Hoy, tal como ayer, nos encontramos ante las mal bautizadas
jornadas de lucha (creo que a este país todavía no ha llegado “la primavera
árabe”… pero bueno, siempre hay algún nostálgico que se acuerda del franquismo)
en la Educación, sobre todo secundaria, siendo muchas las opiniones que se
agolpan en los pasillos, las salas de estar y, sobre todo, en mi cabeza.
Todos hemos sido estudiantes (o al menos lo hemos intentado,
unos haciendo novillos, otros ligoteando con la guapa intelectual de turno, y,
los menos, buscando un futuro universitario –por cierto, bastante desangelado,
todo hay que decirlo…-), y nos ha encantado eso de buscar excusas para
disfrutar del sol invernal y restregarnos en el asfalto, o sobre cualquier
rincón lleno de grama…, con cierta moderación… Lo de tres días consecutivos de
huelga estudiantil me parece el clímax de la sinrazón, no para cafeterías y
otros lugares recreativos (los mejor parados estos días), sino para la imagen
que da la familia educativa en momentos tan críticos como los actuales.
Poco se habló en el último programa de “Salvados” (La Sexta
TV), dedicado a la comparativa entre el sistema educativo finlandés y el
español, de las características climáticas que afectan a unos y otros, así como
de la idiosincrasia y acervo cultural que aúpan o degradan una y otra, tan
extremista como puede ser la coreana, la canadiense o la japonesa, todas ellas
grandes potencias educativas y sin mucha inversión…
Siempre he creído en la escuela (soy de los que encontraban mucho
atractivo a esa vida agitada de griterío, tramas amorosas, pasillos atestados,
travesuras y prohibiciones, apuntes olvidados, trabajos en grupo y otros
sinsabores de la adolescencia), pero también creo que la Educación no es una
labor unilateral en la que el Estado y sus trabajadores sean los últimos
responsables de esta, sino que estudiantes y familias tienen también parte de
responsabilidad (33% unos y 33% otros) en poder exhibir ante el mundo y las
agencias calificadoras de la prima de riesgo, que España, fuera de cretinismo,
corrupción y siesta, es capaz de formar no sólo a aquellos que emigran buscando
una realidad mejor, sino a aquellos que se quedan para luchar por un país que Alemania,
Italia, Francia, EE. UU. o China, entre otras, intentan convertir en su club de
putas particular.
Concluyendo: no hay mejor lucha ni mejor ejemplo, que el de marcarse
un objetivo, hacer frente común y llevarlo a cabo hasta el final, hasta llegar
al cielo, llámese éste “futuro” o “autobús”, ese que niños, padres, abuelos y
vecinos convierten en el paraíso que muchos disfrutan en Un autobús caído del cielo del australiano Bob Graham (ganador de
la Medalla Kate Greenaway en 2002) y editado en nuestro país por Flamboyant
(2012).
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