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martes, 7 de mayo de 2024

Desorientados


La muerte de un ser querido, un giro profesional, esa adolescencia turbulenta o convertirse en emigrante. Una serie de situaciones que alteran el rumbo de nuestra vida y nos descolocan sobremanera. Es inevitable acusar el cambio y nos encontramos desorientados. Es difícil tomar la decisión correcta.
Mientas unas personas tienen la suficiente templanza para detenerse y ajustar la brújula para no perderse, otros se dejan llevar por sendas tortuosas y rutas equivocadas. Circunstancias que, por la mera inercia del momento, nos encaminan hacia lo indeseable. Más que elegir, nos abandonamos a la suerte, flotamos sobre esas aguas turbulentas a modo de brizna de hierba.


No me extraña que muchos se aferren a los libros de autoayuda, a psicólogos y coaches, a curas y otros entrenadores personales. A veces estamos tan aturullados, tan perdidos, que otros disciernen mucho mejor nuestros propios conflictos, y consiguen arrojar algo de luz a esa hoja de ruta tan deseada.
Llámenlo sensatez, clarividencia o lógica, pero no crean que es fácil encontrar a gente que tenga las cosas claras o, al menos, que sepan guiarte de una forma plausible. Al sherpa, como al maestro, se le pide más generosidad que otra cosa, pues mostrar los diferentes caminos, señalar los posibles obstáculos, apoyar las decisiones y amenizarlas con una sonrisa.
Pues sí, hay personas que son mapas. Puedes acudir a ellos siempre que quieras, te ofrecen alternativas, te ayudan a madurar las alternativas, respetan tus decisiones, no te castigan ni te reprochan, se dejan a un lado la condescendencia y te empujan a tomar tus propias decisiones. La libertad de un plano hecho carne.


Y hablando de mapas, llegamos a Shinsuke Yoshitake y su ¿Y ahora dónde estoy?, la quinta entrega de esa colección tan alocada que publica Libros del Zorro Rojo. En esta ocasión, el autor japonés se interna en el universo de los recados con su mirada surrealista y jocosa. Yü tiene que hacer unas compras para su madre y tiene que seguir las indicaciones que esta le ha dado en forma de mapa.


Como en el resto de títulos de esta serie, la mente del protagonista imagina todo tipo de situaciones disparatadas en base a preguntas o dilemas personales que se van despejando gracias a croquis, diagramas, infografías, pequeños sketches o instrucciones ilustradas que, paso a paso, despejan unas incógnitas donde el humor siempre está presente.


Quizá esta vez, el mago nipón se deja llevar por su lado más profundo para internarse en el mundo de las emociones, las expectativas de futuro o la diversidad humana. Bastante más intimista que el resto, este librito donde los mapas personales son el punto de encuentro.

sábado, 4 de mayo de 2024

Un poco de despiporre


Para mí (y creo que para el resto de los mortales), la imaginación es muy liberadora. No sé qué tiene ponerse con la creatividad, que siempre consigue que me relaje. Cuando quiero apartarme de los problemas cotidianos, cuando quiero conciliar el sueño o cuando quiero inventarme un ejercicio, dejo que mi mente sobrevuele a su libre albedrío. Y así la imaginación cura todos mis males.
Hay algo en todo esto que facilita muchos procesos neurológicos. Decían que el Quijote había salido loco por culpa de las novelas caballerescas, pero si Sancho y otros muchos personajes de la novela de Cervantes, atendieran al sinfín de estudios que apuntan a las bonanzas de lo fantástico, seguirían el ejemplo de Alonso Quijano.


Tampoco vamos a decir que los excesos imaginativos no tengan su contrapunto (que a veces, eso de fantasear a todas horas, nos puede acarrear muchos disgustos), por lo que a mí y a muchos monstruos respecta, lo creativo estimula las emociones, desarrolla la curiosidad y potencia la personalidad. Porque si esto no fuera así, ¿qué base tendrían ciertas metodologías clínicas como la hipnosis, los fármacos psicodélicos o el uso de placebos a la hora de tratar algunas patologías?
No me extraña que la fantasía tenga un componente muy adictivo (que se lo digan a todos los monstruos enganchados a la LIJ), pues nos evade de momentos horribles y nos prepara para lo inesperado. Reflexionamos porque proyectamos en nosotros mismos, planificamos porque nos situamos en el espacio y el tiempo y resolvemos porque dispara nuestra inventiva.


