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miércoles, 30 de septiembre de 2020

De jaulas y confinados


Hace unos años hablaba con mi amigo el Pablo sobre el concepto que en el mundo de la empresa se tiene de la “jaula de oro”, una expresión que se refiera a las condiciones en las que viven los trabajadores de las multinacionales en países con una elevada tasa de violencia para evitar secuestros exprés y otras cuitas donde el tráfico de cualquier cosa lleva la voz cantante. Básicamente consiste en tener encerradas a estas personas en complejos residenciales de alta seguridad en los que disponen de todas las comodidades imaginables (zonas verdes, pistas deportivas, gimnasios e incluso centros comerciales en los que comprar comida, ropa y hasta hacerse las uñas). 


La denominación me vino a la cabeza mientras estábamos confinados. Evidentemente las condiciones eran mucho peores. Sobre todo teniendo en cuenta que muchos viven en zulos de mala muerte, pisos sin apenas luz solar, sin una maldita terracilla a la que asomarse de vez en cuando, o compartiendo vivienda con tropecientos. Aquellas jaulas no eran tan doradas como la del ruiseñor del cuento y, una vez nos soltaron, la cosa cambió. Pudimos respirar, correr, caminar, ver a los que nos quieren (y a los que no, cosa que también se agradeció) y sobre todo darnos cuenta de que estamos hechos para la libertad. 


Lo peliagudo viene cuando, durante los pasados días, caigo en la cuenta de que muchos siguen encerrados en sus casas ¡6 meses después! Sí, señores, el miedo (o la obsesión, que no todo es estupor y temblores) los tiene anclados a la pata del sillón motu proprio o por el capricho de algún abencerraje llamado “hijo”. Y por si eso fuera poco, amenazan con seguir devorando telebasura unos cuantos meses más. Aunque yo respeto las decisiones de cada uno, me cuestiono la efectividad y las consecuencias de todo esto, sobre todo en el plano psicológico y afectivo, pues la mayor parte de nosotros nos hemos dado cuenta de que somos animales sociales y nuestro mundo no se puede resumir a cuatro paredes. Lo digo una vez más: soy más partidario de abrir la puerta y vivir con precaución a perder la vida en una prisión. 


Y si todavía les queda alguna duda, en este luminoso miércoles (¡Cómo se nota San Miguel y su veranillo!) les traigo un librito muy honesto de Germán Machado, Cecilia Varela y Andana Editorial que habla precisamente de todo esto. La jaula nos cuenta la historia de un chiquillo que quiere una mascota pero su padre le avisa una y otra vez de que los animales no sobreviven a los barrotes. Al final el abuelo llega con un regalo, un hámster. 
Aunque no les voy a contar el final, les aviso que es bastante inspirador y que deja cierto sabor agridulce en el paladar, algo que se agradece en un álbum que bien vale para lectores de cualquier edad. Mención aparte merece la ilustración de portada (mucha belleza en la composición y de gran simbolismo), las guardas peritextuales a modo de prólogo-epílogo y juegos visuales con mucha perspectiva y contraluz. Un libro que llena pero también abre un espacio a la reflexión.



martes, 29 de septiembre de 2020

¿A qué huelen las casas?


Los seres humanos, como buenos mamíferos, tenemos muy desarrollado el sentido del olfato. Si bien es cierto que los científicos definen unos diez olores primarios (floral, leñoso, frutal, químico, mentolado, dulce, quemado, cítrico, podrido y acre), por combinación de estos somos capaces de distinguir hasta mil millones de olores según los últimos estudios (si lo comparamos con el resto de receptores sensoriales, gana por goleada) y de esos, recordamos un 35% gracias a lo que llamamos memoria olfativa, una que también nos permite asociar un aroma con un recuerdo, una persona, o con un momento de felicidad, tristeza o peligro. 
Todo esto sucede gracias a un proceso muy interesante en el que intervienen diferentes estructuras del organismo. A saber… El epitelio de las fosas nasales capta el estímulo olfativo –moléculas químicas volátiles que se difunden gracias al aire- y envían una señal eléctrica al bulbo olfatorio. Este recibe la información y la distribuye a diferentes partes del cerebro, sobre todo al sistema límbico donde están la amígdala y el hipocampo. Mientras la amígdala conecta ese aroma con una determinada emoción, el hipocampo también lo relaciona con un recuerdo y, ¡voilá! ¡La magia está servida! Es así como nos huele a feria, a playa, al mercadillo de los martes, al día que nos conocimos o a ese día de invierno perdidos en mitad del monte. Los olores se convierten en un verdadero idioma sobre el mundo que nos rodea. 


Tan poderosa es la memoria olfativa que incluso en mitad de la noche aparecen olores. No les miento si les digo que hace bien poquito soñé que visitaba a mi abuela. Abrí la puerta de su casa. Ella no estaba. Hace más de un año que se fue. Pero allí quedó su olor. Un aroma extrañamente ligero, como a comida recién hecha. Hervido, sopa o potaje. Nada de fritanga. Con tintes de lejía, algo de polvo y cierto regusto a brasero eléctrico. Pero sobre todo, olía a ella, a mucha alegría. 


Y es que cada casa tiene su fragancia, la de sus habitantes. Unas huelen a rayos y otras a centellas. A gato, a tortuga y a tigre. Las hay que recuerdan a cementerios (¿será por las flores marchitas?), a bares de mala muerte (¡Viva la pringue) e incluso a los parques de atracciones (Yo una vez estuve en una que…). Pero el caso es que cada casa tiene cierta identidad, como un código de barras aromático que es difícil de olvidar. Sin ir más lejos les invito a que entren en Tu casa, mi casa de Marianne Dubuc (editorial Juventud) e imaginen a qué huele cada uno de los hogares que aparecen en ella. 


A pesar de que todo gira en torno a la fiesta de cumpleaños de Conejito, uno de los personajes que habitan el edificio ubicado en la calle de las Galletas número 3, este es un álbum coral en el que todos son protagonistas. Tomando el recurso narrativo de la construcción sin paredes que tan buenos resultados da en las creaciones infantiles (se me ocurre citar los álbumes de Richard Scarry, El libro de la noche o la clásica viñeta de Ibáñez 13 Rue del percebe), la autora abre su universo al lector-voyeur para que descubra por sí solo las relaciones que conectan las vidas de unos y otros, y sobre todo para perderse en un sinfín de detalles que ayuden al espectador a la hora de conocer el mundo más próximo de la mano de animales antropomorfos.

lunes, 28 de septiembre de 2020

La importancia de lo plural


Me llama mucho la atención el interés con el que mucha gente me pregunta “¿De qué vas?” Si bien es cierto que alguna vez se denota cierto reproche en la pregunta, generalmente la hacen extrañados. Vamos, que no saben por dónde va la hebra. 
Estamos acostumbrados a etiquetar a todo el que pillamos. Tendencias políticas, hábitos alimenticios, gustos musicales y cinematográficos, forma de vestir… Absolutamente todo nos ofrece indicios sobre qué tipo de personas son los demás. Recabamos información, la integramos en nuestro catálogo de prototipos y los clasificamos en una tipología determinada para tenerlo en cuenta cuando sea necesario. 


Les puedo asegurar que esta práctica no es mala idea. Teniendo en cuenta que cada vez vamos más uniformados (¿Se han fijado en lo clónicos que son los niños de ahora? Me tienen alucinado esas hordas de quinceañeros igualicos) y la llamada inteligencia emocional consiste en considerar una serie de variables que nos permitan conocer el comportamiento y emociones de quien tenemos enfrente para actuar en consecuencia, a más de uno le resultará útil para librarse del paredón o del cuñao de turno. 
Pero también es cierto que no podemos conocer todos los parámetros, que se nos escapan detalles ínfimos pero igualmente importantes, y que para suplir estas carencias informativas debemos echar mano de los estereotipos. Damos por hecho que un profesor de matemáticas no puede llevar el pescuezo tatuado, que un directivo de central nuclear debe ser carnívoro, que una buena maestra no puede odiar a los niños, que alguien vestido de Prada (muy buen gusto, por cierto) no debe ser podemita, que un inglés no bebe cerveza sin alcohol o que un gay nunca vota a Vox. 


