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jueves, 30 de junio de 2022

De atascos


La verdad que suelo utilizar el tren o el avión a la hora de realizar trayectos de larga distancia y dejo la carretera para no suelo sufrir de males en carretera, unos que me exasperan. Esto no quiere decir que de vez en cuando tenga que padecerlos.
Sin ir más lejos, el otro día me vi atrapado en un atasco monumental a la altura de Villena. Es lo que tienen las fiestas de San Juan, que no solo los de levante nos acercamos a disfrutar de mascletás y otros faustos, sino que otros muchos especialistas en esto de la movilidad, se unieron a la fiesta.


Un atasco aparece de sopetón. Te paras casi en seco. Lo más curioso es que cuando empiezas a estirar la cabeza como un avestruz para poder vislumbrar qué problema origina el tapón circulatorio, solo puedes ver centenas de metros ocupados por un sinfín de vehículos motorizados.
Sobre las causas del embotellamiento, nos ponemos con la lluvia de ideas. Accidente es lo que más se escucha (un poco de positividad, por favor). También se habla de controles de drogas, documentación o alcoholismo. Alguno que otro apunta a un animal muerto, un incendio forestal o una avería.
La sorpresa viene cuando te acercas al llamado punto negro y descubres que no pasa nada. Por arte de birlibirloque los vehículos han ido aminorando la marcha. Camiones y turismos no se han puesto de acuerdo y la circulación se ha parado de manera inexplicable.
Y te cabreas porque has perdido media, una o dos horas. Porque cuando te toca uno, lo más probable es que te toque otro. Porque cuando llegues te toca darle de cenar a los nenes, deshacer maletas y poner lavadoras. Te cabreas porque sí.


Esta es la realidad que nos expone Rosa Ureña Plaza en su Un señor atasco, el álbum sin palabras ganador del último Premio de álbum ilustrado Biblioteca insular de Gran Canaria convocado por esta institución junto a la editorial A buen paso, encargada de publicar las obras ganadoras.
El señor atasco madruga mucho, se coloca sobre la cabeza su mejor gorro (¿Se han fijado que objeto es?) y se dirige al pueblecito montañés que hay al lado de su hogar. Una vez allí empieza a engullir coches, camiones y autobuses y se echa a dormir en mitad de la calzada con el estómago lleno de un atasco monumental que se solucionará gracias a su boca abierta y la pericia de unos conductores que finalmente llegarán al destino.



Con mucho humor e ironía, la autora se lanza a la carretera hurgando en todos los pormenores que ya he relatado, utilizando la metáfora y la hipérbole como recursos narrativos de primer orden, así como una estructura de cómic que facilita el ritmo y la intencionalidad.
Calles y viñetas alternan sus dimensiones para ir creando una historia dinámica donde el viaje veraniego es el leitmotiv para crear una historia de ida y vuelta, casi circular. No pueden faltar detalles de todo tipo como la decoración en la casa de este señor, las casas y habitantes del pueblecito de montaña o los personajes que encontramos en los vehículos.


Ideal para regalárselo a todos los que se pasan el día conduciendo o para quitarle hierro a cualquier atasco independientemente de sus dimensiones.

miércoles, 29 de junio de 2022

Solos ante todo



Últimamente pienso bastante en qué productos se ofrecen a los jóvenes desde los púlpitos culturales. Y la verdad es que me decepciono bastante. Películas con mucha acción, efectos especiales y, por supuesto, políticamente correctas. Novelitas comerciales llenas de dramas hiperbólicos, argumentos clónicos y estructura fácilmente digerible. En el ámbito musical el jingle ha llegado a lo más alto, nadie afina una nota, compases binarios y tribales y letras cuánto más explícitas y viscerales mejor.
¿Siempre ha sido así? Aunque el consumidor siempre ha sido parecido (un teenager siempre será un teenager) es cierto que hace un par de décadas este tipo de productos no estaban tan desarrollados, sobre todo porque las plataformas digitales no habían entrado en el negocio de la compra-venta y esa espiral del todo vale. Todavía seguía primando el canon y, aunque nada podía compararse con la alta cultura, sí quedaba cierto poso de buen gusto y reverberaban ciertas ideas en la industria cultural.
Hace veinte años podías encontrar chavales escuchando a Linkin Park, Rage Against The Machine o 2Pac, viendo películas como Million Dollar Baby, Lost in Translation o Deseando amar, y leyendo a Haruki Murakami, Stieg Larsson o Stephen King. No quiero decir que estas obras o artistas fueran el sumum, pero sí te podían llevar a tirar de la hebra, a otros autores y enriquecerte de un modo u otro. Ahora, ni siquiera eso.
¿Cuál es el resultado? Adolescentes con una riqueza verbal paupérrima, líneas de pensamiento manidas y vulgares, unas expectativas vitales bastante descorazonadoras y la inteligencia emocional por los suelos. Frágiles, suspicaces, solitarios, tecnócratas y tiranos.


Por todas estas razones me alegra encontrar buenos productos dirigidos a preadolescentes, ya que a partir de ellos se puede ir educando la mirada hacia una dirección deseable. Productos como Solos, una serie de cómic de la que nunca he hablado pero que me fascina por una trama que te atrapa, el ritmo narrativo, unos personajes bien construidos y la multiplicidad de planos discursivos que ofrece.
Aunque ya la mencioné en este monográfico sobre cómic infantil y juvenil, tenía pendiente una reseña de la obra de Fabien Vehlmann y Bruno Gazzotti editada en nuestro país por Dibbuks, y este es el momento de airearla.


Esta serie apareció por entregas en la revista Spirou allá por el año 2005 que hasta la fecha se han reunido en 12 álbumes estructurados en tres ciclos (Nota: en la edición española tenemos disponibles ediciones integrales que incluyen varios álbumes. El primer ciclo incluye los volúmenes 1 y 2, el segundo ciclo el 3 y el 4, y del tercer ciclo solo hay disponible el quinto volumen).
La historia está protagonizada por un grupo de niños que una mañana despiertan y se encuentran solos en una ciudad desierta en la que no hay adultos por ningún lado. Los unos se van topando con los otros y crean una especie de pequeña comunidad que poco a poco y gracias a diferentes sucesos y aventuras empiezan a comprender esa realidad tan extraña. Suspense, tensión, humor, fantasía y montones de vueltas de tuerca crean un argumento de lo más nutritivo en el que cualquier lector se pondrá a bucear, más todavía teniendo en cuenta un elenco de personajes de lo más variado con los que se puede identificar.


Dodji es el líder reflexivo, Leila la temperamental y avispada segunda de abordo, Celia, dulce y romántica, Iván, entrañable antihéroe, Terry el más infantil y payasete de todos, o Saúl, el eterno enemigo. Todos ellos pertenecen a estratos sociales diferentes, tienen edades diferentes, una personalidad muy marcada y el papel de cada uno dentro de la historia es importante. Esto por un lado ofrece un resultado bastante coral y por otro ayuda a construir el reflejo que los lectores ven de sí mismos, no sólo por la identificación estereotipada con alguno en concreto, sino por los destellos discursivos que todos ofrecen a la visión de conjunto.


Todos estos elementos, y como no podía ser de otra manera, ofrecen una lectura muy nutritiva. Por un lado la historia bebe de un punto de partida común en las grandes obras de la Literatura Infantil, el niño se enfrenta al mundo, a su mundo, sin la ayuda ni supervisión de los adultos. Oliver Twist, Momo, Tom Sawyer o Matilda. Todos entienden el universo adulto desde una perspectiva indeseable, pero al mismo tiempo que avanzan en el relato descubren que una compañía necesaria en ese viaje iniciático que es la vida, no solo a la hora de procurarles cobijo o sustento, sino ánimo y conocimientos.
Por otro lado hay que hablar de humanidad, una que se agudiza cuando el peligro acecha en cualquier recoveco, en cualquier instante. Ese extrañamiento que produce la supervivencia y hace aflorar los sentimientos más variados en un mismo instante. Indiferencia, envidia, orgullo, amor o miedo. El lector se deja lacerar por esa amalgama de sensaciones pero al mismo tiempo reconoce sus propias cualidades.


También decirles que, como bien he apuntado en el prólogo de esta reseña, es una obra que te lleva a otras obras sobre todo a aquellas donde los niños son protagonistas, donde encontramos un viaje en grupo o un personaje aislado. Se me vienen a la cabeza Peter Pan y Wendy de Barrie, El maravilloso mago de Oz de Baum, Robinson Crusoe de Defoe, El guardián entre el centeno de Salinger o El señor de las moscas de Golding, libros que adultos o niños deberíamos leer.
Lo dicho, una buena alternativa a películas empalagosas y videojuegos con mucho ruido que ha sido llevada a la gran pantalla y que algunos han comparado con la serie de televisión Perdidos.



miércoles, 22 de junio de 2022

Libros infantiles sobre camaleones


Hay animales que son más susceptibles que otros de aparecen en los obras dedicadas a los niños. Cocodrilos, osos, elefantes, perros y gatos se llevan la palma (hagan click sobre algunos de ellos y descubran algunas entradas dedicadas a libros con estos animales como protagonistas), pero hay muchos otros que, por determinadas características, son la excusa perfecta para tratar ciertos temas. Este es el caso de los camaleones, unos reptiles que a mí, particularmente, me vuelven loco.


Nadie puede negar que son animales muy especiales. Y es que las más de 160 especies de camaleones conocidas comparten una serie de características comunes únicas.
Por un lado son reptiles generalmente arborícolas, una forma de vida que tiene relación con la forma de sus patas (dos dedos prensiles en vez de cuatro) y una cola que puede agarrarse a cualquier rama.
Por otro, sus párpados se encuentran unidos formando una estructura cónica en torno al ojo, de manera que este se abre a la luz mediante una zona circular. Al mismo tiempo, esos ojos tienen un movimiento independiente el uno del otro y su capacidad de giro es bastante alta.
También tienen una lengua larguísima que son capaces de lanzar a velocidades pasmosas, algo que les permite capturar a sus presas a una cierta distancia y por sorpresa.
La última y más sorprendente característica, es que su tegumento (el pellejo, para que nos entendamos) está formado por una serie de células, los cromatóforos y los guanóforos, que son capaces de modificar su color e intensidad.


Quizá la característica que más se utiliza como hilo argumental en este tipo de álbumes es la del cambio de color, pero cabe recordar que los camaleones no cambian de color para camuflarse, sino como respuesta a los cambios de temperatura, para aparearse o como defensa frente a otros camaleones. Lo que podría tomarse en principio como un elemento informativo más, no lo es, ya que se adscribe a un error de concepto científico y por tanto, hasta que la zoología demuestre lo contrario, sigue siendo ficcional.
A veces la Literatura tiene estas cosas y a pesar de ser igualmente válida como acto creativo, no lo es tanto en otros términos, así como ayuda a mantener en el tiempo clichés e ideas preconcebidas que distan mucho de la realidad.
Para corroborarlo, tendrán que acercarse a los pinares y encinares de Almería o Málaga, (tengan cuidado para no molestarlos ni hacerles daño o por el contrario, como muchas tribus africanas piensan, una maldición se cernerá sobre ustedes). Y si no les pilla cerca, siempre pueden leerse cualquiera de los siguientes libros.



El primero es Su propio color, un libro de Leo Lionni que acaba de editar Kalandraka. Todos los animales tienen su propio color excepto el camaleón. Según Lionni el camaleón cambia de color dependiendo de donde esté, así que uno de ellos decide permanecer sobre una hoja para ser siempre verde. Pero la naturaleza también es cambiante (un giro discursivo muy interesante) y el camaleón se ve obligado a cambiar de color nuevamente. Entristecido, el camaleón vaga de nuevo buscando su propio color hasta que se encuentra con otro camaleón que introduce otro nuevo concepto discursivo, la aceptación personal y la identificación con sus iguales.


Con agudas coloristas, líneas sencillas y formas planas, el genio italiano nos acerca una vez más a una historia que algunos podrían adscribirla al libro de valores, pero que para mí se presta mucho a la libre interpretación, sobre todo cuando la mediación lectora no se centra en las evidencias y lo manido.



El segundo es Simón, un álbum de Amaia Arrazola publicado por Flamboyant. Está protagonizado por un camaleón que es incapaz de cambiar de color cuando toca. Prueba en mitad de los árboles, con un campo de girasoles e incluso debajo del agua, pero nada. Su piel adquiere la coloración que le da la gana. Al final tendrá que convivir con ese pequeño defecto y no intentar ser un camaleón perfecto.


En la misma línea que el anterior, este libro colorista con un estilo muy particular, trata el amor propio desde una visión intraespecífica, es decir Simón además de ser diferente del resto de animales, también es diferente entre los camaleones, lo que en este caso sí le proporciona un discurso más psicosocial que se dirige directamente a lo humano.



El que le sigue no es otro que El camaleón camaleónico de Eric Carle, un boardbook sensacional con mucha marcha. Este camaleón llevaba una vida bastante aburrida hasta que se le ocurrió visitar el zoo. Le encanta todo lo que ve. Elefantes, jirafas, ciervos, flamencos o tortugas. Quiere ser como todos ellos y empieza a modificar no solo el color de su cuerpo sino también su anatomía. Pero llegará el punto en el que, con tanto cambio, ya no sabrá quién es y la cosa se irá de madre. 


Disparatado y elaborado con las técnicas que ya hablamos en este monográfico, este libro no es solo un juego de adiciones, sino también de adivinanzas y creatividad donde las imágenes quiméricas son el punto de partida para construir el discurso sobre un formato único (¿Recuerdan los listines telefónicos en papel? Pues eso mismo). 


Sí, amigos, Eric Carle le da una vuelta de tuerca a la capacidad mutante del camaleón y nos habla de la identidad, un concepto estupendo que puede tratarse desde prismas variados como la filosofía, la biología o la psicología. 



El último de esta tanda es El camaleón azul de Emily Gravett que está editado en nuestro país por la editorial Picarona. En este libro para primerísimos lectores, la autora inglesa enfrenta en cada doble página al protagonista con diferentes objetos de tal forma que el camaleón no solo cambia de color, sino que intenta adoptar su forma.


El lenguaje, tanto verbal, como visual, es bastante interesante. En lo que se refiere al texto, Gravett adscribe el adjetivo a la página izquierda, donde generalmente se encuentra el camaleón y la del sustantivo a la izquierda, donde siempre está el objeto, lo que establece una secuencia rítmica espacial muy interesante para un tipo de lectores que gustan de la repetición y las referencias. En lo referente a las ilustraciones, la autora introduce juegos visuales que pasan por añadir dinamismo y variar la ubicación de los elementos en la página (véase el caso del saltamontes) o el uso de tintas con relieve para sorprender al espectador.


Detalles como la forma de los créditos (es una virguería que habrá sacado loco al maquetador) o guardas a modo de prólogo-epílogo, siempre hacen de sus títulos una delicia en torno al género del álbum.

martes, 21 de junio de 2022

La ligereza de los kilómetros


Me decía el otro día la María José que no entiende cómo no le saco más partido a mis viajes en esto de las redes sociales. Le respondí que bastante trabajo me daban los libros para críos, como para apuntarme a otro bombardeo. Eso sí, si llego a saber que tengo tanto tirón, me hubiera montado un blog de viajes y convertido en un Phileas Fogg contemporáneo.
Si bien es cierto que la broma te sale gratis cuando estás macizorro o te recorres todas las plazas del mundo dándote besitos con tu pareja, seguro que el menda lerenda hubiera encontrado la forma de hacerse querer entre los trotamundos. Alguna tontuna hubiese inventado para que me hubieran mandado como reportero a Nueva York, Sidney o las Bahamas.


Aunque estas alturas de la vida he visitado más de quince países (no está mal teniendo en cuenta que ninguno de esos viajes ha sido muy convencional), todavía queda mucho por recorrer. Aunque reconozco que me gusta mucho (demasiado, diría yo) Europa, no me importaría ir a Canadá, Nueva Zelanda, Costa Rica o Japón.
Ni qué decir tiene que todavía me falta por conocer gran parte de España, una falta que estoy empezando a subsanar desde que retomé la insana costumbre de visitar a conocidos y allegados (N.B.: No descarten que algún día me presente en sus pueblos y ciudades si es que tienen a bien recibirme con vino y aperitivo).


Es una pena que hace años los smartphones fueran una castaña y yo siempre me haya negado a cargar con la cámara de fotos. Les hubiera enseñado sitios estupendos, juergas para quitar el sentío, gente maravillosa… Pero por otro lado también me alegro de que todas esas experiencias hayan quedado guardadas en mí memoria. En parte son personales y no me apetece compartirlas con nadie aunque de vez en cuando deje que afloren a la superficie como meras anécdotas del pasado.
Lo más curioso de todo es que, a pesar de los kilómetros que llevan a cuestas mis riñones, cada vez camino más liviano. Conforme pasa el tiempo se hacen llevaderos, más todavía cuando vas soltando lastre. Echas la vista atrás, recorres espacio y tiempo, apenas te reconoces (la física y sus paradojas...) y sonríes como un tonto al percatarte de la importancia que tiene cada paso insignificante.


Y así, con cierta intensidad, llegamos a Cuentakilómetros, un libro de Madalena Matoso que está publicado por la editorial Coco Books y se me había escapado. En él, tomando como punto de partida un viaje en automóvil y el recurso narrativo de las pestañas móviles, la artista portuguesa se marca un libro juego (casi)infinito y bastante interesante.
Escenarios variados, familias en la carretera, todo tipo de circunstancias (desde atascos terribles a indeseables pinchazos), guiños geniales y un montón de detalles (no se olviden de leer la guarda trasera porque encontrarán el inventario de todo lo que hay que buscar en él), articulan una historia que se desborda gracias al lector-espectador y la magia que subyace en cada odisea por pequeña y cotidiana que sea.


Cercano, colorista y muy vivaracho, es fantástico para trotamundos en ciernes, conductores fanáticos y cualquiera que deje volar su imaginación.

Tomar el fresco



Hace unas semanas muchos se estiraban de los pelos porque el invierno no llegaba a su fin. Hacía un frío negro y querían ver el sol, echarse unas cañas al calorcito del astro rey, empezar a lucir los trapos de temporada y guardar en el armario abrigos, bufanda y edredones.
¡Vaya si lo han conseguido! Se ve que le rezaron todas las oraciones posibles a sus dioses. Echaron mano de catecismos y coranes y no pararon hasta que musitaron todas y cada una de ellas. Desde luego tienen que estar la mar de contentos, porque frío, lo que se dice frío, no van a pasar en unos meses.


A mí, que lo que más me gusta es una primavera en condiciones, de esas en las que no te tuestes el pescuezo y te entre el fresquete por la rabadilla cuando cae la noche, ni la he olido. Nada, inexistente.
Este clima se está volviendo extremo de más y uno no sabe si vive en Londres, Marrakech o Singapur. Llueve a raudales, de repente un calor que te torras, tormentas tropicales en mitad de la tarde, heladas criminales en mitad de la nada… ¡Esto es un no parar!


Y lo peor no es que tengamos que echar mano del abanico antes de tiempo o que tengamos el perchero lleno de hatos. Lo peor es que con unas cosechas diezmadas y Ukrania hecha un desastre, este otoño veremos de qué pan nos alimentamos. O mejor dicho, a qué precio.
Unos dicen que son oscilaciones climáticas, que de vez en cuando el macroclima nos suelta una de estas bofetadas. Cada cincuenta, cien años, ¡zapatazo! Los otros, que le han visto el negocio al cambio climático (como estará la cosa que hasta los del PP se están apuntando). Eólicas, solares y mareales, pero los verdes en Alemania ya han dicho que sí al carbón… ¡Para que se fíen de alguien!
Yo lo único que sé es que, como ya hago lo que está en mi mano para controlar esta entropía que nos trae de cabeza, solo me queda lanzarme a las calles. No sé si a disfrutar o sufrir de los avatares del tiempo, pero donde corra el aire y no me acribillen los mosquitos, que dentro de las casas, virus y sarna. Habrá que tomar ejemplo de los protagonistas de Hacemos miguitas, imitamos a un cuco, un álbum de Lina Ekdahl y Emma Hanquist publicado por Galimatazo.


En este libro sin mucha pretensión nos cuenta la historia de Mats, Ellen, Yasmina, Linnea o Karim, de niños como tú o yo que se pasan el día dentro de casa enredando. Con los videojuegos, en la cocina, con juguetes de todo tipo. Poniendo todo patas arriba y ensuciando lo que no está escrito. Pero un día a la abuela se llena el gorro de guijas, abre la puerta y les dice que a respirar aire fresco. Al principio no les gusta nada la idea, ¿qué pijo van a hacer ellos en un sitio donde no hay camas, ni sofás, ni teléfonos móviles? Luego la cosa cambia cuando descubren que la naturaleza esconde montones de secretos y juegos escondidos.


