Hace unas semanas muchos se estiraban de los pelos porque el invierno no llegaba a su fin. Hacía un frío negro y querían ver el sol, echarse unas cañas al calorcito del astro rey, empezar a lucir los trapos de temporada y guardar en el armario abrigos, bufanda y edredones.
¡Vaya si lo han conseguido! Se ve que le rezaron todas las oraciones posibles a sus dioses. Echaron mano de catecismos y coranes y no pararon hasta que musitaron todas y cada una de ellas. Desde luego tienen que estar la mar de contentos, porque frío, lo que se dice frío, no van a pasar en unos meses.
A mí, que lo que más me gusta es una primavera en condiciones, de esas en las que no te tuestes el pescuezo y te entre el fresquete por la rabadilla cuando cae la noche, ni la he olido. Nada, inexistente.
Este clima se está volviendo extremo de más y uno no sabe si vive en Londres, Marrakech o Singapur. Llueve a raudales, de repente un calor que te torras, tormentas tropicales en mitad de la tarde, heladas criminales en mitad de la nada… ¡Esto es un no parar!
Y lo peor no es que tengamos que echar mano del abanico antes de tiempo o que tengamos el perchero lleno de hatos. Lo peor es que con unas cosechas diezmadas y Ukrania hecha un desastre, este otoño veremos de qué pan nos alimentamos. O mejor dicho, a qué precio.
Unos dicen que son oscilaciones climáticas, que de vez en cuando el macroclima nos suelta una de estas bofetadas. Cada cincuenta, cien años, ¡zapatazo! Los otros, que le han visto el negocio al cambio climático (como estará la cosa que hasta los del PP se están apuntando). Eólicas, solares y mareales, pero los verdes en Alemania ya han dicho que sí al carbón… ¡Para que se fíen de alguien!
Yo lo único que sé es que, como ya hago lo que está en mi mano para controlar esta entropía que nos trae de cabeza, solo me queda lanzarme a las calles. No sé si a disfrutar o sufrir de los avatares del tiempo, pero donde corra el aire y no me acribillen los mosquitos, que dentro de las casas, virus y sarna. Habrá que tomar ejemplo de los protagonistas de Hacemos miguitas, imitamos a un cuco, un álbum de Lina Ekdahl y Emma Hanquist publicado por Galimatazo.
En este libro sin mucha pretensión nos cuenta la historia de Mats, Ellen, Yasmina, Linnea o Karim, de niños como tú o yo que se pasan el día dentro de casa enredando. Con los videojuegos, en la cocina, con juguetes de todo tipo. Poniendo todo patas arriba y ensuciando lo que no está escrito. Pero un día a la abuela se llena el gorro de guijas, abre la puerta y les dice que a respirar aire fresco. Al principio no les gusta nada la idea, ¿qué pijo van a hacer ellos en un sitio donde no hay camas, ni sofás, ni teléfonos móviles? Luego la cosa cambia cuando descubren que la naturaleza esconde montones de secretos y juegos escondidos.
Un libro honesto donde un texto bien traído, elegante y poético se acompaña de ilustraciones cargadas de perspectiva y movimiento, de pequeñas metáforas y gestos, que ayudan a ensalzar el valor de los jardines, el campo y el bosque como espacios de recreo y aprendizaje entre una infancia cada vez más tecnócrata, casera y atontada que entra en conflicto con un universo adulto y hastiado por la crianza (con pandemias o sin ellas).
Sin pretensiones y directo, lo pueden ir regalando a todas esas familias atontadas (que los padres no se quedan atrás) por un modus vivendi cada vez más estático, inerte y asocial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario