De un tiempo a esta parte empiezo a creer que arriesgarse es de lo más bonito que hay en esta vida. Sí, ya sé…, salir de nuestra zona de confort y lanzarse en brazos de lo desconocido nos aterra, pero cuando tomas la decisión y empiezas a experimentar esa vorágine de sensaciones que van desde el miedo a la satisfacción, te percatas de que nada es tan importante como para aferrarse a ello y que todo es susceptible de llenar tu existencia.
Cambiar de trabajo, mandar a la mierda a esos amigos que tan poco te aportan, alejarte de esa persona a la que hace tiempo dejaste de amar, probar suerte con otro partido político, aprender a viajar sin equipaje, quitarte la mascarilla, adoptar un perro, hacer nudismo, comprarte un billete de avión a cualquier lugar... Grandes o pequeños gestos que entrañan un riesgo, que pueden modificar nuestro punto de vista.
Esto no quiere decir que sean arbitrarias o espontáneas, pues todo necesita de cierta reflexión. Debemos sopesar pros y contras, seguir nuestro instinto, dejar a un lado los miedos y vergüenzas, y actuar con valentía y determinación. Y sobre todo no olviden que, decidan lo que decidan, hay que apechugar con los problemas que puedan surgir, con las diatribas y daños colaterales que no dependan de nosotros mismos.
Aunque quería aparcarlo hasta que se acercara mi cumpleaños (el de verdad), no he podido resistirme a reseñar El fabuloso desastre de Harold Snipperpot, el último libro de Beatrice Alemagna publicado en nuestro país de mano de Harper Kids y que habla de romper la rutina para acercarse a lo humano.
Dejando a un lado la introspección, el espíritu poético y reflexivo de otras obras, la autora italiana afincada en Francia retoma el dinamismo, el humor y sobre todo, la catarsis, para empujarnos a una historia con mucho vértigo.
Todo empieza con el séptimo cumpleaños de Harold. Sus padres, dos personas aburridísimas que nunca celebran nada, deciden alegrarle un poco el día y hablan con el señor Ponzio para que organice una fiesta en condiciones. Llega el día. La casa llena de guirnaldas y globos. Y cuando abren la puerta, se encuentran con todo un zoológico en mitad de la calle. El señor Ponzio les hacer entrar y lo demás se lo pueden imaginar.
Partiendo de un hecho inverosímil –he aquí otro de esos resortes narrativos que tanto gustan-, la autora abre fuego y juego con lo estrambótico y lo imposible para que la fantasía campe a sus anchas en un relato donde importan los detalles, pero sobre todo, el trasfondo, ese que aboga por encontrar la felicidad poniendo todo patas arriba.
Una casa preciosa destrozada (¡Qué buen gusto tiene la Alemagna para la decoración!), esos padres histéricos (¿A quién no le arranca una sonrisa imaginarse a los suyos en medio de un lío como este?), montones de animales corriendo por París y un sinfín de situaciones jocosas, llenan unas ilustraciones coloristas, dinámicas y vitalistas que se despliegan ante el espectador.
Si bien es cierto que tanto Harold, como sus padres, se llevan las manos a la cabeza durante toda la historia, también lo es que descubren las cosas sorprendentes y hermosas que tiene la vida gracias a una decisión desastrosa. Necesaria y subversiva, no puedo dejar de recomendarles esta oda al optimismo que termina con una imagen que les enternecerá hasta los tuétanos.
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