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lunes, 11 de noviembre de 2024

Solos ante la vida


No entiendo porqué mucha gente es incapaz de ir sola al cine. Es algo que siempre me ha llamado mucho la atención. Ellos me responden que siempre han acudido a ver una película con su pareja o el grupo de amigos de turno como manda la tradición, y yo pido razones.


Lo primero que se les ocurre es ponerse profundos y rondar esa idea de construir momentos colectivos en los que todo el mundo pueda dar su opinión para enriquecerse mutuamente. Luego se bajan de la burra y empiezan a largar de lo lindo. Que en aquellos años tocaba aprovechar la oscuridad de la sala para meterle mano al ligue de turno, para abrazar a alguien en caso de una escena peliaguda o que les da miedo la oscuridad.
Si bien es cierto que todas me parecen igual de válidas (cada uno que haga lo que quiera), creo que hay una asociación de ideas muy malograda con esto de la compañía de la que muchas empresas dedicadas al ocio como las aerolíneas o las cadenas hoteleras se aprovechan para sacarnos los cuartos.


Cuando te acostumbras a realizar cualquier actividad, por cotidiana que sea, con una o varias personas, también estás perdiendo la capacidad de experimentar y valorar ese momento desde un prisma individual. Esto no quiere decir que sea mejor o peor, sino simplemente diferente. La satisfacción de establecer un diálogo contigo mismo te ayuda a interiorizar la experiencia y concienciarte de tu posición en el mundo.
Y ya que me he puesto el “modo mindfulness” on, hoy me toca detenerme en Yo puedo sola, el nuevo álbum de Kathrin Schärer que acaba de editar Lóguez y que está haciendo las delicias de todos los que, de vez en cuando, nos ponemos un tanto profundos e introspectivos (sin abusar, claro está).


Como ya hizo en su Estar ahí, la autora alemana se dispone a explorar un montón de actividades cotidianas en las que participan las crías de un sinfín de animales. En esta ocasión presta mucha atención a la autonomía de los pequeños lectores-espectadores, esos que se identifican con las escenas que se van representando en cada doble página.
Lirones, ardillas, tejones, conejos, cerdos o zorros se levantan, desayunan, van al colegio, aprenden y juegan. Desde que se levantan hasta que se acuestan hacen todo tipo de tareas por sí solos. Del mismo modo, las imágenes nos hablan de esos momentos desde una perspectiva emocional en la que la alegría, la frustración, la tristeza o la sorpresa se entremezclan a lo largo del día.


Una excusa perfecta para indagar en nosotros mismos gracias a una treintena de imágenes que, acompañadas de un sinfín de verbos infinitivos, abogan por la curiosidad y la autosuficiencia durante los primeros años de vida. Aunque también me atrevo a recetarlo a muchos niñatos inútiles y adultos sin inteligencia emocional alguna, es una buena manera de echar a rodar a los prelectores en este mundo lleno de cosas disfrutonas que podemos hacer solos.

martes, 5 de noviembre de 2024

¡Abajo el postureo solidario!


En estos días de llantos y barro, he tenido la suerte (o la desgracia, según se mire) de constatar hasta donde llega la impostura humana. Como la gente se ha ensañado con algunos líderes de uno y otro bando, no ha tenido tiempo para analizar el circo que muchos han construido en sus redes sociales a expensas de los estragos de la DANA y que yo me dispongo a comentar.
No seré yo quien critique a todas esas personas que, desde el anonimato, han cogido el petate y, escoba en mano, se han ido a echar un cable a los vecinos de las zonas afectadas. Un aplauso por ellos. Que quede claro. Pero a quienes sí estoy dispuesto a destripar es a todos los que han utilizado los trabajos de limpieza y desescombro para adquirir notoriedad.


