El patio. Una vuelta tras otra. Y a cada paso, un abrazo. Unos y otras, otras y unos. ¡Venga abrazos! No se acababan nunca. Sentidos o diplomáticos, absurdos y entrañables. De inmediato, recordé mis años de juventud. No había tantos abrazos. Si acaso algún que otro beso, y nada de repartirlos a diestra y siniestra. ¿Será que el cariño ha irrumpido en nuestra sociedad? Sinceramente, lo dudo…
Lo que sucede es que, tanto la infancia, como la adolescencia, son momentos en la vida en los que las relaciones interpersonales se intensifican mucho, bien por cuestiones de la bioquímica (recuerden que ciertas hormonas, como la oxitocina, sobrevuelan la estratosfera), bien por cuestiones sociológicas (reconocimiento entre iguales, básicamente).
Si bien es cierto que podría suceder lo mismo con los besos, parece ser que los teenagers han encontrado en el abrazo una fórmula inmejorable para diluir las diferencias y el sexismo, ya que estos se contemplan como un código cariñoso aceptado entre personas de cualquier sexo y condición.
El abrazo puede ser afectuoso, estar lleno de complicidad, puede evidenciar amor, también velarlo. Grupal o en petit comité, familiar o amistoso. El abrazo tiene un significado muy plural que sirve en esta sociedad del postureo como arma a blandir para todos aquellos que apuran la falsedad en una cultura terapéutica donde la salud emocional pasa por ser aceptado y arropado socialmente.
Por mi parte, y a sabiendas de mi talante huraño, abogo por la dosificación de las muestras de cariño, no solo para ser conscientes de la realidad, sino por evitar la equiparación entre unos y otros. Que aquí todos parecen más amigos que gorrinos, pero luego, detrás de tanto abrazo, abundan las puñaladas traperas.
Si quieren darle una vuelta a mis palabras, pueden ponerle un poco de contexto con Alexander von Biscuit y la búsqueda del abrazo perfecto, un álbum de Oren Lavie y Anke Kuhl que acaba de publicar Takatuka y que aborda este tema sin demasiadas pretensiones (cosa que abunda últimamente en esto de la LIJ).
Alexander von Biscuit es un sapo con nombre de aristócrata (me ha encantado y traído a mi memoria al protagonista de El viento en los sauces) que ha soñado con el abrazo perfecto y, sin pensárselo dos veces, se dispone a hacerlo realidad. Empieza con sus amigos, pero todo parece inútil. La jirafa Georgette tiene el cuello demasiado largo y el pez dorado Jerry es muy húmedo. Así que, con tan poco éxito en su empresa, decide convocar un concurso de abrazos en el parque. ¿Lo encontrará?
Desde un prisma entrañable y con mucho humor blanco, el escritor israelí y la ilustradora alemana se adentran en el universo sentimental. ¿Qué destila el abrazo perfecto? ¿Acaso su tacto? ¿Su sabor? ¿Cómo lo definirías tú? Valorar los gestos cariñosos es demasiado subjetivo e implican sensaciones personales e intransferibles muy difíciles de comunicar, así como extrapolar a otras personas.
Recursos secuenciales del cómic, una atmósfera desenfadada y llena de detalles, y una caracterización de personajes muy cómica, ensalzan una obra que, si bien pretende emocionar, también nos abre nuevos caminos en el universo de las parejas (¿Han visto que dispares?) o las ideas preconcebidas. Que lo disfruten y abracen a mucha gente en el día de hoy.
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