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sábado, 31 de octubre de 2015

De muertos y romanticismo


Durante todo el fin de semana se sucederán todo tipo de manifestaciones (no sólo religiosas, sino también lúdicas) a lo largo de nuestra geográfica con el Día de Todos los Santos como telón de fondo. Seguramente unos denosten la jarana en la que se ha convertido la noche previa a este día (el dichoso “Jalogüin”) y otros abandonen esa estúpida costumbre de visitar los cementerios ataviados con millones de flores que se marchitarán unos días más tarde (yo siempre he preferido los tiestos a la flor cortada), pero bajo ambos comportamientos subyace la idea de honrar a los difuntos, algo que, déjenme decir, está presente en la mayor parte de las culturas.


Polémicas a un lado he de decirles que la dicotomía entre la vida y la muerte, además de ser una cuestión muy intrincada (como todo aquello en lo que religión, cultura y hombres se entremezclan), es el que más quebraderos de líneas ha supuesto para la literatura universal. Si no me creen echen mano de cualquier obra canónica y verán como en todas ellas ahonda la búsqueda de la vida eterna, abundan cadáveres y entierros, y todas ellas versan sobre la capacidad de trascender en este mundo forjado a golpe de nicho, fosas comunes o panteones de mármol y serpentina... Y si no me creen, sólo deben echar mano de cualquier obra de la literatura romántica (del romanticismo, no las de Danielle Stele) y dar buena cuenta de que la muerte es el exponente ideal de la libertad humana y de la exaltación de esa misma vida, que puede estar llena de amor, pero también de tormentos.


La idealización y veneración de ese asunto llamado muerte alcanza su culmen con la novela gótica, un género muy cultivado durante el siglo XIX y que dio lugar a la mayor parte de los personajes y relatos relacionados con el mundo terrorífico, ese que hoy nos sobrecoge cuando acudimos a un camposanto durante la caída del crepúsculo. Vampiros, licántropos, monstruos, fantasmas y otras almas en pena han llenado multitud de páginas en las que el miedo envuelve al lector.
No obstante, y haciendo un análisis menos somero de la intención de estos autores, me atrevo a decir (perdónenme si no doy en el clavo, se equivoca el que abre la boca) que bajo historias en las que la sangre, las sombras, y los temblores son un recurso argumental muy repetido, descansa otro mensaje más difícil, ese que aboga por la vida después de la muerte, un estado en el que la sexualidad, la lujuria, el erotismo y otras constantes vitales aparcadas durante siglos por la religión se abren camino en un mundo no apto para la vida terrenal.


Mientras piensan en ello durante este fin de semana (para algunos más largo), les recomiendo echar mano de, Carmilla, un clásico de Joseph Sheridan Le Fanu (la clara inspiración del Drácula de Bram Stoker), en su edición de Siruela (antes de Fondo de Cultura Económico) junto a las ilustraciones en grafito y grana de de Ana Juan (estupendas...). Una declaración de vampíricas intenciones que, con tiento oscuro, femenino y sutil, hurga en los miedos de los hombres.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Animales existencialistas


A veces, en la literatura infantil, se producen coincidencias (no se si fortuitas o intencionadas) que, además de robarme una sonrisa, me producen una debacle interna que necesito aclarar colocando mis pensamientos sobre un papel (o en un documento de texto, que hoy en día viene a ser lo mismo), no sea que se me olvide quién soy, de dónde vengo y adónde voy...


No cabe duda de que si hoy se han levantado en clave metafísica, aquí tienen cuatro alternativas la mar de plausibles para lubricar la neurona.... La cabra que no estaba, de Pablo Albo y Guridi (Editorial Funreaders), El oso que no estaba, de Oren Lavie y Wolf Erlbruch (Barbara Fiore Editora) El ratón que faltaba de Giovanna Zoboli y Lisa D'Andrea (Editorial A buen paso) y El oso que no lo era de Frank Taslin (rebautizado por Ediciones Invisibles en su nueva edición como ¡Pero yo soy un oso!) son cuatro títulos para mear y no echar ni gota; no porque merezcan la pira, sino porque todos ellos adolecen de un claro existencialismo que me dispongo a cortar y doblar (¡si es que puedo!).


Lo del devenir es un coñazo aunque muchos lo tengan como afición..., se pasan la vida dándole al coco y produciendo poco... Una buena excusa para hacer lo que les sale del fandango. Un mero entretenimiento que, a mi forma de entender, da pocos frutos y que, o acaba contigo, o acaba contigo. Esta claro que eso de buscar sentido al día a día es para personajes aburridos como los de los libros de hoy: una granja entera, dos osos y un gato... Todos ellos bastante “zoo-lógicos” (¡chiste de biólogo al canto!). Eso sí, cabe destacar ligeras -o pesadas- diferencias entre unos y otros... Veamos... Tenemos dos osos bastante preocupados por hallarse en este mundo. Mientras el oso que no lo era ¿logra? dar consigo mismo, el oso que no estaba necesita la sabiduría y apreciaciones de sus compañeros en el viaje que se le presenta (podría parecerse al mismo que recorrió la Alicia de Carroll aunque en un tono más forestal) y hacer frente así a la amnesia sufrida -no sabemos muy bien porqué- y dar sentido a una nota que parece caída de un libro de autoayuda. Aunque el más somero de todos ellos está protagonizado por una cabra que parece una entelequia hasta el final de la lectura, te logra sacar una sonrisa y explora el significado de los verbos “ser”, “estar” y “parecer” desde la perspectiva de los terceros, esos que se encargan de dar rienda suelta a su imaginación y darle forma a la existencia de la cabra y la propia. La última historia, tiene que ver con un gato que deja de lado su propia vida para obsesionarse con la de un ratón que nadie sabe si existe.


