemáticas para crear nuevas forma de expresión. Lo dicho: ¡Jueguen!

Por la senda va un danés,
va en camino, sin camión,
desde Roma hasta el amor.
Dice alegre: “El árbol labro
para acombar lo macabro”.
Y muerde muy fuerte: “Roí el río”
y canta en el nido: “Pió el pío”.
Parece que al amar la rama,
Él al águila se igualaba.
Pues parlaba la palabra:
¡Se amargarán!, ¡anagrama!
Un mapeo es este poema:
todas las letras apenas pasean.
Sigue la senda de este danés,
con cuidado no pise tus pies.

***

PIOUN PIOPÁPIOJAPIORO
PIOCANPIOTA
PIOY PIOSUS PIOMAPIOLES
PIOESPIOPANPIOTA

PIOMAS PIOSI PIOCANPIOTA PIOUN
PIORUIPIOSEPIOÑOR
PIOTOPIODO PIOSE PIOLLEPIONA
PIODE PIOAPIOMOR

Mar Benegas.
Amagarán anagrama y Pajarístico
En: Con las botas de la A.
Ilustraciones de Olga Capdevila.
2025. Barcelona: A buen paso.



lunes, 12 de mayo de 2025

Rabia, tristeza y lodo


El que piense que las relaciones familiares son muy sencillas, que levante la mano para que los demás podamos apedrearlo… Y lo digo muy en serio porque teniendo en cuenta como está el patio, lo más normal es que los parientes se tiren los trastos a la cabeza y riñan por cualquier estupidez. Herencias, cuñados, yernos… cualquier excusa es buena para ahondar en relaciones complejas que, a golpe de infancia, se van enquistando.


Y es que eso de que todos los hijos, padres, sobrinos y nietos son iguales es una mentira como una catedral. La típica coletilla que todos nos aprendemos para no hacer distinciones y evitar los conflictos con algo de diplomacia. Si todos somos diferentes, ¿cómo vamos a desempeñar el mismo papel en la tribu, en la mínima expresión social?
Hay hijos que son más cariñosos y otros que viven con el morro torcido, nietos que se prestan a cualquier recado y nietos que pasan de todo, abuelos que cuidan de todos los nietos y los que sirven a unos pocos elegidos. Hay tantas variantes que no podemos ser equidistantes con cualquiera por el mero hecho de compartir un porcentaje de nuestros genes. Y la gente debe ser consciente de esta realidad.


Eso no quita para que la familia duela y podamos echarle un cable, pues a fin de cuentas, hemos compartido mucho tiempo, sobre todo el de la niñez, ese cúmulo de circunstancias que nos moldean hacia el futuro. Sí, la infancia: ¿El germen de nuestras miserias o un espacio reflexivo? Cada uno que elija su camino, que bastante tenemos como para andar con reproches familiares. Lo decimos yo y la Alemagna, en su último libro.


Cada tarde, Sen se acerca al colegio para recoger a su hermana pequeña, Yuki. Todos los días la misma ceremonia; Sen le da las llaves de casa, se esconde bajo su capucha y camina a tres kilómetros por delante de ella. Hasta que un día, Yuki, llena de cólera, decide tirar las llaves por la alcantarilla para darle una lección a su hermano. Lo que en principio parece un acto de venganza por el desprecio fraterno, se convertirá en el comienzo de una aventura a través de un misterioso reino gobernado por Su Alteza Lodo, Princesa de Barro, un personaje que, mostrándole los rincones de su territorio, también le permitirá indagar en sus sentimientos más oscuros.


En este libro publicado por A buen paso), Beatrice Alemagna además de utilizar sus característicos colores neón (para el álbum que nos ocupa el elegido ha sido el verde) y explorar las relaciones familiares, recrea un universo muy particular en el que podemos encontrar guiños a la Alicia de Carroll (a día de hoy, un desagüe equivaldría a ese hueco en el árbol por el que huye el Conejo Blanco), La reina de las nieves de Andersen (en una versión más subterránea) o a los universos oníricos de Miyazaki (no me dirán que los moquitos no se parecen a los kodamas de La princesa Mononoke pero en su versión más oscura y untuosa).
El barro, la suciedad, la basura y los desechos se amontonan en un espacio claustrofóbico que, a modo de estercolero emocional, va consumiendo a nuestra protagonista en una mezcla de ira, rabia y tristeza que chorrea por las paredes de ese reino tan infecto como necesario.


