Les miento si les digo
que el libro de hoy pasa desapercibido. Sin saber que ha ganado un
premio Bologna Ragazzi, o entre la multitud de títulos que se pasean
por las estanterías, seguro que se fijarían en La mujer de la
guarda (Editorial Milenio). Se lo digo yo...
Es un libro diferente,
sugerente, inquietante, casi hipnótico y, sobre todo, muy bien
pensado. Antes de abrirlo y sólo contemplando la tapa se abren ante
nosotros muchas incógnitas, ¿Quién es esa mujer acompañada por un
caballo que camina sobre una desolada superficie rocosa? ¿Por qué
no cabalga sobre él? ¿Por qué lleva ese tocado? ¿Acaso no tiene
cierto aire oriental? ¿A que parece una sacerdotisa? ¿O quizá un ángel?... Luego nos
detenemos en el azul cobalto que colorea el pelaje del caballo, que
brilla en la tipografía del título, que llena parte del texto
interior. Hay algo sosegado en él, sosegado pero también intenso, vívido y peligroso,
una llamada de atención hacia el lector que empieza a crearse
expectativas con un libro que empieza a fluir desde el primer
vistazo.
Abrimos el libro y nos
topamos con una estructura diferente de álbum (porque este,
lectores, es un álbum). Alejandra Acosta prefiere alejarse de la
estructura clásica de este género en el que texto e ilustraciones
se alternan o coinciden en la unidad espacial de la página, para condensar todas las ilustraciones en dos grupos de dieciséis páginas
que se disponen antes y después del corpus textual, de tal manera
que adquieren carácter de guardas (sí, lectores ocho guardas al
principio y otras ocho al final), unas guardas con un carácter
peritextual más que notable y que establecen un juego narrativo
(prólogo y epílogo), desarrollan una visión propia y personal (ahí
están todos... ¿no los ven?), y complementan al texto con una
atmósfera envolvente. Una vuelta de tuerca más en el universo
natural (botánico y ornitológico sobre todo), onírico y
surrealista al que Alejandra Acosta nos acostumbra en otras obras
extraordinarias como Del enebro de los hermanos Grimm
(publicado por la editorial Jekill & Jill y uno de mis favoritos
de esta ilustradora).
Llegamos al
texto, una explosión de sabores dulces y amargos, unas sensaciones
que destilan la pérdida de la niñez y el encuentro con la muerte
(representada por dos mujeres, una real y otra que porta un ojo en la
mano), las dos columnas sobre las que descansa esta enriquecedora y
sutil narración de Sara Bertrand. Jacinta, la niña que se resiste
a crecer, la misma que emulando a la Wendy del capítulo 11 del Peter
Pan de Barrie, crea un universo ficticio para arropar a sus hermanos,
para disipar el miedo de una nueva realidad familiar en la que el
padre se mantiene al margen trabajando noche y día, la estrategia de
supervivencia de nuestros días para un dolor atemporal. Sólo un
consejo: no se queden ahí, busquen entre la magia de este texto la
parte más cálida de un libro dirigido a lectores experimentados
como ustedes, porque este libro tiene más capas que una cebolla...
Y en el instante que
terminamos el texto, aparecen las últimas imágenes del libro con
esa figura femenina que se esconde tras los árboles, en la oscuridad
de los rincones, mientras Jacinta, tímida y curiosa, nos contempla
como si quisiera centrar nuestra mirada en ella, la verdadera mujer
de la guarda.
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