Todas ellas son narraciones extrañas. A veces no tienen mucho sentido (les confesaré que a una de ellas me ha costado seguirle el ritmo y para otra necesité una explicación... soy así de básico y lerdo, perdónenme), otras, adquieren un hondo significado, pero todas tienen su contrapunto divertido y triste. Esto podría hacerlas aptas para todos los públicos, pero me gustaría aventurar que probablemente los niños encontrarían primero el somero humor, los adultos se sentirían abrumados por la incomprensión argumental de todos ellos, y tanto unos como otros necesitarían una búsqueda guiada para encontrar la intencionalidad narrativa. Por todo esto creo que sería una buena oportunidad para usarlos como excusa para un taller colectivo (¡aquí tienen chicha los bibliotecarios y maestros activos y creativos!) y cerciorarse de los varios niveles de lectura que he podido entresacar con este primer contacto.
¡Como la vida misma!  

lunes, 26 de octubre de 2015

Aventuras de barrio


Adoro la vida de barrio, más que nada porque sabe conjugar la cercanía del pueblo con la agilidad de la urbe, un tándem tan peligroso, como encantador... Las grandes superficies coexistiendo con los comercios de toda la vida, vecinos de siempre con otros más pasajeros, pisos de nueva construcción compartiendo acera con otras casitas pequeñas de planta baja y bloques de viviendas sociales. Siempre hay un par de colegios y algún que otro instituto, los afortunados tienen un centro de salud, alguna sucursal bancaria y un centro sociocultural. Panaderías a tutiplén, fruterías desperdigadas, un par de carnicerías, pescaderías, algunas, peluquerías varias y muchos bares (ya saben, esto es España), hacen las delicias del bullicio y las transacciones entre sus habitantes. Si tienen alguna placita o jardín cercano, pueden asomarse a la ventana y escuchar el griterío de los niños al jugar, el parloteo vespertino de los viejos y un sinfín de graznidos humanos que llenan el aire de las calles que cruzan ese mini-universo llamado “barrio”.


Cada barrio tiene sus personajes (los hay entrañables, legendarios y muy odiados) y su personalidad, ya saben..., los hay muy familiares y otros más impersonales, los bulliciosos y los silenciosos, los elegantes y los quiméricos... También hay mucho barrio famoso en la geografía española, léanse el de Triana en Sevilla, el madrileño Carabanchel, el del Carmen valenciano, el Gótico de Barcelona, el de la Viña en Cádiz o el Húmedo leonense, pero tengan por seguro que, como el barrio de uno, no hay ninguno, pues constituye una patria chica que controlamos a la perfección por cercanía, costumbre y tradición. Una realidad que sirve y ha servido de excusa para que muchos creadores de libros LIJ contextualicen sus historias en barrios ideales donde una parte del mundo le echa un cable a la otra parte (algo que, lamentablemente, está empezando a cambiar...), y todos los personajes interactúan entre sí formando parte del mismo hilo conductor.


Sin ir más lejos podemos toparnos con esta idea en El maravilloso mini-peli-coso de Beatrice Alemagna y editado por Combel (¿Por qué será que cuando un título es maravilloso me envían el ejemplar demasiado tarde? Snifff, ¡así no hay quien haga fotos decentes!), un libro redondo y colorista. Redondo (ya saben que no suelo abusar de este adjetivo cuando se trata de libros) por su carácter coral, su ritmo de ida y vuelta (del principio hacia la mitad, la historia se desarrolla en un sentido, en el ecuador encontramos el momento cumbre y, a partir de ese punto, la acción gira y regresa sobre sus pasos, ¡una maravilla de simetría narrativa!), su tono infantil, sus dobleces, sus personajes adultos que regresan a la niñez y su cariz de viaje iniciático actual y cotidiano. Y colorista por el desenfado en el tratamiento de las ilustraciones, el buen engranaje entre las técnicas pictóricas y, sobre todo, por las pinceladas de rosa flúor que abundan en todo el recorrido y establecen un juego de búsqueda de similitudes y diferencias entre la realidad y la imaginación de la protagonista.
¡Y que vivan los barrios!