A pesar de lo complicado del tema, la autora italiana consigue hilar una historia con muchas fisuras por las que asomarse como protagonistas o como espectadores. La Jungla negra, el Lagondite, el Museo de los detestables o la Rabioteca. Todo articula un recorrido por las diferentes emociones de Yuki que se desbaratan gracias al grito ¿auxiliador? ¿liberador? ¿culpable? de su hermano y culminan con esa escena en un balcón desde el que se divisa el exterior. ¿Pero saben que es lo más bonito de todo? Que ningún adulto se asoma a las escenas para mediar en el conflicto, y eso, dados los tiempos que corren, es maravilloso.

jueves, 8 de mayo de 2025

Filosofía animal


La filosofía está de moda. O eso quieren hacernos creer. Aunque las neuronas de muchas personas se fueron de vacaciones y nunca regresaron a esta dimensión, un reducido número de adultos está empeñado en hacerla salir a flote. No sé si saben muy bien lo que hacen, pues a más de uno eso de pensar le ha costado la salud y los cuartos, pero nunca está de más intentarlo por varias razones.


La primera es que la filosofía es una forma de explorar la verdad, ansía conocer el universo que nos rodea gracias al pensamiento crítico, uno que siempre es necesario. Si bien es cierto que muchos se meten en camisas de once varas dándole al coco, suele ayudar a analizar información, evaluarla y cuestionar muchas opiniones. En cierto modo te ofrece libertad ya que te aleja de esa manipulación que se ha convertido santo y seña de la posmodernidad.
En segundo lugar hay que hablar de su relación con las disciplinas científicas y humanísticas. Matemáticas, ciencias experimentales, ciencias naturales, arte o historia. Todas se alimentan de un germen filosófico en el que metafísica, lógica, estética o política tienen mucho que decirnos. Así, entender mínimamente las bases filosóficas, nos aproxima mejor a diferentes campos del conocimiento.


Por último, los que piensan, los que pensamos (a veces me gusta incluirme en esta categoría a pesar de mis reiterados errores) nos adaptamos mejor a las situaciones que nos rodean y nos manejamos mejor ante la adversidad, algo que nos sitúa en cierta posición de privilegio, pues sabemos el poder que tenemos sobre aquellos que hacen las cosas al tuntún, gente ignorante que no sabe dónde tiene la mano izquierda u otros seres vivos que no poseen esta capacidad.


Seguramente, Dipacho ha seguido un camino menos analítico para dar vida a sus Preguntas animales, un libro que acaba de publicar Apila, la editorial maña que va un poco por libre (afortunadamente), y que se interna en el mundo del interrogante.
¿Hay animales manchados o manchas en los animales? ¿Se puede ser entomólogo de insectos inventados? ¿Es un boceto de animal un animal de verdad? ¿En dónde se puede hacer avistamiento de animales invisibles? Más de cien preguntas como estas nos presenta el autor colombiano gracias a un zoológico con una estética muy chocante.


Así, en cada doble página, aparece un buen puñado de cuestiones referidas a un grupo de imágenes que, de un modo u otro, recuerdan a las formas del reino animal realizadas con técnicas y estilos muy variados.
Manchas desdibujadas, quimeras digitales o garabatos sinuosos recrean aves, insectos o roedores que nos invitan a darle al coco mientras pasamos las páginas gracias a un juego de perspectiva estética que me ha sugerido cierto dilema en lo que a híbridos de ficción y no ficción se refiere (¿Un álbum que no plantea respuestas puede ser un álbum informativo? ¿Cualquier respuesta infundada sirve como respuesta en un universo no ficcional?).
Sea como fuere yo continuaré filosofando sin demasiado fuste y a golpe de imaginación, que bien vale un mundo, el de Dipacho o el mío.

miércoles, 7 de mayo de 2025

Quien fuera piedra...


