Cuarto y último encuentro entre el Real Madrid y el Barça…
El resultado ha hecho mella entre mis estudiantes…
El clamor popular ha decidido que hoy toca hablar de futbol (ya tendremos tiempo durante las próximas semanas de extasiarnos ante toda suerte de debates políticos, duelos retóricos y acalorados mítines)…
Bajo ese aura heroica (casi espartana) en la que se desarrollan los partidos de futbol, siempre hay una costra de mugre que desprende vapores insufribles... Para calentar motores unas ruedas de prensa en las que el jaleo, la destreza lingüística (¡qué pavor!) y los mensajes bélicos están asegurados. Después viene el partido, cosa que a veces, hasta se agradece (¡menos mal!, ¡creía que ya habíamos ganado!). ¡El futbol es así!: puedes divertirte más que la abuela del Betis o, por desgracia, acabar con un cabreo monumental. Unas te llenas el traje de lamparones mientras celebras el gol de Cristiano, y otras, gracias a Messi, te untas el bigote con el escabeche de los mejillones. La cosa es que nunca llueva a gusto de todos (y por llover, esta primavera, que no quede…)
Para disfrutar del futbol, lo suyo es una buena pantalla, una columna de humo que llegue a la estratosfera y cerveza, mucha cerveza…, aunque, si les soy sincero, odio a los comentaristas televisivos, por lo que subo el volumen del transistor a toda pastilla, me deleito con las cuñas publicitarias de rancio sabor y celebro el tanto con un oportuno purito Reig 7 ¡Y olé!
Quién peor lo lleva es mi tío Carlos, un acérrimo aficionado al Albacete Balompié, que jornada tras jornada vive resignado a la inminente debacle provocada por los excesos de ácido úrico en la directiva y de tontería en la plantilla. ¿Quién dijo futbol cuando debería hablar de bacanal?
Y mientras Mourinho y Guardiola siguen a la gresca ejerciendo de amantes mal avenidos, les ruego que tomen nota de la moraleja de El pastor, las ovejas, el lobo y el mar, una fábula moderna escrita e ilustrada por Einar Turkowski (Libros del Zorro Rojo) y que despunta como novedad editorial del momento, para aprender así a conformarse sea cual sea el resultado.
El resultado ha hecho mella entre mis estudiantes…
El clamor popular ha decidido que hoy toca hablar de futbol (ya tendremos tiempo durante las próximas semanas de extasiarnos ante toda suerte de debates políticos, duelos retóricos y acalorados mítines)…
Bajo ese aura heroica (casi espartana) en la que se desarrollan los partidos de futbol, siempre hay una costra de mugre que desprende vapores insufribles... Para calentar motores unas ruedas de prensa en las que el jaleo, la destreza lingüística (¡qué pavor!) y los mensajes bélicos están asegurados. Después viene el partido, cosa que a veces, hasta se agradece (¡menos mal!, ¡creía que ya habíamos ganado!). ¡El futbol es así!: puedes divertirte más que la abuela del Betis o, por desgracia, acabar con un cabreo monumental. Unas te llenas el traje de lamparones mientras celebras el gol de Cristiano, y otras, gracias a Messi, te untas el bigote con el escabeche de los mejillones. La cosa es que nunca llueva a gusto de todos (y por llover, esta primavera, que no quede…)
Para disfrutar del futbol, lo suyo es una buena pantalla, una columna de humo que llegue a la estratosfera y cerveza, mucha cerveza…, aunque, si les soy sincero, odio a los comentaristas televisivos, por lo que subo el volumen del transistor a toda pastilla, me deleito con las cuñas publicitarias de rancio sabor y celebro el tanto con un oportuno purito Reig 7 ¡Y olé!
Quién peor lo lleva es mi tío Carlos, un acérrimo aficionado al Albacete Balompié, que jornada tras jornada vive resignado a la inminente debacle provocada por los excesos de ácido úrico en la directiva y de tontería en la plantilla. ¿Quién dijo futbol cuando debería hablar de bacanal?
Y mientras Mourinho y Guardiola siguen a la gresca ejerciendo de amantes mal avenidos, les ruego que tomen nota de la moraleja de El pastor, las ovejas, el lobo y el mar, una fábula moderna escrita e ilustrada por Einar Turkowski (Libros del Zorro Rojo) y que despunta como novedad editorial del momento, para aprender así a conformarse sea cual sea el resultado.
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