sábado, 30 de abril de 2022

Viejóvenes


Gran parte de mis alumnos viven amargados a pesar de pertenecer a familias que los quieren, estar bien servidos de comida, cobijo y ropa, disfrutar del tiempo libre con sus amigos y conocidos, tener posibilidad de formarse, una salud que ya quisieran otros, y algún que otro capricho. En realidad no les falta de nada, pero ellos viven en esa constante de la queja y la afectación.
Ni qué decir tiene que les perdono (están con el cuajo en su punto más álgido y no es cuestión de martirizarlos), pero sigo pensando que los adolescentes de mi generación, a pesar de vivir con menos comodidades, estábamos más despreocupados. Nos dejábamos llevar, participábamos de los demás, exprimíamos el momento e intentábamos ser mucho más felices.
Ese vicio tan actual, como insano, de pretender que niños y púberes se hagan eco de los comportamientos del universo adulto, no despierta en absoluto mi simpatía. Mira qué responsables, qué comprometidos y maduros, qué viajados y bien vestidos, cuánta competencia digital y emocional, encajan a la perfección los divorcios, las bancarrotas y las defunciones. Los chicos del nuevo milenio son mucho mejores… ¡Tururú! ¡Son unos viejóvenes!


Si vieran lo despistados que están, lo inertes que son, y lo vacuo de sus relaciones personales, no dirían que son tan excepcionales. La mayoría viven muy desorientados, no sólo en algunas parcelas de lo humano, sino en otras muchas de lo cotidiano. No sonríen, tampoco se divierten y andan como zombies por la vida. Nunca antes había visto tan poca vitalidad en los quinceañeros occidentales. Nunca antes había visto tantos nubarrones.
Demasiadas responsabilidades, demasiadas distracciones, demasiada apatía, demasiada soledad... Puede que todo desinfle poco a poco el espíritu, pero empiezo a preocuparme. De un tiempo a esta parte ha aumentado el número chavales con problemas psiquiátricos, las conductas adictivas se han disparado, el bullying y el maltrato es una constante, y los suicidios infantiles y juveniles no son casos aislados.
Estaría bien que empezáramos a tomar partido en esa batalla. Que nos dejáramos de tanta terapia, tanta fórmula y tanta corrección política, tontería, y les enseñáramos a caminar con ligereza y naturalidad.


Y en mitad de esta reflexión, florece ¡Mira, mamá!, el nuevo álbum de Rocío Araya editado por Litera-Libros. En este libro, Unai, un chavalín bastante curioso, se pasa el día embobado con cualquier cosa. La lluvia, el vuelo de los pájaros o los seres diminutos que nos acompañan. No entiende por qué la gente está tan sola y se siente triste con la cantidad de cosas bonitas que pasan ante sus ojos. No puede creer que su madre, los vecinos, todo el mundo viva con tan poca alegría, y decide enseñarnos cómo él consigue ser feliz.


Un álbum donde la poesía y el optimismo se funden en una narración sencilla y directa. Ilustraciones donde la técnica mixta, las texturas y la composición a las que la autora nos tiene acostumbrados, ofrecen una mirada intensa y perspicaz que eleva el tono y se pronuncia sobre otros aspectos.
Un título ideal como antesala a un día de la madre, en el que incitar a nuestros seres queridos a mirar el mundo con una sonrisa, entraña mucha generosidad, más si cabe cuando lo hacemos para que sus vidas discurran de la mejor manera posible. Porque querer son muchas cosas, y algunas no se pueden comprar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ojalá supiera yo cómo cambiarles la tristeza por la alegría y la pasión. Creo que solo muestra el trasfondo de esta época.