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viernes, 28 de noviembre de 2008

Viernes...


Como no sabía de qué hablar en un viernes como este, he decidido echar mano de mi particular biblioteca (espero ansioso el día en que, mis queridos seguidores, os animéis a organizar una colecta con el fin de regalarme un elegante librería donde poder colocar los cientos de volúmenes que se agolpan sobre las baldas de la actual… ¡pobrecilla!) y comprobéis que la uso.
No os extrañéis pues, por lo general, en los hogares a los que acudo como invitado, constato que las librerías son simples almacenes atestados de polvo y basura editorial que sirven de adorno y reflejo del tronío familiar. Yo al menos me gasto el dinero en libros que utilizo, aunque sólo sea para vuestro disfrute, no como el 99% de los títulos que adquieren esos bibliómanos aficionados a la revista El mueble, que bien podrían servir para prender la estufa en estos días de temperaturas extremas.


A lo que iba, que hoy dedico mi espacio a mi admiradísimo Arnold Lobel, genio y figura de la Literatura Infantil. Aunque muchos entendidos en esto de la LIJ (como yo) os coman el seso con cientos de nuevos autores y que las editoriales/libreros se empeñen en que paguemos hasta cuarenta pavos por un libro (¡manda huevos con los artículos de extrema necesidad!), existen primeras lecturas exquisitas y atemporales muy aptas para todos los bolsillos.
Es por eso que hoy les traigo la serie de Sapo y Sepo. Yo no sé por qué edición irán ya, pero el caso es que estos las aventuras de estos personajes son atemporales. Editadas en castellano por Loqueleo, las historias de esta pareja de batracios encandilan a todos los niños, algo que no es de extrañar, pues sencillas y humanas se adhieren a la idiosincrasia universal de la amistad. 


Situaciones absurdas llenas de torpeza, sinceridad y humor llenan las páginas de unos libros que, a pesar de no ostentar un colorido llamativo, siempre encuentran montones de lectores. Veinte historias que pueden encontrar en cuatro libritos de tapa blanda y tipografía caligráfica (mis favoritos por lo útiles y baratitos), o en un  solo tomo con tapa dura (de reciente edición e ideal para regalar).
Historias de cometas, de sombreros, sobre una carta o de una carrera en trineo, son los resortes narrativos que Lobel utiliza en unos libros muy queridos por él y que recogen de un modo magistral la esencia de álbum-serie. Con un lenguaje próximo, una gran admiración por la naturaleza (¿Acaso no les recuerda a Beatrix Potter?) y recursos como la metaliteratura (inserta cuentos en otros cuentos) este gran autor nos traslada a un mundo muy particular, una especie de exorcismo personal que le permitió vivir en lo más profundo de sí.


jueves, 27 de noviembre de 2008

Del otro lado del Atlántico


Andaba buscando un libro que recomendar allá, tras el Atlántico, en alguna ribera hermana en las que se habla nuestra lengua, y pese a todo, no daba con él, así que aplacé la ocurrencia para otra ocasión en la que los hados estuviesen de mi parte (a veces la espera es la mejor solución…), y sin ir más lejos, esta mañana, he hallado lo que tanto perseguía… Una participante de un curso en el que desempeño el papel de docente, me preguntaba si, para realizar una tarea, podía valerse del cuento de María Cristina da Fonseca titulado La caimana. Uno, a veces, no puede hacer otra cosa más que sorprenderse de su ignorancia, así que, con la obligación de aceptar su sugerencia y mi propio desconocimiento, me he sumergido en la red y he hurgado hasta dar con dicha autora. Tras mucho ensayo y error, he logrado encajar sus datos biográficos: chilena, abogada, escritora, galardonada con algunos premios notables y alguna cosa más (les confieso que no he sabido valorar ya que, la mayor parte de las veces, Internet obvia muchos datos interesantes, pareciéndose más a un catálogo de curriculum vitae que a un ente de verdadera información). Siento decirles que, hoy por hoy, lo único que puedo ofrecerles sobre esta autora es un fragmento de su obra Memorias de la arcilla vieja (sólo con este título exquisito ha conseguido encandilarme, ¿a usted no?), una obra considerada como material didáctico complementario por el Ministerio de Educación chileno… que ya es bastante…

Así era mi madre. Montaña Alta se llamaba. Tenía las manos ásperas como la tierra y llevaba el olor del humo y el tinte de la arcilla en la piel. Yo la amaba con la profundidad que tiene el río y la altitud que, a veces, alcanza la cascada. Y permanecía quietita a su lado, mirándola hacer sin cansarme, atenta a cada uno de sus gestos y palabras, pues siempre llevé en mí la ambición de poseer los secretos de la greda mojada.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Biblioteca y Escuela

