Llevo unos días riéndome sin cesar, y la verdad es que se
agradece sobremanera. Tonterías de todo tipo, también banalidades, e incluso
asuntos de supuesta importancia han sido el detonante de carcajadas y mofas junto a la Juli, la Inma, el Pacote y el Darwin (en calidad de "guest star").
Siempre hay lugar para un poco de humor sobre todo si no es dañino y todos
convienen en que la mejor de las maneras de sobrevivir al paso del tiempo es
curvar la línea de los labios hacia arriba (que bastantes son las veces que lo
orientamos hacia abajo).
No quiero decir que debamos sacar chiste a todo (sobre todo
si la sensibilidad de la gente que nos rodea nos condiciona), pero sí utilizar
la risa y la ironía para restarle importancia a todo aquello que objetivamente no
la tiene. Que si un compañero de trabajo se pone tonto, que si los amigos de
turno se ponen como una cuba y te dan la noche, que si la cola del “Baila cariño” va camino de las dos horas, que
si el albañil se va a almorzar y no vuelve al tajo… Nada, hay que ver la parte
positiva de todas estas situaciones e intentar quitarles hierro. Que si no, nos
encendemos y no pueden extinguir el fuego ni los bomberos de la calle San
Bernardo.
Y si no encuentran motivos para darle a las maracas, les
recomiendo que cojan un libro como el de hoy y encuentren cierta inspiración. Y
es que un servidor es muy fan de los Ahlberg. Aunque Janet y Allan tienen un
buen puñado de libros superventas en el mundo anglosajón, desde la desaparición
de algunas casas editoriales que dominaron el mercado durante los años ochenta
y noventa, he echado en falta libros muy apreciados por los niños, debido sobre
todo a unas ilustraciones de corte clásico y un talante simpático y distentido.
Es por ello que hay que darle las gracias a Kalandraka por rescatar este ¡Qué risa de huesos!, un libro con
cierta vis paródica que nos presenta las andanzas de unos esqueletos que cantan
y bailan mientras el resto de sus vecinos (mortales, claro está) descansan. Con
rimas, disparates y algún susto, el lector se lo puede pasar en grande
acompañando a estas osamentas en sus andanzas nocturnas.
Háganme caso y ríanse, que no hay mal que por bien no venga.
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