Mira, cari, si lo único que te mueve en esta vida es que un montón de palmeros te jaleen porque has ido a sacar pecho en mitad de tanta miseria, te he de decir que, conmigo, te has equivocado. Y ahora lo maquillarás diciendo que han realizado la labor informativa que los medios especializados no han hecho, que nos has enseñado la cruda realidad para que seamos conscientes de lo mal que lo están pasando en Paiporta, Benetusser o Alfafar.
Para estirar el cuello y dar lecciones moralizantes, ya están los curas, mi ciela. No hace falta que veamos tus Hunter untadas de mugre, ni que te dediques a dar abrazos por la calle con la GoPro en la frente. La solidaridad, la caridad, son otra cosa. Primero de todo, parten de la humildad, y segundo, no son reclamos publicitarios con los que engrandecer una marca comercial o personal.
Perico el de los palotes: si lo que te mueve para echarle una mano a los vecinos de Valencia es aumentar tu número de seguidores y recibir muchos like, para mí estás a la altura del betún, como Rosalía, Miguel Angel Silvestre y Paz Padilla.


Prefiero que la gente haga de su capa un sayo y que no dé explicaciones de ningún tipo. Como las hormigas que protagonizan el último álbum de la editorial Barrett. Un reguero de hormigas que cargan mil veces su peso es el título del libro tan loco que nos regalan el tándem creado por Löik Urbaniak y Baptiste Filippi y que no me he podido resistir a reseñar para darle en los morros a todos esos instagramers que se han desplazado hasta la terreta a practicar el postureo.
Y es que las protagonistas de este libro no tienen tanto criterio a la hora de exhibir músculo. Te levantan una ristra de ajos o la mismísima Torre Eiffel. Empiezan con objetos dispares, la comida, siguen con la merienda y terminan porteando las siete maravillas del mundo antiguo o un gato enjaulado. ¿Pero adónde irán en fila india portando tan suculento botín? ¿Acaso querrán escapar a algún paraíso fiscal en vuelo charter? Síguelas y lo averiguarás.


Esta hilera de hormigas auguro levantará pasiones entre los lectores más pequeños (hasta ustedes, adultos amanerados y trasnochados, caerán rendidos a sus pies). De cantos redondeados y un formato muy llamativo, deslumbra a cualquier criatura que, sin mediar palabra escrita, se lanza a descubrir un universo muy ecléctico gobernado por estos diminutos himenópteros en una versión un tanto alienígena.


Desmelenado y chirriante, es un libro lleno de contrastes coloristas que, a modo de fuegos artificiales, nos guía por un sinfín de elementos que atrapan a cualquiera. Empezando por esa tipografía dorada e ilegible de la tapa (me encanta ese invento de los jeroglíficos) y terminando en dobles página donde caben todas las tintas posibles, es un álbum diferente que bien merece una lectura.


Porque, eso sí, en este experimento que recuerda al trabajo de genios como Pollock y otros expresionistas, hay muchas cuestiones en las que detenerse. Fíjense, por ejemplo, en la gran tipología de desfiles que recoge... El cortejo fúnebre de un abejorro (me apasionan esas representaciones en los libros para chiquillos), una cabalgata que podría ser la de San Patricio, Victoria’s Secret o el Brighton Pride, o la exhibición circense de acróbatas y domadores de fieras. Tampoco se les pueden pasar por alto las formas grotescas de unos personajes que bien podría haber pintado mi sobrina, ni los montones de detalles graciosos y surrealistas que arrancan más de una carcajada.
Lo dicho. Para lucir músculo, estas.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Tragedias y condicionales


Cuando sufrimos algún revés, los seres humanos jugamos a las condicionales, esa especie de arrepentimiento lingüístico que nos hace volar al futuro dependiendo de la conveniencia y nuestros deseos. Un ejercicio la mar de terapéutico que nos permite transformar de manera momentánea ese presente que nos lacera.
Las palabras nos consuelan cuando nos aventuramos a imaginar acontecimientos como si de una bola de cristal se tratase. Nos convertimos en profetas que, haciendo uso de las artes adivinatorias, proyectan anhelos utilizando el pasado. Hay mucha magia en lo probable, lo imposible o lo irreal. Nos permite ser lo que siempre hemos querido ser o lo que nunca seremos.


