Tras muchos años limpiando, fijando y dando esplendor a esto que muchos usamos a diario, es decir, las palabras, la Real Academia Española (sigue llamándose así pese a lo empeñados que están los medios de comunicación en añadir la nota aclaratoria “de la Lengua”) se ha subido a esa carroza que tanto se engalana en los últimos tiempos, la de la ignorancia y el analfabetismo, para salirse de madre con unas modificaciones algo impertinentes. Y es que tiene un pase lo de añadir extranjerismos o validar expresiones coloquiales, pero lo de ciertas tildes y el re-bautismo a mi querida “y”, ha sido una verdadera patada en los cojones.
Tocándome los cuernos mientras hablo en plata, me parecen decisiones propias de mis alumnos del segundo curso de E.S.O.: “Como el nene no sabe escribir correctamente guión, elimino esa regla que obliga a poner una tilde sobre la o y me como un mojón”. Claro está, ellos, los de los sillones con nombre de letras, se escudan en que nos hacen “muchismo” bien a todos los hispanohablantes, los de un lado, los del otro y los de más allá, que así, con “ye” y “Sion”, ya “semos” “tos” uno… ¡Y una mierda! (¿Ven? Yo también sé incluir tacos en las entradas de mi blog, emulando a ciertos académicos…), ¡que aquí cada uno tiene su identidad!
Todo esto me recuerda a un discurso muy conocido de Gabo que abogaba por eliminar las reglas ortográficas y dejar que cada cual escribiese como le saliera de la minga. Bien pensado: como yo ya sé escribir a los demás que les parta un rayo.
Lo cierto es que comprendo a estos abuelos con amagos de erudición, creyéndose dioses mientras reglan lo más noble de nuestra condición humana, la lengua… Unas veces lo llaman compasión, otras, comprensión o justicia, y las más, puro egoísmo.
Sólo espero que Zapatero no haya sido el artífice de semejantes decisiones, sería el último sitio donde le faltaría meter el morro para enmascarar de algún modo obsceno el patente fracaso escolar que nuestros estudiantes padecen en lengua materna.
Y si están igual de contrariados que un servidor, mi profesora de alemán (¡habrase visto que un idioma se empobrezca en vez de enriquecerse!) y tantos conocidos y amigos, sólo les queda una medida para demostrar su descontento: objetar.
Tocándome los cuernos mientras hablo en plata, me parecen decisiones propias de mis alumnos del segundo curso de E.S.O.: “Como el nene no sabe escribir correctamente guión, elimino esa regla que obliga a poner una tilde sobre la o y me como un mojón”. Claro está, ellos, los de los sillones con nombre de letras, se escudan en que nos hacen “muchismo” bien a todos los hispanohablantes, los de un lado, los del otro y los de más allá, que así, con “ye” y “Sion”, ya “semos” “tos” uno… ¡Y una mierda! (¿Ven? Yo también sé incluir tacos en las entradas de mi blog, emulando a ciertos académicos…), ¡que aquí cada uno tiene su identidad!
Todo esto me recuerda a un discurso muy conocido de Gabo que abogaba por eliminar las reglas ortográficas y dejar que cada cual escribiese como le saliera de la minga. Bien pensado: como yo ya sé escribir a los demás que les parta un rayo.
Lo cierto es que comprendo a estos abuelos con amagos de erudición, creyéndose dioses mientras reglan lo más noble de nuestra condición humana, la lengua… Unas veces lo llaman compasión, otras, comprensión o justicia, y las más, puro egoísmo.
Sólo espero que Zapatero no haya sido el artífice de semejantes decisiones, sería el último sitio donde le faltaría meter el morro para enmascarar de algún modo obsceno el patente fracaso escolar que nuestros estudiantes padecen en lengua materna.
Y si están igual de contrariados que un servidor, mi profesora de alemán (¡habrase visto que un idioma se empobrezca en vez de enriquecerse!) y tantos conocidos y amigos, sólo les queda una medida para demostrar su descontento: objetar.
1 comentario:
Hola Román: Sigo este blog desde siempre. Incluyo un fragmento de mi libro Peligro en la Aldea de las Letras:
-Es muy halagador que personas que hablan, leen y escriben en otras lenguas estén interesadas en aprender español, pero aunque no lo han pedido, unos piensan que para hacer más sencillo su aprendizaje deberíamos modificar el abecedario. Yo creo que no. Si yo quiero aprender chino, japonés o árabe, no les voy a pedir a los eruditos de sus reales y honorables academias de la lengua que cambien sus alfabetos milenarios o como se les llame a sus sistemas de signos, solamente para que a mí se me facilite su aprendizaje. Si quiero aprender una lengua, debo aprender sus símbolos, la orientación que tiene su escritura, su ortografía, su gramática y también cosas que me ilustren sobre la cultura de quienes la hablan, leen, escriben, aman, respetan y cuidan.
A objetar dichos cambios.
Un saludo desde la Ciudad de México
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