Mientras muchos huyen de
las flores, al aquí escribiente le encantan. Que si les recuerdan a
los cementerios, que si son evanescentes, que si olores penetrantes.
Pamplinas y chorradas. Estos órganos reproductivos vegetales tienen
mucho aquel...
Me acuerdo de Carmelo, el
albañil jubilado que teníamos por vecino en la casa del campo, que
siempre decía “Este chiquillo, ¡lo que le gustan las flores!” Y
sí, la verdad es que siempre me han resultado muy llamativas. Aunque
de un tiempo a esta parte me resultan más interesantes las formas y
los colores que presentan (N.B.: ¿Han visto muchas rosas azules?
Seguro que no... Hay familias de angiospermas sobre las que prima el
azul, en otras el blanco, amarillos o rojos). También son
importantes los ejes de simetría, bilaterales (véanse las orquídeas
y labiadas) o radiales (cápítulos como los del girasol o la dalia)
o la geometría de sus elementos (Hay una coincidencia fractal en la
naturaleza más que hermosa). Me pirran del mismo modo la forma de
agruparse de ciertas flores en eso que los botánicos llamamos
inflorescencias, las cimas escorpioides o los corimbos, las espigas o
las margaritas (¿No lo sabían? Pues sí, en la margarita hay dos
tipos de flores: liguladas y tubulares). Lo de las adaptaciones para
la fecundación cruzada también tiene usía, si no me creen echen un
vistazo a aráceas y raflesiáceas entre otras.
Pero antes de que un
servidor se adentrase en el mundo vegetal académico, buscaba en las
flores otros significados más relacionados con la contemplación de
su belleza y que se adscribieran a la esfera de lo emocional. Un beso
para mi madre, un regalo para los amigos, para celebrar un nacimiento
o cómo decirte “te quiero”. Las flores tienen un lenguaje muy
diverso y, aunque generalmente adornen las tumbas o las habitaciones
del hospital, siempre podemos encontrar otras posibilidades más
divertidas o chanantes. Decía mi admirada Maruja, para los amigos, o
María Andrea Carrasco de Salazar, para los desconocidos (las hay que
abrevian con descaro, para reírse del mundo aunque sean muy
señoras), que si quieres demostrarle desprecio a alguien, nada como
regalarle un poto. Y los que sabíamos de qué iba la cosa nos
descojonábamos.
Y así llego al libro del
lunes, Un camino de flores, un álbum sin palabras con cierta vis de novela
gráfica (combina la página y la viñeta como unidades
espacio-temporales) cuya maqueta vi en la Feria de Bolonia de hace
tres años (¡La de este año empieza hoy!) en el espacio que la
editorial canadiense Groundwood Books tenía allí y para la que
buscaban coeditores (Que por cierto, no era un negocio muy caro. Más
que rentable diría yo teniendo en cuenta que fue incluido en la
selección de los mejores del 2015 realizada por The
New York Times). Cómo no, me quedé prendado de esta delicia
de JonArno Lawson y Sydney Smith que Libros del Zorro Rojo ha
publicado en castellano. En él existen numerosos puntos notables
donde destaco la simbología floral como vínculo entre las personas
o con el entorno, lo lineal de la narración, la crítica a la
paternidad y la sociedad tecnócrata (el padre que no suelta el móvil
ni a tiros, o esa mujer de la parada de autobús con atuendo floral:
es la única que está leyendo.), lo transicional de la atmósfera
(de un mundo en blanco y negro se pasa a uno completamente lleno de
colores y viveza), el guiño metaficcional al personaje de Caperucita
Roja, o multitud de detalles donde destacamos las guardas sintéticas.
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