Un libro honesto donde un texto bien traído, elegante y poético se acompaña de ilustraciones cargadas de perspectiva y movimiento, de pequeñas metáforas y gestos, que ayudan a ensalzar el valor de los jardines, el campo y el bosque como espacios de recreo y aprendizaje entre una infancia cada vez más tecnócrata, casera y atontada que entra en conflicto con un universo adulto y hastiado por la crianza (con pandemias o sin ellas). 
Sin pretensiones y directo, lo pueden ir regalando a todas esas familias atontadas (que los padres no se quedan atrás) por un modus vivendi cada vez más estático, inerte y asocial.



domingo, 19 de junio de 2022

Dos millones de visitas



Sí, dos millones de visitas. Nadie, ni siquiera yo, hubiera imaginado que esto fuera a pasar. Ni los sabios de la LIJ, ni las estrellas de los libros infantiles, ni los autores que me detestan, ni todas esas editoriales que van de exquisitas. Los únicos que daban un duro por mí eran mis seguidores. Gente que busca opiniones reales, que está harta de que siempre le recomienden lo mismo, personas que no quieren que les regalen el oído, con gustos variados y, sobre todo, que quieren divertirse un poco leyendo libros infantiles. Porque estos dos millones de visitas son de todos ellos.
Y mis detractores dirán que no tengo ni puta idea de mediación lectora, que lo mío no son reseñas -son “otra cosa”-, que utilizo un vocabulario nada ortodoxo, o que tengo una visión un tanto "rara" de los libros para niños. Probablemente sea así, pero ¿saben qué? Me da igual. A día de hoy, este es uno de los poquísimos blogs que no están gobernados por los intereses de las instituciones, ni de la industria, ni por los ismos imperantes, ni por esa maternidad exhibicionista que tan flaco favor nos hace. A pesar de que me tachen de esto o lo otro y de que me cuelguen todo tipo de etiquetas, he conseguido dar visibilidad a un universo minoritario, el de la Literatura Infantil, de una manera diferente. Queridos monstruos, como tantas veces he dicho en artículos sobre educar la mirada en la lectura, leer en vez de mediar, el escaso reconocimiento del mediadorla tendenciosidad en las reseñas, el uso de Instagram en la mediación, el papel de los booktubers o el postureo lector, OTRO FOMENTO LECTOR ES POSIBLE.
Aquí no se parafrasean las fichas técnicas de las editoriales, tampoco se hacen reseñas ad hoc, ni se ensalzan los libros de cuatro amiguetes, ni pretendo que este sea un espacio académico, inaccesible ni solemne. Aquí hay libres interpretaciones, pensamientos al tuntún, relaciones de esto con aquello y de aquello con esto. Aquí estamos yo y mis libros. Los que me inspiran, los que me hablan, los que me laceran, los que me sanan, los que me devuelven el reflejo, los que me enervan y los que me hacen partirme de la risa.
Tampoco quiero ir de sobrado por la vida y si alguna vez creen que siento cátedra, es simplemente porque no me ven la cara (detrás de esta pantalla hay una sonrisa para quitarle hierro a cualquier asunto, algo que saben los que me conocen en persona). Me disgusta pensar que mi irreverencia se traduce no pocas veces en falta de respeto. Aunque no soy complaciente, tampoco me chifla señalar y menospreciar a quienes, por unos motivos u otros, no ven los libros de la misma manera que yo, cosa que abunda en este medio, no sé si por puro exhibicionismo intelectual o mero egocentrismo mediático.
Solo quiero que entiendan que la literatura es algo más que un montón de hojas cosidas. Y si alguna vez parezco pretencioso, les pido disculpas de antemano. Esa no es mi intención. No tengo que luchar por un sillón que lleve el nombre de una letra del abecedario, ni soy dueño de una editorial, ni sobrevivo gracias a la caridad institucional. Mi único objetivo es darle un poco de brío a los libros para críos desde diferentes perspectivas, que les pique la curiosidad por la lectura, y si es con una mirada poco habitual y ese humor tan ácido que La Mancha me ha dado, mejor.
Por otro lado, es cierto que el tiempo pasa, las fuerzas flaquean y todo cambia, sobre todo en las redes sociales, unas que, exceptuando el perfil de Instagram, no están tan activas como acostumbraban. No obstante espero meter un poco de fuelle y celebrar, al menos, otro millón de visitas.
Por el momento solo me queda enviarles de vuelta otros dos millones de gracias porque sin todos ustedes esta casa no hubiera crecido tanto. Un gran abrazo a los que vinieron, los que están y los que llegarán.

viernes, 17 de junio de 2022

Reflejos sobre uno mismo


El mar. Hubiera deseado pasar la ola de calor junto al mar. Pero no, me toca estar corrigiendo exámenes de recuperación. No sé para qué. Todo es tan yermo, tan inútil, que a veces uno se plantea para qué hacemos ciertas cosas si en realidad sirven de poco. Quizá todo sea como siempre y lo que verdaderamente importa es estar aquí, en el mundo. O quizá no. Preguntarse en voz alta. Responderse en un susurro. Dejarse mecer. Observar lo bello. Transformarlo en algo más hermoso. Ver cómo se reflejan las estrellas. Sobre nosotros. Sobre el mar.