El otro día andábamos de charla. Tocaba hablar de hijos y el Josean comentó que las suyas, cuando se acercaba el fin de semana, lo primero que hacían era preguntarle qué programa de actividades les había preparado para los próximos días. Ellas daban por hecho que su padre era un mero monitor cuyo objetivo en la vida era entretenerlas durante sus ratos libres para no conocer las leyes de la estática.


No me extraña que las nenas se hicieran esas cábalas, pues como manda la vida familiar occidental actual, cualquier hijo que se precie de serlo, debe estar a sus once vicios y disfrutar de una agenda propia de cualquier aristócrata. Clases extraescolares, deportes en equipo, fiestas de cumpleaños, viajes, parques de atracciones, playa, montaña, quads y todo tipo de eventos configuran el día a día de criaturas que no levantan tres palmos del suelo.


Trajín y más trajín. Los chiquillos le temen al aburrimiento como una vara verde y, mientras el dietario está a la altura del de Sissi emperatriz, pierden la capacidad de disfrutar de aficiones que, lejos de ese dinamismo al que se orienta todo, se relacionan más con uno mismo y el disfrute individual, véanse pintura, botánica o lectura.
Si a ello añadimos que, hoy en día, cualquier pasatiempo tiene que convertirse en un acto social sobre el que cualquiera puede opinar o alardear, la cuesta es todavía más empinada. Todo tiene que ser público y visible. Si lo que haces no se comparte, no es divertido, una especie de abominación que termina por engullir cualquier ocupación íntima.


“Serenidad, quietud, reflexión… ¡Ni que fuéramos piedras!” Dice aquel. “¡Que las piedras tienen una vida muy rica, melón!” Digo yo. “Y si no me crees, presta atención a los dos libros que te traigo hoy.”


El primero es ¡Hola, piedra!, un álbum de Giuseppe Caliceti ilustrado por Noemi Vola y editado en nuestra lengua por Limonero. En él, una niña que pasea con una especie de sapo, se encuentra con una piedra y, lejos de permanecer calla, comienza a freírla a preguntas. La piedra, como buena piedra, al principio le contesta con monosílabos, pero poco a poco, se va soltando y la involucra en un diálogo muy sugerente.


Desde lo exploratorio (ya saben que a los niños les encanta investigar todo), se nos presenta una historia de autoconocimiento a base de una entrevista que, si bien puede parecernos simpática e inocente, alberga mucho sentido, no solo sobre las piedras que nos rodean, sino sobre el paso del tiempo, el mundo conocido y el que desconocemos (¿Ven a ese extraterrestre?).


Con las sugerentes imágenes de Noemi Vola, este viaje iniciático que transita por el surrealismo, el existencialismo y cuestiones un tanto metafísicas, se enriquece de elementos que complementan un discurso que puede ser recorrido por lectores de cualquier edad. Lo que unos ven con unas lentes, los otros lo miran desde otra perspectiva. Es lo que tienen los álbumes con muchas capas de significado.


El segundo es Las tres piedras, un álbum del siempre elocuente Olivier Tallec que se ha publicado en nuestro país gracias a Bira Biro. En él se cuenta la historia de tres piedras que habitan la cima de una montaña. Por culpa del destino, van cayendo a cotas inferiores. Rayos, ráfagas de viento, el curso del agua y unos cuantos animales se cruzan en su aparente quietud y, sin quererlo ni beberlo, van dibujando nuevos escenarios vitales para estas rocas que, ojipláticas, viven con resignación los nuevos panoramas que les depara la suerte.


Aunque parezca una broma sinsentido (lo inerte siempre lo parece), el autor francés explora numerosos conceptos como la gravedad, lo circunstancial, el privilegio y la pérdida de status, e incluso la capacidad de adaptación. Y si no quieren ver nada de esto, disfruten de lo absurdo, que también tiene su punto.


