Es obvio que continuar
con la lectura, eso de descifrar una serie de códigos, generalmente
verbales, para hallar en ellos diferentes tipos de mensajes, es una
decisión personal más allá de la obligatoriedad u otras causas. El
lector lo es porque quiere.
No obstante, a pesar de
esa libertad que tiene el acto lector, los que gustamos de esa
afición no prestamos mucha atención a si nuestras lecturas están
condicionadas, a si elegimos los libros que leemos, si nos eligen
ellos a nosotros o, lo que es peor, si otros los eligen para
nosotros, algo de lo que trata mi perorata de hoy.
Marco Somà
Los libros, no en la
actualidad, sino desde hace muchos años, están ligados a ciertos
intereses. Política, moda, ismos y un largo etcétera de
influencias envuelven al libro, ese producto, ese objeto, esa pieza
de arte (cada uno que elija cómo lo define), que en una sociedad de
consumo como la que vivimos tiene mucho a lo que exponerse.
Dejando a un lado las
conspiraciones (es una palabra hiperbólica, muy gorda, que podemos
usar con cariz literario), sí tenemos que hablar de lo tendencioso en los libros...
Por un lado tenemos el
aspecto físico del libro. La imagen que proyecta el libro es muy
importante. Un tema en el que diseñadores gráficos tienen mucho que
decir. Tipografía, camisas, tapas, ilustraciones... Todo,
absolutamente todo lo que rodea al libro como objeto está pensado.
Ideado para un tipo de público, para un tipo de lector, para un tipo
de comprador. Los libros, como las cajas de cereales y las camisetas,
entran por los ojos y sería estúpido negar que, más de uno de los
que aquí estamos hemos dicho aquello de “¡Qué buena pinta
tiene...!”, o ante dos ediciones del mismo título hemos preferido
una (no siempre la mejor) por su aspecto.
Luego viene el
merchandising: quienes los venden. Cada librero y cada editor tiene
sus estrategias de exposición y venta. Hay algunos que prefieren los
regalos (el que regala bien vende), los precios promocionales (hay
mucho bolsillo vacío en esto de los libros), el artículo de lujo
(lo caro también tiene su público), las actividades en torno al
libro (Presentaciones, cuentacuentos, coloquios, clubes de lectura y
encuentros con autores, ¡bienvenidos!) o la mejor -o peor-
visibilidad en los espacios de exposición, son las más frecuentes
en el cara a cara con los libros. Pero sin lugar a dudas, es el
mercado de novedades lo que ha provoca la máxima expectación en el
consumidor de libros (¡Si es nuevo, me lo llevo!).
Otra cosa son las
relaciones comerciales de tipo virtual con los libros (¡Que estos
bichos también saben cómo ingeniárselas en el mundo digital...!).
Desde que internet irrumpió en nuestras vidas y los gigantes de la
compra/venta online crecieron al amparo de una sociedad cómoda y
sin tiempo, han nacido nuevas formas de vender un producto con largo
recorrido histórico. Los motores de búsqueda saben lo que queremos
para endosarnos la publicidad que más se adecue a nuestros
intereses y algunas empresas de transporte tienen tasas especiales
para unos objetos que se almacenan con facilidad.
Corey R. Tabor
Pero, ¿qué hay del
contenido de los libros? ¿A nadie le interesa? Si, aunque parezca
que no, a todos les interesa... Aunque muchos digan que la
proliferación de ciertas líneas argumentales, la inclusión de
tipos de personajes o la elección espacio-temporal de las tramas se
deban al libre albedrío e inquietudes de los autores, un servidor
tiene sus reservas sobre estas supuestas coincidencias temáticas en
los libros. Mientras que actualmente la gente se pirra por libros
sobre espiritualidad y vida saludable, hace un par de años lo hacían
por libros sobre violencia de género. Hace diez años, los que
trataban la convivencia entre culturas copaban las librerías, y hace
veinte, el machismo era el leitmotiv. Que los libros se tiñan de
actualidad tiene más que ver con un proceso de retroalimentación
social que favorece y aupa el consumo que se genera sobre estos
tópicos, que con un interés de hacer despegar la lectura entre los
ciudadanos (N.B.: Se me vienen a la mente los emocionarios y los
libros sobre migración que han proliferado en los últimos años en
la LIJ).
En este entramado social
del libro, mucho tienen que decir los políticos. ¿Por qué, desde
las instituciones, se les da visibilidad a unos autores y a otros no?
¿Quién decide cómo se gastarán nuestros impuestos en la promoción
de ciertos libros? ¿De qué hablan los títulos que ponen en el
punto de mira las campañas y planes lectores? ¿Fomentan el
comunismo, el fascismo, el secesionismo o el buenismo? En definitiva,
premios nacionales y centenarios son la mejor excusa para adoctrinar
al pueblo (con supuestas afinidades ideológicas entre autores y
poder, todo hay que decirlo) mientras de paso nos colgamos alguna
medalla.
Gabriel Pacheco
También hay que apuntar
a ciertas instituciones y fundaciones en pro de la lectura que tánto
abogan por la lectura. Conviene recordar que muchas de ellas nacieron
al amparo de casas editoriales que todavía hoy siguen
financiándolas, que muchas de ellas tienen relación con la Iglesia
o con los medios de comunicación y que la inmensa mayoría entran en
el doble juego de los intereses creados y el altruismo cultural
mediante vínculos poco explícitos, aprovechando que todavía hay
gente que lee y se fía de sus criterios.
También deben hablar la
familia, la escuela y la biblioteca. No voy a ahondar en la
influencia que familiares (No sólo padres, que siempre se les carga
con el muerto, sino hermanos, nietos, tíos o abuelos. Yo jamás
hubiera leído El zoo de Pitus si no hubiera sido por una tía
adicta al Círculo de Lectores, y mi madre nunca se hubiera parado
con la prosa adulta de Roald Dahl si mi padre no leyera con tanta
rapidez) y amigos (¡Cuánto me fío de este colega! ¡Me gusta todo
lo que me recomienda!) tiene en esto de las elecciones de lectura.
Tampoco cabe ser pesado con la responsabilidad de la escuela en
propiciar un acervo de lecturas lo suficientemente buenas y diversas
como para enriquecer nuestros criterios de selección (Maestros,
hablen de libros, hablen...). Ni en el compromiso que debe tener el
bibliotecario a la hora de desbordar la lectura en las mil facetas
que puede brillar estos diamantes mal nombrados (“Libro”, ¡qué
palabro!).
Por último, detenerme en
las redes sociales, unas de las que formo parte y en las que, por un
lado, observo que sirven de plataforma publicitaria a autores y
editoriales, muchas de ellas están contaminadas por afinidades de
todo tipo, y otras no exponen con claridad los criterios de sus
selecciones. ¿Somos los influencers todo lo independientes que
el público espera de nosotros? ¿Actuamos bajo el sesgo? ¿Nos
arriesgamos a la hora de proponer nuevas lectura que se salen de la
tónica imperante?
Sasha Ivoylova
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