Cuando toca evaluación,
la fiesta no es pequeña. No sólo porque resulta terapeútico para
muchos de los asistentes eso de destripar a todo bicho viviente, sino
porque los que acudimos en calidad de espectadores tomamos nota de la
miseria reinante...
Algunos se ve que se han
tomado a pecho esa tan machacona de Afuera lo malo (¡Qué
repelús!). ¿O será que con el nombramiento de funcionario de
carrera el machete iba incorporado? El caso es algunos no paran de
graznar y todos los trimestres se repiten las mismas escenas, las
mismas frases, las mismas escenas... Y yo, que con los años me estoy
volviendo cauto, siempre preguntándome (sí, a mí mismo, que soy el
único que me entiende): “¿Y estos? ¿Habrán sido jóvenes alguna
vez?” Para terminar contestándome con ese chascarrillo que cuenta
de vez en cuando el Alfon: “Cuando nació, su madre le pregunto al
médico: ¿Qué es, niño o niña? Y el médico le dijo: Plasta.”
Parece ser que conforme
nos vamos comprometiendo con el papel que el universo (me pongo
poético para la ocasión) nos ha asignado, la cosa se interioriza
tanto que pasamos al firmamento de cansinos que, de un modo u otro,
nos eternizan las mañanas (de vez en cuando también tardes),
recubriendo sus intereses de una tástana de buenas intenciones y
empalague impenetrable.
Bocas que se abren (de
aburrimiento, of course) y otras que bien podrían cerrarse (que
luego entran moscas y salen larvas), el pan de cada día que muchos
alumnos callan para dar buena cuenta de su inteligencia... “¿Hablar?
¿Pa' qué? ¿Pa' liarla? Yo ya paso, Román. ¿Alguna vez fueron
jóvenes, alocados, irresponsables? ¿O siempre lucieron esa pátina
gris, mate y polvorienta?”
Me sonrío y pienso que
la experiencia es un grado y el ejemplo otra cosa, y que,
probablemente, muchos niños y adolescentes del hoy se sorprenderían
si vieran por un agujero a esos que llaman adultos (madres, abuelos,
profesores u operarios) del ayer y certificaran que nunca hemos
dejado de hacer el canelo a pesar de nuestras responsabilidades (que
no compromisos, abomino esa palabra...).
Y como ejemplo de estas
percepciones intergeneracionales les dejo con Mi papá ¡Antes era
genial! de Keith Negley, autor también del exitoso Tipos
duros (también tienen sentimientos), publicado por la editorial
Monsa en castellano, un libro que nos habla de las relaciones entre
un hijo y su padre. La acción de esta obra se articula sobre dos
recursos complementarios. Mientras que el hijo se sincera con el
lector, narrando sus impresiones y sentimientos hacia la figura del
padre, el espectador contempla la doble página que se presenta como
imágenes del padre, toda una suerte de escenas que a modo de antes
(recuerdos) y después (realidades actuales) elaboran un debate
interno del personaje, ese joven que ha renunciado a ser una estrella
del rock para ser padre. El contraste es hermoso, sobre todo porque
al final, esos caminos que parecen disyuntos, comienzan a fluir en
paralelo, que al fin y al cabo, es lo que deberíamos hacer jóvenes
y viejos.
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