Es extraño que todavía conserve sobre mi, cada vez más despoblada frente, el remolino que me ha caracterizado desde la infancia. Ese tornado de rubio pelo giraba y giraba en torno a un eje imaginario que se había situado sobre mi cabeza, así que, como supondrán ustedes, el peine fue mi gran enemigo durante los primeros años por lo que decidí dejarlo a un lado y que, de paso, me dejará vivir con tranquilidad cada mañana, luciendo así un estupendo y tieso flequillo. Lástima que esa seña de identidad me vaya abandonando de manera paulatina… ¡así es la alopecia! De todos modos, compungirse no sirve de nada, así que, mientras pueda, lo luciré muy orgulloso, porque, créanme, si hay algo literario en mí, eso es mi remolino y sus avatares, porque… ¿en qué personaje literario pensaría usted si le menciono las palabras “remolino” y “flequillo”? Exacto, en Tintín.
En primera instancia, les susurro (hay pudor en estas palabras) que nunca he sido gran seguidor de las proezas de Tintín…, siempre hay preferencias y un servidor se decantaba por otras historietas. Aún así, hoy día, más crecidito y con otras motivaciones, leo de vez en cuando alguno de sus álbumes, disfrutando de ello abiertamente aunque. Hace ya tiempo que el padre de Las aventuras de Tintín (y Milú en la versión francesa), Hergé (pseudónimo de George Remi), murió -1983-, lo que no es un impedimento para que su obra siga difundiéndose en tantísimas lenguas de todo el planeta, cuestión que se debe a lo original y cosmopolita de sus obras (Tintín es un auténtico trotamundos, faceta que comparte con muchos protagonistas del cómic). Por todos son conocidos el resto de personajes que acompañan a Tintín en sus aventuras: el capitán Haddock, Hernández y Fernández, el profesor Tornasol o la diva Castafiore, sin olvidar al fiel Milú (en numerosas ocasiones he pensado que más que con un cómic, cualquier álbum de Hergé podría compararse con una novela coral), acompañan a este joven un tanto intrépido, amigo de lo justo y lo difícil, en sus hazañas por los lugares más insólitos (Perú, Egipto o Rusia, pasando por lugares imaginarios como Syldavia o San Theodoros). Porque recuerden que la vida es eso: disfrutar de un remolino.
En primera instancia, les susurro (hay pudor en estas palabras) que nunca he sido gran seguidor de las proezas de Tintín…, siempre hay preferencias y un servidor se decantaba por otras historietas. Aún así, hoy día, más crecidito y con otras motivaciones, leo de vez en cuando alguno de sus álbumes, disfrutando de ello abiertamente aunque. Hace ya tiempo que el padre de Las aventuras de Tintín (y Milú en la versión francesa), Hergé (pseudónimo de George Remi), murió -1983-, lo que no es un impedimento para que su obra siga difundiéndose en tantísimas lenguas de todo el planeta, cuestión que se debe a lo original y cosmopolita de sus obras (Tintín es un auténtico trotamundos, faceta que comparte con muchos protagonistas del cómic). Por todos son conocidos el resto de personajes que acompañan a Tintín en sus aventuras: el capitán Haddock, Hernández y Fernández, el profesor Tornasol o la diva Castafiore, sin olvidar al fiel Milú (en numerosas ocasiones he pensado que más que con un cómic, cualquier álbum de Hergé podría compararse con una novela coral), acompañan a este joven un tanto intrépido, amigo de lo justo y lo difícil, en sus hazañas por los lugares más insólitos (Perú, Egipto o Rusia, pasando por lugares imaginarios como Syldavia o San Theodoros). Porque recuerden que la vida es eso: disfrutar de un remolino.
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