Las crisis de inspiración son insufribles ya que, además de joder la marrana, te impiden hacer cosas que apetecen...
Los últimos días, además de gran cantidad de trajín, han traído un abandono casi completo de este espacio, cosa que siento enormemente. Por ello, hago una llamada a la comprensión: querido lector, si echases un vistazo a esta mesa de camilla que uso para todo tipo de menesteres, comprenderías en qué clase de follones me meto. No tienen nada que ver con el tráfico de estupefacientes, ni con la suciedad más pestilente, tampoco sirve como mesa de torturas, ni mucho menos de quirófano, más bien se asemeja a una miscelánea de quehaceres y deberes, aficiones y traiciones, de amantes, de amigos y alguna que otra pasión.
En este instante, tengo muchos títulos en mente que podría enlazar con esta supuesta noticia, pero no me apetece en absoluto dar trabajo a mis soñolientas neuronas, así que, olvidando la utilidad de este ciberespacio, voy a rendirme un merecido homenaje y hablar de lo que me plazca, que para eso, el aquí presente, se montó este cotarro rebosante de libertad y buen gusto. ¡Y olé!
Llevo todo el día soñando. También sueño de noche. Realmente sueño a todas horas, lo que ocurre es que no soy consciente de ello. Decía Calderón que la vida es sueño, y los sueños, sueños son, así que: soñemos. Como Martin Luther King (no como ese impostor llamado Barack Obama, que se adueña de los sueños de otros, los usa y después los tira al retrete), como los niños que se despiertan sobrecogidos por la realidad de lo soñado, como el pobre que sueña ser menos pobre, como el soñador que sueña soñar lo que todavía no ha soñado…
Sueñe, que es gratis y todavía no hay que declararlo a la hacienda pública.
Por soñar que no quede, ya que siempre tenemos esas bofetadas de realidad que nos dan los años.
Sueños, pesadillas, ensoñaciones y algún sobresalto que otro, están recogidos en este catálogo de momentos, unos más plácidos, otros más siniestros. Los hay extraños, fantásticos, llenos de efectos visuales, realistas y dramáticos, tangibles y los más, lúdicos.
Claro está que, para soñar, hay que acordarse de los sueños una vez despierto, y créame, acostumbrarse a tal rutina no le interesa a más de uno, no por no abandono, sino por miedo de soñar la vida que desean y nunca tendrán. Y para esos cobardes, Ana Juan inventó a Comenoches.
En este instante, tengo muchos títulos en mente que podría enlazar con esta supuesta noticia, pero no me apetece en absoluto dar trabajo a mis soñolientas neuronas, así que, olvidando la utilidad de este ciberespacio, voy a rendirme un merecido homenaje y hablar de lo que me plazca, que para eso, el aquí presente, se montó este cotarro rebosante de libertad y buen gusto. ¡Y olé!
Sueñe, que es gratis y todavía no hay que declararlo a la hacienda pública.
Por soñar que no quede, ya que siempre tenemos esas bofetadas de realidad que nos dan los años.
Claro está que, para soñar, hay que acordarse de los sueños una vez despierto, y créame, acostumbrarse a tal rutina no le interesa a más de uno, no por no abandono, sino por miedo de soñar la vida que desean y nunca tendrán. Y para esos cobardes, Ana Juan inventó a Comenoches.
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