Lo peor de las condicionales viene con el arrepentimiento, esa larva que te carcome hasta cotas insospechadas. La culpa se mete en nuestras venas y se hace insoportable. Una decisión fortuita, una carambola del destino, una obligación inamovible.
Pese a ello, tenemos que pensar que no todo depende de nuestras decisiones, que siempre hay un resquicio para el azar y que, por mucho que queramos, no podemos controlar el sino a nuestro antojo. La vida es una mera casualidad, como esa enorme tormenta que se cernió sobre Valencia los días pasados y tantos destrozos y tragedias personales ha ocasionado.


Lejos de la tristeza que suponen las pérdidas, demos la vuelta a las suposiciones verbales y pongámoslas en positivo. Dibujemos un panorama tan extraño, como estrambótico. Busquemos la belleza y guiemos nuestros esfuerzos en construir un escenario esperanzador.
Hagamos como el protagonista de Y si Nono… el libro de Inbar Heller Algazi que acaba de publicar Litera, una de esas editoriales valencianas que se ha visto tremendamente afectada por este infierno de la gota fría y a la que desde aquí mando mucho cariño y fuerza.


Nono, el protagonista de este libro, ha sufrido un percance muy extraño: se le ha quedado pillado el dedo en la línea de separación de la doble página. Esta es la situación que sirve como interruptor a toda una serie de conjeturas en el caso de que no logre escapar. Si sigue anclado en ese lugar, habrá que llevarle un juego para que se entretenga, también comida para que no muera de inanición, una tienda de campaña para que se resguarde durante la noche o un abrigo para hacerle frente al frío. ¿Qué pasará? ¿Conseguirá liberar su dedo?


El objeto libro juega un papel importante en este pequeño sketch que nos plantea una comedia de situación bastante surrealista, que al mismo tiempo nos permite participar de ella. Al principio, todo parece bastante probable, pero conforme pasamos las páginas, una especie de locura predictiva se desata y se apodera del libro, provocando que todo nos parezca demasiado hiperbólico y disparatado (al fin y al cabo, es lo que muchas veces suele pasar).
Con esos conejos como personajes secundarios que colaboran silenciosamente en la acción con detalles muy graciosos (fíjense en sus bigotes o en la postura del muñeco de nieve) y elementos técnicos como la alternancia de colores en los fondos, encontramos una excusa estupenda para dejar volar nuestra imaginación junto a la de Nono, y así resurgir del lodo.

lunes, 28 de octubre de 2024

Entretenimientos caseros


Se avecina una semana pasada por agua. Parece que el otoño ha hecho acto de presencia y esa vidilla que tienen las calles menguará considerablemente. Tocará pasar más tiempo en casa, aunque los gambiteros como yo prefiramos estar todo el día en la calle.
Reconozco que no soy una persona muy casera y adoro el cancaneo, más todavía desde que la pandemia nos obligó a recluirnos en nuestros hogares durante largo tiempo. No obstante y de vez en cuando, no viene mal una temporada de tranquilidad bajo techo, que a veces se acumulan las tareas y hay que darle una vuelta a la cueva.


De entre las muchas cosas que se pueden hacer entre cuatro paredes, tengo mis favoritas, por ejemplo dibujar. Pongo un poco de música, cojo el cuaderno y el lápiz y dejo que pasen las horas mientras me dejo guiar por alguna estampa de mi agrado. También me gusta cocinar, sobre todo cosas elaboradas. Empanada, croquetas, guisados, algún postre con enjundia. Y, aunque parezca raro, planchar. Me relaja bastante y me permite reflexionar sobre cuestiones en las que la mayoría de las veces no suelo detenerme.
Otras veces, me dedico a la procrastinación. De esta manera, me dejo sorprender por cualquier cosa. Quizá un calcetín, una baraja de cartas, mi colección de monigotes o una planta un poco mustia. A modo de interruptor, enciende mi inventiva y comienzo a idear algún tipo de actividad. Curioseo, profundizo, ordeno… Nuevas formas de invertir mi tiempo en esa productividad que nunca sabes dónde te va a llevar.