Lo mejor de todo viene cuando constatamos que el ser humano es maravilloso, que nos ofrece nuevas y frescas versiones de sí mismo, que se aferra a lo que le da la gana y manda a la mierda las hormas, las presuposiciones y los clichés, una idea que a los monstruos que abogamos por la libertad (y el libertinaje) nos llena de satisfacción. 
Les aviso: debemos estar agradecidos de equivocarnos para con los demás, de que nos salga el tiro por la culata y de cubrirnos de mierda hasta el gaznate. Nada es lo que parece y todos somos únicos de un modo u otro. Necesarios e importantes para desempeñar un papel en este ecosistema llamado mundo que nunca alcanza esa homogeneidad que tantos han anhelado. 



Y antes de que se me tiren al pescuezo les menciono el último álbum de Christian Robinson. Tú importas, editado por Libros del Zorro Rojo este curso, es un canto a lo colectivo desde un punto de vista individualista. Sobre un texto poético con vis de retahíla –fíjense en ese “tú importas” que se repite como un mantra a la confianza-, el autor articula una serie de ilustraciones interconectadas a través de sucesos o personajes que hablan de una humanidad variopinta desde un punto de vista cotidiano y, sobre todo, alejándose de convencionalismos y perspectivas buenistas. 
Robinson subraya una vez más su mensaje multi-kulti finalizando la acción en un libro con montones de detalles y casi-circular (fíjense en el que la guarda final y las tapas funcionan como colofón perfecto) que es una excusa inmejorable para plantearnos que los moldes sirven de poco cuando el yo y las circunstancias son las que mandan.


viernes, 25 de septiembre de 2020

Pececillos a la mar


Mucho se ha hablado del sector turístico durante los últimos meses. Veamos… Hoteles a medio gas (si no cerrados), kits para acordonar parcelas (una maravilla para cangrejas de la exclusividad), vigilantes pagados por la UE (Useasé, que los guiris han contribuido pero ni han asomado. Y luego nos extrañamos de que no nos quieren dar…), pasarelas de entrada y salida (lo del virus y los pies siempre me ha dejado ojiplático), colas y más colas (¡No teníamos bastante con los baños cerrados!), aplicaciones y códigos QR (para al final echar manos de octavillas)… En fin, que todo ha sido bastante sui géneris e inútil dados los acontecimientos actuales. Menos mal que yo soy como los peces y no me enervo. Aprovechando que media España anda con el miedo a cuestas, ellos y yo hemos campando a nuestras anchas en la orilla del mar, uno de los lugares más seguros de esta pandemia. Y bajo el agua cristalina acompañados de las ilustraciones de una paisana, seguimos recitando esa greguería que reza “madejas de verdes algas, madejitas de algas verdes…” 

                    Los peces pasan en fila de turistas

Cadena de peces 

Por el fondo de los mares, 
en silencio van los peces, 
madejas de verdes algas, 
madejitas de algas verdes. 

El más grande a la cabeza, 
el más pequeño a la cola, 
olas de coral y espuma 
espuma de coral y olas. 

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, 
se deslizan por el agua, 
plata de azules y escamas, 
escamas de azul y plata. 

María Jesús Jabato. 
En: Anzuelos
Ilustraciones de La Doña Pe (Paula Salto Serrano). 
Ganador del XVII Premio de Poesía Infantil Luna de Aire (CEPLI). 
2020. Madrid: SM.


jueves, 24 de septiembre de 2020

Una pequeña selección de cómic infantil y juvenil


Con esto del coronavirus la vida se me complicó allá por junio y no pude preparar a la pequeña selección de cómic infantil y juvenil que suelo ofrecer a los monstruos que sienten debilidad por esto de las calles y las viñetas. Como este curso 2020-2021 he empezado con ganas, aquí les traigo un puñado de títulos que bien merecen ser reseñados y recomendados (con tres estrellas los que me han encantado). 
Como siempre, invito a todo aquel que quiera adentrarse en el mundo del cómic infantojuvenil a leer ESTE MONOGRÁFICO, y estas otras selecciones del 2018 y del 2019 así como animo a las editoriales que publiquen este tipo de literatura gráfica a tenerme al tanto de sus novedades (cada vez empiezan a ser más y se me pone difícil la cosa). 
¡Que los disfruten y, sobre todo, que los lean! 



Sergio Ruzier. Fox + Chick. Un paseo en barca y otras historias. Liana Editorial. (***) Para empezar esta tanda de comic infantil y juvenil tenemos nuevas aventuras de Fox y Chick, el zorro y el pollo más salaos del panorama literario. Esta vez les da por pasear en barca, comer tarta de chocolate, contemplar el amanecer, y, como siempre, dar rienda a una verborrea sincera e infantil que es un canto a la poesía y el pensamiento humano. ¡Imperdible! 