Algo parecido le debe pasar a la protagonista de Al final, un álbum de Silvia Nanclares y Miguel Brieva que muchos monstruos no conocen y del que Kókinos acaba de sacar una nueva edición para que ninguna estantería se quede sin él.
Este libro empieza (como muchos otros) en las guardas, donde vemos a una niña que, al salir del colegio, se percata de que ha olvidado las llaves de su casa. Allí no hay ni el Tato y decide esperar a que llegue alguien. Pero como el aburrimiento es muy poderoso, termina encontrando una puerta al final del callejón que la invita a pasar sin llamar. Ni corta ni perezosa se adentra en una casa misteriosa desde cuya azotea divisa toda la ciudad. Bueno… “una” ciudad un poco especial. También hay un tobogán por el que decide tirarse. ¿Qué encontrará al final?


Alternando recursos del cómic (Fíjense en esas viñetas tan bien secuenciadas, pero sobre todo en su contorno. ¿Qué nos querrá decir?) con la economía textual del álbum, se crea un híbrido que funciona a las mil y una maravillas en cualquier tipo de lector. Narrador y personajes se funden en un vaivén de propósitos que, prescindiendo de diálogos, nos presentan un universo muy particular donde también tiene cabida la crítica (¿Se han fijado en todos esos carteles y anuncios que hablan del consumismo, la tecnología, el postureo y otras falacias capitalistas?).
Seres quiméricos y otros completamente inventados (Que por cierto, se presentan en las guardas finales), bosques, jardines y acantilados (La naturaleza siempre es un plus en cualquier viaje), un mapa (Con tesoro, por supuesto. ¿O acaso no lo ves?) y alguna referencia arquitectónica (¿El Panteón de Agripa, quizás?) se despliegan ante nosotros a modo de serendipia. Un universo tan castizo y abarrotado de detalles que hasta en su camisa guarda una sorpresa final.


Nanclares y Brieva, como esta chiquilla rubia, se lanzan a la aventura con un álbum donde lo onírico y lo surrealista se elevan a un punto superlativo de los libros infantiles patrios (con el perdón de Saez Castán, of course) en tan solo 74 páginas. Guiños a otros clásicos de la LIJ como Alicia en el país de las maravillas o Pinocho, se entremezclan con nuevos sabores, que seguro les vuelven locas las papilas gustativas. ¡Hale! ¡A comprarlo, se ha dicho!

jueves, 2 de mayo de 2024

Cagaprisas


Últimamente no alcanzo a cogerme el culo con las dos manos. Cosas de la vida, que de repente se pone a girar sobre sí misma y te ves envuelto en una espiral de la que, por mucho que te empeñes, es muy difícil salir. Preparar clases, corregir exámenes, cuidar a la familia, limpiar la casa, hacer la compra, hacer algo de deporte, ir a clase de inglés, poner este blog al día, atender las redes sociales. Todo es un maremágnum de obligaciones, necesidades y propósitos, que empiezas a necesitar un asistente con urgencia. Lástima que uno sea pobre y a lo máximo que pueda aspirar sea una chacha que le pase la mopa (y ni aun así, porque no veas cómo se cotizan…).
Así pasa, que todos los días, tocan varias carreras. Voy a toda pastilla. Del instituto a casa de mis padres, de casa de mis padres a mi casa, de mi casa al parque, del parque a la piscina, de la piscina a la escuela de idiomas, de la escuela de idiomas al supermercado, y así sucesivamente. No me extraña que me esté quedando en el chasis de tanto moverme. A este paso voy a rozar el perfil papiráceo.


Ayer, entre pitos y flautas, caminé unos doce kilómetros a lo largo de todo el día. Todo un récord teniendo en cuenta que las distancias en esta ciudad no son demasiado largas, lo que viene a decir que di más vueltas que un tonto. Quizá esa sea la razón por la que los provincianos mantenemos mejor el tipo que quienes viven en las grandes ciudades, aunque tengamos en nuestra contra establecimientos hosteleros asequibles por todas partes.
El caso es que hay que relajarse un poquito, pues si bien es cierto que uno quema calorías, también puede salir de los nervios, que conforme está el percal, no es lo más deseable. Parar es bueno para la salud. Priorizar y disminuir el ritmo se perfila como un ejercicio de higiene personal. No como el protagonista del álbum de hoy.


Don Prisas es todo un personaje. Lleva un desastre de vida que no es ni medio normal. No puede parar ni un minuto. Siempre corriendo de aquí para allá y de allá para aquí. Lo peor de todo es que siempre se olvida algo en sus paradas y no se percata de montones de cosas, incluso peligros a los que se expone. Desde el momento en el que se despierta con su pijama de osos panda, todo es una contrarreloj. Pasa por la cafetería, el gimnasio, su despacho, la casa de su madre o el parque. ¿Hasta cuándo seguirá con estas prisas de vértigo? Como siga así se llevará un disgusto.