Hace unas semanas fui invitado como ponente a un curso dirigido a bibliotecarios. Versaba sobre la colaboración biblioteca-escuela, todo un hito, ya que es una de las grandes tareas pendientes entre la Educación y la Cultura. Al principio me dije, “Román, ¿qué coño haces aquí?”, puesto que no sabía qué podía aportar (NB: Ha de comprender el lector que, un maestro, rodeado de gestos serios y extrañados por parte de una buena representación del ámbito bibliotecario -esa era mi percepción-, sintió verdadero pánico escénico…). Más tarde, conforme pasaban las horas, me sentí mucho más capaz, menos bicho raro… Expliqué la realidad de la escuela, sus puntos débiles, sus armas eficaces, di unas pinceladas sobre su gestión, de su estructura, acerca de los que allí trabajan…, cosa que, según me comentaron después, les había parecido muy productiva. Que ellos, bibliotecarios, hubiesen aprendido algo sobre mi mundo, no les abría la puerta de par en par, pero sí les anunciaba un sendero débilmente iluminado. Y me alegro porque, dejando a un lado todos los planes de colaboración desarrollados por esta o aquella administración, esa fue la verdadera cooperación entre la biblioteca y la escuela: ellos y yo, yo y ellos. 
Esta situación me hizo recordar a uno de esos pioneros en el trabajoso arte de llevar los libros a la escuelas (no le resultó demasiado difícil puesto que era maestro), Gianni Rodari. Creador del binomio fantástico y autor de Cuentos por teléfono, Cuentos escritos a máquina, El libro de los por qué, Los enanos de Mantua y Cuentos para jugar entre otros, durante toda la década de los 60, recorrió las escuelas de Italia, no sólo para contar sus historias, sino también para responder las preguntas formuladas por los alumnos. De ese enriquecimiento mutuo, nació su imprescindible Gramática de la fantasía, que como dijo el propio Rodari, Espero que estas páginas puedan ser igualmente útiles a quien cree en la necesidad de que la imaginación ocupe un lugar en la educación; a quien tiene confianza en la creatividad infantil; a quien conoce el valor de liberación que puede tener la palabra.

martes, 25 de noviembre de 2008

Versos


Hoy vengo, amigo, a ofrecerte
un mar que no tiene agua,
que son palabras las olas
y el azul es tu mirada.

La espuma crece entre versos,
arrulla el viento una nana.
Hoy vengo, amigo, a ofrecerte
un mar que no tiene agua.


Carmen Martín Anguita. 2008.
En: Poemas de lunas y colores
Madrid: Pearson Educación

A Sàlvia, la cosechadora de poesía.

Reunir ejemplos de poesía infantil es un duro ejercicio, sobre todo porque el mercado es bastante limitado. Además, denoto que, últimamente, son cada vez menos los autores que se deciden por este género en franco desuso debido, creo, a esos prejuicios que todos tenemos cuando alcanzamos la edad adulta: que si esas rimas facilonas son propias de niños, que si vaya cursilerías,… Les sugiero una cosa: susurren cualquiera de estas rimas que hoy nos acompañan a la oreja de su amado/a, y sólo entonces, díganme si son cosas de niños…

Sonrisas de hadas,
pompas de jabón,
muñecos de nieve,
nubes de algodón.

Lunas de colores,
soles de azafrán,
estrellas de plata,
sueños de cristal.

Cierra tus ojitos,
déjate llevar
y un mágico cuento
tu sueño será.
Carmen Martín Anguita. 2008.
En: ¡Hola, caracola!
Madrid: Pearson Educación
Ilustración: Leonor Pérez

lunes, 24 de noviembre de 2008

Enlaces editoriales


Se hace llamativo que muchos colegas de este mundo “bloguero” de la LIJ, cuenten, entre sus enlaces, con las propias editoriales. No es que me oponga, pero no puedo evitar que me asombre… Si esta “autopista de la información” (como muchos redactores de ciertos medios de comunicación se empeñan en llamar a Internet) tiene ese componente de libertad, que no libertinaje (excepto ciertos casos), sobre todo en lo referente a poder verter las opiniones personales, así como la no dependencia ni, por un lado, de la censura, ni, por otro, de ciertas entidades patrocinadoras, no entiendo como muchos de los espacios que frecuento tienen apartados dedicados exclusivamente a las editoriales, todo ello sin apercibir ni un céntimo por parte de dichas empresas (otra cosa es que, publicitándolas, reciban manteca colorá, cuestión en la que no entro, ya que cada uno es libre de ganarse el pan de la forma que más le guste).
Opino que bastante hacemos por cada editorial de la que recomendamos un título, puesto que, además de dignificar la labor del escritor, ilustrador o traductor, colaboro en el engrandecimiento de dicha empresa, y de la que, dicho sea de paso, no obtengo ni un mísero agradecimiento, aunque tan sólo sea en forma de libro, del libro que recomiendo, que a la postre, tonto de mí, voy y costeo con dinero de mi propio bolsillo. Demencial, simplemente demencial… ¿será eso lo que nos diferencia de los que no leen?
Imagen: Ouka Lele

