Cuando digo que el sábado
estuvimos celebrando el cumpleaños del Pit, lo hago en sentido
literal: mañana, tarde y noche. Un maratón a comer y beber (juerga
que no disfrutas, juerga que no recuperas) en condiciones climáticas
adversas (el viento nos cortaba el tegumento, pero nosotros, al lío)
y con robo de móvil incorporado (¡Ojo avizor con carteristas y
mangantes!).
Como se podrán imaginar,
aquello dio para mucho (Lo he de confesar: nos va el jevimetal), y
entre sorbo y sorbo, ¿de qué hablarán un funcionario de prisiones,
una maestra de infantil y otra que vende tetas postizas? No se lo van a creer...
¡De abecedarios! Lo que oyen, a pesar de nuestras vidas bizarras,
nos entretenemos con asuntos más sesudos.
Me sorprendió mucho
enterarme de que en la etapa educativa de lo que en mi época llamábamos "pre-escolar", los alumnos no deben saber (por ley, ojo) lo que es eso de leer. Vamos,
que algunos, con 5 años, no saben qué reza aquello de "Mi mamá me mima" (nunca
mejor dicho). Corrientes pedagógicas y metodologías subversivas
aparte, se ve que, al final y como siempre, depende del maestro, ese
que puede poner toda la carne en el asador o refugiarse en la norma
legislada.
Dice mi madre que yo
aprendí a leer muy pronto, así que llegué a la escuela con los
deberes hechos. Todo porque, según ella, la maestra de la guardería
se emperraba en avanzar (¡Qué palabra tan bonita!), en darnos alas
para poder volar. Por eso, cuando entro a un aula de colegio, me encanta ver las paredes llenas de las vocales en tamaño gigante, de
sílabas fabricadas con los materiales más dispares y oraciones
cortitas de todos los colores.
No obstante, entendiendo que la responsabilidad educativa es compartida entre docentes y padres, y habiéndome dejado en el cajón del olvido algunos abecedarios más
que reseñables, los he sacado en este día por si algún padre se anima en esto de las letras, y afianza y aligera el proceso cognitivo de sus hijos... Así que, ¡ahí
va este abanico!
El
primero es el Abecedario a mano de Isol (2015, Fondo de
Cultura Económica). Aunque tiene el formato clásico de
álbum-abecedario (letras en mayúsculas y minúsculas en distinta
tipografía y acompañadas de una imagen), su contenido es el propio
divertimento de la autora que intenta establecer un diálogo con el
lector. Se aleja de los clásicos sustantivos para adentrarse en
adjetivos, verbos y expresiones con las que el niño puede
indentificarse, preguntarse y responderse a sí mismo. Si esto fuera
poco, Isol incluye elementos metaliterarios, disyunciones o
complementación. Cada letra es una historia que podemos alargar con
la imaginación. Divertido, poético y juguetón.
Hoy me siento de
Madalena Moniz (2016, Pepa Montano). Es uno de esos libros bonitos
que ha pasado muy desapercibido por haberse publicado a finales del
año 2016, un periodo con mucha actividad que oculta tras la
marabunta y deja en ese limbo lector a preciosas joyas visuales como
esta. Madalena Moniz se decanta por la doble página para desarrollar
su abecedario de adjetivos. Aunque algunos pueden tacharlo de
emocionario (¡Qué moda más horrorosa!) es toda una suerte de
imágenes evocadoras que permiten al lector descubrir por sí mismo
sus rumores internos, deja a la libre interpretación toda una suerte
de escenas de ida y vuelta entre el lector y la obra.
Abecedario. Abrir,
bailar, comer y otras palabras importantes de Ruth Kaufman,
Raquel Franco y Diego Bianki (2014, Pequeño Editor). Hace un par de
años que se editó esta obra galardonada con el Bologna Ragazzi
Award. Utiliza la página sencilla para presentar un abecedario
construido a base de verbos que, acompañados por imágenes que
ilustran cada uno de ellos, incorpora elementos descriptivos que van
construyendo al mismo tiempo un álbum informativo bien pensado. De
gran colorido y formas un tanto planas, es un libro inmejorable para
niños dinámicos.
ABC-BOOK de Xabier
Deneux (2016, Combel). Presentado en formato boardbook es un álbum
muy bien pensado, no sólo porque incorpora multitud de troqueles que
imprimen cierto dinamismo y una lectura “divertida”, sino porque
presta atención al diseño gráfico (formas, relieves y colores
planos) y propone mucha interacción visual y táctil. Aunque se
limita a un tipo de palabra, los sustantivos, no lo hace así con el
número y puede llegar a proponer varios por cada letra. Como todos
los anteriores, tiene varios niveles lectores, y claro, eso añade
valor al objeto libro.
Alfabeto de Sonia
Delaunay (2011, Gustavo Gili). Por último quería enmendarme con
este abecedario... Para mí es uno de los más hermosos que se han
publicado en los últimos años, no sólo porque esta elaborado sobre
las canciones y retahílas de nuestra infancia (plus añadido cuando
pagamos por algo), sino por esa extraña pero hermosa conjunción
entre ilustración de vanguardia (no olvidemos que la autora fue una
de las mayores exponentes del simultaneísmo, un estilo basado en el
contraste de colores) y la tradición oral. Letras bailarinas en un
álbum genial.
Y si no tienen bastante
con esta amplia oferta de alfabetos ilustrados, confíen en la
imaginación de los enseñantes, esos que siguen bastante este espacio y se inspiran con los libros más variados. Porque guarderías, escuelas infantiles y colegios están llenos
de verdaderos artistas que, con creatividad y pasión, abonan un
terreno llamado futuro.
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