viernes, 23 de octubre de 2015

Hablando de LIJ con... David Pintor


Román Belmonte. David, sabes que soy un deslenguado, ¿por qué has aceptado esta propuesta?
David Pintor. Por eso mismo... porque eres un deslenguado.
R.B. (Risas) Supongo que es suficiente... Me gusta definirme como un monstruo por muchas razones entre las destaco el desatar al niño que llevo dentro. ¿Te consideras un monstruo?¿Debe ser un monstruo el ilustrador de libros infantiles?
D.P. Me gustaría mucho serlo. Y a veces, cuando las circunstancias son propicias, lo consigo. Muchas veces se echa de menos más libros infantiles que no sean tan políticamente correctos. A mí me gustan los textos que tengan un cierto aire gamberro, que destilen un poco de locura, de fantasía, de surrealismo y de incorrección. Me parece que son mucho más interesantes tanto para los ilustradores, como para los lectores. Ahora mismo acabo de terminar un álbum ilustrado que es una parodia del clásico La Isla del Tesoro, y creo que es el libro más gamberro que he hecho nunca. He disfrutado como un enano, y estoy deseando verlo impreso. Creo que va a sorprender...
R.B. Tendré que echarle un ojo y ver si hay que destriparlo (Sonrisa). Siempre he creído que la labor de un ilustrador es bastante compleja... Antes de ponerte manos a la obra con las ilustraciones de un texto, ¿cuáles son los monstruos que te rondan?
D.P. Los monstruos de la duda. La verdad es que paso bastante tiempo documentándome antes de empezar a dibujar. Cada libro es un proyecto diferente, e intento adaptarme a lo que me pide el texto. Es una fase muy interesante, donde se va "cociendo" el libro. Veo películas, libros que tengan que ver con el texto, miro artistas que me gustan, viajo... A mí me sirve para ir cogiendo el tono, para empezar a tomas decisiones en cuanto al estilo y la manera de ilustrar, para definir los personajes, etc...
R.B. ¿Y qué te inspira?
D.P. Por mi profesión, busco inspirarme en los grandes artistas visuales que tengan una manera interesante de ver el mundo: pintores, ilustradores, cineastas, diseñadores, arquitectos, fotógrafos, etc...Pero también me inspiran mucho los viajes. Vuelvo de ellos siempre con mucha energía y super-estimulado. Este año, por ejemplo, he ido de vacaciones a Japón, y he descubierto un país fascinante. La cultura japonesa es increíblemente sugerente, y seguro que todo lo que he visto se va a reflejar en alguno de mis próximos libros.
R.B. ¿Técnicas tradicionales o digitales? ¿Cueces o enriqueces?
D.P. Perdona que te lo diga, pero es sorprendente que, a día de hoy, bien entrado el siglo XXI, se siga planteando esta cuestión. Es, sin duda, la pregunta que más veces me han hecho, y la que para mí tiene cada vez menos sentido. El ordenador es una herramienta más, como lo es el rotulador, la cera, la acuarela o la plumilla. No quiero elegir, porque todas las técnicas son útiles y además puede combinarse entre sí.


R.B. No me seas gallego y confiésame un truco de curtido ilustrador...
D.P. ¿Por qué?
R.B. (Risas) Te propongo un reto. He aquí un texto mío: […] Cuando caía la noche, iba al vertedero en busca de viejos tesoros, de los recuerdos prohibidos. Los niños veían pasar a la oscura y encorvada figura por el camino que se alejaba de la ciudad. Seguían las huellas del carrito que llevaba y la acompañaban en silencio hasta la colina desde la que se veía la entrada. […] ¿Me própones un boceto de ilustración?
D.P. Acepto el reto. ¿Pagas en metálico o por transferencia bancaria?
R.B. (Carcajada) ¡Qué gamberro vienes hoy! Simplemente era una intentona para llamar la atención de algún editor... Según tu criterio, ¿qué tiene el álbum ilustrado que tanto se está apostando por él?
D.P. La ilustración vive en estos momentos un momento muy bueno, y puestos a pensar en las causas que lo han hecho posible, yo destacaría:
- La ilustración ya no se ve sólo como algo ligado a la literatura infantil. Ha traspasado esa frontera y ahora mismo las librerías estan llenas de libros ilustrados para adultos.
- En este momento hay en España una gran cantidad de ilustradores con una calidad excepcional.
- Muchos editores se estan dando cuenta que la ilustración no es un mero adorno, sino que puede enriquecer enormemente un texto.
-La ilustración puede jugar un papel fundamental en el campo del libro-objeto. Ese libro en el que se cuidan todos los detalles, desde el tipo de papel, la tipografía, el diseño, la maquetación...haciendo florecer un formato que todos ven en crisis.
R.B. A pesar de lo que me dices, me topo con mucha gente que dice: ¿Albúm ilustrado?¡Cuatro dibujos y poca letra!”... ¿Crees que la ilustración está valorada como se merece?
D. P. Pues tengo que decir que depende... Lo primero que habría que definir es el verbo valorar. Te pongo un ejemplo: Si un editor, en una entrevista, afirma que la ilustración es muy importante en los libros infantiles, pero luego, a la hora de la verdad, en los contratos paga cantidades irrisorias...¿está valorando la ilustración?
Y lo siguiente sería mirar quienes lo valoran y quienes no. Hay muchos editores que sí la valoran, pero otros no. Hay un detalle que suele dar una pista de si una editorial valora o no a los ilustradores: si en las portadas de sus libros no aparece el nombre del ilustrador, desconfía...
En general, los lectores sí valoran la ilustración, y agradecen ver un buen libro ilustrado, pero sin embargo, los museos de arte contemporáneo, en general desprecian al arte de la ilustración.
Las librerías suelen valorar mucho el libro ilustrado, y lo destacan en sus estanterías, pero las administraciones públicas suelen dedicar bastantes esfuerzos a promocionar artes plásticas como la pintura o la fotografía, pero ignoran totalmente a los ilustradores. Como ves, hay un poco de todo.


