Últimamente parece que si te conformas con poco te tachan de piojoso, usurero y malnacido. Tienes que gastarte hasta la última peseta. Vivir en un barrio de gente bien, que tus hijos vayan a los mejores centros escolares, conducir un coche de alta gama y viajar al tuntún son algunas de las aspiraciones de la sociedad en la que vivimos.
Medrar porque sí, a cualquier precio, sin ningún pudor. Billetes, billetes y más billetes. Nuestros sueños se resumen en eso mientras nuestros corazones han dejado de palpitar por valores mucho más alcanzables y satisfactorios, como coserle un botón a tu hija la desastrosa, el olor a tarta de manzana recién hecha o leer a Houellebecq bajo un granado en flor.
Decía una amiga mía que ella solo quería ganar la primitiva para poder permitirse el lujo de estar todo el día cocinando, arreglar su huerto y cuidar su casa. Que no le hacía falta nada más para disfrutar de la vida. Ni viajar, ni comprarse ropa cara, ni recorrerse todos los restaurantes de la guía Michelin, ni codearse con la flor y nata. Solo quería ser como el protagonista de la historia que hoy nos ocupa.
La sopa del señor Lepron de Giovanna Zoboli y Mariachiara Di Giorgio (Editorial A buen paso) es uno de esos libros que todos aquellos que se pirran por el éxito deberían leer. No solo porque da una visión bastante aproximada de lo que ocurre en este mundo voraz, sino porque resume de manera muy acertada esos sueños que se van de las manos.
El señor Lepron tiene por tradición cocinar una sopa durante el primer día de otoño. Toda su familia le ayuda a recoger las verduras necesarias y una vez que tiene los ingredientes, se encierra entre fogones y la prepara tranquilamente. El toque especial es echar una cabezadita mientras hierve en el puchero y dejar volando su imaginación. En el sueño de hoy su sopa se hace famosa en los alrededores. Todo el mundo quiere probarla. Se corre la voz por todo el país, por todo el mundo y el señor Lepron se verá obligado a montar todo un imperio en torno a su receta. Pero ¡ay! los sueños son caprichosos y, además de convertirse en realidad, no siempre nos hacen tan felices como esperamos.
Con lenguaje directo, tipografía cambiante y un estilo que confunde realidad y ficción (¿En serio le sucede esto al señor Lepron o es simplemente producto de su fantasía?), Giovanna Zoboli da una vuelta de tuerca muy contemporánea a la fábula o cuento de La lechera de Félix María de Samaniego, con la diferencia de que en este caso los sueños se agigantan en vez de empequeñecerse.
Para la ocasión Mariachira Di Giorgio Aguadas tranquilas sobre composiciones muy pensadas que nos retrotraen a los prerrafaelistas y el clasicismo más puro, y de paso nos recuerda a otras historias ya clásicas donde los animales habitan las oquedades de los árboles y el subsuelo (véanse los libros de Beatrix Potter o Jill Barklem). El rocío, la niebla matutina o la noche campestre contrastan con estilos más industriales y metropolitanos para ensalzar una historia que aboga por la defensa de lo mínimo.
Detalles que son todo un homenaje a la sopa Campbell’s o el cartelismo francés, ornatos y filigranas propios del art noveau, o composiciones que recuerdan a Edward Hopper, llenan un álbum que defiende la llamada “slow life” desde un prisma conformista y encantador.
2 comentarios:
¡Ay Román! Te encanta tu artículo y sobra decir que este libro se vendrá a casa... Por cierto, yo, como tu amiga, sueño con el premio de la primitiva para cocinar, coser y pasear sin límite...😂
Me encanta este libro. Yo muchas veces me siento un bicho raro por no necesitar tantas cosas para ser feliz. Muy buena reseña.
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