Aunque solemos representar la vida como una línea, un hilo con principio y fin, lo cierto es que en esa secuencia temporal caben numerosos bucles en los que, a modo de lazadas, se repiten diferentes patrones.
De todos ellos, el más conocido es el año, un periodo de tiempo que se repite cada 365 días debido al movimiento de traslación terrestre, una elipse real que nos condiciona a todos los que habitamos este planeta.
Aprovechando la coyuntura natural, el ser humano ha desarrollado esquemas similares como el curso académico o las fiestas religiosas, con los que, de un modo u otro, establecemos asociaciones mentales que nos ¿ayudan? a encarar la existencia con rutina y resignación.
No obstante, y aunque les parezca algo extraño, yo prefiero construir mis propios ciclos vitales. Mucho menos ordenados y nada regulares, se adscriben a la esfera de lo íntimo y giran en torno a situaciones personales, estados anímicos y (des)estabilidad laboral. Pueden durar dos años y medio, diez años o seis meses. Incluso solaparse, pues son tantas las circunstancias que coinciden en el espacio y el tiempo que a veces se puede vivir una temporada de bonanza en el trabajo y, sin embargo, ser desastrosa en lo familiar.
De ahí que muchas veces no sepa qué contestar a la pregunta “¿Cómo te va?” Es un poco difícil de determinar, de valorar tu situación, sobre todo cuando eres una amalgama de mieles y amarguras que van y vienen como se les antojan. Prefiero decir que simplemente estoy y que no me voy a quejar, pues dentro de la balanza vital, sigo hacia delante, que ya es bastante teniendo en cuenta que este curso que empieza cumpliré diecisiete velas junto a ustedes (que ya son, ¿verdad?).
Independientemente de mis ciclos y otros círculos, le voy a pedir a este curso un poco de tranquilidad, salud y mucha alegría, porque la racha que llevo durante el último año y medio ha sido desastrosa. Y para que se inspiren como yo, en este primer post de la temporada les traigo un librito muy interesante de Laura Fernández, también conocida como Laufer, que ha publicado recientemente la editorial asturiana Pintar Pintar.
Nada se termina es una historia protagonizada por un mirlo que viaja con una semilla en el pico. Esta cae al suelo y germina en forma de un girasol. Pero pronto llegará el calor estival y terminará marchitándolo…
Con un texto poético que apoya la disyunción narrativa entre los ciclos vitales de las plantas anuales y su símil con las emociones humanas, la autora vallisoletana dibuja un vaivén de pensamientos y sensaciones que nos hace reflexionar sobre lo efímero de nuestra existencia, nuestras fragilidades y fortalezas o el papel que desempeñamos en los universos cercanos.
Luminoso y colorista, es un libro para lectores de todas las edades que podemos relacionar con los libros circulares de Iela Mari y álbumes que abordan la dicotomía vida-muerte. Para reflexiones grupales, para lecturas intimistas, para regalar y para celebrar el paso del tiempo. Un libro siempre es una buena oportunidad para conversar con nuestro devenir.
1 comentario:
Todos los septiembres siento la inquietud por si volverás a publicar, gracias por tanto dado
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