viernes, 21 de noviembre de 2008

Arte gitano


En esta casa nos gusta el flamenco…., desde La Paquera y Caracol, hasta Fernanda y Bernarda; raíces como Mairena y La Niña de los Peines, o vástagos como Carmen Linares y Miguel Poveda…, sin olvidar a Camarón, por supuesto. ¡Ea!…, es lo que hay…
Esto de hacer partícipe de mis gustos al lector, no es una cuestión que me agrade ya que, muchos de ellos, sin escatimar en prejuicios, se dedicarán a encasillarme, de lo que, advierto, estoy curado de espanto… Y si me gustan las peteneras ¿qué?... Lo gracioso de todo esto es que, tanto pro-flamencos, como anti-flolclóricos, se sirven de supuestas realidades para seguir llevándose a su terreno a las mentes obtusas y de paso, chupar del bote (¡Mama! ¡Qué rica está la leche condensada!) En fin, se trata de una cuestión de bandos. O merengue o culé, con leche o solo, izquierda o derecha, blanco o negro, pan con chocolate o petisuis… Y yo, aquí, tan contento.
Y ya que he hecho referencia al arte de la soleá y el martinete, cuya responsabilidad recae, en gran parte, sobre la raza gitana, hoy me voy a decantar por aconsejar un título algo calé. Maíto Panduro, obra de Gonzalo Moure, con gran éxito editorial, narra la historia de un niño gitano que anhela poder comunicarse con su padre, encarcelado tras cometer un delito. La relación que se establece entre la maestra de Maíto y el propio personaje, aunque brusca, tiene una nota de dulzura y comprensión. Una buena metáfora sobre lo necesario de la alfabetización y cómo inculcarla.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Garabatos, manchas y colores




Muchos de ustedes no saben que, además de mi afición por las letras, tengo otra más artística, la de hacer trazos y buscar entre manchas de acuarela algún contorno que exprese algo, resumiendo, que también intento pintar. Empecé pintarrajeando las paredes blancas de mi habitación con la ayuda de mi hermana. A modo de hombres prehistóricos, plasmábamos algunas ideas sobre el yeso, costumbre que mi madre eliminó de raíz en poco tiempo…, que una mano de pintura tiene su coste. Decidí pasarme al papel, mucho más eficaz a la hora de compilar las obras pictóricas. Hasta gané un premio…
Son bastantes los álbumes ilustrados orientados hacia la expresión artística, concretamente hacia el dibujo y sus variantes. De entre estos, como de otras muchas temáticas, tengo mi pequeña selección. Unos se encaminan a desarrollar el potencial artístico del lector, mientras que otros son mucho más técnicos. Por sugerir un par de ejemplos: Garabatos y Julieta y su caja de colores. Garabatos, editado por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (esto de que un museo se dedique a los libros tiene su mérito) y creado por Ignacio van Aerssen, Belén Jaraíz y Eloísa Alcaraz, además de tener un acabado muy elegante, es un libro extremadamente didáctico y técnico, a la par que sencillo (existen más títulos de la misma colección, por ejemplo Manchas, así que acérquense a la tienda del citado museo y de paso, paseen por sus salas en busca de alguna emoción olvidada). En segundo lugar, Julieta y su caja de colores (Carlos Pellicer López), que ya es una obra de arte en sí misma, obtuvo en su día numerosos premios internacionales y narra la historia de Julieta y sus pinturas, que aproxima al lector al mundo de los colores y las líneas.
Dos imprescindibles, no lo duden.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Niebla...