En esto deben haberse inspirado Gustavo Puerta Leise y Elena Odriozola para su libro Lecciones de cosas. Con el subtítulo Un universo de andar por casa, esta pareja tan LIJera, además de aportar un nuevo libro a Ediciones Modernas El Embudo, se lanzan a la piscina de ese universo mínimo que nos rodea.
Haciendo un pequeño tributo a aquellos manuales escolares que a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, se publicaron gracias a las nuevas tendencias de renovación pedagógica que tomaban al niño como protagonista indiscutible del entorno y le empujaban a conocer el mundo desde la observación y experimentación, estas nuevas “lecciones de cosas” prescinden de animales, plantas o ciudades para centrarse en los objetos cotidianos que nos rodean a todos.


El botón, la pelota, el dado, la hucha o el matamoscas son el punto de partida para entretener a cualquiera desde diferentes puntos de vista que abarcan la historia, la música, el arte, la literatura, la tecnología o las ciencias naturales. Un compendio de saberes que, sin olvidar el humor infantil y un lenguaje cercano aunque nada simplón (cosa que se agradece en estos tiempos que corren), se desborda ante los críos de cierta edad.


Ilustraciones llenas de diagramas explicativos, infografías, muestrarios y colecciones donde el blanco y negro y el color naranja son los protagonistas, se van alternando en las más de 120 páginas que conforman un libro que, además de entretener al lector, le invita a escribir, dibujar, investigar, jugar e imaginar en su particular universo, aunque este sea pequeño.

jueves, 24 de octubre de 2024

Una crítica muy irónica


El otro día me puse una camiseta que me regalo mi madre hace mil años y en la que aparece estampada la cara de Napoleón. Durante toda la mañana no fueron pocos los alumnos que me dijeron que les gustaba e incluso me preguntaron que dónde la había comprado. La verdad es que es bastante bonita y tiene un diseño peculiar, pero de repente caí en la cuenta de que lo que más les había llamado la atención del personaje es que tuviera un cigarro entre los labios.
Ellos, que están tan acostumbrados a saltarse las normas, habían visto en aquella imagen un referente, una semblanza de ese espíritu libre que les lacera constantemente, más todavía viniendo de un profesor. Fumar y beber alcohol, las drogas, la pornografía… Todas aquellas cosas que durante la niñez les habían sido veladas o prohibidas y que, ahora, en un ejercicio de madurez repentino, desean conocer de primera mano.


Es lo que tienen los tabúes y la censura, que logran acaparar la atención de las masas. Lo prohibido, desde su concepción maniquea, es un imán para todos los curiosos. Esas cosas que nos llaman la atención por el mero hecho de estar veladas, son las que mueven a la humanidad. El sexo, la muerte, la violencia o el consumo de algunas sustancias llaman la atención, y los niños y adolescentes no podían ser menos.


Con este panorama, saltamos a Una gran historia de vaqueros, el álbum que Limonero ha traído a nuestro país durante los últimos meses para el disfrute de los que gustamos de trasgredir lo políticamente correcto. Y es que el libro de Delphine Perret, la autora de historias como la del oso Björn, es una maravilla sin parangón. Su marco conceptual tiene mucha enjundia, ya que, además de basarse en la disyunción narrativa como recurso argumental, supone una crítica muy interesante a la censura en la LIJ.