Me llama poderosamente la atención la sinergia entre el silencio que desprenden unos personajes tan bien caracterizados (su mirada impasible lo dice todo) y ese narrador que ahonda en los detalles que enriquecen una historia que a muchos les puede resultar insulsa. Ese humor que me recuerda al cine mudo tiene muchas dobleces, no solo porque abre muchas rendijas por las que asomarse, sino porque aporta ligereza a un discurso muy potente.

lunes, 5 de mayo de 2025

Un libro de Flandes


Durante mi último viaje por Europa, aparte de mucho chocolate y buena cerveza, me he topado con un hallazgo LIJero.
Andaba yo paseando por Amberes cuando, en la puerta de su catedral, divisé sobre el suelo una estatua de mármol que representaba a un niño durmiendo encima de su perro y cobijados ambos por un manto de adoquines. La gente se hacía fotos y los chiquillos lo utilizaban como zona de recreo.
Me acerqué a leer la placa conmemorativa adyacente y, como sospechaba, se trataba de un homenaje al libro Un perro de Flandes, novela escrita en 1872 por la autora inglesa Marie Louise de la Rameé, también conocida como Ouida.


En ella nos cuenta la historia de Nello, un muchacho que queda huérfano a los dos años y del que su abuelo, Jehann Daas, se hace cargo. Un día, se encuentran con un perro que ha sido apaleado. A pique de perder la vida, Nello y su abuelo lo cuidan y, Patrasche, que así lo llaman, se recupera y les ayuda con el reparto de leche todas las mañanas.


La vida sigue y Nello se enamora de Aloise, la hija de un adinerado que no quiere un pobre como yerno. Pero Nello, analfabeto pero con buenas dotes para el dibujo, se presenta a un concurso artístico con la esperanza de ganar los doscientos francos del primer premio. Como nunca hay justicia para el pobre, además de perder, su abuelo muere días después y él es acusado de provocar un incendio, lo que lo lleva a una situación muy delicada.


Sin techo bajo el que cobijarse, familia ni novia, acude en plena Nochebuena acompañado de Patrasche a la catedral de Amberes con la intención de ver dos cuadros de Rubens que todavía hoy cuelgan de sus paredes: La elevación de la cruz y El descendimiento de Cristo.


Como no soy de joder al personal, si no han leído este libro, les dejo que descubran el final por ustedes mismos, pero también les comento que, a pesar de que la historia se desarrolla en esta ciudad, esta novela no goza de mucha popularidad en Bélgica. ¿Y entonces? ¿Qué hace allí esa estatua? Es una historia algo rocambolesca…
Esta novela fue adaptada como serie de dibujos animados en Japón hace cincuenta años (Nippon Animation, 1975), convirtiéndose en todo un éxito, tanto allí, como en Corea gracias a la labor de, entre otros de profesionales, Hayao Miyazaki o Isao Takahata. Los treinta millones de espectadores que la vieron en su primera emisión, así como sucesivas versiones (My Patrasche, en 1992, y Snow Prince, en 2009), produjeron que la novela se hiciese conocida y leída por varias generaciones de niños, llegando a considerarse un clásico de la Literatura Infantil. Por ese motivo, la mismísima Toyota (sí, la compañía de automóviles), viendo que la ciudad de Amberes no poseía ninguna referencia de este libro en sus calles, decidió colocar una placa en la puerta de la catedral, un lugar que ya se había convertido en un lugar de peregrinaje para muchos nipones.


Años más tarde, el ayuntamiento, viendo el éxito de este pequeño homenaje entre los asiáticos que visitaban la ciudad, decidió dedicar dos estatuas como reclamo turístico. La recogida aquí, creada por el artista Batist Vermeulen en 2005, y la situada en la Kapelstraat de Hoboken, un barrio periférico y supuesto lugar de inspiración para la historia, realizada por Yvonne Bastiaens en 1985.


