A Pablo que, aunque buen amigo, visita poco este sitio.
Los hay que confiesan no tener amigo alguno. También están esos que dicen ser amigos de todo el mundo. Y yo, como buen madrileño de adopción que soy, me corresponde quedarme entre Pinto y Valdemoro… Desestimando a todos aquellos que se piensan que por un mero chiste, chascarrillo o caricia, son mis amigos, excuso decir que mis amigos se pueden contar con los dedos de un pie, en este caso el izquierdo, primero por ser zurdo y segundo por ser el del corazón. Habrán oído miles de veces una aseveración parecida pese a que, a posteriori, todos los que toman estas palabras por catecismo inviten a su boda hasta al bombero torero… Está claro que todos pecamos de incoherencia, pero en algunos está más agudizada que en otros… Si a esto añadimos que tenemos ciertos sentidos algo atrofiados, no me extraña que los bares, el Zara, las iglesias y otros antros de guardar, estén abarrotados de amigos. No hay que buscar culpables puesto que, si los hay, todos lo somos. La solución es más sencilla: dejar de buscar quien nos aguante y aguantar menos lo que no queremos aguantar, que para eso ya nos tenemos a nosotros mismos para aguantarnos. Vamos, que como biólogo vuestro que soy (menos mal que no soy Pepe Isbert ni alcalde…, ja, ja, ja), aborrezco tanto parasitismo y comensalismo humanos.
Y a modo de sugerencia: si no encuentran la solución para esas desavenencias entre usted y sus amigos, o viceversa, les recomiendo La telaraña de Carlota, de E. B. White (enhorabuena a la editorial Noguer por el trabajo de la última edición), una historia –llevada a la gran pantalla hace poco- donde se refleja nítidamente la verdadera amistad entre una araña y un cerdo… ¿Acaso tendremos que aprender de los animales? Respondo que sí. Y si me restan credibilidad, les invito a que busquen un pasaje casi al final del libro, también perdido en mi memoria, que me hizo vibrar por su sinceridad y porque es ahí, en esas sencillas palabras, donde viven los amigos.
Y a modo de sugerencia: si no encuentran la solución para esas desavenencias entre usted y sus amigos, o viceversa, les recomiendo La telaraña de Carlota, de E. B. White (enhorabuena a la editorial Noguer por el trabajo de la última edición), una historia –llevada a la gran pantalla hace poco- donde se refleja nítidamente la verdadera amistad entre una araña y un cerdo… ¿Acaso tendremos que aprender de los animales? Respondo que sí. Y si me restan credibilidad, les invito a que busquen un pasaje casi al final del libro, también perdido en mi memoria, que me hizo vibrar por su sinceridad y porque es ahí, en esas sencillas palabras, donde viven los amigos.
4 comentarios:
Muchas gracias Román, si que tenemos mucho que aprender.
Saludos y feliz miércoles.
No me olvido de tu dibujo.
Me gusto de los que hablas porque pienso igualito que vos y de madrileña no tengo un pelo jajaj
un abrazo
Qué casualidad y genial haber encontrado este espacio de literatua!!
Saludos!
Lo he pillado en la Biblioteca y lo estoy leyendo. Es genial. Cuando Carlota hace lo que hace con su telaraña, es genial.
Muchas gracias por la sugerencia. Saluditos, Miriam
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