En noviembre, cuando cae la noche, una capa de neblina va cubriendo a la ciudad que también se despierta envuelta en ella…
Es curioso lo que me gusta esa bruma otoñal y lo que a otros, asusta. Me encanta esa sensación de hielo flotante que enfría las mejillas, me hace sentir especialmente vivo…
Si esta es una tierra de nieblas, también hay otros enclaves nebulosos con mucho encanto…, aún recuerdo un viaje a la isla de Tenerife, donde la humedad de la lluvia horizontal llena y empapa todo.
Mañana de niebla anuncia tarde de paseo, ya lo dice el refranero.
La niebla es como la mar, infinita.
No sé porqué extraña razón, la niebla me recuerda a Frankenstein o El moderno Prometeo, la obra maestra de Mary W. Shelley. Muchos pensarán que esta percepción mía se debe a que el título está asociado a las novelas de terror (craso error, puesto que Frankenstein es una gran metáfora sobre la existencia humana..., el que no me crea, que lo lea y no se deje engatusar por la convicción del celuloide), pero esa niebla que inunda mi visión de esta obra se debe a su carácter íntimo, a esa búsqueda interior que sus palabras desatan. La niebla es eso, descubrir la verdad misma.
Imagen: El caminante sobre mar de niebla de Caspar David Friedrich

martes, 18 de noviembre de 2008

Caminos en la palma del mundo


Muchos lectores de este blog me cuestionan con frecuencia que por qué me curro tanto las noticias, y yo, tras negar la evidencia (esto se llama falsa modestia), añado que no tardo mucho tiempo en escribirlas…
Antes de comenzar con este blog, me planteé hacer una bitácora a modo informativo, pero me dije que en un espacio sobre literatura era preferible hacer algo literario, así que opté por estos mini-ensayos-comentarios-artículos-pensamientos. Y funcionan, que es lo más cachondo…
Y hoy, para deleite de su mente, vista y oído (leyendo se ejercitan estos tres apartados de la anatomía humana), le dejo con unos versos de Poemamundi, obra de Juan Carlos Martín Ramos, ilustrada por Philip Stanton…

Hay caminos que van al norte,
que van al sur,
caminos que van al este
o al oeste.

Hay caminos que van a todas partes,
caminos para ir, para volver,
caminos para llegar
o para perderse.

Hay caminos que se cruzan,
que nunca se encuentran,
caminos que van al mismo sitio
por atajos diferentes.

Hay caminos invisibles,
que pasan de largo, que te esperan,
caminos donde nunca has estado,
caminos que son el camino de siempre.

Juan Carlos Martín Ramos
El planeta-laberinto
En: Poemamundi
Madrid: Anaya

lunes, 17 de noviembre de 2008

Burros y zoología


Aunque soy biólogo (como Doña Ana Obregón –las damas primero- y Don Santiago Ramón y Cajal –aunque médico, dedicó sus investigaciones a la neurobiología-), no siento gran atracción por el mundo de la zoología, rama del saber dedicada al estudio del mundo animal. Me atraen más las plantas, más cómodas y estáticas…, eso de que los animales se muevan es un engorro para el avance del conocimiento. Excepto la avifauna y los insectos (seres volanderos en todas las acepciones del término), no soy un aficionado a los bichos.
Y dado lo zoófilo de este escrito, no he hallado mejor manera para honrar al mundo de los animales que una obra cuyo protagonista es otro animal, Platero y yo. ¿Quién no conoce a Platero, ese burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón? Pocas obras literarias de este país son un tributo semejante al que Juan Ramón Jiménez hizo a un asno y a la infancia.
Llama mucho la atención su prologuillo, donde Juan Ramón Jiménez hace una advertencia que comparto plenamente: Suele creerse que yo escribí Platero y yo para los niños, que es un libro para niños. No. […] Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, como las orejas de Platero, estaba escrito para… ¡qué sé yo para quién! […] Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre […].
A lo que yo añado: del mismo modo que los hombres pueden leer los libros que lee el niño.
Para terminar, una petición… Lean Platero y yo, por favor.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Hablando de premios...


Ni soy lingüista, ni pretendo serlo. Que quede claro. Analizar desde un punto de vista experto, las obras que aquí se desgranan, sería muy pretencioso por mi parte. Soy un lector que opina. Y punto. Allá aquel que tome mis palabras como dogma… De todos modos, si algunos reúnen premios literarios como churros en junco es por opiniones como la mía, la mayoría incluso menos acertadas y más indecentes. Y es que esto de gratificar a ciertos autores se está convirtiendo en una moda detestable. Que si el prestigio, que si la calidad, que si la caridad, que si la abuela fuma… Vamos, que el amiguismo literario no sirve más que para untarse, a base de cera o de billetes, que es lo que se lleva.
De entre los pocos premios a los que encuentro un sentido, destaca el Andersen. Aunque institucional, el Nobel de la LIJ, se concede a aquellos autores con una larga trayectoria en esto de las letras para “pequeños” lectores, a la vez que destaca la innovación, el lenguaje utilizado y un sinfín de parámetros más. El premio H. C. Andersen, en la edición de este año y en la categoría literaria (también está la dedicada a la ilustración), ha sido concedido a Jürg Schubiger. Así que me he puesto a leer algo suyo. Cuando el mundo era joven todavía ha sido la obra escogida, una serie de breves relatos de lo absurdo. Aunque el “non-sense” ya está más que visto, hay que destacar que esta obra tiene algo. No sé que es, pero hay algo… Más que relatos parecen parábolas, fábulas de lo extraño, con cierto mensaje… Como muestra, lean el relato titulado La invitación. Y como acompañamiento, las ilustraciones de Rotraut Susanne Berner. A lo único que me remito es a un texto extraído de sus páginas. Disfruten del día.