Con este álbum a caballo entre el libro-juego y la ficción, el historietista y componente de Tricicle, conocido trío de humoristas catalanes, se lanza al público infantil de la mano de la editorial Thule y con una historia llena nuevos detalles a cada lectura. 
Y no solo eso, pues una frase a modo de retahíla que se repite en cada doble página, las descontextualizaciones, una incógnita (¿Qué cara tiene el protagonista?), o el apéndice final que nos invita a encontrar un montón de cosas, son un añadido muy jugoso en una historia en la que sonríes por cualquier esquina de la ciudad, incluso al final.

miércoles, 1 de mayo de 2024

Frustrados por el trabajo


Se calcula que un treinta por ciento de los trabajadores españoles no están satisfechos con su ocupación. Mientras unos aducen falta de incentivos, otros expresan sus frustraciones tras darse de bruces con la elección incorrecta. 


A veces pienso que todo se resume en esas falsas expectativas que todos tenemos durante nuestros años escolares, cuando, sumidos en nuestros ideales y ansias de triunfar, nos encontramos con una realidad que poco tiene que ver con ese estrellato que promulgan las redes sociales. 
Dinero, viajes por medio mundo,  crecimiento personal, estabilidad, mucho tiempo libre... La mayor parte de los puestos de trabajo no tienen nada de eso. Todo lo contrario. Mal pagados, estáticos, aburridos, esclavistas, inestables... ¿y necesarios? Creo que nadie nos hacemos la pregunta correcta cuando se trata del tema laboral, pues el trabajo, además de permitirnos sobrevivir, dignifica y edifica. 


Pensarán que es una frase muy manida, pero sinceramente, y aunque a un servidor también le encante rascárselos a dos manos, en muchas ocasiones y gracias a mi trabajo, me siento útil para otros seres humanos, presto un servicio a los demás y permito en el avance de nuestra sociedad. Todo (o casi todo) trabajo es necesario, incluso los artistas de circo o los barrenderos. Y eso, ya es bastante

Cuando la noche extiende
su capuchón de estrellas,
el circo también cierra
lentamente sus párpados,
y los artistas sueñan
con playas, con delfines,
con barcos, con sirenas...
Y sueñan que caminan
por las calles estrechas
-entre el ruido y la gente-
de una ciudad cualquiera
y que compran entradas
para ver las proezas
que hacemos las personas
de a pie: el poeta,
la médica, el sastre,
el pastor, la maestra,
la lechera, el mecánico,
el albañil, la obrera
o aquel que con su escoba
va limpiando la acera.
Cuando la noche arranca,
el circo sueña y sueña.

David Hernández Sevillano.
Sueño de circo.
En: Días de circo.
Ilustraciones de Neus Caamaño.
2024. Madrid: Bookolia.



martes, 30 de abril de 2024

El país del disparate


Queramos o no, la realidad siempre supera a la ficción. Y no es que eche mano de una frase manida, sino que lo corroboro cada día, a cada momento. Y si se trata de España, peor todavía. En este país tan absurdo, como sorprendente, son capaces de proliferar los hechos más inverosímiles. Desde las vecinas de Valencia a las jornadas de reflexión de un presidente narcisista y teatrero, desde Aramis Fuster a Tamara Seisdedos, desde Villarejo hasta Pilar Rahola. Todos son un esperpento.
Sin embargo, este país donde prima la ignorancia y el cachondeo, les presta elevadas cuotas de atención y da credibilidad a su existencia. Vidas ejemplares que, además de alimentar las fantasías ajenas, ven crecer su leyenda gracias a la publicidad y las mediatecas. Porque a los españoles nos gusta la fantasía, la lentejuela, el brilli-brilli y, sobre todo, las penurias.


Cuanta más miseria, mejor. Cuanta más terapia, mejor. Cuantos más ansiolíticos, mejor. 
Ese sufrimiento tan barroco que llena este país desde hace unos cuantos siglos, se mantiene entre una población a la que los móviles y la telebasura se encargan de educar (la escuela adoctrina, no lo olviden). Todo un engranaje donde la lágrima y el escándalo son la gasolina para esa olla a presión que es este territorio donde campa la víscera y lo desorbitado gracias al relato.
Yo hace mucho tiempo que desistí de comprender a esta sociedad en la que vivo. Intento disfrutarla en la medida de lo posible y me alejo de las paradojas en cuanto puedo, no sea que pierda las únicas neuronas que me quedan activas y necesite pedirme la jubilación anticipada en detrimento de esos alumnos que tanto me requieren en esta época tan turbia.


