Hoy es el primer día del otoño y aunque es una estación que
me encanta, noto cierta desazón en el ambiente circundante. Les confieso que,
en lo que a curro se refiere, el comienzo de curso no ha sido muy halagüeño,
sobre todo porque te das cuenta de que la gente no es todo lo buena que debiera
y, aprovechándose de su situación de poder, te pisotean hasta que sangras. Una
mediocridad propia de pobres arribistas (que todo hay que decirlo…).
La verdad es que a mí, básicamente me la bufa: soy manchego
y me recupero pronto. No obstante les diré que de vez en cuando me dan ganas de
enganchar una guadaña y ponerme a segar cabezas (les estaría bien empleado por
estirar tanto el cuello).
“¡Cómo estás, Román! ¡Cuánta violencia! ¡Pero si acabamos de
empezar!” Déjense de pamplinas, que ustedes no saben el politiqueo que hay que
aguantar. No tienen suficiente con aburrirnos hasta la extenuación echando mano de una
burocracia inútil, sino que seleccionan a los peores perros para controlar el
cauce de sus fechorías.
No se crean que estoy por la labor de invertir mis energías
en gente obtusa que solo quiere ponerse medallas con el trabajo de los demás, no (aquí nadie se va de excursión con los críos, pero todos se suben al carro
cuando hay que soltar el discursito). Hoy estoy aquí para que todos los
monstruos olvidemos los montones de mierda que nos rodean y demos la bienvenida
al lunes de la nueva estación como se merece, con una pizca de belleza.
Y es que no se me ha ocurrido mejor manera de hacerlo que
con Stian Hole y su álbum El final del verano (editorial Kókinos). Tenía muchas
ganas de hablar de este libro, pues a pesar de que lo incluí en esta selección
de Clásicos básicos del álbum actual, no había hablado de él hasta ahora.
Aunque forma parte de la trilogía de Garmann, el niño protagonista, es un libro que puede leerse desde lo individual pues en él se recoge de una forma maravillosa esa esencia que destilan los finales estivales.
Aunque forma parte de la trilogía de Garmann, el niño protagonista, es un libro que puede leerse desde lo individual pues en él se recoge de una forma maravillosa esa esencia que destilan los finales estivales.
El argumento es sencillo. Se acaba el verano y la familia de Garmann recibe la visita de sus tres tías, unas viejecitas un tanto peculiares
que en parte recuerdan a las Parcas y en parte a las hadas madrinas (¿será por
el número tres o hay algo más detrás?). Es así como este niño se empieza a hacer
preguntas sobre sí mismo, sobre las tres mujeres, sobre sus padres, y sobre
el futuro de todos.
De corte sincero y divertido, Hole hurga en los miedos de la
infancia desde un lenguaje directo, incluso económico (estos nórdicos...), sin olvidar el contrato
fantástico con el que envuelve unas ilustraciones a caballo entre el collage y las
técnicas digitales, donde lo surrealista y lo onírico se abren camino para
explorar un universo colorista y con mucho humor. Imágenes que a modo de mapas
nos invitan a buscar detalles, tesoros escondidos que enriquecen la narración y revolotean en el subconsciente.
Me gusta que los finales del verano sean luminosos, que se
abran claros que inunden de luz el otoño futuro…
No hay comentarios:
Publicar un comentario