Tras un duro pero más que agradable puente (ya les avisé que
me iba de tour por la costa malacitana), regreso al mundanal ruido de los
monstruos para darle el puntapié definitivo a un curso que, además de libros,
me ha traído muchas cosas.
Como no soy demasiado intenso pues últimamente me tomo la
vida con bastante tranquilidad (a excepción de ciertos momentos, que
encabronamiento y desidia también hay en el día a día), no encuentro las
palabras que me ayuden a definirles los últimos meses. Momentos malos, también buenos,
venturosos, indiferentes, necesarios o tristes. La vida es como un buen libro,
difícil de resumir, pues están llenos de matices y reflejos variopintos.
Mientras pienso en ello se me vienen a la cabeza las típicas
frases que todos los lectores hemos oído en algún momento, sentencias que
relacionan los libros con la libertad, la sanación, la clarividencia o el
desarrollo personal. Supongo que mientras lo hago también esbozo una sonrisa
malvada, pues tanto positivismo tiene algo de miserable, de postureo pasajero
que se ceba con la esfera cultural.
Dejo a un lado estas ideas (si no lo hago pueden rodar
cabezas, la primera, la mía) y continuo con los buenos libros, que en este
martes no hay cabida para dosis de impostura pero sí para preguntarse “¿Y qué
es un mal libro?” El caso es que yo a veces me hago esta pregunta, sobre todo cuando
algún colega LIJero pone a caer de un burro cierto título que no ha sido de su
agrado, para respondérmela de la misma manera.
Por vez primera me voy a callar y les pediré sus respuestas.
Que ya está bien de dárselo mascadito y salivado. A estas alturas les veo
capaces de esto y mucho más. Entre tanto yo me dedicare a destripar libros que,
como el de hoy se convierten en una oda a ese objeto. Empezaba a echar de menos
este título de Sergio Ruzzier en las librerías españolas, teniendo en cuenta el
éxito que había cosechado en el mundo anglosajón. Y es que ¡Qué libro más tonto!, editado por Liana Editorial, una casa de
reciente creación, tiene mucho que decirnos a los amantes de la literatura (y por eso lo incluí en esta selección de álbumes sobre libros y lectores).
Protagonizado por un lector de álbumes ilustrados (sí, como
nosotros) que no encuentra mucho acicate en las palabras, esas que forman sobre
la guarda delantera un texto ilegible, esta historia simboliza el proceso del
lector textual, de cómo esa falta de entendimiento entre libro y lector
potencial se comienza a transformar a cada paso, a cada asociación de ideas,
cada pasaje evocador. Es así como el diálogo entre el pato y su libro adquiere
cuerpo y se desborda en la imaginación, impregnando su subconsciente y
animándole a leer más libros como este, uno que se puede leer perfectamente en
la guarda trasera.
Si esto fuera poco les diré que este libro me ha inspirado
otras cosas, pues en cierto modo tiene que ver con todos nosotros, lectores más
o menos experimentados, de las oportunidades que le concedemos a los libros, y
al resultado. Seguramente les habrá pasado alguna vez… Han empezado un libro y
lo han abandonado por imposible. Si después de un tiempo –meses o años- le han
concedido una segunda vuelta (ya saben que a veces no las hay, están en su
derecho), puede que se hayan encontrado con un libro nuevo, diferente, hermoso,
digestivo. Y en ese momento nos damos cuenta que los libros, como la vida,
tienen algo caleidoscópico, especial, extraño, en definitiva, algo mágico.
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