Krystyna Boglar y Bohdan Butenko. Gucho & César allá donde crece la pimienta. Fulgencio Pimentel. Si en el primer episodio de esta serie de cómic infantil Gucho y César viajaban al país de las zanahorias, en esta ocasión se dirigen adonde crece la pimienta. Lo empieza con dos piruletas se convierte en toda una aventura con villanos de por medio y tiros incluidos, sin olvidar ese humor tan particular que destilan nuestro par de héroes. 


Martín Romero. Uxío. Astiberri. (***) Sin duda una de las sorpresas más agradables del cómic infantil de esta temporada de la mano de un autor poco conocido pero con mucho swing (me encanta su web-cómic El manual de las piedras). Uxío es un chavalín pelirrojo que viste un suéter a rayas. Su perra se llama Rosenda y su mejor amiga, Ana. Este es el punto de partida para una serie de historias breves que desbordan imaginación, humor y clarividencia (¡Su protagonista es un niño! ¿Qué esperan?). De factura gráfica impecable se lo recomiendo a manos llenas. 


Rachele Aragno. Melvina. Liana Editorial. Llegamos así a otra historia dirigida a lectores más competentes y cuya acción se desarrolla en Masacá, un mundo particular en el que Melvina, la protagonista, realizará un viaje muy particular para intentar salvar a su amigo Otto y enfrentarse al Malcape, un villano que convierte tus sueños en realidad. Personajes como los niños del cementerio o la reina sin corazón, y parajes como las ciénagas metafísicas, harán las delicias de los lectores. 



Sylvia Douye y Paola Antista. Magalina y el bosque de los animales mágicos / Magalina y el gran misterio. Alfaguara. Aunque tiene un par de añitos, no podía permitirme prescindir de uno de esos cómics que he disfrutado mucho gracias a la recomendación de mi amigo Vicente. Magalina es una apasionada de la criptozoología, la ciencia que estudia los seres y animales fantásticos, y acude a la isla de Vorn para estudiar junto al profesor Balzar. Al principio la cosa no difiere mucho de otra escuela (envidias, amoríos y pequeños altercados), pero todo se complica con misteriosos sucesos que nos irán revelando los misterios que rodean la vida de nuestra protagonista en un universo donde górgonas, vampiros, ninfas y unicornios campan a sus anchas. 



Lorena Alvarez. Luces nocturnas / Hicotea. Astiberri. (***) Pasamos a otro par de historias ambientadas en mundos paralelos y coloristas donde Sandy, una chiquilla con una imaginación desbordante, es la protagonista. Harta de la educación reglada que recibe en su colegio religioso, Sandy aprovecha cualquier momento para evadirse en sus propios pensamientos que parecen cobrar vida. Si en el primer título la acción se relaciona con Morphie (¿recuerda a Morfeo, dios del sueño, verdad?), un alter ego más salvaje e inquietante, en el segundo (bautizado con el nombre de una tortuga autóctona de Colombia, país de origen de la autora), tenemos una aventura con pinceladas también oscurantistas que no olvida el discurso ecologista. Una delicia visual con recursos narrativos interesantes que recuerdan a la obra de Trondheim y García. 


Di Gregorio y Barbucci. Las hermanas Gremillet. El sueño de Sarah. Astronave. Tres hermanas y un misterio es el argumento de la primera aventura de una serie que algunos han bautizado como la sucesora de Los diarios de Cereza. Sarah, Casiopea y Lucille (¿No les recuerda a un cuento tradicional?) tienen sus cosas. La primera vive preocupada por los sueños, la segunda vive en su mundo y la última siempre va con su inseparable gato Yurei. De repente, un día encuentran una fotografía de su madre embarazada, y, curiosas ellas, empiezan a tirar del hilo para terminar envueltas en la triste historia familiar. Dulce y sentimental. 


