Vivimos en un mundo absurdo. Cada vez estoy más convencido. Crímenes atroces, precios psicodélicos, padres despreocupados, hipotecas desenfrenadas, amores olvidados, niños abandonados, putas de renombre, amas de casa aparcadas, multimillonarios muertos de hambre, bombas con sabor a falafel, madres defensoras de la lactancia repudiadas por hacer gala de su condición humana, terroristas que apestan a caviar, sexo, mucho sexo sin fuste, sin reparos y sin consciencia, sexo, mucho sexo embriagado, inmaduro y tímido. Mucho de todo y poco de nada.
Muchas veces me siento embriagado de cierta tristeza absurda, no de esa que se limpia con lágrimas, no. Es esa tristeza que envuelve el aire, que parece niebla, que encoge tu ser como hebra de lana al calor de la llama, que te atraviesa y ensombrece la sonrisa. Lívida, fría e indiferente, suave y soñolienta.
Una vez que ese fantasma escapa de mi lado, respiro una mezcla de nostalgia y melancolía. Huelo a otro tiempo: a fritillas de sartén, cáscara de naranja y masa de croquetas recién hecha, a ceras blandas y polvo de tiza, a pólvora quemada y al brote de los olmos, de la cebada despuntando; siento el frescor del pasado y viajo al futuro, donde viven los sueños. Suspiro y sonrío.
No se escandalice, lector, por la intimidad que hoy le he confiado, después de todo, cada uno de nosotros, por derecho y condición natural, tiene una república particular. Ese lugar que sólo nosotros conocemos, donde soñamos y brincamos por los pensamientos, enhebrados en el hilo transparente de una telaraña, tejidos por sonrisas, teñidos del color añil del cielo y enjuagados por las nubes de verano. Pensamientos absurdos, alegres e imposibles. Cactus que engendran fresas, hogares de merengue y guindas, fábricas de juguetes y ríos que no fluyen, nubes que descargan melones y árboles que fructifican tuercas y tornillos.
Y le parecerá extraño, pero le confieso que conozco muchos de estos países y lugares extraños. Sitios imaginados, donde habita lo desconcertante. Conocí a una tal Alicia, hablaba incansablemente del lugar donde vive un conejo, el sombrerero y el gato, también una reina (1)… Oí hablar de aquel país, el de la segunda a la derecha y todo recto hasta la mañana (2)… De otro: el país de Jauja (3)… Son muchos, creo que demasiados, los que puedes visitar.
Muchas veces me siento embriagado de cierta tristeza absurda, no de esa que se limpia con lágrimas, no. Es esa tristeza que envuelve el aire, que parece niebla, que encoge tu ser como hebra de lana al calor de la llama, que te atraviesa y ensombrece la sonrisa. Lívida, fría e indiferente, suave y soñolienta.
Una vez que ese fantasma escapa de mi lado, respiro una mezcla de nostalgia y melancolía. Huelo a otro tiempo: a fritillas de sartén, cáscara de naranja y masa de croquetas recién hecha, a ceras blandas y polvo de tiza, a pólvora quemada y al brote de los olmos, de la cebada despuntando; siento el frescor del pasado y viajo al futuro, donde viven los sueños. Suspiro y sonrío.
No se escandalice, lector, por la intimidad que hoy le he confiado, después de todo, cada uno de nosotros, por derecho y condición natural, tiene una república particular. Ese lugar que sólo nosotros conocemos, donde soñamos y brincamos por los pensamientos, enhebrados en el hilo transparente de una telaraña, tejidos por sonrisas, teñidos del color añil del cielo y enjuagados por las nubes de verano. Pensamientos absurdos, alegres e imposibles. Cactus que engendran fresas, hogares de merengue y guindas, fábricas de juguetes y ríos que no fluyen, nubes que descargan melones y árboles que fructifican tuercas y tornillos.
Y le parecerá extraño, pero le confieso que conozco muchos de estos países y lugares extraños. Sitios imaginados, donde habita lo desconcertante. Conocí a una tal Alicia, hablaba incansablemente del lugar donde vive un conejo, el sombrerero y el gato, también una reina (1)… Oí hablar de aquel país, el de la segunda a la derecha y todo recto hasta la mañana (2)… De otro: el país de Jauja (3)… Son muchos, creo que demasiados, los que puedes visitar.
… No, no sé cuanto cuesta el peaje…, creo que depende de la voluntad, de lo que esté dispuesto a pagar, a dejar atrás, a compartir… De lo que lea.
(1) Carroll, Lewis. Alicia en el País de las Maravillas. Blume: Barcelona.
(2) Barrie, J. M. Peter Pan y Wendy. Blume Barcelona.
(3) Kasparavicius, Kestutis y Segovia, Francisco. El país de Jauja. Fondo de Cultura Económica. México.
(1) Carroll, Lewis. Alicia en el País de las Maravillas. Blume: Barcelona.
(2) Barrie, J. M. Peter Pan y Wendy. Blume Barcelona.
(3) Kasparavicius, Kestutis y Segovia, Francisco. El país de Jauja. Fondo de Cultura Económica. México.
Fotografía: Iñaki Larrimbe
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