miércoles, 8 de octubre de 2025

¿Espíritu crítico? ¿Dónde?


Este año me toca impartir una nueva asignatura. Investigación y desarrollo científico, que así se llama, consiste en desarrollar en los alumnos el pensamiento científico y ya se pueden imaginar ustedes que, con la juventud que tenemos, la cosa está difícil.
Yo siempre parto de dos premisas: la curiosidad y el espíritu crítico. Lo primero es intentar que ellos mismos se planteen sus propias hipótesis en base a cuestiones o evidencias fácilmente observables. A ojos de la ciencia, el mundo que nos rodea, la realidad es la única forma de alcanzar la verdad. El método científico dixit y así lo llevamos haciendo desde hace siglos. Es la parte que no se les da del todo mal. Lo peor se refiere al espíritu crítico…


A pesar de lo espabilados que son, tienen los ojos muy llenos de pan. La verdad es que ellos no tienen la culpa, sino más bien una sociedad que ha caído en picado gracias a una degradación educativa sin precedentes. La lectura instrumental ha caído en picado. El libro ha quedado relegado a un segundo plano, en parte, gracias a una administración subyugada a los intereses económicos de las grandes multinacionales. Ni textos académicos, ni periódicos. La diversidad de opiniones se ha esfumado porque la información procede de espacios completamente dirigidos como las redes sociales o plataformas digitales como YouTube (si los de mi época nos quejábamos de la televisión, agárrense los machos con Instagram o TikTok que dependen de algoritmos mucho peores). Y para más inri, aparecen unas tecnologías supuestamente facilitadoras. ChatGPT y otras “inteligencias” merman la resolución de problemas y la autonomía en el aprendizaje, minimizan el debate, así como la interacción entre ellos y crean nuevos sesgos (intencionados) u errores.
Por si todo esto fuera poco, no se olviden de cómo se han criado estos chavales: hiperprotegidos e hiperconsentidos. En definitiva, hay poca humildad, todo un lastre para esta faena de lo reflexivo, donde no hay cabida para los egos y las superstars de poca monta.


Estas son las razones por las que cada vez más valoro los libros que nos invitan a explorar senderos desconocidos. Y si lo hacen desde un punto de vista poético, como es el caso de La fábrica de las preguntas, mejor que mejor. Este álbum de María José Ferrada e Isidro Ferrer que acaba de ver la luz gracias a la editorial A buen paso, nos plantea un cuestionario muy juguetón al tiempo que explora el mundo a través de un puñado de animales. Pues como bien apuntan ellos La fábrica de las preguntas aparece a veces en un zapato y otras, entre las flores de la maceta.


Un ratón, un pato, un murciélago, un conejo, un zorro o un tigre se interrogan sobre hechos muy dispares. ¿Las pulgas extrañan el sol durante el invierno? ¿Toman leche las estrellas? ¿Suspiran las cerezas? o ¿Cómo sabe el gusano que hay una casa dentro de la manzana? Preguntas con respuestas de todos los colores y sabores que atraviesan la mente de lectores y espectadores gracias a un juego discursivo que combina dos lenguajes.


Por un lado, nos interpela de manera directa gracias a las palabras y por otro, también lo hace indirectamente gracias a unas imágenes elaboradas a base de collages con recortes de papel, cartón estampado y madera pintada que dibujan las figuras de veinte animales más o menos evidentes a los que ponerle nombre. Formas orgánicas e interrogantes líricos que nos sugieren y nos empujan a examinar el universo de las ideas, uno que suele permanecer apagado si nadie pulsa el interruptor.

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