De camino a casa, suelo encontrarme con aquellos que recogen
a los niños de la escuela. Unos van charlando animadamente sobre el menú del
día (cada vez que se me ocurre poner la oreja me escandalizo de la dieta
infantil actual), otros se ponen a gruñir (¡Venga nene! ¡Que tengo prisa!), los
menos van charlando con sus hijos sobre los acontecimientos de la mañana, pero
siempre queda alguno que regala una pequeña parada en el parque a sus hijos (y yo me conformo con sonreír).
Me acuerdo de cuando mi madre acudía a la puerta de la
escuela. Ella, como el resto, iba andando. Nada de coches por las
inmediaciones, menos todavía si tenemos en cuenta que la calle donde estaba
ubicado el centro parecía un bodoque y el estacionamiento era impensable. Todas se
agolpaban bajo las columnas del soportal a modo de muro de contención. Salíamos
disparados, resonaba el griterío, una marabunta de mochilas y alguna que otra
pelea. Así era la salida del colegio.
Desde entonces las cosas han cambiado bastante... Antes era
raro ver abuelos y marmotas pululando por los colegios y ahora abundan cada vez
más las niñeras y personas mayores (es lo que tiene lo laboral, amigos). Lo de
los coches es un despropósito (no sé si es que los adultos nacen con las
piernas amputadas o es que nadie lleva a sus hijos al colegio más cercano).
Pero lo que más me gusta es ver como acuden cada vez más hombres a las puertas
escolares, un signo de que la crianza se comparte cada vez más.
Así llegamos a El
primer diccionario de Nara, un álbum de David Pintor, editado por la joven
editorial alicantina Degomagon, al mismo tiempo que cumple la función de diccionario-imagiario, es un tributo a la relación entre un padre y su hija,
pues no sólo ayuda a los niños en sus primeros pasos con el lenguaje, sino que
nos cuenta la historia del autor y Nara, de cómo han ido caminando juntos a lo
largo del tiempo, de cómo comparten su día a día y de cómo se comunican y
entienden, algo que, en sí mismo, es cautivador.
Seguramente muchos de ustedes se hagan la misma pregunta que
yo “¿Por qué no ha sido editado enteramente en cartón?” Y yo respondo, primero porque sus
tropecientas páginas hubieran sido inmanejables en un libro de esas
características y segundo porque el Sr. Pintor también quería que este libro
fuera extrapolable a los adultos, unos que, con hijos o sin ellos, fueran
partícipes de ese vínculo hermoso entre progenitores y vástagos, de la humanidad que desprende la familia.
1 comentario:
Que hermoso lo que acabo de leer ...con una sonrisa remontandome al jardincito y primaria de mis hoy adolescentes hijos ...GRACIAS
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