Ryan Andrews. Y entonces nos perdimos. Astronave. (***) Nos acercamos al final con uno de esos libros que sorprenden y encantan a partes iguales, una novela gráfica apta para todos los públicos, que explora lo onírico sin desligarse de la realidad. Con nocturnidad (como buen juerguista, estas historias en mitad de la noche me vuelven loco) y mucha alevosía, el autor se marca una de teenagers y bicicletas (E.T., Los Goonies…) con dos reglas básicas: Nadie da media vuelta y nadie mira atrás. Una especie de road-trip con tintes de aventura, ciencia-ficción y algo de anime (me he encontrado al Totoro de Miyazaki varias veces) que se figura un perfecto viaje de crecimiento personal entre iguales. De lo mejorcito que he leído este año. Me ha encantado y seguro que a ustedes también. 


Jillian Tamaki y Mariko Tamaki. Aquel verano. La Cúpula. (***) Rescato para ustedes otro de esos títulos que he engullido este verano de lecturas pendientes. Publicado en 2014, este libro explora la adolescencia de Rose y Windy, dos chavalas que se adentran en zonas pantanosas de la realidad humana como el embarazo no deseado o el divorcio paterno. El argumento promete, pero lo mejor de todo es que las viñetas consiguen emocionar, algo que siempre se agradece teniendo en cuenta que el universo del cómic suele llenarse de fuegos de artificio. El carácter antagonista y complementario de las chicas, el azul de sus páginas, las miradas expresivas, la belleza del verano o la energía que destilan, interpelan al lector de manera indirecta, reflejando las múltiples facetas de ese caleidoscopio que es la vida. 


Juan Berrio. El niño que. Nuevo Nueve Editores. (***) Para decirles adiós he elegido un cómic de esos que nos encantan a los monstruos, no sólo porque nos retrotrae a la infancia, sino porque pone en tela de juicio ese ideario creado por adultos pero dirigido a los niños. Luis, el protagonista de esta serie de historias cortas con inspiración autobiográfica, es un chaval que prefiere aprender directamente del mundo y explotar a su manera su propia imaginación a supeditarse a un universo creado ad hoc por otros, incluidos los cuentos de toda la vida. Sincero pero con enjundia narrativa (esos silencios o la certera brevedad dan fe de ello), el autor se adentra en discursos poco explorados pero necesarios.



miércoles, 23 de septiembre de 2020

Hijos de la guerra cultural



Por si no tuviéramos bastante con la crisis que se avecina (elijan el adjetivo ustedes), la mayor parte de los días asistimos atónitos a un circo que da ganas de vomitar. Lo peor de todo es que la cosa no se queda en el hemiciclo (todavía no sé por qué ninguna organización libertaria no ha camuflado francotiradores entre los estenotipistas), sino que también llena las calles, los medios de comunicación y hasta los libros, de su basura. ¡Bienvenidos a un nuevo episodio de la guerra cultural! 


Además de servir para el desfogue de algunos (¡Qué pesaditos se están poniendo mantenidos, palmeros y salvadores!), no hay que olvidar que la guerra cultural, esa que Gramsci propondría hace casi un siglo y que lleva perpetrándose en nuestra sociedad unas cuantas décadas, pretende alcanzar el poder político a través del poder cultural, cosa que se empieza a oler, sobre todo en esto de lo literario. 


Y es que, señoras, señores, el universo literario (también el de la LIJ, como ya apunté AQUÍ) lleva muchos años lleno de críticos, lectores y enterados que, infiltrados en todos los medios de comunicación de masas, las redes sociales y los ambientes universitarios e intelectuales, vociferan desde un lado y de otro las bonanzas de quienes -se supone- exhibieron en sus creaciones discursos afines a las diferentes facciones. 
Alejados del humanismo que nos interesa a algunos, se dedican a las arengas (¡Facha! ¡Comunista!) para espesar todavía más uno de los climas sociales más asfixiantes de los últimos años y así dejar a un lado la pluralidad de los discursos. Amontonan los nombres de literatos, poetas y dramaturgos sobre su trinchera particular y, mientras los deslegitiman intelectualmente, también se apropian de sus obras para perpetrar así la necesaria propaganda. 