Como yo, la única ficción que entiendo es la de los libros para críos, les puedo recomendar Una historia fantástica, un álbum de Bruno Heitz que acaba de publicar Kalandraka para alegrarnos la primavera.
Como ya nos indica el título, este libro desborda fantasía. Todo empieza con una vaca que se cruza en el camino de un granjero que conduce una furgoneta que frena muy mal. Efectivamente, chocan y todo se pone patas arriba. Así comienza una pequeña comedia de situación donde lo quimérico y el surrealismo se cogen de la mano para tachonar de carcajadas el semblante de los lectores.


Para esta ocasión, el autor francés se ha decantado por figuras de madera a la hora de elaborar unas ilustraciones en las que el contraste entre los elementos y el fondo ahonda en lo animado y vivaracho. Verdes, rojos, azules y amarillos discurren por una historia alocada que juega con nuestro subconsciente más disparatado gracias a onomatopeyas, elementos del pop art y detalles muy sui generis (¿Habéis visto las ubres debajo de la camioneta o el pelaje del lobo?).
Lo dicho, en esta víspera de fiesta nacional, concédanse un ligero descanso y disfruten de una propuesta mucho más simpática que la realidad imperante.

sábado, 27 de abril de 2024

La cultura terapéutica y los libros infantiles


Siguiendo en la línea de lo que estuve hablando ayer sobre esa denuncia social que se hace patente en la LIJ de las últimas décadas, he creído conveniente hablar sobre la llamada "sociedad terapéutica", un concepto que surgió en los años 60 gracias al Cristopher Lasch y se ha afianzado con la entrada del nuevo milenio, condicionando sobremanera la forma actual de escribir y editar libros infantiles.
¿En qué consiste? La sociedad terapéutica tiende a identificar muchos sucesos de la vida como amenazas para el bienestar emocional de los individuos. Cuestiones tan comunes como el fracaso escolar, la decepción amorosa o el rechazo entre iguales constituyen el interruptor que desencadena un sinfín de enfermedades invisibles (léase psico-emocionales) que, según este enfoque, menoscaban la capacidad de las personas para tomar las riendas de su vida.
Frank Furedi, catedrático y analista, apuntó en su Therapy Culture que “la cultura moderna ha convertido en patologías lo que antiguamente no eran más que respuestas emocionales desagradables ante las presiones de la vida. Ha impulsado a los individuos a sentirse traumatizados y deprimidos por experiencias que hasta ahora se consideraban rutinarias”.
Haciéndolo extensivo a la parcela cultural que nos ocupa, podríamos decir que el universo de la LIJ actual, además de acercar cuestiones cercanas a la vida real, también se inmiscuyen en la vida privada. Los libros infantiles son esos terapeutas que intentan resolver problemas que los lectores deberían aprender a solucionar por sí mismos, gestionar sus sentimientos con recursos propios o con la ayuda y/o intervención de adultos reales que conozcan el problema de primera mano.


Padres, abuelos o maestros. Figuras con experiencia propia, los referentes clásicos de la infancia, han pasado a ser sujetos inútiles que necesitan asesoramiento profesional (¡Viva la Supernanny!) o han desaparecido por decisión propia (mucho trabajo, muchas necesidades personales y muchas distracciones), para ser sustituidos por dibujos animados, películas, videojuegos o libros (¡Oh, libro, tú que eres sabio y omnipotente, ayúdanos a criar a nuestros hijos!).
No solo eso… En estos libros, la familia, la amistad o la sociedad se describen como ámbitos violentos, lugares peligrosos para los críos (¿Se han fijado en la cantidad de libros sobre consentimiento que se están publicando últimamente? ¡Ni que la calle fuese el patio de una cárcel filipina!). De esta forma, lo que por un lado parece estar lleno de buenas intenciones, inocula el miedo en unos niños que viven en constante alerta y claman por una vigilancia continuada (¿Dónde queda la libertad, la subversión infantil?) en connivencia con ese superpaternalismo que tan de moda se ha puesto.


Con esto no quiero decir que la terapia no sea necesaria en algunos casos donde hay un trauma real o una enfermedad mental, sino que lo verdaderamente peligroso es el abuso de la misma ante situaciones que no la requieren y que se recetan indiscriminadamente a grandes grupos de población, en este caso la infantil. Si bien es cierto que muchos de estos libros parten de esa pedagogía que llena hogares y escuelas, últimamente se está llevando a un extremo un tanto sospechoso, recordando más al libro de autoayuda, que al mero relato de moralina ejemplificante. Explícitos hasta la médula, sin pluralidad discursiva, estéticamente yermos y poco imaginativos. Prefiero mil veces los libros divulgativos.
Convertir cualquier conducta inconveniente en una patología, aparte de un problema de salud pública, hace a los niños todavía más vulnerables, asustadizos e irresponsables (¿Ven alguna analogía con lo que nos encontramos en la aulas?). Llega el momento de preguntarse: ¿Ese es el futuro que queremos? Yo, al menos, no. Prefiero niños capaces y resilientes, que no se amedrenten ante trabas y afrentas del tiempo, que puedan blandir armas y estrategias personales que les faciliten la vida respetando la de otros.
Sí. Puede que tras esta sociedad terapéutica haya otras intenciones. ¿Humanos más inútiles y manipulables? ¿Controlar y restringir? ¿Tretas de poder? Prefiero no ir más allá. Lo único que tengo claro es que no quiero ver a los niños subyugados, ni a los ansiolíticos ni a los libros.