R.B. Por más que miro y remiro, veo que sólo un manojo de autores e ilustradores ven editadas sus obras, mientras que otros muchos abandonan por la falta de oportunidades, ¿hay cierta endogamia en el mundo de la literatura infantil en pro del prestigio de unos pocos y de las ventas aseguradas?
D.P. El mundo editorial, como cualquier otro campo profesional, puede ser injusto a veces, pero quiero pensar que al final, el trabajo bien hecho acaba encontrando su lugar. Yo conozco a muchos ilustradores excepcionales, a los que no lllegan los encargos y no pueden vivir de la ilustración, algo que me parece muy injusto. Sólo deseo que no se rindan nunca, porque, como decía mi paisano Camilo José Cela: "El que resiste, gana."
R.B. Al hilo de la pregunta anterior... ¿Se sobrestima el talento de ciertos autores por el mero hecho de ser reconocidos?
D.P. Supongo que no más que en cualquier otra actividad...
R.B. Háblame un poco de cómo ves el panorama profesional de los ilustradores a nivel editorial...
D.P. Mira, yo estudié durante varios años la carrera de arquitectura y muchos de mis amigos son arquitectos y conozco bastante una profesión que se ha degradado muchísimo en los últimos años. La crisis del sector de la construcción ha provocado una disminución enorme del número de viviendas construidas, mientras que el número de arquitectos no ha parado de subir. Hay tantos arquitectos, que muchos estudios de arquitectura se pueden permitir el pagar muy por debajo de lo que sería justo, o, directamente, no pagar nada...o incluso cobrar por que trabajes en su estudio. Saben que si uno se niega a aceptar esas condiciones, hay miles esperando que sí lo harán. Extrapolemos esta situación a una editorial cuyo presupuesto esté, en parte, cubierto por subvenciones, ayudas, convenios, licitaciones de libros, etc... y que no le influya demasiado el hecho de hacer buenos o malos libros a la hora de cuadrar sus cuentas. Imaginemos...
R. B. Imagino... Aunque he de apuntar que todo esto se debe a la mentalidad esclavista del pequeño empresario en España, esa que prefiere pagar cuatro duros a un iniciado que reconocer la labor del profesional experimentado... Una ideosincrasia que no cambia a pesar de los intentos por equipararnos con Europa. Sigamos diseccionando al sistema: ¿qué opinas de las subvenciones a las editoriales?
D.P. Creo que entre todos debemos ayudar a la cultura de nuestro país, en todas sus manifestaciones posibles, ya sea la literaria, como la plástica, la teatral, la cinematográfica, etc...Y eso es lo que significa exactamente subvencionar. Francia, según mi opinión, podría ser un modelo en cuanto a lo que puede significar un modelo cultural fuerte, y el increíble retorno económico y social que provoca en una sociedad. Me sorprende cómo se critican a veces ciertas subvenciones, y se alaban otras. Y hay que recordar que hay pocos sectores (por no decir casi ninguno) que no estén subvencionados en este país. Ahora bien, y hablando concretamente de la literatura, también creo que hay que replantear la manera en la que se dan esas subvenciones. Te pongo un ejemplo: ¿Sería justo que una editorial que mantiene deudas con sus autores, obtuviese las mismas ayudas que una editorial que paga correctamente a los suyos?
R.B. En cierta ocasión me comentaste que el futuro de la edición de álbumes ilustrados debe pasar por el cooperativismo entre autores y/o ilustradores, para poder así establecer por un lado una parcela de libertad creativa, y por otro, luchar contra muchos abusos que supone el complejo entramado que edición y distribución encierran, ¿me puedes detallar más esta idea?
D.P. Es un tema recurrente cuando nos juntamos varios ilustradores. La industria del libro ha sufrido un gran mazazo durante la crisis económica, y eso ha supuesto una reducción de las tiradas, una disminución de los adelantos, etc... Hasta llegar a un punto en el que muchos nos planteamos si realmente merece la pena el esfuerzo de hacer un libro ilustrado en base al retorno económico. Esto provoca que se cuestionen muchas cosas dentro de la industria del libro, y una de ellas es cómo se reparten los derechos de autor. Muchos nos preguntamos: ¿Es justo que los autores de un libro se lleven sólo un 10% del producto final? ¿Hay alguna otra manera de hacer ese reparto? Ahí es cuando aparece la idea de que los autores nos pudiésemos asociar en cooperativas para establecer una relación más directa entre nosotros y los lectores. La idea tiene muchas dificultades, pero creo que nos encaminamos hacia ella poco a poco.
R.B. Como gallego que eres, me veo en la obligación de hacerte la siguiente pregunta... El nacionalismo, ¿enriquece o empobrece la literatura?
D.P. El nacionalismo aplicado a la cultura puede tener una función muy importante a la hora de proteger una literatura minoritaria que no juega en igualdad de condiciones respecto a otras lenguas con las que convive. En el caso de la literatura gallega, es necesario un gran esfuerzo para hacer visibles a los autores y para promocionar sus obras. Si ésta es su función, entonces sí es muy enriquecedor, pues actúa como garante y protector de un patrimonio de gran importancia como lo es una literatura y una lengua. En cambio, si a lo que se dedica el nacionalismo es a tejer redes clientelares sectarias y endogámicas, y a actuar sobre la literatura como si fuese un club privado en el que las coincidencias políticas priman sobre la calidad, entonces la literatura se puede empobrecer muchísimo. No se crea una verdadera industria del libro, sino que se considera la creación literaria como una especie de activismo político en el que la calidad literaria y artística pasa a un segundo plano.
R.B. Me encantan tres verbos: jugar, comer y leer... ¿Cuáles son tu juego, tu plato y tu libro ilustrado favoritos?
D.P. Mi juego podría ser la bicicleta , mi plato favorito, cualquier cosa que salga del mar, y mi libro ilustrado favorito ahora mismo diría Noche de tormenta de Michel Lemieux.