Unamuno, Borges, Delibes, García Lorca, Benedetti, Larra, Pérez Galdós, Alberti, Pío Baroja… Son muchos los que, según esos iluminados, se han sentado en un bando u otro. Muchos de ellos sin tan siquiera hablar de sus inclinaciones políticas en sus obras, algo que la mayor parte de los espectadores ignoran en pro de una manipulación sesgada (N.B.: Curiosa paradoja esta, la de creer a un tercero en vez de echar mano de las bibliotecas y LEER). 
Escuchen, melones. No dejen que otros lean por ustedes. Lean sin prejuicios a todos y cada uno de estos autores. Seguro que dan con ustedes mismos en las páginas de Fortunata y Jacinta, Los santos inocentes, Niebla, La casa de Bernarda Alba o Marinero en tierra. Cada vez tengo más claro que lo que debería ser un discurso luminoso y fraternal está siendo corrompido por ideas que poco tienen que ver con lo que muchos pensamos. 


Y así llegamos a dos de esos álbumes sobre conflictos y guerras. El primero es La batalla de Karlavach del reconocido escritor Heinz Janisch y el ilustrador Aljoscha Blau, un álbum recientemente editado por Lóguez, y el segundo es Boom. La guerra de los colores del siempre genial Ximo Abadía y editado por Montena. 
Aunque ambas historias echan mano de los colores para referirse a los enfrentamientos entre grupos de seres humanos, difieren en algunos puntos. Mientras que el primero echa mano de  un simbolismo más cercano a los cuentos tradicionales (ropa y derivados) para desarrollar un discurso más libre en lo que a interpretación se refiere, el segundo es más expositivo y se centra más el aspecto gráfico, prescinde de metáforas y otras figuras literarias pero juega con la línea y la complementariedad en un exquisito juego de contrastes.



El resultado de ambos es maravilloso (fíjense en que las ilustraciones de ambos se decantan por las formas angulosas y puntiagudas), sobre todo porque ambos se mantienen al margen de los consabidos sesgos (algo que agradezco al máximo cuando se trata de una temática como esta) y se posicionan al lado del pueblo, uno que en ambos casos toma la última palabra para obviar a los poderosos y sus cuitas. 
Espero que tomen nota y empiecen a leer, un verbo que siempre derrota a la ignorancia y a quienes desean tomar ventaja con ella.


martes, 22 de septiembre de 2020

De colegios y silencios



Lleno de mascarillas, con flechas por el suelo que regulen el tránsito en los pasillos, tufillo a engrudo gel hidroalcohólico, chapas identificativas que recuerdan a estrellas de seis puntas, ventanas abiertas de par en par (si no es el coronavirus nos liquidará un buen tabardillo), bedeles con el morro torcido (perdón, esto no es novedad), pantallas de metacrilato y un montón de normas absurdas que (auguro) se perpetuarán en el tiempo. Todo esto y mucho más veremos en la escuela del curso 2020-2021 (si es que la cosa no se vuelve a ir de madre y se termina lo que se daba). Pero sin lugar a dudas, lo que más reinará en las aulas durante los próximos nueve meses será el silencio. 
Provistos de bozal y con la pertinente distancia de seguridad, los chavales han visto capada su espontaneidad. Se han terminado las ganas de cuchichear. Nada de esas risitas nerviosas que finalmente se tornan carcajadas. Vamos a vivir uno de los cursos escolares más aburridos de la historia educativa de nuestro país. Los alumnos pasarán a los anaqueles como los “COVIDarianos” (denominación tan sugerente, como extraterrestre), esos niños que se enfrentaron al enemigo aislados en su pupitre, sin cachondeo del que echar mano en horas difíciles. Sin fútbol, sin laboratorios, sin riñas, sin viajes y, sobre todo, sin escándalo. 
Es curioso como algo que siempre han deseado muchos docentes (¡Silenciooo!), nos vaya a consumir el ánimo. Las clases no son iguales, los recreos, tampoco. Muchas diligencias y protocolos, pero poquita alegría. Que no es que no esté (ya saben que con niños y adolescentes no puede nadie), sino que no se ve, o peor todavía, tampoco se oye. 



Esto me lleva a pensar en las paradojas del silencio, uno que a menudo es sinónimo de cautela, paz y serenidad, pero a la vez también evoca otras sensaciones… 
Si bien es cierto que el silencio puede ser bello y saludable en una sociedad donde lo que más predomina es el ruido (¡Anda que no ha traído el bicho este...!), experimentarlo muy a menudo también puede generar una herida indeleble (Ya lo decía Shakespeare: “Dad palabra al dolor: el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe.”) 
El silencio puede ser doloroso y a la vez inquietante, aterrador. El silencio es ausencia y también indiferencia. El silencio es defensa y escudo, lanza y afrenta. El silencio son muchas cosas en una. Unas veces nos llenamos de silencio y otras nos vaciamos con él. En partituras, despedidas y miradas. El silencio es ese espacio en blanco que también nos habla. 