viernes, 26 de abril de 2024

No a los ismos, sí a lo humano


En esto de la LIJ encontramos con frecuencia cierto compromiso social en el que se abordan cuestiones complejas. La guerra, la inmigración, el racismo, la igualdad entre hombres y mujeres, o la libertad sexual son temas muy recurrentes en los libros infantiles y que invitan a reflexionar a los lectores sobre la realidad que nos rodea con una perspectiva más amplia.
De este modo, y desde ciertos grupos editoriales, se nos venden los libros como armas que laceran conciencias, visibilizan problemas y cambian el mundo. Sin embargo, y aunque moralmente tiene su cabida, siempre me gusta andarme con ojo a la hora de tratar unos temas que pueden ser un arma de doble filo por diferentes motivos.


Si ya es bastante complicada la naturaleza individual, no digamos la sociedad, un sistema complejo que, según sociólogos y estadistas, es muy difícil de caracterizar, comprender y, sobre todo, controlar por la enorme cantidad de variables que subyacen a cualquier conflicto por pequeño que sea.
Imaginen que cierto editor tiene cierto compromiso con los libros de temática LGTBI y decide publicar un libro estupendo sobre las relaciones homosexuales. Tras indagar en el origen de su autor, descubrimos que es alemán y que uno de sus abuelos murió en las cámaras de gas del Tercer Reich. Tiramos más del hilo y resulta que es de ascendencia judía y que su familia cercana decidió mudarse a Israel durante los 90 y es propietaria de una de las fábricas que provee de indumentaria al ejército israelí, el mismo que en estos momentos bombardea la franja de Gaza.
Si en el instante que se descubre el pastel a un lector le da por la cultura de la cancelación y comienza una campaña en contra de la citada editorial por apoyar la guerra, ya la tenemos liada. Si una asociación de gays, lesbianas y otras orientaciones sexuales gusta de meterse en el ajo en defensa del autor, más madera. Y cuando se inmiscuyan en el circo las víctimas del genocidio nazi, ¡¿para qué queremos más?!


Si bien es cierto que la denuncia social es muy respetable, sobre todo desde un planteamiento fáctico en el que los hechos se relatan, también puede levantar suspicacias y nuevos conflictos, pues lo intrincado de nuestra naturaleza social favorece la diversidad de percepciones que suelen establecerse en un flujo multidireccional.
Ante la duda y en estos casos, yo siempre abogo por apelar a lo humano, como es el caso del libro de hoy, que con el título de No, se acerca a las librerías de la mano de Paula Carbonell, Isidro Ferrer y A buen paso.


Todo empieza camino del colegio. Uno al que su amigo no llega. La vuelta a casa también se hace difícil. Todo es un caos y no la encuentran, por lo que deciden pararse en el parque a jugar. De repente llega su madre angustiada y, tras darles muchos besos, les dice que van a jugar al escondite. Aparece un agujero en el suelo, el hambre y la sed. ¿Los encontrará su padre algún día?


No se adentra en la historia de dos hermanos que ven su vida cotidiana truncada por la guerra desde una perspectiva muy infantil. No hay muertos, no hay armas, ni cruentas batallas. Todo sucede en un escenario donde dos figuras de madera, elementos con geometrías angulosas y la luz tenue, sobran para construir una narración sobrecogedora. Con pocas palabras, este álbum casi silencioso, nos deja mudos. En él no se ahonda en los detalles. Las voces infantiles, la parquedad y una sobria puesta en escena son los recursos narrativos esenciales que propician esa atmósfera triste y solemne.


Amplios espacios, una tipografía cambiante y detalles turbadores (fíjense en esa escalera rota o el diámetro del agujero). Todo parece haber sido medido al milímetro para despertar un diálogo complejo con los lectores. Suspense, dramatismo y vaivenes emocionales que descubrimos en esta lectura sosegada donde, alejada del ruido de otros títulos antibélicos, nos encontramos con ese cariño familiar que eclipsa el desastre de las bombas.

sábado, 20 de abril de 2024

¿Libertad? ¿Dónde?


