Siempre estamos a vueltas con qué es la Literatura Infantil, y a veces, con libros como el de hoy, uno se atolondra como si de un mazazo de sofocante calor se tratase. Sin mucho más que decir, les presento: queridos lectores, Un niño prodigio de Irène Némirovsky. Irène Némirovsky, mis seguidores (seguramente algunos/as de ustedes conocerán el título más famoso de la autora de hoy, Suite francesa, por el éxito obtenido recientemente -la verdad es que yo no…-, así que estarán familiarizados con su prosa, bien trabajada y áspera, casi rugosa, por lo que todo lo que diga les puede parecer una chorrada).
Una vez realizadas las presentaciones es hora de entrar al trapo. Allá voy.
Enmarcada en una colección de literatura infantil y juvenil (editorial Alfaguara) Un niño prodigio podría clasificarse como “obra para lectores maduros” pese a ser un título de escasas 70 páginas (me alucina comprobar que las editoriales sigan utilizando como criterio de selección la extensión de los volúmenes). Una de las razones es su nivel de lectura que, aunque de fácil comprensión, es intenso, ya que se pueden establecer varios niveles de interpretación muy variados y dispares.
Está claro que la LIJ no tiene que ser sencilla, ni plana, ni censora, pero hay veces que, bajo la prosa, subyacen intenciones del autor demasiado complejas e ininteligibles que pueden provocar lecturas equivocadas en ciertos lectores de poca edad. Considero que Un niño prodigio es un buen libro para jóvenes debidamente formados y con la suficiente capacidad para enfrentarse a los tres motores de esta narración: la realidad del fracaso, el amor juvenil y el irracional capricho.
Como punto y final, cabe decir que casi cualquier libro es alimenticio (está claro que los hay más sabrosos, más insípidos, más nutritivos y menos), y que si a eso añadimos una correcta orientación puede que no resulten ofensivos, ni lleguen a turbarnos considerablemente. De todos modos, no se priven, lean Un niño prodigio y háganme saber su opinión.
Una vez realizadas las presentaciones es hora de entrar al trapo. Allá voy.
Enmarcada en una colección de literatura infantil y juvenil (editorial Alfaguara) Un niño prodigio podría clasificarse como “obra para lectores maduros” pese a ser un título de escasas 70 páginas (me alucina comprobar que las editoriales sigan utilizando como criterio de selección la extensión de los volúmenes). Una de las razones es su nivel de lectura que, aunque de fácil comprensión, es intenso, ya que se pueden establecer varios niveles de interpretación muy variados y dispares.
Está claro que la LIJ no tiene que ser sencilla, ni plana, ni censora, pero hay veces que, bajo la prosa, subyacen intenciones del autor demasiado complejas e ininteligibles que pueden provocar lecturas equivocadas en ciertos lectores de poca edad. Considero que Un niño prodigio es un buen libro para jóvenes debidamente formados y con la suficiente capacidad para enfrentarse a los tres motores de esta narración: la realidad del fracaso, el amor juvenil y el irracional capricho.
Como punto y final, cabe decir que casi cualquier libro es alimenticio (está claro que los hay más sabrosos, más insípidos, más nutritivos y menos), y que si a eso añadimos una correcta orientación puede que no resulten ofensivos, ni lleguen a turbarnos considerablemente. De todos modos, no se priven, lean Un niño prodigio y háganme saber su opinión.
1 comentario:
En la biblioteca lo estamos leyendo en el club de lectura de adultos; como dices tiene diferentes niveles de lectura. A mi me encantó.
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