Las personas nacen sin nombre
Luego viene alguien y dice:
Tú te llamas Raquel
Y ya está
Las estrellas también nacen sin nombre
Luego viene Raquel y dice:
Tú eres Cástor, tú eres Pólux, tú eres Maia
Y las estrellas se llaman Cástor, Pólux y Maia
Las estrellas no tienen apellido
Las estrellas no tienen dirección ni bicicleta ni teléfono
Las estrellas están siempre en el cielo
Los peces están siempre en el mar
Raquel no está nunca en el mismo lugar
Raquel está en la casa, en el parque,
En el mar, en la biblioteca,
En el mercado, en la bañera
El parque no está en el mar
El mar está en el corazón del pescador
Raquel está en el cielo
Raquel es una estrella
Y ya está


Micaela Chirif.
Las estrellas.
En: El mar.
Ilustraciones de Armando Fonseca, Amanda Mijangos y Juan Palomino.
Premio de poesía A la orilla del viento 2019.
2019. México: Fondo de Cultura Económica.


miércoles, 15 de junio de 2022

¿Protestas? ¿Dónde?


El mundo de la protesta ha cambiado mucho de unos años a esta parte, sobre todo porque ya se han encargado los políticos de dividirnos para que no nos pongamos de acuerdo en cuestiones básicas como que la democracia real no existe en nuestro país y deberíamos echarlos a todos a patadas.
Cada día que pasa estoy más convencido de que la apatía es la enfermedad de nuestro tiempo, la peor de las pandemias se ha hecho con nosotros. Y dirán ustedes que ya me he puesto apocalíptico, pero el caso es que llevo dándole vueltas al melón bastantes semanas y cada vez lo tengo más claro: indiferencia y más indiferencia.


Que yo no haga huelgas de hambre, ni acuda a manifestaciones, ni me líe a tiros es entendible (N.B.: Hace tiempo que aprendí la lección, hoy por hoy no tengo cargas, ni vivo por encima de mis posibilidades. Intento conformarme con una vida rutinaria donde las alegrías y las penas van y vienen como les da la gana), pero yo no sé qué piensan los pequeños empresarios, los padres de familia o los jóvenes
Indignación, aburrimiento, conformismo. Indignación, aburrimiento, conformismo… Ese es el patrón comportamental de los últimos años y que parece ser que funciona a la perfección en un mundo donde los que mandan juegan con nosotros y se van de rositas a la primera de cambio. Si a ello le unimos que los llamados agentes sociales (sindicatos, asociaciones y otras organizaciones subsidiarias) están conchabados en este ajo de sacarnos la pringue, cada vez se respira una calma chicha que nos deja al borde de una protesta que nunca termina de explotar.


La protesta es el nombre del álbum de Eduarda Lima que acaba de publicar la editorial Thule. En esta historia comienza cuando el pájaro dejo de cantar. Le siguieron el resto de aves, que también se callaron. Les siguieron los perros y los gatos y el resto de animales domésticos. Incluso los animales del zoo se giraron para que nadie les echara fotos. El silencio también llego hasta las selvas, las presas y los depredadores. Así hasta que los niños también secundaron la propuesta y todo se quedó mudo.


Construido sobre una paleta de color restringida al magenta, el rojo, el azul cobalto y el turquesa, este alegato en contra la contaminación a la que se ve sometido el medio natural y que puede hacerse extensiva a otras muchas buenas razones. Aunque el final es sorprendente y tiene su gracia, por favor, no lo utilicen para embucharnos el típico discursito. Con leer el libro ya es suficiente.