Lo que más me gusta de este blog, es que puedo decir lo que me apetezca. No sin consecuencias, claro está, pues ya saben ustedes que, quien dice lo que no debe, oye lo que no quiere. Y yo no voy a ser menos. La independencia tiene esas cosas y uno tiene que sopesarlas previamente.
Hay gente que prefiere cerrar el pico y seguir medrando a la chita callando. Y otros que, opinando, nos ponemos la soga al cuello sin haber dicho tanto. Todo depende de nuestras convicciones y de lo dispuestos que estemos a limpiarnos el culo con ellas. También del tacto y las intenciones, pues a veces hablamos sin maldad, por mero divertimento, y la piel fina de los demás nos juzga sin piedad.
Por mi parte, odio la tibieza, a ese tipo de personas que juegan en todos los bandos. No te miran a la cara, dicen y se desdicen, corruptos y taimados, tan esclavos y abundantes... Prefiero mi canto aunque suene vulgar. Al menos trina en libertad.

Cuando una canción
sale de un pico,
de un hocico
o de una boca,
nadie puede sospechar
lo que ocurre
con sus notas.

Podrían pasar de puntillas,
invisibles,
como si tal cosa.
O podría suceder
que se vuelvan contagiosas.

Quién sabe qué decía
la canción del pájaro toc.
De lo que no hay duda
es que su canto
sobrevoló cada rincón.

Y es que,
si la tonada
es pura y verdadera,
no hay muro que la detenga,
ni rejas
ni barreras.

Fran Pintadera.
La canción que voló.
En: La canción del pájaro toc.
Ilustraciones de Anna Font.
2024. Barcelona: Akiara Books.


viernes, 19 de abril de 2024

Un mundo lleno de sonidos


Ahora que mi madre no puede hablar, paso muchas tardes a su lado en el parque. Como no soy hombre que guste del monólogo, a veces me quedo en silencio y disfruto del sol, miro a la gente pasar o veo cómo los críos trepan a los árboles. Los viernes todo está muy quieto y, aparte de los árboles, no hay mucho con lo que entretener la vista. Hay que dedicarse a otros estímulos, por ejemplo los sonoros.
El trino de los pájaros, los piñones que caen al suelo por culpa de una ardilla hambrienta, el silbido del viento entre las hojas de las moreras o la insistencia del tráfico rodado. De repente, una ambulancia. La campana de la iglesia y el borboteo de una fuente. El zumbido de aquella abeja libando de flor en flor y los ladridos de los perros que habitan las terrazas del barrio.


Son tantos los sonidos que se nos escapan a diario, que, cuando prestamos atención y los vamos descubriendo poco a poco, una sensación de extrañeza nos recorre el cuerpo y hemos de admitir que, a pesar de estar en un lugar y un momento determinado, no lo parecemos.


Fíjense en todas esas personas que viven pegadas a unos auriculares. Aparatosos o imperceptibles, mucha gente hace uso diario de ellos. Para hacer deporte, en el camino hacia el instituto, o durante la monotonía laboral. La música, los programas radiofónicos o los podcasts, además de convertirse en una forma de entretenimiento y/o aprendizaje, son una distracción de la realidad, una fórmula para aislarnos de nuestro entorno.
No debemos olvidar que el ser humano, como buen mamífero, tiene un sentido del oído muy desarrollado y que compartir los sonidos que nos rodean, también es una forma de comunicarnos, pues recibimos señales que podemos traducir de manera colectiva. Por eso mismo, aunque mi madre y yo no podamos charlar, conversamos mientras escuchamos.


Y poniendo la oreja, llego hasta Araña toca el piano, un libro de Benjamin Gottwald que acaba de editar Libros del Zorro Rojo. Si bien es cierto que el título es muy llamativo, no tiene mucho que ver con el contenido, pues este álbum ilustrado no está protagonizado por ningún arácnido, sino por un sinfín de situaciones que llenan sus más de 160 páginas que despiertan el oído del lector sin utilizar ni palabra ni sonido que se le parezca.


El galope de un caballo, un beso, un elefante rodando sobre las vasijas de un museo, un trueno, la roca que se precipita desde lo alto de la montaña, el mordisco a una manzana, el eco de una pelota de ping-pong, el estruendo de un globo pinchado, el rugido de un león o el rumor de un susurro.


Aparentemente aisladas, la mayoría de las imágenes que recoge cada doble página, se encuentran conectadas por similitudes sonoras o sutiles referencias espaciales o temporales que disparan nuestra memoria y nos hace evocar cada uno de los sonidos que hemos ido escuchando con el paso de los años. Un experimento inusual que ha hecho que este muestrario de sonidos, reciba numerosos premios, incluida una mención especial del Bologna Ragazzi.