David Pintor (La Coruña, 1975) es ilustrador y dibujante. Comenzó su carrera profesional en 1993, como una de las mitades del dúo de humor gráfico Pinto y Chinto, para más tarde y tras dos décadas de trabajo, convertirse en una referencia a nivel nacional e internacional dentro del mundo de la ilustración para adultos y niños, en la que destaca por trabajos como La abuela del cielo, Ciudades de papel, Almanaque musical, Jack and the beanstalk, L'Eco o La piccola grande guerra. Sus ilustraciones han sido seleccionadas en cuatro ocasiones para la muestra de ilustradores en la Feria de Bolonia, y en otras cuatro para la Bienal de ilustración de Bratislava. Entre otros premios y reconocimientos cabe destacar que tres de sus libros han aparecido en los White Ravens.


miércoles, 21 de octubre de 2015

Los docentes y la literatura infantil y juvenil


Con frecuencia hablo de padres, madres, bibliotecarios y libreros para referirme a los llamados “mediadores de lectura”, pero creo que hoy debo dedicarle este espacio a los que, a mi juicio, son, junto a las familias, quienes más deben comprometerse con esta extraña, dura y maravillosa tarea de inculcar el vicio (algunos hablan de afición o competencia, pero ya saben que lo mío es el jevimetal) de leer: los maestros.
Si tenemos en cuenta que un docente pasa de media con sus alumnos unas cuatro horas al día (a veces incluso más), y hacemos una pequeña operación aritmética, concluiremos con que la interacción niño-maestro constituye la sexta parte de la jornada, un tiempo nada despreciable a la hora de educar, no sólo en matemáticas, plástica o “cono” (odio esta denominación), sino para despertar el gusto por una “cosa” llamada lectura (iba a decir libros pero con el despegue de otros productos y soportes de lectura, no sé si atreverme...).
Evidentemente son muchos los maestros que recriminan a los padres y a la sociedad esa perorata insana de “vosotros estáis ahí para eso”, una afirmación a menudo utilizada por muchas familias para tirar balones fuera y delegar en la Escuela (en connivencia con el llamado Estado) sus tareas; pero a pesar de ello, conozco a más maestros que invierten su esfuerzo cotidiano en la difícil empresa de la “corresponsabilidad educativa” y enseñar por mera pasión, que a aquellos otros institucionalizados y/o contaminados por la pereza.


Aunque los maestros de hoy día están muy profesionalizados y especializados en didáctica, es imposible estar informado de todas las materias que imparten y, generalmente, agradecen en gran medida toparse con enteraos, blogs o guías que les mantengan al día de las novedades en lectura, algo que constato cuando he participado en charlas, cursos y talleres de literatura infantil... ¡Oye, que no me sueltan!...
Probablemente, la causa de este desconocimiento reside en las escuelas de magisterio y facultades de filología, en las que poca formación sobre “didáctica de la lectura” y “literatura infantil y juvenil” se recibe (en algunas universidades, ni siquiera saben qué es...), algo que redunda en uno de los enormes problemas con los que topa el maestro a la hora de inculcar este vicio saludable entre sus pupilos: ¿Qué leer? ¿Cuántos niveles de lectura son posibles? ¿Cómo animar a la lectura?...
A pesar de ello, me resulta curioso que, cuando un docente descubre la literatura infantil, se envenena con ella de por vida, y empieza a acudir a librerías y bibliotecas, se informa de este o aquel libro, mira y remira, empieza a cogerle el gusto a esa asignatura pendiente y, poco a poco, se convierte en otro monstruo que no para de hablar de libros y que contagia, no sólo a sus alumnos, sino a todo su entorno, de esa extraña y hermosa sensación.
También es obvia la notable diferencia entre los profesionales de la educación primaria y los de la secundaria. Los primeros, más laxos, más elásticos y más prácticos, mientras que los segundos imparten materias más encorsetadas, son más teóricos y resignados (como profesor de educación secundaria diré aquí que he aprendido muchas cosas de los maestros, entre otras, obtener gran rendimiento de la actividades más sencillas). Mientras que en la escuela la lectura se presenta como algo lúdico, en los centros de secundaria pasa a ser una herramienta, un vehículo más..., craso error puesto que es en esta etapa cuando hay que incorporar el hondo significado del verbo “leer” con la mecánica que se ha adquirido en etapas educativas previas, algo muy relacionado con que, excepto los profesores de “Lengua y Literatura”, son pocos los que se involucran en la lectura entretenida y placentera, atienden poco a los gustos del alumnado y las actividades programadas en pro del libro son testimoniales.


No obstante, he de decir que estas virtudes y defectos no son patrimonio de los docentes, sino de los centros, organismos e instituciones en las que desempeñan su trabajo. He visto bibliotecas escolares ordenadas de cualquier manera, cerradas a cal y canto, transformadas en cuartos de castigo o, sencillamente, inexistentes. También escasez de bibliotecarios, bajo presupuesto para ampliar fondos, poco reconocimiento por parte de los equipos directivos y compañeros, pocas facilidades para la innovación, y un sinfín de peros más que imposibilitan (al maestro que quiere) trabajar por la lectura y la literatura y, en consecuencia, también en contra de la ignorancia.
Es por ello que hoy, con estas palabras y tomando como excusa el gracioso libro Los secretos del cole ¿Adónde van los profes cuando se pone el sol? de Éric Veillé, con prólogo a cargo de El Hematocrítico y editado por Blackie Books, rindo hoy homenaje a la figura del docente como mediador de lectura. Y no hay más que hablar.