Es curioso cómo todo se articula para elevar una obra escrita en el siglo XIX y que había pasado sin pena ni gloria por el país que constituye su escenario. ¿Por qué?
Lo más probable es que la propia nacionalidad de la escritora haya sido cortapisa en su difusión en una Bélgica en plena industrialización y con numerosos conflictos coloniales. Al haber sido publicada por primera vez en lengua inglesa, no forma parte del canon literario nacional ni del sistema educativo belga. Muchos belgas simplemente no crecieron con esta historia y ha perdido su valor nostálgico.
También se especula con que la visión que Ouida da del país vecino está basada en estereotipos románticos británicos de la época. Como resultado, los personajes, la sociedad y el entorno que describe no reflejan con precisión la realidad belga del siglo XIX, lo que genera una sensación de inautenticidad para los lectores locales.
Por otro lado, el tono profundamente triste de la historia, aunque muy apreciado en culturas que valoran el sentimentalismo como las orientales, en Bélgica es visto como innecesariamente melodramático y oscuro, especialmente tratándose de un libro infantil. Además, teniendo en cuenta la popularidad masiva de la novela en estos países, puede haber provocado que en Bélgica se perciba como una apropiación o exageración de un relato que no sienten propio.


Si no han leído este libro que acabo de incluir en mi selecciones sobre estatuas y libros infantileslibros infantiles navideños y libros infantiles adaptados al cine de animación, les animo a buscar una edición en español (muy raras, les advierto) y conocerlo de primera mano, ya que en él que pueden ver claros paralelismos con otras obras contemporáneas como el Grandes esperanzas de Dickens, la Heidi de Johanna Spyri, el Colmillo blanco de Jack London o La cerillera de Andersen, además de muchos deseos frustrados, sueños infantiles y respeto animal.

viernes, 2 de mayo de 2025

¡Jugando como en una nube!


Para variar, la primavera nos ha brindado unos días de lo más agitado. Tan pronto truena, como el sol radiante hace saltar los plomos de la Península Ibérica. El tiempo es así y no hay más que decir. Ya llegará el estiaje veraniego y no correrá ni una pizca de aire, agostará a cualquier bicho viviente y nos sumirá en una perrería inhumana. Entonces rezaremos porque nos aceche la tormenta y sople el viento. Aprovechemos ahora.


Fíjense en los críos, se lo pasan en grande. ¿Que llueve? Se mojan hasta las trancas. ¿Que hace calor? Se secan. ¿Qué ventea? Se aferran a los árboles. Todo ello aderezado por un montón de juegos inventados. Imaginación y naturaleza, dos aliadas inmejorables en lo que a infancia se refiere. De eso sabe mucho este poemario, que poniendo de excusa las nubes, se deleita con la capacidad de los niños para sacarle el jugo a cada instante y nos envuelve en esa tibia y agradable neblina.

Un caracol viaja en mi paraguas.
Pasajero imprevisto,
te he visto.
¡Qué listo!

Vas haciendo tus milímetros,
espiral a espiral,
evitando los charcos
que yo quiero saltar.

Compañero discreto,
pegajoso,
jocoso,
¡goloso!

Caracol, caracol,
¡que te comes la col!

***

Miro el verde.
En sus olas
nadan chiches y mariquitas.
Las hormigas se esconden
entre sumergidas grietas.
En sus cuevas ocultan
tesoros de un barco desmigado.

Soy ballena.
Voy despacio,
me sumerjo,
¡emerjo!
Espanto piratas,
gorriones de agua dulce.

Soy explorador.
Ligero de escafandra,
me sumerjo,
¡emerjo!
Bandada de amapolas coralinas.

Soy delfín.
Voy saltando,
me sumerjo,
¡emerjo!

En mi mar verde
respiro
cuando el viento mueve el trigo.

Irma Borges.
Paseo de caracol y Mar de trigo.
En: Bandada de nubes.
Ilustraciones de Mo Gutiérrez Serna.
2025. Barcelona: Akiara Books.