Uso gafas desde que contaba seis años. Una historia que, aunque a los adultos nos parezca anecdótica, no es ajena para cientos de niños que ven cambiar su aspecto físico por dos lentes enmarcadas en un esqueleto de plástico o metal que provocan el cachondeo y las carcajadas del resto de la clase, cosa que sigue inmutable desde tiempos inmemoriales… ¡Y eso que hoy día las hay preciosas! De tonos alegres y divertidos, como la infancia de la mayor parte de los mortales… ¡Tendrían que haber visto los primeros anteojos que vistieron mi cara redonda y sonrosada… ¡y sufrir un patatús!
Por mucho que cientos de miopes acomplejados vean en las gafas una antítesis de la belleza, y aboguen por lentes de contacto y operaciones de cirugía ocular, un servidor se erige acérrimo defensor de las gafas y los gafotas, seres de aire intelectual que adornan su cara con todo tipo de materiales sintéticos y naturales para poder verles mejor (como el lobo de Caperucita Roja). No negaré que usé lentillas hace años, sobre todo en esa etapa humanoide llamada pubertad y con fines más etológicos que prácticos, pero a tenor de la aparición repentina del glaucoma, decidí desterrarlas de mi personal moda visual, abandonando así todo tipo de molestias, picores, llantos y disoluciones lacrimales artificiales.
Que si el vaho es una lata… Que si no veo torta debajo del agua… ¡Tonterías, más que tonterías! Las gafas, más que aparato de tortura, añaden valor a la mirada, la realzan y acompañan, aportan cierto toque culto al globo ocular e incrementan los guiños más condescendientes… Sí, sí, es cierto que agrandan o achatan el ojo, y que los entristecen con el tiempo, pero de entre todos los remedios, prefiero aquel de quita y pon, ese que no consista en pasar por el quirófano y que no ponga en peligro la poca vista que me queda. A lo que sólo me resta añadir una razón más: de entre todos los oftalmólogos que he conocido, ni tan siquiera uno ha dejado de usar las gafas en pro de otra solución.
Por último, y tras esta oda en forma de alegato a esas que me han acompañado, tanto en los momentos felices, como en los más compungidos, las gafas, decir que, para mi gusto, sólo les encuentro un intrínseco defecto: perderlas.
Pascual, María. 2012. ¿Dónde están mis gafas? Barcelona: Thule.
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