lunes, 19 de octubre de 2015

Oda al círculo


Lo cotidiano está lleno de curvas; desde la de mi barriga hasta la de mi trasero, la vida es sinuosa. También era redondo el iris azul que gastabas y tu sonrisa dibujaba un arco tangente a la mía... Y no se olviden de los agujeros de la nariz, ni de otros orificios menos decorosos igualmente circulares... Cerezas, naranjas, sandías, melocotones, madroños, arándanos... ¿Por qué todas las frutas tienen el contorno esférico? ¿Y por qué pintaron sobre la espalda de la mariquita siete círculos negros? Platos, cazuelas, vasos, cucharas, granadas y hasta el rodillo de amasar nacen de la circunferencia, esa línea que tanto tiene que ver con el número pi... ¡Cuántas cosas circulares! ¿A cuento de qué elegiría el libro las puntiagudas aristas de un paralelepípedo!... Los amantes también sellan su afecto con alianzas infinitas, ¿se romperá algún día esa línea continua? Bombillas, discos de vinilo, botones, globos y hasta la puerta de la lavadora, fueron diseñados con la ayuda de un compás... Automóviles, aviones, calesas y carritos de la compra ¡Quién inventó la rueda se colmó de gloria!... Y así, rueda que te rueda, poquito a poco, ha ido el el agua puliendo la redonda superficie de la piedra más vieja del río.


Por si no lo han pillado, hoy la cosa es más que redonda gracias a Redondelas, un álbum ilustrado / cómic de Cristina Macjus y Cecilia Afonso Esteves, editado por el jovencísimo sello editorial Sallybooks. Con una serie de escenas dinámicas pero cargadas de gran quietud, esta exquisita obra es una reflexión gráfica sobre el círculo y su capacidad para desvelar las historias que se esconden en su curvatura. Orientado como libro para prelectores, las creadoras hacen un ejercicio de imaginación combinando porciones circulares de diferentes tamaños y colores creando así un universo plagado de formas sencillas que invitan al niño a descubrir el mundo.
Y hoy lunes no hay mucho más que decir... Lo bueno, si breve, dos veces bueno.


viernes, 16 de octubre de 2015

De vidas extraordinarias


No sé a qué se debe que las vidas de los demás siempre nos parecen más interesantes que la propia,una excusa de la que se valen los programas del corazón para vender sueños a sus acólitos (¡y pensar que la Literatura lo hizo primero...!). Aunque la realidad supere a la ficción, hemos de ser conscientes que la fantasía juega a nuestro favor -es más fácil olvidar lo que no se sufre en el pellejo de uno- y que siempre se puede encontrar a lo cotidiano en las vidas literarias. Y como muestra, un botón de versos con una historia de las que nos gustaría vivir...

Sobre una extraña colina
rodeada de pinos blancos,
hay una casa que sube
hacia el cielo como un faro.

Hecha toda de madera
en marzo huele a verano.
Bajo la luna de junio
huele a mar igual que un barco.

En octubre se entristece
y en diciembre es un regalo
pintado de diez colores:
va del rojo hasta el morado.

Los viejos más viejos cuentan
que tiene incontables años.
¿Quién la construyó? No lo saben.
Ni quién ni cómo ni cuándo.

Preguntaron muchas veces
y jamás les contestaron
Vive allí una viejecita
de nombre Carmela Caldo.

También su historia es un cuento,
uno incluso más extraño,
de esos que sólo se encuentran
en los libros olvidados.

[...]

Bianca Estela Sánchez.
La artesana de las nubes.
Ilustraciones de Leonor Pérez.
2015. México: Fondo de Cultura Económica.


jueves, 15 de octubre de 2015

Enriquecer los argumentos de la LIJ



Aunque el álbum ilustrado es un género relativamente joven dentro de la literatura, debemos de tener en cuenta que, como en cualquier otro, la elevada producción obliga a los autores a repetir ciertos patrones o ideas de diferente naturaleza. A pesar de que muchos pueden tomar como un mero plagio o copia (que en muchos casos lo es...), hay una serie de circunstancias que a un servidor le hacen dudar de semejante afirmación, a saber...
Generalmente, cuando uno estudia historia de la literatura, suele hacerlo atendiendo a las diferentes épocas, autores y obras que, de un modo u otro, han supuesto un punto de inflexión o son novedosas en alguno de sus aspectos, es por ello que tenemos la idea preconcebida de que una obra maestra, aquellas en las que se basa toda la Cultura, debe ser totalmente original e innovadora, algo que, créanme, es prácticamente imposible desde que griegos y romanos dejaron pocos argumentos que tratar a las generaciones sucesivas de creadores. Vamos, que los escritores construyen sus narraciones sobre líneas básicas que ya han sido tratadas con anterioridad.


También hemos de hablar de ideas recurrentes... Muchas veces creemos que la bombilla que se enciende, que las ideas que nos brotan (no sólo para escribir un libro, sino para solucionar un problema o para ahorrar en la cesta de la compra) son totalmente originales, hasta que, de pronto, nos topamos con que otra persona llevaba haciendo lo mismo desde hace años y nos deja boquiabiertos y desilusionados.
Y por último me gustaría hacer referencia al subconsciente y su poder, ese que, de manera desconocida, casi mágica, guarda en nuestra mente recuerdos, imágenes o sucesos que, sin saber que estaban hay, encontramos por sorpresa y nos creemos que nos pertenecen, cuando en realidad los dueños son otros que, en un tiempo pasado, la desarrollaron convenientemente.


