Román Belmonte: Me
encanta y me halaga que haya accedido a este tercer grado. Es un
honor charlar sobre poesía infantil con una dama rimada. Y a las
damas, no hay que tutearlas, más si cabe, cuando las admiras a
través de sus palabras... Defínase con unas cuantas.
María Cristina Ramos:
Mecer, golondrina, tejido, silencio, sandía, mirada, misterio…
R.B.: Por cierto, ¿con
que rima monstruo?
M.C.R.:
Monstruo no sabría con
qué rima
pero tengo palabras que
se arriman,
que rodean con gracia y
que perviven
con los monstruos y el
lugar en donde viven.
R.B.: (Boquiabierto)
M.C.R.:
Y yo pregunto:
¿Qué es el aire
cuando acaba de nacer?
R.B:
Un vuelo suave,
tranquilo... Ligera poesía.
M.C.R.:
¿Por qué los
cangrejos se dedican a la relojería?
R.B:
Porque ellos, como el
tiempo, andan del derecho y del revés
Perdone las dobleces
pero, ¿piensa o escribe en verso?
M.C.R.:
Ay, Román, usted siempre
con sus treces!
Cabría responderle en
dulce prosa
pero usted me provoca con
palabras
ligeras y fragantes como
rosas.
Si acaso no declina
el entredós,
si acaso no se espina
el tú o el vos,
puedo seguir jugando
en entreversos;
avise usted si pierdo la
hebra fina.
R.B.: Recíteme unos
versos infantiles en voz alta...
M.C.R.:
Quiero a la sombra de
un ala
contar este cuento en
flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de
amor.
R.B.: Hablando de
palabras, versos y rimas... ¿es más fácil hacer un soneto con
acento argentino?
M.C.R.: Tal
vez...
No sé si
fue la madre que cantaba
el revolar
de espumas y de olvido.
No sé si
algo de luz o algo de nido
tuvo la
sombra que el parral me daba.
Si fácil
no es la vida, la palabra
¿acaso es
pan verbal, casi destino
que se
vuelve vitualla en el camino
cuando el
cielo sin paz se descalabra?
En agua de
sonetos yo he bebido
voz de
abuelos lejanos que vivieron
sueños de
mar y oleajes peregrinos.
De sus
voces secretas he nacido
y está el
mar redondeando mi silencio
que habla
a solas de todo lo perdido.
R.B.: Somos pocos los
divulgadores de la Literatura en general y la Literatura Infantil en
particular, que abanderamos versos infantiles en nuestro ideario de
forma regular, ¿cree que eso va en detrimento de la visibilidad de
un género tan minoritario?
M.C.R.: No somos
muchos, pero somos buenos… Y como no atino mucho a responder,
¿podría responder usted?
R.B.: (Risas) ¡No
deje la pelota en mi tejado o se llenará de peros!... El pero número
uno: ¿Cómo vamos a engordar la poesía con lo pobres de rimas que
andan las estanterías?; el pero número dos: ¿Dónde están los
poetas cuando se les necesita? (Arrime la oreja, Doña Cristina...
Hace un par de años hice un llamamiento a poetas y/o poetisas -N.B.: Como yo no entiendo de connotaciones peyorativas, prefiero prestarle atención a sus palabras y avanzar con la poesía infantil- para
poder seguir llenando los viernes de los monstruos con dulce rima, y
no se sorprenda si le digo que aún los ando esperando...); y el pero
número tres (estoy algo soñoliento): la poesía es a la literatura,
lo que la música al arte. Está tan presente que no le importa a
nadie.
Cambiando de tercio...
Siempre he creído que poetas o poetisas como Gloria Fuertes o María Elena
Walsh trascendieron en sus respectivos países dedicándose al
público infantil porque fueron aupadas por las instituciones
gubernamentales y educativas, así como por los medios de
comunicación, algo que en nuestros días es impensable... ¿A que se
debe la falta de apoyo a la cultura hoy?
M.C.R.: Disiento un
poquito. María Elena Walsh se abrió camino en nuestro país de la
mano de la música y de su propia excelencia. Fue una voz fundadora
de una sensibilidad en un momento de país.
En cuanto al apoyo
institucional, en Argentina ha habido en los últimos años un gran
apoyo al libro y la lectura. Aún así hay conexiones rotas que hay
que reparar. Seguimos buscando docentes que descubran la poesía y la
compartan gozosamente. Y digo poesía, no texto rimado solamente.
R.B.: ¿Por qué la
poesía infantil es una parcela la mar de femenina?
M.C.R.: No lo sé. Creo
que se impone aún un prejuicio que impide que el mundo masculino se
deje impregnar por lo poético.
