En estos días de perros, gatos y tanta inconsciencia, me
decanto por los gatos, una de las piedras angulares de mis fobias y que para
otros supone el mayor de los placeres.
Los gatos están tan de moda. Les informo. Tanto que parece
sonar a blasfemia decir “No los aguanto”. ¿Se extrañan? Les diré que esto es
como la comida. A unos les gusta el tomate, a otros el pescado, los de más
allá, alcachofas, y el del fondo se pirra por las alcaparras. Pues con estos
felinos (¡Con lo que me gustan a mí las panteras y los linces!), ídem de lo
mismo. ¿Por qué iba a ser diferente? ¿Porque ahora somos todos muy animalistas?
¿Porque la cadena televisiva de turno nos incita a desarrollar filias? El otro
día me comentaba una colega que debería encontrarles el encanto, más que nada
porque un buen influencer debe exhibirlos en sus redes. Cuanto más pequeños
mejor, que despiertan mucha ternura, como las familias felices, las parejas
resobonas y los paisajes brumosos.
No me gustan los gatos. Ni es malo ni bueno, simplemente es. Puedo entender que no comprendan las relaciones de ideas absurdas que algunos esgrimen para ir en contra de estas fobias (lo de las cuarentonas y los gatos, aunque me resulta divertido no tiene mucha ciencia), pero deben claudicar ante los alérgicos al pelo de estos o las embarazadas con riesgo de contagiarse de toxoplasmosis. Soy tan generoso que les dejaré disfrutar de todas las bonanzas de estos seres vivos, los más útiles a la hora de combatir las plagas de roedores.
Y así, con mucho humor (podría haber sido más caustico pero
es innecesario: hay que convivir a pesar de las diferencias), llegamos a dos de
los gatos con los que la editorial Libros del Zorro Rojo nos ha sorprendido
este comienzo de curso (N.B.: Algún día tendríamos que ponernos a revisar esto
de los gatos en la LIJ, que parece que tiene chicha).
Por un lado tenemos el Quiero
un gato de Tony Ross, un clásico del 89 que ha sido reeditado por esta
casa editorial y que se adentra en el mundo de los deseos infantiles y su
capacidad para conseguirlos desde la terquedad y el humor, dos constantes en
todo lo que rodea a las ocurrencias de los más pequeños. Mía quiere un gato y a
sus padres les hace la misma gracia que a mí. Ella no se da por vencida, tiene
mucho swing y sabe como montárselo para darles en las narices: si no hay gato,
ella será el gato.
La cosa tiene un final bastante sorprendente ya que el autor,
tan genial como siempre, le da la vuelta a la tortilla para hacernos ver lo
cambiantes que somos y la elasticidad de nuestros deseos.
Por otro tenemos al Señor
gato de Blexbolex (Libros del Zorro Rojo), una historia que se aleja de sus
obras más críticas y emocionales, para retomar el buen humor de los clásicos.
En este caso con un “gato con botas” remasterizado, se adentra en las historias
del cine mudo, de los clásicos y de lo absurdo.
En el fondo este libro es como un pequeño escenario, una
sainete que tiene mucho salero, sobre todo por la voz en off que imprime cierta
teatralidad al asunto. También se podría tomar como un pequeño cortometraje en
el que los fotogramas se suceden uno tras otro para narrarnos la historia de un
gato bastante truhán y un conejo inocentón que se dedican al pillaje y los
entuertos (¿No les recuerdan al Zorro y el Gato del Pinocho de Collodi?). Una serie de aventuras en las que los adultos
salen mal parados (¿Subversivo? No, yo diría canalla) y cuyo final no se pueden
perder pues te saca una sonrisa algo triunfal (¡Pero qué malo es ese gato, odo!).
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