El formato no es grande, más bien pequeño. La tapa se limita al título, bien grande, para que nos quede claro que esta es una historia de cowboys. Solo destaca un detalle: ese pequeño mono que pasea sobre las letras. ¿Qué pinta en una historia como esta? Nos resulta sugerente y misterioso y nos invita a abrirlo con cierta incredulidad y extrañeza.
Desde la primera página, la autora nos explica que, por motivos de decoro, ha decidido evitar las representaciones de los típicos vaqueros llenos de mugre y polvo, con cara de pocos amigos, violentos, crápulas y pendencieros, en definitiva, unos personajes muy poco recomendables en un libro para niños. Por eso decide hablarles de las peripecias de un simio de gesto simpático y con mucha mímica.


De esta manera, el lector comienza una dicotomía narrativa, la de las palabras y la de las imágenes. Ambas se alternan en cada doble página y establecen un vaivén discursivo que utiliza referentes del clásico western, el cine mudo y las historietas gráficas de toda la vida que todos guardamos en el ideario colectivo.
Así, entre páginas pares y páginas impares, la autora francesa crea un juego lleno de ironía en el que mecanismos censores, corrección política y subversión infantil se entrelazan en una creación particular llena de humor paródico e inteligente que trasgrede las normas de esos libritos inofensivos y bienhallados tan de boga hoy día. Un libro necesario en toda biblioteca que hay que diseccionar convenientemente hasta llegar a ese clímax apoteósico en el que ambas historias se abrazan gracias a una cáscara de plátano.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Nosotros y los demás


Cuando la gente habla de convivencia marital, yo me echo a temblar. No es que yo sea una persona difícil en esto de compartir, ni nada que se le parezca, pero sí que es cierto que, conforme pasa el tiempo, me doy cuenta de que tengo más teclas.
Quizá se deba a la vida en soledad, esa que nos permite hacer de nuestra capa un sayo y acostumbrarnos demasiado a nosotros mismos. A pesar de ello, disentir, acordar, coincidir y otros verbos similares se hacen cuesta arriba porque siempre implican a más de dos personas, llámense estas pareja, familia, amigos o compañeros de piso.
Para terminar de agravar la situación, aparecen las sociedades posmodernas, unas que, apelando a un ejercicio de libertad mal entendido, invitan a relaciones vacías e insoldables donde queda poco de esos humanos que ensalzaban la comunidad como una forma de vida.


No obstante, aunque viva solo casi por obligación, me niego a ser un Scrooge cualquiera. Ni huraño ni quisquilloso ni maniático. La flexibilidad debe considerarse una virtud en los tiempos que corren, esa elasticidad que nos devuelva al reencuentro con los demás y no nos aleje de la senda que marcan la política, el consumismo o las pandemias.


Para ponerle un punto y final a la hondura de hoy (hay días que me levanto demasiado intenso), les traigo El jardín del señor Ruraru y El violín del señor Ruraru, dos libros de Hiroshi Itô que la casa Club Editor ha publicado recientemente en nuestro país y que he de reconocer que han sido una grata sorpresa.
Ambos están protagonizados por el señor Ruraru, un hombre de mediana edad, calvo y con bigote, que usa gafas. Un tipo bastante maniático y cuadriculado al que le suceden cosas un tanto extrañas y se parece a ese vecino que todos tenemos sobre el que pesa cierto extrañamiento pero nos resulta irresistible.


En la primera historia nos habla de su jardín. Para él es como un tesoro y lo cuida estupendamente. Tanto es así, que tiene el césped cortado a las mil maravillas. El problema viene cuando esa yerba que parece una alfombra, atrae como un imán a todos los animales del vecindario, que se dedican a tumbarse plácidamente sobre él. Esto enfada mucho al señor Ruraru y siempre está a la gresca con ellos. El reto llegará cuando una mañana se tope con un cocodrilo. ¿Logrará espantarlo?
El segundo título nos habla del violín que el señor Ruraru heredó de su padre. A este le encantaba tocar el violín y pensó que era buena idea que su hijo aprendiera a tocarlo. Pero cada vez que el joven señor Ruraru se ponía a frotar su arco contra las cuerdas, el instrumento emitía un extraño sonido que provocaba un picor tremendo en el trasero de quienes lo escuchaban, incluido él mismo. Con el paso de los años, quizá haya cambiado su forma de tocar… ¿Lo averiguamos?


