Duelo, enfado, desconcierto, situaciones fuera de lugar, mucha vergüenza o alegría desaforada. El silencio está presente en todas estas situaciones, y por tanto, se configura como una práctica necesaria e imprescindible para observar, internalizar y comprender el mundo. En ese sentido, el silencio está profundamente conectado con el ser humano, y por tanto, con todas las facetas de este.
Tampoco me negarán que el silencio es una dimensión muy complicada. Un fenómeno muy difícil de traducir, pues en él subyacen las palabras que no decimos, los pensamientos que somos incapaces de verbalizar o incluso la nada. Si a ello añadimos que de él pueden participar una, dos o más personas, todo es más complejo.
Es lo que sucede en el acto literario, que los lectores yuxtaponen nuevos silencios que contribuyen a esa multiplicidad discursiva que tanto nos gusta a los críticos. ¿Pero cómo es posible narrar el silencio en un medio lleno de palabras como el literario? Puntos suspensivos, punto y aparte, un nuevo capítulo o incluso la palabra “silencio”. La literatura tiene sus recursos para hacernos llegar un momento en el que no verbalizamos.
El silencio también participa de la narrativa en los libros infantiles. Y si hay unos silencios que me gusten sobremanera, son los que pertenecen a las llamadas narrativas gráficas, como el álbum o el cómic. En ellos, la interacción palabra/imagen crea significados más versátiles e intrincados, planteando nuevos desafíos para el silencio en historias secuenciales que se parecen mucho a lo cinematográfico.
En este contexto de la literatura multimodal, avistamos nuevos recursos narrativos donde la composición, el color, la forma, el tamaño, la luz, el espacio, en definitiva, la plasticidad, tiene mucho que aportar a ese diálogo entre libros y lectores, creando una atmósfera donde contextualizamos ese silencios que, de algún modo, adquiere un nuevo estatus.
No es lo mismo un silencio en penumbra que a plena luz del día. No es igual un silencio con el mar de fondo que dentro de un armario. Nada tiene que ver el silencio de una muchedumbre que el que se establece entre dos amantes. Si bien es cierto que el silencio en una producción verbal puede ser igualmente efectivo, en estos formatos se dibujan nuevos perfiles que constriñen o amplían la cosmovisión de autores y lectores, algo que siempre se agradece en historias con enjundia y calado.
Como este artículo no consiste en un tratado sobre el silencio, sino que solo pretende señalar un hecho evidente en muchos álbumes y al que deben prestar atención, aquí les traigo un ejemplo de álbum con silencios.
¿Te acuerdas? un libro del siempre silencioso y sorprendente Sydney Smith, se abre camino en las librerías gracias a la que se ha convertido en su editorial de cabecera, Libros del zorro rojo. El autor de libros como Un camino de flores, Sam, una sombra rebelde, Pueblo frente al mar, Perdido en la ciudad o Hablo como el río, se adentra esta vez en la conversación que un niño mantiene con su madre. Ambos están en la cama, dormitando. Ojos entreabiertos, respiración calmada. Hacen uso de esa frase tan manida que da título al libro y comienzan con el juego de los recuerdos. El niño los tiene grabados en la memoria. El día que su padre y él recogían vayan durante un picnic. Cuando el abuelo encendió la lámpara de aceite durante la tormenta o la bicicleta caída sobre el heno. Y en el ahora, ellos dos.
Diferentes planos se suceden para articular una historia mínima que ahonda en el pasado que se desdibuja, un presente nítido y un futuro desconocido. El paso del tiempo aflora entre dos escenarios diferentes, uno muy rural y otro más urbano. La acción es quieta y muy sugerente.
Los silencios aparecen desde el principio hasta el final del libro. Su portada es silenciosa y el protagonista nos mira de frente (¿Ven su boca cerrada?), como si se asomara tímidamente a la ventana. Escenas de luz escasa que a modo de fotogramas se suceden y crean una atmósfera tranquila, pero al mismo tiempo misteriosa (¿Dónde están el padre y el abuelo del protagonista? ¿Dónde se quedaron aquellos momentos?). También, los silencios nos llenan de suspense y crea espacios, huecos que el lector puede rellenar a su antojo, descifrar con su propia experiencia. Y así, de silencio en silencio, continua el cariño y la vida, que bien mirado, no es poco.
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