Y así llego a Lo difícil, un libro de Guridi y la editorial Tres Tigres Tristes en el que, a pesar del silencio, habita una voz tan necesaria, como imperceptible, algo de lo que beben las historias mínimas que nos rodean y que Raúl Nieto sabe hacernos llegar en sus álbumes de alta sensibilidad y gran poderío gráfico. 
Da en el clavo con el tono, con el color, con la perspectiva y con el simbolismo. Con muchas cosas que nos presentan la historia de alguien que vive sus miedos y anhelos sin despegar el pico pero buscando estrategias que le hagan más llevadero el día a día. Un libro que no se pueden perder y en el que seguro encuentran el reflejo cercano de quien no sabe convivir con ese ruido tan molesto que a otros nos resulta una bendición. Pero esa, amigos, es otra paradoja en busca de autor...



lunes, 21 de septiembre de 2020

El vicio de viajar

Para Inma, que está con ansia viva por enganchar un avión.

El otro día hablaba con unos amigos sobre lo que los alemanes llaman Wanderlust, un palabro que, como su etimología indica (“wandern” es caminar y “lust”, pasión), se utiliza para hacer alusión a esa irrefrenable pasión por viajar que parece haberse convertido en una de las necesidades de nuestro tiempo.
Aunque muchos lo relacionan con los millenial y otros modernos, este término se puede hacer extensivo a todos aquellos que consideran los viajes, sobre todo los de largas distancias, como una forma de felicidad imprescindible.
Según algunos estudios, este ansia viva por coger un avión se debe a condicionantes genéticos, concretamente a los genes situados en el par de cromosomas número 11 que se expresan para los receptores de la dopamina, un neurotransmisor relacionado con los comportamientos adictivos (viajar, viajar y más viajar). 


A pesar de estas evidencias científicas, un servidor prefiere inclinarse por causas más estructurales: los vuelos de bajo coste, las plataformas de reserva hotelera y las guías de viaje on-line. Sí, señores, una serie de facilidades que en pleno siglo XXI nos han hecho cambiar Torrevieja por Bali y el Seat 127 por el Boeing 747. 
Hasta ahí todo bien. Lo peliagudo viene cuando añadimos en el pack buenas dosis de tontería, postureo, exhibicionismo y misticismo que, articuladas con las redes sociales y otros mecanismos para la adquisición de estatus y diferenciación social, sólo buscan una reformulación del llamado turisteo, un concepto que para muchos resultaba bastante hortera; pues si bien es cierto que unos pocos viven experiencias vitales trascendentales y cargadas de significado, la mayoría nos limitamos a visitar lugares de interés, hacer el mono y echarnos fotos.


Resumiendo, el viaje interior, el poético, no es consecuencia del viaje exterior o físico, sino que más bien configuran una dicotomía incluyente o excluyente dependiendo de las circunstancias que lo rodeen. No todos los periplos u odiseas se construyen sobre lo lírico, sino más bien de lo contrario. Eso sí, que cada uno lo venda como quiera, que para gustos, los relatos. 
Y hablando de relatos, hoy les traigo uno que viene al pelo, pues Travesía, el debut de Peter Van Den Ende en esto del álbum y editado por Libros del Zorro Rojo, nos acerca a esa literatura de viajes por la que tanto han hecho personajes como Ulises, Frodo Bolsón, Don Quijote u Horacio Oliveira. 


En este recorrido fantástico a través de los mares que surcan el globo terráqueo (fíjense en el mapamundi de unas guardas que también forman parte de la narración) en clave silenciosa (se desarrolla sólo con imágenes), un barco de papel circula entre auroras boreales, arrecifes de coral y personajes oníricos que bien pueden poblar tanto las novelas de Verne, como la ciencia-ficción más extraterrestre. 
Con un estilo que se impregna de otros autores como Shaun Tan o Einar Turkowski, las ilustraciones de este biólogo belga sugieren un universo marítimo y nocturno (de ahí la elección del blanco y negro) en el que dejarse llevar por los avatares vitales sin más timón que el propio disfrute y su poder transformador.