Con una filosofía narrativa muy nipona, estos dos episodios de la serie que ha encandilado a montones de niños, son la prueba fehaciente de que la LIJ va más allá de la edad y encuentra recovecos para emocionarnos. El homenaje a los familiares que se fueron, los deseos frustrados o el disfrute del trabajo personal sin importar el resultado, son algunos de los temas tan cotidianos que rezuman humanidad en estos aparentemente sencillos álbumes.


De pequeño formato, coloristas y delicados, desprenden una calidez inusitada gracias a su trazo sencillo y desenfadado que busca en la caracterización circense de un personaje tan especial como desconocido y lo surrealista de las situaciones, ese humor blanco que eleve un discurso muy universal sobre las relaciones emergentes, ese ideario construido sobre esas percepciones personales que poco a poco van transformando los demás.
Lo dicho, me han encantado.

lunes, 21 de octubre de 2024

Hacer novillos o el ejercicio de la libertad


Es lunes y daría lo que fuera porque no hubiera escuela. No seré yo quien se queje de la vida del maestro, pero sí de la del pobre, una que me obliga a trabajar para pagar las facturas. Hipoteca, agua, gas, alcantarillado, electricidad, comunidad de vecinos… todo eso y mucho más me mantienen a merced de un puesto laboral que me tiene sujeto a unos horarios.
¿Quién no se levanta un lunes con ganas de irse a pasear bajo la lluvia, buscar setas o leer una buena novela? No todo se resume en acurrucarse bajo las sábanas a modo de gusano de seda y dejar que pasen las horas. Los madrugadores tenemos otra visión diferente del aprovechamiento. Hacer ejercicio, terminar esa acuarela que se está haciendo cuesta arriba o tocar el saxofón.


Decía una amiga mía que ella quería ser multimillonaria, no para costearse la servidumbre, sino para que nadie tuviera que hacer sus tareas. Me pareció un concepto en el que detenerse. Tener tu propio huerto, preparar un caldo de patatas o barrer el porche me parecen quehaceres encantadores. Tampoco suponen un desgaste sobrehumano y son bastante entretenidos.
A la gente se le llena la boca con artículos de lujo, coches, motos, productos de alta tecnología o viajes a todo trapo, pero lo cierto es que en la modestia también vive la riqueza, esa que muchas veces saben disfrutar los viejos desde esa atalaya que les otorga el tiempo y los jóvenes que deambulan por el mundo sin un duro en el bolsillo.


Y como está página bucea entre libros infantiles, aquí les traigo La escapada, un álbum delicioso de Rozenn Brécard que acaba de publicar Libros del Zorro Rojo tras la gran acogida que ha tenido en los países francófonos.
Este álbum nos cuenta la historia de dos hermanos, una niña y su hermano pequeño que, tras perder el autobús escolar, deciden hacer novillos y lanzarse a la aventura en el pueblo costero en el que viven. Cruzar a la otra orilla en una barca, darse un chapuzón en las frías aguas del océano, explorar un desguace de coches, encontrar un amigo canino o escapar de una persecución son algunas de las peripecias que les suceden durante la jornada, ¿pero conseguirán regresar a casa?


Con gran maestría, la autora francesa afincada en Finisterre se interna en el maravilloso mundo de hacer novillos (pellas para el centro peninsular), una constante infantil que no pasa de moda. Desde ese lugar subversivo que ofrece prescindir de la rutina escolar, los personajes de esta historia, no solo se enfrentan a las convenciones adultas, sino que construyen todo un universo emocionante que embelesa a cualquiera.
La naturaleza, una ubicación inmejorable, un medio antrópico grisáceo, animales de compañía, imágenes bucólicas… Todo se articula para ensalzar la libertad, un espacio en el que la imaginación y los deseos campan a sus anchas, un paréntesis que vez en cuando se hace necesario en esta vida de compromisos adquiridos.