Disparatados, surrealistas, cotidianos, delicados o estrepitosos. Todo tipo de sonidos y ruidos caben en un libro aparentemente silente (N.B.: Esto abriría una nueva paradoja dentro de este tipo de álbumes) donde el poder de las imágenes se hace patente en ese constructo discursivo tan complejo que nos gusta a los lectores de las literaturas gráficas.
Lo dicho: escuchen al mundo y compartirán el momento.

jueves, 18 de abril de 2024

Reír por no llorar


Como Mark Twain, siempre he sido gran partidario de la risa. No hay nada que una carcajada no sea capaz de arreglar. Incluso en los momentos más dolorosos, tristes y trágicos hay momento para la risa. Y si no que se lo digan a Shakespeare, que lograba hacer de cualquier tragedia un poco de chiste.
La risa es tan compleja y desconcertante que no logra poner de acuerdo a neurobiólogos filósofos y psicólogos del comportamiento. Mientras unos piensan que es una forma de comunicación innata heredada de los primates e íntimamente relacionada con el lenguaje, otros creen que constituye una reminiscencia o sinónimo del grito de triunfo del luchador tras ganar a su adversario. Los menos sostienen que la risa tiene que ver con el estado de relajación compartido que sucede tras una situación de peligro. Sea como fuere, lo que tenemos claro es que la risa tiene un origen evolutivo y genético, pues es un fenómeno que solo presentamos los monos y nosotros.


La risa puede ser de muchos tipos. Las hay silenciosas o muy estridentes, también nerviosas y que son sinónimo de alegría. Hay sonrisas para cada momento. Irónicas, despectivas, condescendientes, aprobatorias y libertinas. Muy peculiares y del montón, excesivamente contagiosas y diplomáticas ante ciertos conflictos.
Lo que está claro es que reírse es bueno. Y no lo digo yo, sino un sinfín de estudios. Se cree que libera endorfinas, reduce el estrés, aumenta el pulso y el ritmo cardiaco, ayuda a una correcta digestión y reduce el estreñimiento gracias a la contracción de los músculos abdominales, incrementa la producción de anticuerpos, y disminuye la concentración de colesterol en sangre. Vamos, que reírse es una puta maravilla.


No me extraña que el protagonista de El rey que reía y no reía, esté tan preocupado al no poder reírse con todas sus ganas. ¿Qué no lo conocen? Pues aprovechen, que hoy voy a destripar un poco este álbum con texto de Francesc Bononad e ilustraciones de Neus Caamaño, que acaba de llegar a las librerías de la mano de la editorial Thule, para hacernos más llevadera la vida.
El libro nos cuenta la historia de un rey al que le encanta reír. Ríe con la a (jajaja), con la e (jejeje), con la i (jijiji) y con la o (jojojo), pero no sabe reír con la u. Como esto le entristece y no puede reírse a sus anchas porque, como ya sabéis, la u tiene forma de sonrisa, decide comunicárselo a sus consejeros que convocan en palacio a un puñado de expertos para que resuelvan el problema del rey. ¿Lograrán que el monarca se ría con todas las vocales? ¿Quién lo conseguirá?


Partiendo de una situación muy recurrente en los cuentos populares, Francesc Bononad, recrea una historia tan surrealista, como escatológica para el disfrute de cualquier lector, donde aparecen cortesanos, bufones e incluso una niña que hace un guiño a ese otro niño clarividente de de El traje nuevo del emperador. Esa mezcla de lenguaje culto y refinado con ese otro más canalla y popular, crea una cercanía muy seductora en el lector, al mismo tiempo que le da enjundia y empaque.
Las ilustraciones de Neus Caamaño se empapan de montones de recursos narrativos y referencias. Naipes, filigranas, caricaturas, infografías y metáforas visuales se aglutinan en las páginas de un libro donde texto e imágenes nos desvelan detalles narrativos que se complementan de manera exquisita y vistosa.


No se me puede olvidar una alabanza al Apéndice sobre vocabulario paremiológico. Me parece un gran acierto, no sólo por la solemnidad con la que trata los temas escatológicos que a más de uno le roban un guiño, sino por ayudar a entender la obra desde el prisma de lo absurdo, lo irónico y lo jocoso. ¡Bravo por esta oda diferente a la risa!

lunes, 8 de abril de 2024

Filosofía de vida


Si la higiene, el deporte, el sueño o la lectura son importantes en esta época que nos ha tocado vivir, también lo es la filosofía con la que nos tomemos los días. A pesar de lo que muchos odian esta asignatura de la educación secundaria, parece ser que no es para tomársela a guasa (la tónica general en este país de pandereta).
Es cierto que los comentarios de texto sobre el mito de la caverna de Platón o el superhombre de Nietzsche son todo un despropósito (sobre todo cuando lo que te va es Bad Bunny o Karol G). Y si hablamos de Kant o Hume, más de uno preferirá recoger ajos, que al menos te pones moreno. Sin embargo, eso de pensar es más útil de lo que creemos.


