A tenor de esta realidad,
muchos hubieran preferido no votar (aunque no se atrevan a
admitirlo), porque se dice, se comenta, que en breve tendremos otras
elecciones y nos volverán a sacar los cuartos (Ea, para eso
estamos...). Yo por mi parte doy buena cuenta de que este país, pese
a los universitarios mesiánicos, sigue en crisis económica,
educativa, cultural, sanitaria y tecnológica (añadan la literaria
también, que este es un blog de libros). En resumen, que este
terruño continua siendo un choto bananero. Si al menos la gente
metiera la papeleta en la urna con sentido común y no por mera lujuria electoral, víscera, costumbre, ósmosis, o tendencia televisiva, nos podríamos
parecer un poco a la vieja Europa, esa que nos mira boquiabierta y
frotándose las manos.
Me hallo estupefacto.
Todavía más cuando veo el crepitar de la bolsa, la prima de riesgo
inflándose, y a una panda de necios hambrientos escribiendo
gilipolleces en las redes sociales (esperemos que sólo sea por
afición terapéutica...). A ver si entre todos se cargan de una vez la
Constitución, se reparten el país y volvemos al feudalismo y la
sopa boba (¡Que así se vive muy bien! Se lo digo yo, que he vivido
allí los cuatro últimos años). Me pirro por oír el “He sido yo” y “La culpa fue del chachacha” (¿Qué
le voy a hacer? Soy un nostálgico).
Más por idolatría que
por formación, nos abanderamos defensores de un sistema político
que tiene poca cabida en esta idiosincrasia tan mezquina y para el que no estamos preparados (Si al menos
fuéramos Noruega y sus petroleras...). Pero vamos, no se asusten. Al
césar, lo que le corresponde: los separatistas con los dientes
largos (Divide et impera... ¡Arriba los califatos!), eléctricas y
bancos siguen haciendo su agosto, y yo, agradecido por no tener hijos
de los que preocuparme.
Y mientras me percato de
que esta nueva configuración política no nos hará prescindir de
nuestras miserias, y constato que ellos, las pirañas del poder,
seguirán hinchándose a cordero (los manchegos lo tenemos como un
manjar, pero cada cuál que elija en base a la gastronomía
regional), me voy a zampar un tentempié por si acaso mañana no
tengo a qué hincarle el diente. Señores: el pueblo ha hablado.
P.S.: ¡Ups! Con tanta
tontería se me olvidaba (N.B.: ¡Cuánta razón lleva cierta editora
diciendo que este no es un blog de LIJ y que yo no sé escribir!)
recomendarles dos buenos títulos de corte político -los había
reservado para esta bacanal- en los que el poder
y sus tretas tienen mucho que decir.
El primero es El rey que no
quería ser rey de Miguel Ángel Pérez Arteaga (editorial
Milrazones-Milratones), un libro que me ha encantado por el formato,
la sencillez y la inteligencia que desprende. Miguel Ángel Pérez Arteaga da vida a unos personajes mediante el reciclaje de cajas y la fotografía y de paso nos presenta una fábula para todos los públicos que da mucho que pensar sobre la felicidad y el poder.
El segundo, El
pequeño Cuchi-Cuchi, de Mario Ramos y publicado por la editorial
Océano-Travesía, nos habla de los líderes políticos y sus pobres
y predecibles discursos mediáticos. Mucha palabrería y promesas incumplidas que al final se traducen en guillotinar las alas de quienes te ponen en un serio compromiso. Menos mal que siempre hay un pequeño resquicio para los pequeños libertinos como Cuchi-cuchi.
Disfrútenlos en lo que, esperemos, sea el preludio de una leve tempestad.
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