Con una óptica muy cinematográfica, las imágenes se suceden en este híbrido de álbum y novela gráfica sin calles ni viñetas, una doble vertiente que, utilizando dobles secuenciaciones (dentro del mismo escenario o en distintas ubicaciones), nos ofrece un lenguaje narrativo muy dinámico. Si además añadimos la técnica mixta elegida (acuarela y lápices de colores), todo se funde en una suerte de fiesta muy animada que nos invita al disfrute.


Eso sí, no hay que olvidar que, a veces, los miedos y el cansancio hacen mella, y lo mejor es volver a esa zona segura que es el hogar…

miércoles, 16 de octubre de 2024

El reino de la usura


¿El dinero es un lastre o una bendición? Para los que no tienen ni un duro, quizá sea una bendición. Para los que tienen demasiados, puede llegar a ser un lastre. Ya saben, depende de las gafas con las que miremos el mundo... Sin embargo, no está de más que echemos un ojo a cómo ha cambiado nuestra perspectiva respecto al parné durante los últimos años.
Si bien es cierto que hace sesenta años el dinero significaba arraigo estatutario (lo de tener billetes daba mucho caché) y un futuro de bienestar (hasta mediados del siglo XX no existía la pensión de jubilación), hoy en día el dinero tiene nuevas dimensiones gracias a la tecnología o los cambios sociales. Aquí un par de ejemplos…


El otro día quedé con un amiguete mucho más joven que yo para echarme algo en una terraza. Pedimos dos cervezas y las pagué en el momento. Nos pusimos al día y disfrutamos de un rato agradable, pero cuando llegué a casa me encontré con un Bizum de 2,20 euros. Se me llevaron los mil demonios. No solo tuvo la indecencia de despreciar una invitación, sino que además pensaría que estaba haciendo lo correcto por dos razones. La primera, que yo no pensara que era un pobretón y la segunda consistía en hacerme saber que no se quería aprovechar de mí. Hemos perdido el norte…


Cada vez más gente decide que su herencia vaya a manos de hospicios, organizaciones caritativas y derivados, en vez de a sus seres queridos. Esto deja entrever que familia ya no es lo que era, pero sobre todo, que la riqueza adquiere una concepción muy estoica: la disfruta quien se la gana. ¿Para qué voy a entregar mis ahorros a personas que no me han demostrado su cariño, no se han preocupado por mí o, simplemente, no conozco? Para eso lo cedo a una causa determinada y contribuyo al engrandecimiento del mundo.


Y con tanto billete de por medio, me viene a la cabeza el último librito de Iban Barrenetxea que he leído. Publicado por Loqueleo Santillana, La musaraña que robó una montaña es una de esas maravillas de las que se disfruta sin contemplaciones.
Este relato ilustrado nos cuenta las peripecias de un rey cuyo reino está para el desguace, un desastre total a pique de derrumbarse. Toda la culpa es suya. No suelta ni un duro para mantenerlo como dios manda, porque está muy entretenido ejerciendo la usura. Su pasatiempo favorito es contar quince millones trescientas cincuenta y dos mil ochocientas setenta monedas que forman un tesoro vigilado por un dragón hambriento, un laberinto mágico y noventa y nueve caballeros bien armados. Pero un día, tras pasar la mañana contando, se da cuenta de que falta una. ¿Quién la habrá robado? ¡Ha sido una musaraña! ¡La más grande ladrona del mundo! Tanto es así que es capaz de robar una montaña…


Con ese toque tan surrealista, el autor vasco nos lanza un relato que recuerda a los cuentos clásicos, pero lleno de humor y muchas casualidades. Así construye un nuevo espacio paradójico que, utilizando la parodia, ridiculiza a la avaricia y el poder gracias a un personaje aparentemente insignificante (¿Conocen algún mamífero más pequeño?). Un rey infantil y frustrado, un héroe minúsculo y astuto, muchos golpes de suerte (y desgracia) y una cigüeña que rompe el marco de lectura y cambia los acontecimientos, nos hablan de muchas cosas (o quizá de ninguna).


