Con los vecinos hay que llevarse bien. Lo justo, no demasiado, que con tanto mamoneo la gente pierde los papeles y se olvida de que compartir techo, suelo y/o paredes es una cosa muy seria. Ropa tendida que chorrea más de la cuenta, escándalo constante, golpes a deshoras, basura volante…, un montón de cosas pueden ser susceptibles de desatar la ira de nuestros convecinos y liarla parda en menos que canta un gallo.
Generalmente hay que aprender a callarse, sobre todo porque nadie puede controlar al milímetro sus acciones (a todos se nos va la mano, y cuando digo a todos es a todos). “Hoy te aguanto a ti, mañana me aguantas a mi” es el lema que debe prevalecer, porque si no practicamos la condescendencia, se desata el conflicto y el “¡Aquí no hay quien viva!” nos va minando poco a poco.
Eso sí, tampoco hay que consentirlo todo. Hay veces que debemos empuñar el rodillo y llamar al timbre de al lado. Escupitajos, vomitonas, excrementos caninos (incluso humanos) o ruidos desquiciantes, deben erradicarse. Y no se echen las manos a la cabeza cuando lean lo que les digo, que de todo hay en la viña del Señor (no se olviden de las vecinas de Valencia, esas que dieron para más de un show).
Siempre nos han dicho que las diferencias se solucionan hablando, pero a veces y sobre todo, cuando la convivencia es insostenible, hay que echar mano de las inmobiliarias y cambiar de residencia. O incluso llegar a los tribunales, para que de alguna forma sea un juez, quien echando mano de la ley de propiedad horizontal, ponga algo de cordura al posible divorcio.
Lo dicho. Tengan en cuenta todas estas premisas si no quieren acabar de uñas con algún vecino. Aunque parecen básicas, algunos se las saltan a la torera y se lía la marimorena. Véase como ejemplo el pitote que se ha montado con Marruecos.
Falta de diplomacia, egocéntricos en juego, desplantes recíprocos, terceros metiendo mierda, intereses creados, víctimas inocentes… Parece mentira que llevemos tantos años en el mismo vecindario, ese que controla el paso hacia el Mediterráneo, el mismo que separa el mundo árabe del occidental. Esperemos que se limen asperezas y volvamos al entendimiento en beneficio de los civiles de uno y otro lado, que a fin de cuentas son los que sufren en carne propia las consecuencias de dimes y diretes.
Y como no podía ser de otra forma, en este jueves les traigo dos títulos relacionados con este tema. El primero es Vecinos, un álbum de Kasya Denisevich y publicado por la editorial Juventud que nos deja participar del diálogo que establece una niña consigo misma durante la primera noche en su nueva casa. Golpes, pisadas, luces encendidas o apagadas, puertas cerradas o abiertas…, cualquier cosa es susceptible de ser el detonante para activar conjeturas sobre quiénes viven a su alrededor.
Un libro poético en el que las metáforas hablan de nuestra relación con quienes nos rodean, una que también nos sirve de reflejo para conocernos a nosotros mismos y dejan entrar a los demás en nuestras vidas.
Mención aparte merece la elección de la gama de colores -rojos y grises- que construyen un bosque urbanita donde esta cotidiana caperucita desarrolla su personal búsqueda entre la realidad y la fantasía.
El segundo es Calle del Chicle, 5, un libro de Mikolaj Pasinski y Gosia Herba que acaba de publicar Thule, se adentra en la vida privada de los habitantes de un edificio con mucha actividad. Monos cocinillas, arañas trompeteras, ranas saltarinas y hasta una pantera, conviven de la manera más llevadera posible. Un elenco de personajes animales muy variopinto que ejemplifica muchos de los puntos que hemos tratado hoy.
Coloristas y dinámicas, las ilustraciones/historias que vertebran este título nos permiten ahondar en un montón de detalles (¡Busquen y disfruten!), así como nos permite comprender cómo una acción aislada tiene conexión con otras, creando así una red de relaciones que vertebran cualquier comunidad por grande o pequeña que sea.
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