¿Por qué? ¿Por qué? Numerosas preguntas no han hallado respuesta en ningún cuento de porqués.
¿Por qué hay tantas golondrinas y tan pocos unicornios?
¿Por qué las sombras se ocultan de la luz?
¿Por qué es invisible el aire?
¿Por qué las estrellas fugaces siempre caen detrás de las montañas?
¿Por qué guardan silencio las plantas?
¿Por qué no salen frutas escarchadas de las flores de hielo?
¿Por qué no hay animales de tres patas?
¿Por qué cuando despertamos no encontramos junto a la cama las cosas con las que soñamos?

jueves, 13 de noviembre de 2008

De lo salvaje




Para Antonio, uno de tantos, uno de tan pocos.

Por favor, recuerde que todo lo grande se debe a la pasión […].

NB: Hace poco tiempo leí esta frase, y he creído conveniente reproducirla aquí, más que nada, porque fue escrita por el autor al que hoy dedico esta particular reseña.

Algunos lectores, me reprochan que no suelo escribir sobre novelas de aventuras en este sitio. Rara cuestión en un espacio dedicado a la LIJ... Y les doy la razón. No sé a qué se debe (excepto aversión, cualquier cosa), así que hoy, con tal de joder, voy a escribir sobre Jack London.
Desconocedor de su propia infancia (paradójico aspecto, ya que sus obras más conocidas han sido leídas, tradicionalmente, por el público juvenil), Jack London nació en San Francisco en 1876. Hasta los trece años, estudió en diversas escuelas rurales y centros de Oakland, donde, gracias al interés de una bibliotecaria (destaco este punto ya que a este gremio, le encantan semejantes datos), adquirió un gusto por la lectura que conservó durante el resto de su vida. Tras fregar cubiertas de yates, repartir periódicos y trabajar en industrias conserveras, se convirtió en ladrón de ostras. Después de innumerables avatares y viajes, Jack London, socialista convencido y conocedor de la sociedad de su tiempo, engendró numerosas obras que hoy se cuentan entre las clásicas de la Literatura.
En El silencio blanco, La llamada de lo salvaje o Colmillo blanco, destaca la violencia y la rebeldía del ser solitario, capaz de luchar a lo largo de su propio camino, subrayando el enfrentamiento entre el Hombre y lo vasto de la naturaleza.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

A la atención de Víctor Moreno


Estimado Víctor Moreno:

Le remito la presente para agradecerle, de modo sincero y cortés, los pensamientos recogidos en su obra No es para tanto. Divagaciones sobre la lectura[1]. Quizá no sea una de las obras más aclamadas por el conjunto de sus lectores, pero, a mi modo de ver las cosas, creo que, el manojo de dardos ensayísticos que se reúnen bajo el título antes citado, es imprescindible para comprender la realidad lectora. Es cierto que me he sentido gravemente herido por algunos de ellos pero, como hombre instruido que me considero –no sólo en cuanto a libros se refiere…-, he conseguido reponerme con prontitud.
Quizá a muchos les resulte pecaminoso el contenido de su libro (cosa que, le confieso, me alegra sobremanera), a otros vano, y a los últimos, indiferente, pero la verdad es que se necesitan espíritus críticos que nos permitan deconstruir esta realidad ficticia en la que muchos nos hemos imbuido.
Y voy más allá afirmando que su libro es útil. Útil si atendemos a lo necesario de las crisis para cimentar nuevas visiones del mundo y útil por su enorme sentido práctico, ya que lo cierto es que no es para tanto...
Por último, decirle que disiento con usted en cierta reflexión recogida en su obra. Leer me ha hecho libre, no en la totalidad del adjetivo, pero sí en una parcela de mi existencia: en aquella a la que se refiere el poder haber leído su libro.

Atentamente,

Román Belmonte.


[1] MORENO, Víctor. 2002. No es para tanto. Divagaciones sobre la lectura. Zaragoza: Prames. Col. Las Tres Sorores. ISBN 84-95116-50-2
Ilustración: Patricia Metola

martes, 11 de noviembre de 2008

Otra de cuentos...


