Calificaríamos de paradójico lo que me aconteció con los libros en la capital francesa, sobre todo si atendemos a la luminosidad de sus calles y lo vistoso de sus rincones (a pesar de que un servidor no pueda continuar con esa fama de romántica que se gasta –lo siento, la Lisboa de Pessoa transmite más emociones-, sí que admito lo pintoresca que llega a ser), por ello y para meterlos en el ajo, se lo intentaré trasladarles a continuación.
Manda huevos que el aquí firmante, haya tenido que viajar hasta la primavera parisina, esa de límpido cielo, de coloridas plazas, para toparse con una librería sita en la “Rue de Rivoli” cuyo escaparate permanecía atestado de obras de Edward Gorey, autor macabro y siniestro donde los haya. Aun así, he de reconocer algo: si hay un punto que une lo florido de París (¿¡será por floristerías!?) con los dibujos entintados y retorcidos de Gorey, ese es el del encanto.
Relegado a una segunda categoría de ilustradores, quizá por su escasa formación, quizá por lo tétrico, quizá por considerarse a sí mismo un autodidacta, Edward Gorey, es el primer autor de un estilo muy en boga hoy día, un tiempo en el que, en cualquier librería, se prodigan un sinfín de personajes con esa estética cabezona y cuerpos raquíticos (he aquí al predecesor de Tim Burton, que se sepa abiertamente), un tanto fantasmagóricos pero con mucho chiste.
Aunque no alcanzó la notoriedad hasta bien entrado en años (consecuencias de las modas y de los cambios sociales), Gorey -junto a sus numerosos pseudónimos- ilustró historias propias, todas ellas con un sutil y sinsentido humor negro que trata temas que van desde la soledad o la infancia a la muerte, pasando por la maldad o la inocencia (véanse como claro ejemplo Amphigorey, Amphigorey tambien, Amphigorey ademas -las tres publicadas por la editorial Valdemar-, The unstrung harp, en castellano El arpa sin encordar, o The gashlycrumb tinies -Los pequeñines macabros-, un abecedario de corte infantil y buen exponente de lo sórdido y mordaz de su pluma, y obra a la que pertenece la imagen de esta noticia), y otras historias de diversos autores como Edgar Allan Poe o Edward Lear, a quienes él mismo admiraba, entre otros escritores, pintores o cineastas.
Seguramente el estilo de Gorey no encaje entre los niños, pero tampoco creo que sea un autor para adultos. Pienso que está ahí, buscando un hueco entre los deseos y miedos de unos y otros, porque, y séanme sinceros, ¿hay alguien más cruel que un niño?
Manda huevos que el aquí firmante, haya tenido que viajar hasta la primavera parisina, esa de límpido cielo, de coloridas plazas, para toparse con una librería sita en la “Rue de Rivoli” cuyo escaparate permanecía atestado de obras de Edward Gorey, autor macabro y siniestro donde los haya. Aun así, he de reconocer algo: si hay un punto que une lo florido de París (¿¡será por floristerías!?) con los dibujos entintados y retorcidos de Gorey, ese es el del encanto.
Relegado a una segunda categoría de ilustradores, quizá por su escasa formación, quizá por lo tétrico, quizá por considerarse a sí mismo un autodidacta, Edward Gorey, es el primer autor de un estilo muy en boga hoy día, un tiempo en el que, en cualquier librería, se prodigan un sinfín de personajes con esa estética cabezona y cuerpos raquíticos (he aquí al predecesor de Tim Burton, que se sepa abiertamente), un tanto fantasmagóricos pero con mucho chiste.
Aunque no alcanzó la notoriedad hasta bien entrado en años (consecuencias de las modas y de los cambios sociales), Gorey -junto a sus numerosos pseudónimos- ilustró historias propias, todas ellas con un sutil y sinsentido humor negro que trata temas que van desde la soledad o la infancia a la muerte, pasando por la maldad o la inocencia (véanse como claro ejemplo Amphigorey, Amphigorey tambien, Amphigorey ademas -las tres publicadas por la editorial Valdemar-, The unstrung harp, en castellano El arpa sin encordar, o The gashlycrumb tinies -Los pequeñines macabros-, un abecedario de corte infantil y buen exponente de lo sórdido y mordaz de su pluma, y obra a la que pertenece la imagen de esta noticia), y otras historias de diversos autores como Edgar Allan Poe o Edward Lear, a quienes él mismo admiraba, entre otros escritores, pintores o cineastas.
Seguramente el estilo de Gorey no encaje entre los niños, pero tampoco creo que sea un autor para adultos. Pienso que está ahí, buscando un hueco entre los deseos y miedos de unos y otros, porque, y séanme sinceros, ¿hay alguien más cruel que un niño?
1 comentario:
Me lo apunto. Gracias, es una genial propuesta para los amantes de lo tétrico.
Saluditos, Miriam
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