lunes, 25 de agosto de 2008

Fábulas modernas


El otro día, hurgando entre los estantes de la biblioteca familiar, me encontré con un librillo blanco de tapa blanda que solía leer hace muchos años. Era y es una miscelánea de andar por casa de las fábulas de Esopo, el gran fabulista griego. 
Últimamente, excepto las cuatro narraciones que han trascendido al repertorio escolar, no escucho, ni tengo noticia alguna, de que las fábulas de Esopo, este supuesto esclavo de lengua mordaz y gran ingenio que inspiró a genios de la talla de Sócrates (se las aprendía de memoria), se siga leyendo o, por lo menos, narrando en los centros educativos. Tamaño error, como tantos otros…


Hoy rompo aquí una lanza por la lectura de la fábula, género que cultivaron autores del mundo clásico como Hesíodo, Fedro o Babrio, y otros más cercanos históricamente como La Fontaine y los españoles Félix María Samaniego o Tomás de Iriarte. La fábula no sólo es una deuda con las primeras historias breves, sino también con un género que tiene mucho que ver con la Literatura Infantil.  
Generalmente protagonizadas por animales personificados, estas historias que ofrecen un epimitio (nombre académico de "moraleja") enlazan muy bien con otras formas de la literatura como el cuento (creación de ficción más extensa con un mayor arraigo simbólico) en las que vive el saber popular de una manera sencilla (esto siempre es un valor en alza). 


Por si me saltan con arengas como "¡Las fábulas quedan obsoletas en esta sociedad!" "¡Necesitamos nuevas formas de expresión, reclamos visuales y otros fuegos artificiales!", les diré que, a pesar de hacer una apuesta ilustrada, la historia textual breve sigue sosteniendo la mayor parte del peso de obras como las Fábulas de Arnold Lobel (Editorial Corimbo), una suerte de pequeñas historias que, a pesar de buscar un contexto contemporáneo en el que desarrollarse, son nuevas visiones de la humanidad que seguimos habitando.


Con mucha belleza visual en unas ilustraciones que recuerdan a las de la edición victoriana de las fábulas de Esopo elaboradas por Arthur Rackham, las veinte composiciones breves que desarrolló el autor estadounidense echando mano (como siempre) de sus animales personificados, siguen perfectamente el esquema expositivo de las clásicas e inundan de enseñanzas simples e imaginativas el ideario infantil. 
La langosta y el cangrejo (carpe diem), la gallina y el manzano, el oso y el cuervo, o el ratón a la orilla del mar (mi favorita), además de esgrimir belleza y originalidad, son fiel reflejo de ese espíritu eterno de nuestra Literatura más antigua.


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