Llevaba bastante tiempo deseando el toparme con una buena edición de los cuentos de los hermanos Grimm, ya que, la verdad, no abundan los relatos de Jacob y Wilhelm debidamente editados. En una de mis recientes incursiones por la biblioteca pública, aconteció el milagro (dar con un libro elegante es como una aparición mariana), lo mejor de todo es que sucedió en la sala de préstamo de adultos (no sé porqué, pero, cuando los aficionados a la LIJ encontramos una obra dirigida –supuestamente- a niños en la zona dedicada a los adultos, una risita de triunfo nos recorre toda la piel).
El enebro y otros cuentos de Grimm, que así se titulaba, constaba de dos volúmenes de tapa dura, y aunque no incluía toda la obra de los autores, sí contaba con una buena selección. Llamaba la atención que, tanto la selección, como las ilustraciones, corrieran a cargo de Maurice Sendak que, últimamente, aparece hasta en la sopa…, (este hecho me recordó otro libro de cuentos de Lumen, idéntica editorial, Cuentos judíos de la aldea de Chelm, de I. B. Singer, de la misma editorial, Lumen).
Para terminar, confesarles que, si de Oscar Wilde elijo El príncipe feliz y de H. C. Andersen, Historia de una madre, de los hermanos Grimm, selecciono Los dos caminantes, así que, les dejo con uno de sus pasajes…

De la horca colgaban dos pobres pecadores sobre cuyas cabezas había sentados sendos cuervos. Y entonces uno de ellos empezó a hablar:
- Hermano, ¿estás despierto?
- Sí, estoy despierto – respondió el segundo cuervo.Pues voy a decirte una cosa – prosiguió el primer cuervo-. El rocío que ha caído esta noche sobre nosotros desde la horca devuelve la vista a todo aquel que se lave con él. Si se les dijera a los ciegos cómo pueden recobrar la vista, no iban a creerlo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Dos escritores brasileños y una escuela



Dicen por ahí que, en la tarea de enseñar, está la virtud de aprender, aunque aquí, por aprender, no aprende ni la Intemerata…, ni mis alumnos aprenden (no sé si dice mucho de mí o de ellos… seguramente de ambos bandos). “Semos maestros”, “semos maestros” se repiten muchos en sus conciencias por el mero hecho de afianzar su alfabetización… Son los padrenuestros de hoy día: el docente se confiesa con el sindicalista de turno, mientras los alumnos hacen lo mismo con los videojuegos. Y es que la Educación da para mucho, se lo digo yo, que de eso sé un trecho. Tenemos una variedad cuasi infinita de profesores, pupilos y padres…, si me dejasen, organizaría un safari.
Y si aquí no aprende nadie, ni hablemos del asunto de la lectura. Hablar de aprender es una cosa, pero escribir sobre la lectura, es otra mucho peor. No es que las nuevas generaciones deban nacer con un libro bajo el brazo (¡qué poco nutritivo!), pero que por lo menos sean capaces de leer el Marca®. Aunque también le digo una cosa, ahora que no nos oye nadie: esos, los que enseñan, tampoco leen…, están todos ensimismados… Que si mi chiquillo esto, que si mi chiquilla lo otro, que si sabes lo de la madre de Menganita, que si pobre Fulanito, toda la vida luchando con estas fieras y al cumplir los cincuenta y nueve va y pilla la depresión… Y es que ni estos aprenden ya que, si aprendieran a leer más y mejor, se olvidarían de a los que tienen que enseñar.
Ya lo dijo Joao Guimarães Rosa[1]: “Maestro no es quien siempre enseña sino quien, de repente, aprende.”

[1] MACHADO, Ana María. 2002. Lectura, escuela y creación literaria. Madrid: Anaya. Col. La sombra de la palabra. ISBN 84-667-1729-3.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Amigos


Al ser humano, la mayor parte de las veces, le es tremendamente pudoroso dedicar unas palabras a las personas que quiere. Es extraño que nos resulte tan difícil regalar unas palabras cariñosas a nuestros amigos. Es casi un tópico, pero muy cierto, eso de que a quien más apreciamos, nunca se lo recordamos, así que, este tren de palabras, va volando para mis amigos…


Ando buscando palabras
para llevarle a mi amigo.

Montoncito de pelusas
que con ramas se han tejido;
lugar tibio con pichones…
Pero mejor, no lo digo.

Ando buscando en la torre
un algo para mi amigo.

