Cada mañana contemplo atónito como la puerta del centro
educativo donde trabajo se transforma en un mare magnum de vehículos a motor.
Un día por la lluvia, otro por el frío, y el tercero porque los nenes tienen el
papo muy gordo, pero el caso es que aquello parece la Castellana en hora punta,
algo incomprensible teniendo en cuenta que esta localidad es un guá y viven
cuatro gatos. Los que cogemos el coche por necesidad no entendemos este
despropósito (empezando por el combustible y terminando por otras muchas cosas)
e imploramos un poco de sentido común entre los oriundos, bien para el
ejercicio aeróbico de nuestros alumnos (no hay nada más que ver los cuerpos que
se gastan), bien para el tráfico rodado de sus calles.
Los espectadores, de vez en cuando, nos preguntamos cuáles
serán las razones que encaminan a estas situaciones, que no son exclusivas de
este pueblo pues parece un mal endémico de cualquiera, y tras una lluvia de ideas convenimos
que la sociedad, el sobreproteccionismo y
el exceso de confort nos ha abocado irremisiblemente a una realidad con
la pocos sabemos lidiar.
Si es que algún padre me lee (lo dudo, pero estaría bien),
les animo a que insten a madrugar a sus hijos, primero para asearse y desayunar
en condiciones (pocos lo hacen, otra realidad poco saludable) y después para dirigirse al instituto
caminando, para sentir el fresco de la mañana, despejar la mente, charlar sobre
lo que nos deparó la velada y preparar el día.
Queridos padres, no les hablo de dejarlos a su suerte, de
que floten a la deriva. Enséñenles cómo tejer las velas, cómo izarlas en el
mástil. El funcionamiento de la brújula y del sextante, de qué lado sopla el
viento. Provéanlos de remos, de una embarcación adecuada, constrúyanla con
ellos. Muéstrenles qué peces son los más nutritivos, cuáles los menos. Cómo
lanzar la red y preparar el anzuelo. De eso se trata la vida de ir aprendiendo
en compañía, que solos ya estamos.
Y si son incapaces de decírles que lo mejor es ser autosuficientes (sé que produce cierta congoja), pidan ayuda a Gema Sirvent y Guridi, que les llevarán hasta Penélope en el mar (editorial Avenauta)
una historia llena de metáforas y poesía donde la protagonista busca por sí
misma su lugar en el ancho mar. Bien se merece una parada, no sólo por
nuestros niños, sino también por nosotros mismos.
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