El mundo es un lugar muy paradójico porque, si bien es cierto que, hasta donde sabemos, solo hay uno, cada persona tiene una percepción distinta sobre él. Sí, esto daría mucho de sí, sobre todo si nos ponemos hasta los ojos de tequila y nos da por apretar el botón filosófico.
Aunque la física ha tenido que prescindir de todas estas interpretaciones y definir el universo, los que vamos más allá logramos percibir esa subjetividad que rodea a cada existencia y que nos permite ver lo que nos rodea desde idiosincrasias muy dispares. Esa multiplicidad de miradas, no solo me parece enriquecedora, sino que puede llegar a ser apabullante, máxime, cuando todas ellas se basan en una misma realidad. Imposible controlar los 7951 millones de vidas que pululamos aquí y ahora.
El niño que disfruta de su primer día de escuela, el adulto que se va a la cola del paro, la madre que se hace la compra en el supermercado, el artista sin inspiración, el afortunado que acaba de enterarse de que su décimo de lotería es el premiado, el padre de familia que se encuentra a hurtadillas con su amante. ¡Hay tantas versiones del espacio y el tiempo…!
En realidad todas son posibles, pero lo más sorprendente es que todas lleguen a encajar de un modo lógico, como si del engranaje de una máquina se tratase. Lo llaman casualidad, destino, azar. Yo prefiero no llamarlo y sí disfrutarlo. Es tan extraño como apasionante, ¿no creen? Todos pisando la misma tierra y sentirnos diferentes. Es magia. Es equilibrio.
Al hilo de todo esto, contarles que se acaba de editar en nuestro país Todo un mundo, una de esas joyas que los enteraos soñábamos con encontrar en las librerías patrias y que gracias al arrojo de la editorial EntreDos se ha hecho realidad. Y es que Katy Couprie y Antonin Louchard han dado vida a un álbum maravilloso.
Presentado en un estuche donde están incluido, tanto el imaginario, como un juego de tarjetas que nos invita a participar de manera paralela, este librito cuadrado (15 por 15 centímetros, para que quepa en cualquier mano) con más de 250 páginas, es una delicia visual.
En primer lugar, los autores prescinden de las palabras y deciden combinar un montón de imágenes diferentes con una secuenciación determinada. ¿Tiene lógica? ¿Tiene sentido? ¿Tiene continuidad? El lector sabrá, porque cada mundo, además de tener su peculiaridades, puede ser o no comprendido por los demás.
En segundo lugar, hace acopio de diferentes formatos y medios expresivos. Grabados, pinturas, dioramas o esculturas se amalgaman en una creación multidisciplinar y un tanto desbocada que despierta muchas sensaciones. Una narrativa sin palabras con la que nos podemos identificar y acoplarla a nuestro propio universo para incluso desbordarlo.
Jugar, caminar, retorcerse, extraviarse o encontrar alternativas a cada paso. Todo un ejercicio de libertad que, como un cajón de sastre, como una chatarrería o como bazar egipcio, nos seduce y enloquece a partes iguales.
4 comentarios:
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