Por todo lo anterior, cuando me topo con dos libros parecidos prefiero hacer alusión a lo que yo llamo “enriquecimiento de una idea”... Aunque una idea haya sido tratada con anterioridad por otro autor, siempre puede crecer, principalmente por dos factores/condicionantes. El primero es su re-contextualización y el segundo, la re-formulación. Y ejemplifico... Elegiré Pulgarcita de Andersen (que de la Caperucita Roja hay muchos), un cuento que trata de la aceptación de uno mismo dentro de un mundo adverso y que culmina con la búsqueda de iguales. ¿Qué ocurriría si, en vez de contextualizar esta narración en el marco rural y natural que eligió su autor, lo ubicásemos en una urbe gigantesca a rebosar de rascacielos? ¿Qué sucedería si en vez de ser una chica minúscula que quiere ser normal, fuera una chica normal que anhela ser diminuta? La base es la misma pero este tipo de recursos bien conocidos por los autores de literatura infantil hacen que la historia parezca otra.



Algo similar ocurre con La casa de los ratones, una obra de reciente cuño de Karina Schaapman y publicada en castellano por la editorial Blackie Books, y la serie de libros que Jil Barklem publicó en los años ochenta y que fue editada en español por Noguer bajo el título de El seto de las zarzas... Si bien es cierto que ambas narran los avatares de una comunidad de ratones, hay que señalar que las dos tienen notables diferencias. La primera de ellas está ilustrada con fotografías de los personajes que desarrollan la acción en un escenario a modo de casa de muñecas, para lo que la autora se sirve de técnicas de ambientación y animación cinematográfica. En cambio la obra de Barklem utiliza una técnica tradicional basada en el dibujo y la acuarela, lo que pone en evidencia el claro desfase generacional de los lectores a los que van dirigidas ambas. Por otro lado hay que hacer hincapié en que el contexto es diferente en ambas... Mientras que Schaapman ubica la acción en un ambiente más o menos urbanita, Barklem prefirió un ambiente rural y campestre (N.B.: De hecho se considera una obra de gran interés para los estudiosos de las tradiciones y la etnografía de la campiña inglesa). Por último y atendiendo al hilo argumental, he de decir que mientras que la obra de Barklem es más coral y todos los personajes tienen un peso similar (en cierto modo podría ser la sucesora de la obra de Beatrix Potter, ¡otra cosa más que estudiar!), La casa de los ratones focaliza la acción en los dos protagonistas que conducen al lector a través de sus idas y venidas.


Así que, bien pensado, les recomiendo echar un ojo a los dos títulos. Al primero en las librerías y al segundo en una buena biblioteca infantil (a menos que acudan a alguna feria del libro usado y de ocasión, dudo que lo encuentren a la venta), simple y llanamente porque los dos merecen sentarse debajo de un árbol que esté amarilleando estos días, y disfrutar con las historias que acontecen a unos ratones y otros.


miércoles, 14 de octubre de 2015

De los valientes y la vida


Está claro que los adultos vivimos llenos de miedos... Miedo al jefe (mansos o despotas, da lo mismo...), a los compañeros (algunos de armas tomar), al paro (¡qué sitio tan peliagudo!); miedo a la suegra (¡temibles!), a los cuñados (sobre todo cuando se abre una botella de vino) e incluso a los padres (cuando envejecen y la terquedad los posee, ¡pfff...!). También hay miedo a las enfermedades (pero poca vergüenza...), a las agujas (yo nunca miro...) y a los médicos (matasanos los llaman). Hacienda nos da mucho miedo (“¡Que me toque devolver!” Dijo compungido...); la justicia y los abogados (No hay tu tía: se inventaron para los ricos), igual. Invertir en bolsa y que suba el Euribor producen pavor a los pobres. El coche, el barco y el avión también surten efecto con esto de las fobias. Se habla también del miedo a los animales: serpientes, avispas, perros, gatos y mosquitos... Vamos, que es más fácil decir que vivimos jiñados, que andarnos con tanta tontería.
Lo peor es que extrapolemos esos temblores a los niños. No cabe ni la menor duda de que la sobreprotección y estado paranoico paternales (no sé qué pasa pero en cada puerta de la escuela hay un psicópata robando niños...), está minando la libertad infantil, algo que produce estados de ansiedad cada vez más frecuentes y poca independencia a la hora de tomar decisiones.


Lo peor de todo, no es que los grandes estemos temerosos y acojonados, no. Lo peor viene cuando alguno se sale del tiesto y le echa arrojo a la vida, y los demás tratamos de denostarlo, llamarlo pirado y colgarle un sambenito que rece “tonto” o “chalado”, algo que han empezado a copiar los niños y que debería de avergonzarnos.
Sin entrar en la dicotomía realismo-idealismo de Don Quijote y Sancho Panza (a veces los libros nos hacen cometer locuras... ¡Pero que locuras tan hermosas!), deberíamos lanzar las críticas sobre nosotros mismos y dejar que los niños, esos seres curiosos, valientes y osados que deben crecer entre la yerba, las ramas de los árboles y las orillas de los ríos, nos den lecciones para no temerle a la vida, y buscar así un camino que, aunque esté en mitad de un bosque, en la madriguera de un zorro, allí donde cantan los grillos, o en el lugar donde Tina, la protagonista de La vaca que se subió a un árbol (un álbum ilustrado maravilloso de Gemma Merino y publicado por Picarona), encuentra el vuelo de los dragones, les llene de ilusión para seguir con la vida que hace poco han empezado. Y de paso, también descubrírsela a los demás, toda una hazaña en este mundo en que nos quedamos acongojados ante la mínima adversidad.


miércoles, 7 de octubre de 2015

Sobre LIJ edulcorada e inofensiva


Siempre que doy un rulo por una biblioteca o librería (el finde pasado estuve en unas cuantas), constato que las secciones dedicadas a la literatura infantil se encuentran atestadas de libros inofensivos, dulces, evocadores, ñoños, cursis o suaves (si se les ocurre algún adjetivo más, háganmelo llegar), la llamada “LIJ edulcorada”, algo que llama la atención de muchos habitantes del mundo LIJ, pero que al aquí firmante, poco le sorprende por una serie de causas entre las que cuento las siguientes (no me dan mucho de sí las neuronas..., perdónenme si no lleno muchas de sus lagunas...).


