Ayer terminaron las primeras dos semanas de la larga
cuarentena y los ánimos comienzan a minarse. Parece que ya hemos normalizado la
situación, algo que queda patente en muchos de nuestros comportamientos. Cada
vez son menos las llamadas de amigos y familiares para ver cómo vamos, se
intuye menos entusiasmo en las propuestas de las redes sociales y empezamos a
respirar cierta desidia y silencio en los supermercados. Es normal, empezamos a
acostumbrarnos a una nueva vida que nos tiene atada a cuatro paredes en contra
de nuestra voluntad y nuestras emociones y vivencias se hacen más asociales.
Mientras el tiempo nos aclara las respuestas que daremos
individuos y sociedad a este confinamiento involuntario (aunque muchos hablan
del “big brother” de Orwell y sus secuelas en forma de reality show, matizo que,
a pesar de las similitudes, el contexto es otro), lo que más nos interesa es
mantenernos apartados del influjo del aburrimiento, una sensación nada deseable
para las semanas que nos quedan encerrados, pues puede acarrearnos muchos
llantos, crisis existenciales y quebraderos de cabeza.
Es por ello que hoy les invito a un pequeño viaje por una
serie de álbumes que toman como hilo argumental el aburrimiento para que de
paso se animen a hacer cosas. Desde plantar las semillas de un limón, dedicarse
al dibujo o la costura, e incluso leerse un libro son algunas de las ideas para
disfrutar del tiempo de relax que nos ha “regalado” (entrecomillo para
gambiteros) el dichoso COVID-19.
Si hay un sector de la población consciente de lo que supone
aburrirse ese es sin duda los niños. El “Mamá, me aburro” es una constante en
la vida de cualquier hogar con niños que gustan de estar activos durante el
día. Además los adultos sabemos que es mejor mantenerlos enfrascados con alguna
actividad antes que atenernos a las consecuencias de sus “brillantes” ideas.
En muchas ocasiones los mayores somos capaces de paliar
dicha ociosidad, una situación de la que se hacen bastantes libros para niños,
como por ejemplo Poka y Mina en el cine
de Kitty Crowther (Cuatro Azules), en el que Mina empieza a aburrirse después
de agotar sus ideas de entretenimiento y Poka decide llevarla por primera vez
al cine.
Cualquier adulto podría pensar que este es el esquema más
fácil en la vida real (los adultos siempre tratamos con mucha condescendencia a
nuestros pequeños, ya que nosotros nos creemos más válidos), pero sin embargo,
la literatura infantil nos dice otra cosa, pues en el cosmos de la literatura
infantil no abunda mucho esta situación en la que padres o docentes marquen el
ocio de los críos, sino que en la mayor parte de los álbumes que hoy presento
en este breve monográfico, son los niños los verdaderos y decisivos actores de
su entretenimiento formal.
En algunas historias es la figura del adulto la que incita a
la autonomía lúdica del niño, algo que podemos observar en libros como Me abuuurro… de Claude K. Dubois
(Blackie Little), ¡Me aburrooo! de
Carmela Trujillo y Marta Sevilla (Combel) o y Me aburro como un burro de Carmen Gil y Marta Gallo (Ramaraga). En los tres el progenitor o su abuelo (tercer título) insta a los pequeños a que
encuentren nuevas formas con las que divertirse aunque el desenlace sea muy
diferente. Mientras que en el primero se realiza una crítica al entretenimiento
a base de dispositivos electrónicos (seguro que muchos de ustedes habrán pasado
por lo mismo estos días) y la historias se resuelve con un vuelco escatológico,
el segundo y tercero se centran en la defensa de lo que nos mantendrá ocupados en los
siguientes párrafos: la imaginación como acicate para disfrutar del tiempo.
Y es que en la mayor parte de estos libros son los propios
niños quienes deben componérselas para hacerle frente a una situación de nulo
disfrute, generalmente haciendo uso de su sola fantasía, un contexto en el que,
inevitablemente, me viene a la cabeza la Alicia en el país de las maravillas de
Lewis Carroll, pues, aburrida de ese libro sin dibujos decide perseguir a un
conejo blanco que la transporta a un mundo onírico donde hay mucho que hacer.
Es así como resuena ese eco en obras como En el desván de Satoshi Kitamura (Fondo
de Cultura Económica), Nina y Kike se
aburren de Rocío Araya (Milrazones), A
veces me aburro de Juan Arjona y Enrique Quevedo (Tres Tigres Tristes) y ¡Qué aburrimiento! de Henrike Wilson
(Lóguez). En todas ellas el mundo onírico infantil se abre camino entre las
negras nubes del aburrimiento e ilumina a sus protagonistas en situaciones que
van desde el descubrimiento del universo hasta una realidad amplificada.