R.B.: Cada vez que
visito una librería me doy de bruces con la realidad: cuatro libros
de poesía frente a tropecientos de narrativa... ¿Será más difícil
parir una poema que una novela? ¿Será más fácil vender párrafos
o estrofas?...¿A qué cree que se debe?
M.C.R.: Es un tema
complejo. Los libros de poesía se venden menos en parte porque se
los asocia con cierta dificultad en la lectura, en un tiempo en que
todo debe ser rápido y cambiante, en un mundo que parece alimentarse
de vértigos. Es más, la narrativa que se lee mayoritariamente es
una narrativa lavada, sin demasiado trabajo de discurso. Si bien
estoy generalizando, extraño ese tiempo en que leíamos narrativa y
remarcábamos párrafos para volver a leer o para compartir, porque
su impacto nos desbordaba, alimentaba nuestra sed de leer. Además,
volviendo a la poesía, a veces hay encuentros con textos de estafa.
Llamo así a aquellos escritos en verso, que no llevan a la hondura,
a la reconfortante alegría o al deslumbramiento de lo poético. Si
lo más frecuente es encontrarse con ese tipo de textos es natural
ponerse a salvo, huir hacia otra cosa.
R.B.: Los teóricos
defienden la poesía infantil, junto a retahílas y canciones, como
grandes aliadas a la hora de construir lectores. En un mundo en el
que poco queda ya de los juegos a pie de calle y la tecnología sirve
de distracción, ¿sigue vigente esa interacción entre rimas y
lectura o deberíamos buscar alternativas?
M.C.R.: Las dos cosas
me parecen acertadas. Pero en mi experiencia no hay niños que no
disfruten de la poesía si se les lee bien. Pero ¿qué es leer bien
un poema? Haberlo leído previamente, haber conectado con su mundo de
sugerencias, haber encontrado la voz capaz de acompañarlo. Muchas
veces descubrimos la belleza de un poema cuando alguien nos lo lee
dedicando su tiempo y su voz, donando su propia lentitud, su singular
delicadeza.
R.B.: La primera vez
que leí su Papelitos,
recordé algo... En mis años de escuela, los maestros nos obligaban
a memorizar poemas. Todavía me acuerdo de muchas estrofas y, aunque
en aquel entonces no comprendía las razones, hoy me alegro de que
alguien se empeñara en que guardásemos versos en la cabeza. ¿Sigue
siendo el maestro el mayor divulgador de Literatura Infantil?
M.C.R.: Sin dudas, el
maestro y el bibliotecario. Y creo que hay que volver a invitar a los
chicos a que memoricen poemas. Y digo invitar, que no se trate de una
imposición. Memorizar un poema elegido es también encontrar un
territorio interior con el cual vincularse cada vez. Y son espacios
que necesitan de esa cadencia, de ese acompañamiento de sensibilidad
que reside en la palabra poética.
R.B.: ¿Y esos libros
dedicados que me iba a enviar? ¿Para cuándo?... No me gustaría que
le concedieran el Andersen (ese al que ya ha sido nominada una vez) y
no tener en mi poder algo que valdría millones...
M.C.R.: Ahora, cuando
cambie la luna.
R.B.:
Me chifla jugar, comer y leer... ¿A que le gusta jugar a usted? ¿Y
comer? ¿Y leer?
M.C.R.: Jugar sobre
todo con las palabras, como en el casi contrapunto del inicio de esta
tan linda, refrescante y a la vez seria entrevista que creaste,
Román.
Comer, uva moscatel.
Leer aquello -que no es fácil encontrar- que me hace detenerme en el
tiempo, cerrar los ojos, paladear las frases, sentir que se renueva
el mundo.
Aunque
la ciudad de Mendoza (Argentina) vio nacer a María Cristina Ramos
Guzmán en 1952, esta reside en Neuquén, la Patagonia, desde 1978, desde
donde ha ejercido su labor como poeta/isa, escritora, editora,
divulgadora y profesora de literatura. De entre el sinfín de libros
de poesía infantil que ha publicado destacan Un sol para tu
sombrero (Libros del Quirquincho, 1988, Re-ed. Sudamericana,
1999), Maíces de silencio (obra con la que fundó la
editorial Ruedamares en 2002), La luna lleva un silencio
(Anaya, 2005), Papelitos (FCE, 2007) o Dentro de una
palabra (Sudamericana 2014). También ha cultivado la narrativa
para niños (Cuentos de la buena suerte, El libro de
Ratonio o Belisario), para adultos (La secreta sílaba
del beso) y el ensayo (Aproximación a la narrativa y poesía
para niños: los pasos descalzos y La casa de aire: la
literatura en la escuela). De entre todos los galardones y
reconocimientos, destaca su nominación para recibir el
premio H. C. Andersen en 2013.