Seguramente la gran cantidad de títulos dedicados a besos, abrazos y otras terneces que haya en las estanterías, sea directamente proporcional al número de libros que se editan, lo que nos lleva a pensar que son los propios editores los que buscan estos productos de manera sistemática. En parte se deberá a que redundará en los beneficios, y en parte a las tendencias clásicas que siempre han primado dentro del sector. Como apunte decir que, sólo unos pocos editores, autores e ilustradores (los más independientes), han decidido desmarcarse de esto y virar hacia producciones diferentes, más bizarras, arriesgadas y complicadas, intentando así un tránsito “revolucionario” hacia los derroteros más subversivos de la LIJ..., algo que, aunque favorable (hay que valorar estos pasos hacia delante), no ha tenido unos efectos muy deseados sobre las ventas, y obliga a volver de nuevo sobre el camino dictado por los consumidores (la segunda causa a tratar...).


Aunque de tanto en cuanto se recuerda desde ámbito de los libros infantiles la necesitad de establecer una diferencia entre la “LIJ que leen los niños” y la “LIJ que los niños consumen por decisión paterna”, esta es la clara evidencia de que los adultos siguen inmiscuyéndose en qué deben leer sus hijos. Es por ellos que sigo manteniendo que los grandes, esos reyes de la censura, del gesto compungido y el realismo lapidario, son los encargados de adquirir títulos edulcorados, más bien para construir un mundo (¿el suyo?) más asequible y sencillo (¿para ellos?) en el que sus hijos puedan crecer sin problemas y de la manera más sencilla (¿Algún psicólogo en la sala? ¿Cree usted que es más factible sumergirse en la realidad literaria para ser consciente de que en la vida hay de todo, o prefiere atiborrar de ansiolíticos a los futuros jóvenes por el idealismo de los libros?).


Por último y aunque a algunos les joda, esta cuestión empalagosa del libro infantil tiene mucho que ver con el lado rosa de las cosas (y de los hombres, que hoy día somos mu' flojos y empalagosos... si no me creen, échenle un vistazo a Bustamante...). Aunque no creo que la denominada “literatura femenina” extienda su mano sobre la LIJ, sí creo que la mujer (figura sobre la que tradicionalmente a recaído la tarea de la crianza), estadísticamente más sentimental, visceral y muy dada a la resignación, mangonea bastante en el mundo de los libros para niños.
N.B.: Antes de que ustedes generalicen sobre algo que yo no he dicho (que ya veo a más de una bibliotecaria convirtiéndose en dragón), hagan su propio estudio de campo: acérquense a un par de librerías de su ciudad, busquen la sección de literatura infantil y ¡voilá!, ahí verán a LA dependiente (maten al dueño de la librería, si quieren), para que, de mujer a mujer, de madre a madre, les aconseje sobre el título más indicado para su hijo/a (algo que, paradójicamente choca con el hecho de que muchos de los libros más canallas de la literatura infantil hayan sido escritos por mujeres... pero esa es otra historia...).
A pesar de este envoltorio aterciopelado en el que encontramos a muchos libros, he de decir que hay algunos autores que, aunque se decantan por temas ligeros e inofensivos, añaden ciertos recursos (estilísticos o ilustrados) que les restan cierto grado de buenismo y les dan un aire canalla que los transforman en un producto de consumo más que aceptable para estos niños del siglo XXI que necesitan algo más que suaves palabras, moralina y constructivismo.

viernes, 2 de octubre de 2015

Montar el circo...


No soy un hombre circense aunque algunos me tachen de ello... Quizá un hombre orquesta, estrambótico o llamativo, pero no me gusta el espectáculo, sobre todo porque ya hay muchos que gustan de serlo y montar un número vayan donde vayan. Se ve que últimamente se lleva lo de dar el cante y dar poco el callo, una forma de sobrevivir, vender humo o engatusar a otros. ¡Qué pena que ya no queden directores de circo que, como Don Nicanor, pongan orden entre tigres, monos, pingüinos y osos...! Y dando así buena cuenta que todavía quedan personas que hacen que el mundo gire por una pizquita de amor.

Este es Don Nicanor,
que vivía en una flor.
Esto que os voy a contar
lo saben aquí y allá:
que el bueno de Nicanor
montó un circo por amor.

Un día se fue a una granja
y vio una vaca naranja.
Ella se llamaba Paca
y estaba requeteflaca,
miraba el suelo temblando
y lloraba sin descanso.

-Es que me quieren matar
porque leche no doy ya.
¿Cómo voy a dar yo leche?
No es porque yo lo sospeche:
no soy vaca, soy un tigre,
yo sólo quiero ser libre.

[…]

Mar Benegas.
En: Cómo abrió Don Nicanor el gran circo volador.
Ilustraciones de Ximo Abadía.
2015. Sevilla: Tres Tristes Tigres.