Apoyado por unas ilustraciones frescas y sencillas, auguro mucho recorrido a este álbum narrativo de tapa blanda que recuerda a otros de antaño (76 páginas dedicadas a lectores competentes) e igualmente eficaz en eso de enganchar a cualquiera a la letra impresa. Espero que lo lean y me den su opinión, porque este libro es la prueba inequívoca de que para escribir para niños hay que ser otro niño.

martes, 15 de octubre de 2024

El mundo, ¡qué maravilla!


El mundo es un lugar muy paradójico porque, si bien es cierto que, hasta donde sabemos, solo hay uno, cada persona tiene una percepción distinta sobre él. Sí, esto daría mucho de sí, sobre todo si nos ponemos hasta los ojos de tequila y nos da por apretar el botón filosófico.
Aunque la física ha tenido que prescindir de todas estas interpretaciones y definir el universo, los que vamos más allá logramos percibir esa subjetividad que rodea a cada existencia y que nos permite ver lo que nos rodea desde idiosincrasias muy dispares. Esa multiplicidad de miradas, no solo me parece enriquecedora, sino que puede llegar a ser apabullante, máxime, cuando todas ellas se basan en una misma realidad. Imposible controlar los 7951 millones de vidas que pululamos aquí y ahora.


El niño que disfruta de su primer día de escuela, el adulto que se va a la cola del paro, la madre que se hace la compra en el supermercado, el artista sin inspiración, el afortunado que acaba de enterarse de que su décimo de lotería es el premiado, el padre de familia que se encuentra a hurtadillas con su amante. ¡Hay tantas versiones del espacio y el tiempo…!
En realidad todas son posibles, pero lo más sorprendente es que todas lleguen a encajar de un modo lógico, como si del engranaje de una máquina se tratase. Lo llaman casualidad, destino, azar. Yo prefiero no llamarlo y sí disfrutarlo. Es tan extraño como apasionante, ¿no creen? Todos pisando la misma tierra y sentirnos diferentes. Es magia. Es equilibrio.


Al hilo de todo esto, contarles que se acaba de editar en nuestro país Todo un mundo, una de esas joyas que los enteraos soñábamos con encontrar en las librerías patrias y que gracias al arrojo de la editorial EntreDos se ha hecho realidad. Y es que Katy Couprie y Antonin Louchard han dado vida a un álbum maravilloso.


Presentado en un estuche donde están incluido, tanto el imaginario, como un juego de tarjetas que nos invita a participar de manera paralela, este librito cuadrado (15 por 15 centímetros, para que quepa en cualquier mano) con más de 250 páginas, es una delicia visual.
En primer lugar, los autores prescinden de las palabras y deciden combinar un montón de imágenes diferentes con una secuenciación determinada. ¿Tiene lógica? ¿Tiene sentido? ¿Tiene continuidad? El lector sabrá, porque cada mundo, además de tener su peculiaridades, puede ser o no comprendido por los demás.


En segundo lugar, hace acopio de diferentes formatos y medios expresivos. Grabados, pinturas, dioramas o esculturas se amalgaman en una creación multidisciplinar y un tanto desbocada que despierta muchas sensaciones. Una narrativa sin palabras con la que nos podemos identificar y acoplarla a nuestro propio universo para incluso desbordarlo.


Jugar, caminar, retorcerse, extraviarse o encontrar alternativas a cada paso. Todo un ejercicio de libertad que, como un cajón de sastre, como una chatarrería o como bazar egipcio, nos seduce y enloquece a partes iguales.