Apunta el saber popular que “perro ladrador, poco mordedor”, aunque de algunos que ladran a todas horas no quiero oír ni mu, que no tengo los tímpanos a prueba de bombas nucleares esta mañana… Si al anterior dicho añadimos que “de las aguas mansas líbreme el Señor, que de las bravas ya me libro yo”, les doy suficientes pistas para averiguar que las puñaladas de hoy van dedicadas a los dóciles en vez de a los fieros -un servidor ha de tenerlos contentos a todos…, je, je, je-.
Odio con todas mis fuerzas a los que, con palabras dulces y buenas maneras, se ganan los favores de otros. Detesto a todos aquellos que, con tono dulce y falsas caricias, son capaces de ganar terreno a otros y salir adelante.
Esta claro que el mundo no es mundo desde que David Bisbal y Elena Tablada están a la gresca, pero déjenme advertirles de que esa sociedad que formamos todos, valora más lo sibilino y jabonoso, que lo serio y transparente... No tuerza el morro, querido lector, la vida cambia a pasos agigantados y más nos vale reconocer que esas buenas maneras que lo visten todo, ya no sólo forman parte de la política y los negocios, sino también de la cesta de la compra y las aulas.
Sí, sí… Yo por mi parte sigo prefiriendo lo evidente y claro, lo directo y sincero, a lo amalgamado y retorcido, a los abrazos cargados de intenciones y a las máscaras que todo distorsionan… Así me va: como el culo.
Y hablando de esos lobos que no muerden y de esos corderos con pellejo algodonoso e inofensivo, pero interior interesado y mezquino, aquí les dejo el libro Los tres lobitos y el cochino feroz (editorial Ekaré, 2009), con Eugene Trivizas a la pluma y Helen Oxenbury al pincel, que, basándose en el cuento clásico del siglo XVIII, Los tres cerditos y el lobo feroz, invierten los papeles de los personajes, modernizándolo así para estar más acorde con el mundo que antes he descrito. Aunque puede resultar extraño, el libro es gracioso y fresco, cosa que se agradece dada la cantidad de reediciones y tontadas que se están publicando últimamente. Evidentemente me ahorraré el decirles que me ha encantado. ¡La última palabra es suya!
Odio con todas mis fuerzas a los que, con palabras dulces y buenas maneras, se ganan los favores de otros. Detesto a todos aquellos que, con tono dulce y falsas caricias, son capaces de ganar terreno a otros y salir adelante.
Esta claro que el mundo no es mundo desde que David Bisbal y Elena Tablada están a la gresca, pero déjenme advertirles de que esa sociedad que formamos todos, valora más lo sibilino y jabonoso, que lo serio y transparente... No tuerza el morro, querido lector, la vida cambia a pasos agigantados y más nos vale reconocer que esas buenas maneras que lo visten todo, ya no sólo forman parte de la política y los negocios, sino también de la cesta de la compra y las aulas.
Sí, sí… Yo por mi parte sigo prefiriendo lo evidente y claro, lo directo y sincero, a lo amalgamado y retorcido, a los abrazos cargados de intenciones y a las máscaras que todo distorsionan… Así me va: como el culo.
Y hablando de esos lobos que no muerden y de esos corderos con pellejo algodonoso e inofensivo, pero interior interesado y mezquino, aquí les dejo el libro Los tres lobitos y el cochino feroz (editorial Ekaré, 2009), con Eugene Trivizas a la pluma y Helen Oxenbury al pincel, que, basándose en el cuento clásico del siglo XVIII, Los tres cerditos y el lobo feroz, invierten los papeles de los personajes, modernizándolo así para estar más acorde con el mundo que antes he descrito. Aunque puede resultar extraño, el libro es gracioso y fresco, cosa que se agradece dada la cantidad de reediciones y tontadas que se están publicando últimamente. Evidentemente me ahorraré el decirles que me ha encantado. ¡La última palabra es suya!
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