Vuelve la polémica con El juego del calamar, la serie coreana de moda que ve hasta el Tato, niños incluidos, los mismos que representan sus escenas violentas mientras se comen el bocata en el patio del colegio. Y venga, todos echándose las manos a la cabeza. Que si las criaturas están a pique de enrolarse en la legión, que si algunos padres merecen ser quemados en la hoguera, que si la vuelta de los rombos es inminente, y bla, bla, bla.
Tanta escandalera y yo aquí, adherido al debate para constatar que nadie suelta el móvil mientras cena con sus hijos, pero todos se indignan con la sola idea de que los críos se entretengan con una de ficción violenta. Menos mal que tener dos ojos me tranquiliza bastante. Y si subtitulo las imágenes con el “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” (consigna favorita de los adultos ejemplares) se me esboza hasta la sonrisa.
Dejando a un lado la ironía, creo que el punto de partida no tiene la menor trascendencia: una fábula distópica llena de violencia junto a un problema de censura paternalista (lo de toda la vida). Sobre las distopías les recomiendo a otros especialistas (si es que me consideran dentro de esa categoría) y para reflexionar sobre la censura les recuerdo ESTE POST.
Lo verdaderamente complejo del asunto viene cuando estos dos factores se mezclan con un tercero llamado la desinfantilización de la infancia, una cosa muy seria que se puede extrapolar a otras muchas facetas de la vida social y cultural, incluida la Literatura Infantil.
Como muchos sabrán, el concepto de infancia ha variado a lo largo de la Historia, sobre todo en lo que se refiere al aspecto social, algo a tener muy en cuenta en este debate sobre espectadores y calamares que hoy nos ocupa. Así definimos tres tipos de niño a lo largo de los siglos:
- El niño premoderno (por ejemplo el del medievo) compartía con el adulto actividades productivas, educativas, lúdicas y sociales. No se volcaban en él sentimientos diferentes a los de un adulto ni se le velaban aspectos importantes de lo cotidiano, como por ejemplo el sexo o la muerte (lean ESTE OTRO POST).
- El niño moderno, ese que nace a partir del siglo XVII, pasa a ser dependiente de un proceso de crianza, tanto maternal (algo que Ariés en 1962 define como “mignotage”), como escolar (la escuela, ese territorio educativo ad-hoc). También juega y se divierte mucho más, no participa del mundo laboral hasta estar crecidito, solo conoce una parte de la realidad, y se le presuponen sentimientos diferentes a los del adulto.
- El niño posmoderno se moldea por los cambios que acontecen durante los siglos XX y XXI. Más independiente y solitario, gestiona parcelas de su propia crianza, se enfrenta a sentimientos más complejos, ya no juega ni se divierte de la misma manera, sigue sin trabajar, se forma de manera perpetua y tiene "toda" la realidad a su alcance (N.B.: pueden echar un ojo a los trabajos de Postman o Nadorowski en la bibliografía).
Edward Gorey
Sí, amigos, la inocencia, la necesidad de cuidado o la fragilidad, ya no sostienen al niño. Los cambios en la institución familiar, la incorporación de la mujer al mundo laboral, la estructura tentacular de la escuela como medio de poder estatal y familiar, los avances tecnológicos, el libre acceso a la información, la omnipresencia de las redes sociales, o la disfuncionalidad en las relaciones humanas, han propiciado un nuevo escenario para el desarrollo de niños diferentes a los que conocíamos.
Fíjense. Somos tan buena gente y estamos tan preocupados por ellos, que queremos darles clases magistrales sobre identidad de género, ecologismo, consentimiento, racismo, inteligencia emocional y hasta de indigenismo, pero eso sí ¡Nada de violencia, sexo, drogas o punk! (sobre todo si es explícito, que algunos no saben leer entre líneas). ¡Uy qué lío! ¡Benditas paradojas! Tanta moral, tanta doctrina, tanta corrección política, tanta hostia. Empieza bien la cosa….
Con todo esto quiero decir que el mundo infantil y el adulto se encuentran cada día más cercanos. Hipersexualización, consumismo, depresión, ansiedad… Las fronteras se diluyen inexorablemente porque el proteccionismo es cada vez más difícil. Los niños son individualistas, carecen de referentes tangibles, viven aislados real pero no potencialmente (¡tablets y ordenadores que no falten!), o se pasan el día en aulas matinales y clases extraescolares. El niño actual, el autónomo-autómata, necesita aferrarse instintivamente a su propia supervivencia en un tiempo y espacio cada vez más hostiles para esa idea dieciochesca que poco a poco se va esfumando.
Con este panorama, ¿de qué quieren protegerlos? ¿De qué se extrañan? Lo raro es que no vean Funny Games, A Serbian Film, La gran bacanal o Nekromantik, una buena tanda de películas con las que muchos de ustedes se cagarían de miedo.
“Ay, Román, pero ayúdanos, ¿en qué quedamos? ¿Son niños los niños? ¿Queremos que lo sigan siendo? ¿Sí o no a este juego de moluscos?” Queridos, ustedes verán lo que hacen con sus hijos, que ya son mayorcitos. Yo les informo de la realidad por si la habían olvidado o simplemente tenían los ojos vendados. A mí, lo único que me aterra es saber que hay niños tan despiertos como para entender la citada serie...
*Nota: La viñeta de portada es propiedad de @tutorporsorpresa (Jaume Font) y el resto de las ilustraciones pertenecen a reconocidas obras de la Literatura Infantil donde la violencia también habla.
Bibliografía
Ariés, Philippe. 1987. El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Madrid, Taurus.
Nadorowski, Mariano. 1994. Infancia y poder. La conformación de la pedagogía moderna. Buenos Aires: Aique.
Postman, Neil. 1988. La desaparición de la niñez. Barcelona: Círculo de Lectores.
Y para los que sepan inglés, una revisión crítica de todos estos temas con bibliografía actualizada:
Meynert, Mariam. 2013. Conceptualizations of childhood, pedagogy and educational research in the postmodern: A critical interpretation. Lund University.
2 comentarios:
Esta realidad es verdaderamente aterradora.
Cuando quieras te invito a alguna de mis aulas y verás lo que te estás perdiendo... ¡Un besico!
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