Margaret Winifred Tarrant
Cuando yo era niño, si querías ver una gaviota tenías que ir al mar.
Ahora basta con visitar un vertedero o un embalse, prueba de que estas aves,
como ratas o cucarachas, han expandido su hábitat a expensas de nuestros
desechos. Les parecerá una tontería, pero de esto emerge una nueva y
desagradable asociación de ideas que eclipsa otra más antigua y romántica, pues
en lo que hace años veíamos belleza, ahora denotamos cierto asco. Es para
mirárnoslo…
La gaviota pasa
sobre la bahía;
sus alas, tan
blancas,
planean sin prisa:
volando descansa.
El mar es alfombra
de espléndida pana
y, bajo las olas,
hay flores de
nácar
y piedras
preciosas.
Una caracola
oculta la cara
y esconde la cola
como si intentara
perderse en las
sombras.
La gaviota pasa
sobre la bahía,
y es tal su
elegancia
que incluso la
imita
un barco de plata.
La gaviota.
Antonio A. Gómez Yebra.
En: Menuda poesía.
Ilustraciones Cristina
P. Navarro.
1994. Banda de Mar:
Málaga.
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