En el primero, uno de mis álbumes favoritos, un niño con una
tonelada de juguetes se aburre enormemente y descubre una escalera que lo lleva
hasta el desván, un lugar maravilloso donde vivirá las más variopintas
aventuras. No se pierdan el final porque la historia da un vuelco maravilloso
gracias a una madre realista.
En el segundo Nina y Kike, los protagonistas prueban todo
tipo de fórmulas para rellenar su ocio. La cosa se pone cada vez más difícil
hasta que de repente todo fluye según lo esperado y la sorpresa es mayúscula
gracias a su enorme inventiva.
El tándem Arjona-Quevedo nos presenta una situación similar en
el tercer título de esta categoría en el que el protagonista se entretiene
poniendo caras. Cara de pato, cara de vaca, cara de ambulancia… Las personas ¿normales?
tienen estas cosas en momentos de aburrimiento máximo.
El último título está protagonizado por un oso que se aburre
mucho y no encuentra a nadie para jugar y pasarlo bien, todos están ocupados.
Así que, harto, se tumba sobre el prado y deja que su mente viaje por otros
derroteros. Me encantan las guardas, ¿y a ustedes?
Mención aparte merecen dos libros. Uno es Me aburro de Shinsuke Yoshitake (Pastel
de Luna), un libro del que hablé no hace mucho y que sería algo así como una
enciclopedia un tanto sui generis de lo que consiste el aburrimiento y sus
diferentes formas. Recomendadísimo para paliar el aburrimiento a base de
carcajadas.
El otro es el ¡Me
aburro! de Marc Rosenthal (Faktoría K de Libros) un álbum que bebe de los
elementos del cómic sin llegar a serlo y que le da una vuelta de tuerca al
argumento clásico de este tipo de libros. El protagonista cree que su vida es
aburrida porque no sabe mirar a su alrededor, perdiéndose de este modo un
entorno que tiene muchas sorpresas que ofrecerle. Seguramente ustedes se
sientan así estos días, así que tomen nota.
Y como no podía ser menos también existen álbumes donde los
versos y la rima se transforman en un alegato al entretenimiento y dar puerta a
tanta quietud y desidia. Entre estos contamos con Señor Aburrimiento, un libro de Pedro Mañas y David Sierra Listón
(Libre Albedrío) en el que la imaginación también está muy presente a pesar de
tener consecuencias poco deseadas –sobre todo para los padres del protagonista-.
También podemos hablar de Celia se aburre,
otra historia rimada, en este caso de Celia y Gloria Rico (Beascoa) en la que
una niña descubrirá que la naturaleza, la curiosidad y la constancia, además de
llenar ratos muertos, tiene su recompensa.
Para terminar con el álbum de ficción traigo Terriblemente aburrida, un libro de Raquel Bonita editado por Bookolia que nos habla del aburrimiento pero al mismo tiempo invita al espectador a jugar con la disyunción entre texto e imágenes. Y es que si lo que le ocurre a nuestro protagonista es aburrirse, a mí me gustaría estar aburrido a todas horas...
Sobre poemarios y otros engendros rimados llamo la atención
sobre dos títulos, La ostra se aburre
un álbum de Ana Luisa Ramírez y Artur Heras (Diálogo) donde las palabras y los
animales marinos despiertan el afán por el entretenimiento y la musicalidad
(hay CD musical), y ¡No se aburra! de
Maité Dautant y Mateo Rivano (Cataplum), un clásico del anti-aburrimiento en
América latina que desarrolla multitud de recursos de toda índole para que el
lector disfrute.
Como ven hay bastantes libros que hablan de este tema en la
LIJ. A todos ellos podríaos añadir otros muchos como El pequeño Edu no se aburre nunca, un libro para primeros lectores
de Benni Lie (Juventud), ¿Te aburres,
Minimoni? la secuela del conocidísimo álbum de Rocío Bonilla (Algar), el ya
descatalogado El monstruo se aburre
de David Wood y Clive Scruton (Anaya), o la colección de viñetas de Liniers que
se recopilan bajo el título Feliz, feliz
aburrimiento (DeBolsillo).
Y sin más, les dejo que disfruten de esta tarde de sábado. Y
si no saben qué hacer: tomen nota de los niños. Ellos siempre encuentran la
manera de enseñarnos lo sencilla que es la vida.