Pensando se puede llegar muy lejos. Podemos sopesar las consecuencias de nuestras acciones, podemos ayudar a los demás e incluso ahorrarnos un pico en la cesta de la compra. Acudir como participante a los concursos televisivos, urdir una estrategia para llevarnos de calle a quien nos gusta o ganar el partido final de la liga. Si pensamos, y además lo hacemos bien, la vida nos puede sonreír.
No todo es tan bonito en la difícil tarea de darle al coco, pues a veces se sufre más de la cuenta con tanto darle a la manivela. Lo negativo se apodera de nuestra mente y no damos pie con bola. Frustraciones, miedos, complejos, traumas, momentos difíciles… Todo eso y mucho más nos obliga a pensar en la dirección equivocada. A veces los tontos viven mejor. Dejarse llevar también es muy buena opción.
Lo mejor de todo es que, decidas lo que decidas, tus pensamientos, si sabes como llevarlos, siempre te hacen caso. Lo mejor es entrenarlos y utilizarlos positivamente. Y cuando se pongan tontos y no atiendan a razones, sentarlos en el banquillo el rato que creamos oportuno y dedicar nuestro tiempo a tareas que no requieran demasiada concentración ni albedrío neuronal.


Y hablando de pensamientos, acaban de llegar a nuestro país Filonimal, una colección muy filosófica que ningún monstruo se debe perder. El cuervo de Epicteto y El puercoespín de Schopenhauer son las dos primeras historias de esta serie protagonizada por animales que filosofan sin cesar. Escritos por Alice Brière-Haquet e ilustrados por Olivier Philipponneau y Csil, respectivamente, estos dos libritos (me encanta esa correlación entre su tamaño y la profundidad) aterrizan en las estanterías gracias a la editorial Yekibud.
En el primer título nos cuenta la historia de un puercoespín, bueno, de muchos. De cómo se buscan, se encuentran, se acercan y, finalmente, de cómo se evitan. Se parecen a las personas, que quieren vivir juntos, pero no revueltos. Cada uno tenemos nuestro espacio, intentamos no molestar al vecino y vivir en paz, pero a veces eso es inevitable… ¿Terminarán los puercoespines viviendo en sociedad?


El segundo libro un cuervo grazna y todo el mundo empieza a hacer conjeturas sobre lo que augura. ¿Querrá anunciarnos algo bueno o algún desastre? ¿Será un enviado de los dioses? ¿Seremos más o menos felices? A saber… Por ello es mejor enfrentarse a los días con la mejor de las sonrisas, que al fin y al cabo eso es el estoicismo.
Aptos para todos los públicos, les aseguro que no les van a decepcionar estas pequeñas y hondas fábulas, que, lejos de la pedagogía, intentar interpelarnos. Para mí han supuesto un hallazgo, no solo en lo que se refiere a la materialidad del libro (vean el troquel de la portada, el tipo de papel o el uso de las tintas), sino a ese ser que vive en mí y que se debate a diario con sus propias circunstancias y pensamientos. Espero que para ustedes supongan, si no lo mismo, algo parecido.

sábado, 6 de abril de 2024

El fin de la primavera


El bullir de esta época se ha apagado en mí. Ese vigor, la alegría que experimentaba todos los años, se han marchitando de golpe. Una sensación de desánimo se hace patente día tras día, y, lejos de transformarla en verano, otoño o invierno, llena ese jardín que es la vida con una honda tristeza. Hay algo en la enfermedad que desdibuja el presente. Como la calima o unas gafas sucias, no te deja ser tú, a pesar de desearlo con todas tus fuerzas. Y recuerdas los tiempos felices en los que todo era como tenía que ser: primavera.

Tu andar vacilante
se hizo firme,
poco a poco,
en el jardín.
Las briznas frescas
cosquilleaban, nerviosas,
las plantas nerviosas
de tus pies.
Y esos pies curiosos te acercaron
al arbusto de las muñecas,
al sembrado de las pinturas,
al matorral de las canciones,
al árbol alegre de las retahílas.
Otros jardineros
te tejieron bufandas,
te contaron historias,
te llevaron, de la mano,
a cada flor.

Les diste nombre a todas:
rosa, clavel,
poesía,
lavanda, azucena,
padre, abuela,
hierbabuena,
dalia, lirio,
amapola,
ruiseñor…

En primavera
brotaron, a centenas,
margaritas, comienzos
y despertares.

Y tus ojos, admirados,
los veían crecer.

M. Carmen Aznar.
En: El jardín que habitas.
Ilustraciones de Raquel Catalina.
2024. Barcelona: Akiara Books.