Ya estamos en Navidad y
toca una de cachondeo, no sólo porque los bares están a rebosar de
borrachos, sino porque en estas fiestas tan entrañables en las que
hay más miedo que alegría, hay que poner una nota de color y
sacarle una sonrisa a este día. Así que, vamos a echarle guindas al
pavo y hablar de realidades que, dado su absurdez, parecen
inocentadas...
Las cotas de degradación
cultural que estamos alcanzando provocan muchas paradojas encaminadas
a hacer de este país un (ch)ocho sin precedentes. He aquí unos
cuantos ejemplos... Mis alumnos ya no saben qué animales había en
el portal de Belén, algo que no me extraña porque el otro día les
oí cantar un villancico que parecía aconfesional (y un servidor,
que no ha pasado por la pila bautismal pero que identifica el
catolicismo como parte de la cultura occidental, ojiplático).
La cosa no sólo queda
ahí... También están esos que alardean de progresistas y prefieren
que se caguen en sus muertos a que les deseen ¡Feliz Navidad!, y
sufren orgasmos televisivos cuando ven a la edil madrileña
poniéndose hasta la trancas de langostinos (y demagogia barata)
junto a doscientos pobres (la denominacion de “desfavorecidos”
habría que estudiarla...) para pescar unos cuantos votos.
Sólo faltaban “las
tres reyas magas” que van a hacer de las suyas en el desfile de
Carabanchel (menos mal que a Rosendo Mercado se la sudará tanta
puñeta) haciendo gala de esa arenga tan cristiana de “¡Dejad que
los niños se acerquen a mí!” (pero sin dan por culo me los
meriendo). Lo de que una mujer se disfrace de hombre para reivindicar
la lucha feminista es lo más escatológico que he oído después de
que un blanco se pinte de negro para ejercer de Baltasar (¡Con la
cantidad de subsaharianos que pasan miseria en este país!). Así
que, de reinas, poco...
Pero el colmo de la
estupidez se resume en esos hijos del socialismo que, no contentos
con haber tenido una educación envidiable (fue lo único bueno que
trajo la EGB, porque LOGSE, LOE y LOMCE son para mear y no echar
gota), demonizan el sorteo especial de navidad (será eso de lo mío
pa' mi y lo de los demás, a repartir) no sin razón a tenor de la
violencia que se ha desatado entre cuatro pobres de Roquetas de Mar.
Así pasa, que con esta
España tan absurda, un servidor y su lectora alemana, están
sobrecogidos por el precipicio que se abre entre nosotros y el Viejo
Continente. Temblamos ante la que se nos avecina, y no precisamente
por las bromas que nos acontezcan en este Día de los Santos
Inocentes, sino por las tonterías que haremos con tal de ser el culo
de Europa. No sé qué nombre recibirá este miedo ligero y extraño,
ni si será fruto de mi estupidez o de la de los demás, pero el caso
es que debería recogerse en El gran libro de los miedos del
ratoncito, un estupendo catálogo de fobias con mucha chicha ideado
por Emily Gravett (hagan click sobre su nombre y déjense sorprender por los entresijos de lo que hace esta mujer) y publicado por Picarona que bien se puede
convertir en un regalo para que los niños aprendan sobre sus miedos
(y de los demás).
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