Con un vestido de bronce,
badajo, golpe, sonido.
De tañidos puebla el aire…
Pero mejor, no lo digo

Ando buscando en la noche
algo en luz para mi amigo.

Gotita escasa de luna
que apaga y prende su brillo.
Fugaz destello en la sombra…
Pero mejor, no lo digo.

Pizca de luz y de sones,
y un manojito de trinos,
que alcancen para decirle
las cosas que no le digo.


María Cristina Ramos
Palabras
En: La luna lleva un silencio.
Madrid: Anaya.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El tiempo



El tiempo, esa gran dualidad: revolución y jodienda. Y es que nada nos viene bien…, en vez de conformarnos, nos dedicamos a quejarnos. Mucho hicieron por nosotros las antiguas civilizaciones que no hemos sabido agradecer. Desde los egipcios a los monjes cristianos, desde la cultura inca hasta la del lejano oriente, todas intentaron ordenar el correr de las noches y las alboradas, así inventaron el devenir del tiempo. Y de paso que ordenaron nuestras vidas, también nos las jodieron: puntualidad laboral, jornada partida o continua, jet-lag, recreos de veinte minutos, horarios para todo,… En fin, es lo que hay…
La literatura está plagada de historias donde el tiempo es el protagonista: unos visitan el pasado, otros el futuro lejano y otros interrumpen el andar de las horas. Para gustos, narraciones. Una de estas es de la que hoy toca hablar, El luthier, el tirano y el tiempo (texto de Christian Grenier e ilustraciones de François Schmidt). Con un corte de cuento clásico, este álbum ilustrado narrado por un peculiar trovador, nos traslada a un mundo particular, donde la magia intenta raptar al tiempo por el mero capricho de un tirano. Detener el camino de las agujas del reloj no es muy recomendable excepto que uno tenga una carga de explosivos en las manos, si quieres saber el porqué, te recomiendo te deleites con este cuento, cuyas ilustraciones son de otra época, algo barrocos, algo románticos -me recuerdan a ciertos grabados de Apel.les Mestres…-. Disfruten con él, es una buena opción…, siempre que el tiempo se lo permita…

martes, 4 de noviembre de 2008

Peces, mariscos y otras delicatessen



Según se comenta entre los mariscadores, en las lonjas y algunas cofradías de pescadores, esta navidad nos vamos a atiborrar de pescado y marisco barato, aunque no sé si creérmelo… ¡Ojalá fuese cierto!... Y es que tengo en la panza un deseo: reventar a base de mejillones y carabineros (estos últimos no los he catado jamás). También les digo que si me ponen un besugo al horno, tampoco le hago ascos… pero bueno, si en vez de todo esto me tengo que conformar con unas sardinas saladas y tortilla española, no voy a llorar, se lo aseguro… que a engullir no me gana nadie. Dado lo marino de esta disquisición de hoy, qué menos que hablar de dos títulos cincelados a base de pescado. 


El primero pertenece a un peso pesado del álbum infantil , Eric Carle, del que hablaré en más de una ocasión (no lo había mencionado hasta ahora, cuestión imperdonable). El autor de La pequeña oruga glotona, best-seller donde los haya, se embarca esta vez en una historia con mucha miga, pues Don Caballito de Mar, un libro editado por Kókinos, es bastante redondo. Engancha en la primera lectura (A mí y a cualquier niño. Éxito asegurado. Corroborado, créanme).  



Si bien es cierto que es un álbum muy utilizado como "libro de valores" por tratar los estereotipos maternos-paternos desde el prisma de la crianza (ya saben que los machos de los caballitos de mar son los encargados de cuidar los huevos y a los alevines), el autor introduce el juego del descubrimiento haciendo referencia a los mecanismos de camuflaje de algunas especies de peces y ayudádose de unas páginas de acetato impresas. Es así como, atraídos por el colorido de sus ilustraciones y las líneas angulosas y sencillas de las figuras, los primeros lectores se sienten irremediablemente atraídos por una historia con mucha calidad donde, tomando como excusa realidades etológicas, se vislumbra una aire cotidiano y divertido. 


Mi segunda sugerencia se trata de una reedición (los clásicos son los clásicos) de uno de los títulos de Leo Lionni, Nadarín (Kalandraka). Nadarín es un paseo por los fondos marinos. Algas, medusas, anémonas y langostas acompañan a Nadarín en la búsqueda de una solución para que los peces grandes no acaben ni con él ni con su especie. Si a eso añadimos que él es la oveja negra de su especie acuática, un chico con color diferente que nada más rápido que los demás, la fábula tiene una lectura doble (o triple o cuádruple, que con el álbum nunca se sabe...). 