En lo que se refiere al libro como objeto podemos llamar la atención sobre unas guardas que funcionan a modo de prólogo y epílogo, y la ilustración que cubre tapa y contratapa. Desplieguen ambas y vean como todos los animales que aparecen en ella nos dan la espalda, como si una pose de indignación e indiferencia se tratara. ¡Un momento! Todos no. Un guepardo que se sitúa en la contraportada se gira para mirarnos fijamente con cierto halo de tristeza, una llamada, una petición hacia el lector que ha terminado esta historia que, lamentablemente, algún día puede acontecernos.

lunes, 13 de junio de 2022

Cosas de rosas


Este año de rosas marchitas (que sepan que estos calores tempranos no son precisamente idóneos para la floración), toca ensalzar una planta a la que, personalmente, le tengo cierta admiración aunque no sea de mis favoritas.
Aunque ha sido cultivada por babilonios, sirios, griegos o romanos, hoy día, el mayor productor de rosas del mundo es Ecuador, un país con un clima excepcional para criarlas como gustan en el mercado de la flor cortada: tallos largos y erectos, botones florales gruesos y mullidos y colores vivos. Evidentemente, sus características dependen de la variedad que se cultive, ya que, precisamente, hay unos treinta mil varietales de rosas (tengan ustedes en cuenta que la llevamos cultivando e hibridando desde hace miles de años).


Todos estos tipos de rosales se dividen en tres grupos muy diferenciados, los naturales, los antiguos y los modernos. Los naturales son los que se encuentran en el campo de forma natural. Hay unas cien especies en total con distribución eurasiática. De todas estas especies solo unas pocas han sido utilizadas para producir las rosas que engalanan los jardines, como por ejemplo Rosa canina, Rosa gallica, Rosa moschata o Rosa rugosa. Como curiosidad les diré que la mayoría de las flores de estas especies solo tienen 5 pétalos, como el resto de la familia Rosaceae
Los antiguos se refieren a todos los rosales que se cultivaron antes de 1867. Las flores de estos rosales eran mucho más pequeñas pero tenían una fragancia mayor y más intensa. En estas rosas las flores tienen más pétalos, pero el total suele ser múltiplo de cinco. Esos pétalos no son más que estambres modificados como resultado de los cruzamientos entre especies naturales y la selección artificial.
Los rosales modernos son los producidos a partir de 1867, año en el que Jean-Baptiste Guillot, rosalista de Lyon, creo su rosa “La France”, el primer hibrido de té o doble híbrido que generalmente se obtiene por injerto. Son los que más abundan hoy día y tienen rosas muy grandes y vistosas pero poco aroma.


Aunque la rosa se ha cultivado principalmente por su valor ornamental hay que hablar su valor como productora de un aceite esencial con propiedades cicatrizantes y anti-envejecimiento. El más utilizado es el aceite de rosa mosqueta que se comercializa puro y tipificado. También se utiliza para elaborar mermeladas, bien de pétalos (sí, como lo oyen) o de sus frutos, el llamado escaramujo, uno que los botánicos llamamos cinorrodón que es muy rico en vitamina C (hasta 10 veces más que la naranja), también A, D y E, así como antioxidantes.
Sobre su simbología se pueden imaginar que es muy variada. Desde deidades femeninas como Afrodita, Venus o la Virgen María, hasta emblemas de equipos de fútbol, casas reales o partidos políticos.


Y con tanta rosa llegamos hasta La rosa de mi jardín, un álbum de Arnold Lobel y Anita Lobel, la que fuera su esposa veintitantos años, que ha publicado esta primavera la siempre atenta editorial Corimbo. En él se nos presenta una historia acumulativa a doble página en el interior de dos marcos dorados. Mientras que en la izquierda se puede leer el texto, uno que va creciendo de abajo hacia arriba, en la derecha observamos cómo van apareciendo los diferentes elementos.
La acción se desarrolla en un jardín casi vacío ocupado por una rosa que aparece en la esquina inferior izquierda. Sobre ella se posa una abeja para echar la siesta gracias a la sombra que le proporcionan las malvarrosas, unas que están junto a las caléndulas. De este modo el jardín se pone a reventar de flores y colores, hasta que al final… ¡sorpresa!


Llama la atención que en el marco de la página izquierda, en su esquina superior izquierda, los autores deciden representar los elementos que se van añadiendo prescindiendo del color, un recurso que tiene una doble utilidad para el lector. Por un lado hace hincapié en cada nuevo elemento que se va añadiendo a la historia, y por otro ayuda a reconocer la variedad florística de este jardín exuberante, un recurso más propio del álbum informativo, algo que me parece maravilloso teniendo en cuenta el nivel de detalle y fidelidad de las ilustraciones.
Espero que disfruten de este jardín porque bien merece una mirada atenta que sepa apreciar las maravillas que, de próximas, nos pasan desapercibidas.