Instagram resulta muy inspirador. Sobre todo cuando tomas cierta distancia y analizas las vidas que desde la ficción muchos se marcan en sus respectivas cuentas. Lees los respectivos pies de foto, golismeas la procedencia de los “likes”, clasificas los comentarios que reciben, y ya está hecho el retrato robot.
De entre todos los hashtags que leo a diario, uno que me llama bastante la atención es #lafamiliaqueeliges, uno incluido por muchos para ensalzar el concepto de amistad que hay detrás de una imagen. A mí, la verdad, es que me hace mucha gracia, sobre todo cuando conozco de primera mano la realidad de muchas de esas relaciones que se exhiben en las redes sociales. Dar buena cuenta de que nada es lo que parece a pesar de felicitaciones de cumpleaños y mamoneos varios, me resulta bastante patético.
Tanto la amistad, como la familia, no son lo que parecen, y mucho menos deben idealizarse ni compararse. Más que nada porque los vínculos que se establecen entre dos personas son de lo más variado, y hacerlo extensivo a otros ámbitos es un error mayúsculo. ¿Quiénes son familia? ¿Quiénes son amigos? Empezando por estas dos preguntas básicas tenemos el lío montado. Y si ahondamos algo más, la cosa es todavía más traicionera. Mucho cuidao...
¿Queremos igual a nuestro padre que a nuestra madre? ¿A nuestra abuela materna que a nuestra abuela paterna? ¿Los hermanos que ya tienen su propia familia dejan de ser parte de la nuestra? ¿Nuestros cuñados son familia? ¿Se puede querer más a un primo que a un hermano si los lazos de parentesco son menos cercanos?
Lo mismo sucede con los amigos. ¿Es más fuerte la amistad con alguien que conocemos desde el colegio o con alguien que acabamos de conocer? ¿Sabías que gran parte de los amigos de la infancia los eligió un jefe de estudios? ¿Los buenos amigos están para todo o a los buenos amigos se les perdona todo? ¿Un amigo es para siempre o hay amigos circunstanciales? ¿Amistad incondicional o intereses amistosos?
Si piensan un poquito en las respuestas llegarán a la conclusión de que las relaciones interpersonales pueden resultar bastante confusas, algo que, tratándose de sentimientos, puede acarrear más de un quebradero emocional (así están los psicólogos, llenos). Lo más fácil sería establecer un punto de partida, primero en nosotros mismos, y luego para cada persona que se cruce a lo largo del camino. A partir de ahí toca gestionar dicha relación con objetividad, que si nos ponemos a buscar similitudes, todo acabará hecho trizas en un instante. Porque no es lo mismo contemplar las relaciones familiares desde la posición de un hijo único, que la amistad desde el prisma de una persona transgénero que ha sido repudiada por su familia.
Por mi parte y para dejarles con buen sabor de boca con esto de los amigos, les traigo Mi león, un libro sin palabras de la siempre genial Mandana Sadat y reeditado por Kókinos para el mercado español que aborda los pormenores de una sincera amistad.
Con un formato apaisado, la ilustradora francesa de origen iraní se adentra en una historia en la que, tras un desencuentro, un niño es rescatado en mitad del desierto por un león, que le enseña el camino a casa, así como lo cuida y protege de ciertos peligros. Toda una aventura que termina cuando el niño se presenta en su aldea acompañado del gran felino. ¿Qué sucederá entonces?
En esta historia donde no podemos dejar de contemplar la línea del horizonte, una que de alguna forma traza el camino –literal y figurado- que recorre la pareja de amigos, se abren ante nosotros diferentes situaciones y sensaciones que invitan a la reflexión y todo tipo de interpretaciones. Con formas expresivas, colores intensos y ausencia de texto, es un canto a la amistad sin necesidad de tanto hashtag reduccionista.
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