Si bien es cierto que es uno de los pocos álbumes ilustrados donde Lionni se aparta de sus característicos collages para trabajar con la acuarela y las técnicas de estampación (hay dobles páginas deliciosas), el autor sigue en la línea de otros títulos como Frederick o Pequeño azul, pequeño amarillo, en los que prefiere alejarse de la moralina explícita y jugar con las formas y las composiciones para adentrarse en un texto enriquecido donde cada lector puede buscar lo que más le gusta/interesa. 


Un par de buenos ejemplos de libros con enjundia, sencillos y muy efectivos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Amas de casa o el esplendor español


A las amas de casa españolas.

No conformes con la, anteriormente llamada, “desaceleración económica”, muchos gobiernos idean todo tipo de inventos para gastarse los presupuestos estatales. Cosa muy propia dadas las circunstancias que nos acechan. Eso sí, despilfarrar los dineros de los contribuyentes “a la española”, es lo más en derroche (NB: de hecho, creo que muchos políticos están tomando nota de las medidas de nuestro gobierno…). 
Ahora se lleva eso de soltar el parné en clases de fregona para esposos poco concienciados. Y se preguntarán qué clase de cursos formativos son estos. Pues bien, la ministra Aido, en vez de dejarse deslumbrar por la conmovedora prosa de Haruki Murakami, ha decidido “invertir” su parte del pastel en adiestrarnos, y no precisamente en el arte milenario del origami, sino en la técnica de la mopa, última necesidad del hombre medio español. 


¡Más valdría que se lo diera a madres, esposas o hijas para que, hartas de tanto frotar, se matriculen en clases de golf, asistan a sesiones de reflexología podal o se abonen al IMD! Pero no, no sea que su propia marmota salga cortando y le endilgue con el estropajo en las narices (bien merecido, por otra parte... no hay nada peor  en esta vida que una autoproclamada feminista que explota a otra mujer para que haga lo que ella no quiere hacer).


Si es que la vida no ha cambiado tanto… ¡Vergüenza debería darle! Porque las amas de casa, ¡bien aportan a PIB!... Que a la chita callando, curran y producen más que todos los obreros del soterramiento de la M-30. La mayor pena de todas es que, algunas con apellido japonés, se dediquen a malgastar el dinero que otras le ahorran a las arcas públicas barriendo como negras. 


Y como sincero homenaje a todas estas amas de casa españolas que, a fuerza de pasar el mocho, le sacan brillo a la dignidad de este país, les dedico mi sugerencia lectora de hoy. 
Corre, corre, Mary, corre (así lo tituló Lumen teniendo en cuenta el título de la versión en inglés) o Corre, Carmen, Carmencita... (nuevo título a cargo de la edición del 2022 por EntreDos) es un libro-álbum de N. M. Bodecker y Eric Blegvad, que dignifica y recalca el papel que tradicionalmente han desempeñado las mujeres en las tareas del hogar, pero que, por suerte, cada vez más hombres realizan sin ningún tipo de complejos, remilgos ni reproches.


Se avecina el final del otoño y Carmen (o Mary, depende de la versión) como buena ama de casa tiene que prepararlo todo antes de que lleguen las primeras nieves. Vive junto a su marido en una granja. Como muchas otras, se levanta de noche para darle brío a la casa. Tiene que recoger las manzanas, los nabos, encañar las judías, hacer queso y batir la mantequilla, hacer la mermelada, lavar, tender y recoger la ropa, remendarla, limpiar el calzado, engrasar los esquís o poner las contraventanas. Todo ello ante la pasividad de un marido que vive como un marqués.


Quizá estamos ante uno de esos libros que sin tapujos, ponen sobre la mesa uno de los problemas maritales más frecuentes: ¿Por qué solo las mujeres deben hacerse cargo de las tareas del hogar? Con ilustraciones clásicas basadas en la técnica de la acuarela, los tonos pastel y la composiciones estudiadas, el tándem de artistas daneses trata un tema peliagudo solucionándolo con mucho humor.
Hay que llamar la atención sobre esa fabulosa secuenciación de imágenes que, al mismo tiempo que realza el trabajo cuasi infinito de la protagonista, provoca que el lector empatice con ella, haciendo que el desenlace final sea mucho más efectivo.


Una ambientación maravillosa (¿A qué niño no le gusta la vida en el campo?), una casa llena de detalles de otra época que pueden desembocar en preguntas sobre tareas y oficios antiguos u olvidados, y la estupenda caracterización de los personajes (¿Se han fijado en que nuestra Carmen está cada vez más y más despeinada?), hacen de este libro-álbum uno de mis favoritos en lo que a igualdad entre sexos se refiere.