No
era de extrañar que en algún momento hicieran aparición el frío y
la nieve (aunque dicen que durarán bien poco), esos que durante el
invierno boreal (el nuestro) suelen asolar Europa y Norteamérica. Y
como todo en la vida, la nieve, ese meteoro a la vez tan ligero, a la
vez tan pesado, se puede mirar desde una doble perspectiva, la de los
niños y la de los adultos.
La
mirada infantil queda nublada por la magia de la naturaleza. Sólo
tienen que retrotraerse a su niñez y verse a sí mismos mirando por
la ventana, rezando porque los copos perdurasen, por ver toda la
calle cuajada de blanco. Recuerden la primera vez que tocaron la
nieve: algodón frío y helado, algo bastante extraño que aún hoy
día me sigue sorprendiendo. Notar como los pies se hunden bajo el
mullido manto, mirar atrás y ver las huellas que sembramos a cada
paso. Eso unido a las batallas, los muñecos de nieve y deslizarse
por las pendientes resbaladizas hacen que el invierno se vuelva
luminoso e inmaculado.
La
mirada de los grandes esta basada en los miedos sobre los que se
asienta lo humano (¡Díganmelo a mi que en un par de veces me he
jugado el tipo con el hielo! Todo por ir a trabajar..., al español
que se lo digas no se lo cree). La nieve, además de agradar a los
esquiadores y otros deportistas y aficionados, puede tener nefastas
consecuencias en nuestra vida cotidiana: incomunicación (de todos
aquellos que viven en valles de montaña o de los que tenemos que
coger el coche a diario), hundimiento de tejados, rotura de ramas y
cornisas, proliferación de carámbanos de hielo, caída del tendido
eléctrico, e incluso la congelación de las conducciones de agua
para más tarde, durante el deshielo, provocar aludes y avalanchas.
En
cualquier caso y dejando a un lado el tremendismo, a veces estas dos
visiones pueden conjugarse con un poco de cabeza (sobre todo si se
trata de nuestra integridad física), algo que nos muestra Tormenta
de nieve, un álbum ilustrado
de John Rocco (Tramuntana) que nos cuenta la historia de un nevazo de
un par de metros sobre la costa este de Estados Unidos que impidió
moverse de sus hogares durante unos cuantos días a miles de
personas, una buena excusa para que un niño con su trineo se dedique
a realizar transacciones y recados a la gente del vecindario. ¡Una
aventura en toda regla!
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